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“Cuando muera Chueca” de Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz

¿Sigue siendo Chueca un barrio reivindicativo, un espacio de sociabilidad LGTBI? ¿Qué hizo que llegara a ser conocido como un barrio gay? ¿Ha sido un caso único? ¿Qué será en el futuro? Múltiples preguntas a las que este ensayo intenta dar respuestas claras y concisas considerando los muchos factores que intervienen sobre ellas.

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La identificación entre Chueca y el colectivo LGTBI es absoluta para muchos. Tanto para los que en su momento acudieron a sus calles buscando unas coordenadas geográficas en las que sentirse interiormente libres, como para aquellos que sin haberlas pisado necesitan establecer referentes que les ayuden a identificar conceptos, características o aspiraciones. Pero esto no fue siempre así, antes de que la bandera del arco iris ondeara simbólicamente en este barrio del centro de Madrid muchos de sus portales albergaban todo tipo de talleres (metalurgia, ebanistería,…) que a medida que la ciudad fue creciendo se trasladaron a sus exteriores. Los locales vacíos trajeron consigo la mudanza de las familias que vivían de ellos y en consecuencia, un parqué inmobiliario en desuso y desvalorizado.

Según explica Ignacio, esa circunstancia de gentrificación fue aprovechada por algunos de los muchos que necesitaban salir de allí donde residían -fuera en Madrid, fuera en otras localidades- para asentarse en un lugar en el que alquilar o comprar a bajo precio para poder vivir su identidad sexual, si no libremente, al menos sin la opresión y violencia ambiental que hasta hace bien poco era la tónica habitual donde quiera que miráramos en nuestro país. Así es como a lo largo de los años 80 se fue formando en Chueca una comunidad no solo unida por aquello de lo que escapaba, sino también por los lugares en los que compraba (comercio) y en los que se divertía (ocio), por los espacios públicos que compartía y por unos objetivos políticos y sociales que defendían activamente en el marco de la incipiente democracia española.

Desde entonces han cambiado muchas cosas. Entonces solo se consideraba la homosexualidad de los hombres y hoy la cuestión de la identidad sexual se ajusta más a la diversidad sexual y de género de la realidad (lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales). Los avances legales están ahí (matrimonio igualitario y adopción de parejas del mismo sexo desde junio de 2005) y la visión social ya no está mayoritariamente en contra, sino de casi plena aceptación (aunque quede mucho por hacer en el terreno de la educación formal e informal para una igualdad real).

Mientras tanto, lo que entonces era un entorno con unos límites muy definidos, hoy es un territorio urbano completamente permeabilizado que a medida que ha ganado público, se ha ido sometiendo a la ley capitalista de la oferta y la demanda. Esto ha empujado a que buena parte de sus antiguos vecinos hayan tenido que irse – y que muchos que antes sí hubieran sido capaces, ahora no hayan podido asentarse en sus coordenadas – por el incremento del coste de vida. Situación que ha provocado que sus espacios comerciales y lúdicos estén hoy destinados a clientes con un mayor poder adquisitivo (ya sean residentes, vecinos de otros barrios de Madrid o turistas tanto nacionales como internacionales). A su vez, la imagen pública del activismo ya no es solo la de sus reivindicaciones, sino también la festiva y amistosa que cada mes de julio transmite la celebración del Orgullo, lo que ha causado fricciones dentro del propio colectivo LGTBI.

¿Cómo se ha producido este proceso? ¿Qué tiene que ver la Chueca de hoy con la de finales del siglo XX? ¿Qué ha quedado de aquella? ¿Qué ha desaparecido? ¿Ha ocurrido lo mismo en Castro (San Francisco), Le Marais (París), Chelsea (Londres) o en cualquier otra ciudad de nuestro país? ¿Dónde tiene su «sede» hoy el activismo LGTBI?

Esas nada fáciles interrogantes son en las que se sumerge Cuando muera Chueca para exponer la complejidad antropológica de un proceso en el que converge no solo cómo hemos evolucionado a distintos niveles (local, nacional, internacional), sino también cómo lo hemos hecho en distintas esferas (social, económica y tecnológica, fundamentalmente). Una mirada a nuestro pasado más reciente que no tiene que ver únicamente con lo LGTBI y con Chueca, sino también con nuestro entendimiento y aceptación de la diversidad sexual y de género, con el tipo de sociedad que queremos ser, qué estamos dispuestos a reivindicar y cómo, así como los frutos y retos que este proceso evolutivo nos puede suponer.

Cuando muera Chueca, Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz, 2018, Editorial Egales.

“Ni pena ni miedo: Un juez, una vida y la lucha por ser quienes somos” de Fernando Grande-Marlaska

Detrás de todo personaje público hay una persona que en mayor o menor medida resulta alguien diferente a la imagen que, a través de los medios de comunicación, nos hayamos construido de él. Un ejemplo de ello es este juez, también hombre, amigo, colega, esposo, hijo y hermano, tal y como podemos comprobar a través de la declaración de principios que nos ofrece en este ordenado ensayo. Un mapa de valores, compromisos y motivaciones que se combinan de manera pautada con reflexiones, recuerdos íntimos y vivencias sociales de alguien que reivindica su intimidad al tiempo que se enorgullece de su papel como representante público y como referente de causas como la del activismo LGTBI.

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La premisa de todo juez es que una cuestión es su labor como garante de los derechos y deberes de todos los ciudadanos y otra su persona y que de igual manera que no debe hacer uso de información confidencial cuando está con sus amistades, ha de dejar a un lado sus valores morales a la hora de instruir un sumario o dictar sentencia. Grande-Marlaska lo deja claro en estas páginas, pero destacando que hay unos principios que busca en todas las facetas de su vida como son el civismo, el respeto, la voluntad de diálogo y el esfuerzo por empatizar.

Partiendo de esta máxima, Ni pena ni miedo es un relato en primera persona sobre quién es, cómo piensa y qué le importa a Fernando, qué busca y ofrece en las relaciones humanas, qué le preocupa cuando observa el presente y cómo se imagina nuestro devenir colectivo tanto en lo social como en lo ideológico y lo político.

De la lluvia de Bilbao a los paseos por el centro de Madrid, recordando las múltiples formas en las que se ha posicionado contra el terrorismo etarra y los frentes en los que le ha tocado batallar contra la homofobia, ensalzando la educación como el pilar básico sobre el que construir una sociedad verdaderamente igualitaria y considerando el laicismo como una prerrogativa constitucional aún no alcanzada, destacando el valor de los animales,… Por todo esto pasa este ensayo con un punto de memorias, un relato humano y no un recopilatorio de entresijos del mundo judicial salteado de injerencias políticas como seguramente habrían esperado algunos.

Los capítulos más interesantes son aquellos en los que trata los temas que le han dado a este abogado, nadador matinal, su fama mediática, como el proceso que va de sus primeras experiencias afectivas a su matrimonio con su marido, la ruptura de la relación con su familia durante años por su no aceptación por parte de su madre, hasta su participación en campañas a favor de la visibilidad LGTBI. En lo referente a la toga quedan para la reflexión las líneas rojas que la administración de la justicia no puede pasar en el castigo de los culpables y el apoyo sin fin que ha de prestar a las víctimas, en especial a aquellas que no tienen medios no ya de defensa, sino de subsistencia.

Para los interesados en conocer más a la persona, a esa que no se deja ver en las entrevistas y portadas, están aquellos pasajes más íntimos en los que plasma su manera de vivir el día a día, sobre todo ahora que superados los cincuenta años considera que puede mirar al pasado –a la relación con su madre o la consideración de la paternidad- desde el prisma de la experiencia y al futuro con la intención de consolidar una trayectoria de vida.

“Furias divinas” de Eduardo Mendicutti

Tras una aparente caricatura, un homenaje a todos esas personas convertidas en personajes que durante mucho tiempo fueron la única cara visible del colectivo LGTBI. Una sucesión de soliloquios ágiles y divertidos marca Mendicutti salpicados de sarcasmo político y social, pero excesivos en su extensión, lo que hace que, más que un instrumento narrativo, acaben siendo un ejercicio de habilidad lingüística.

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Leer Furias divinas es como estar en un espectáculo nocturno, similar al de muchos locales anunciados por neones de colores chillones, escuchando los veloces monólogos y las disparatadas interjecciones a la audiencia de los transformistas, travestis, transexuales y drags que pasan por sus escenarios. Torrentes de palabras, recurrentes en sus provocaciones, pero bajo los que se encuentra un muy creativo e ingenioso uso del lenguaje. A la manera de un trabalenguas, pronunciando a la velocidad del rayo y vocalizando perfectamente, haciendo del discurso verbal una combinación de narración, expresión personal, análisis periodístico y ejercicio de costumbrismo sin fisura alguna. No hace falta que Mendicutti haga acto de presencia como narrador, ellas solas, que también son ellos, sus personajes, nos lo cuentan sin dejarse en el tintero ni un solo detalle.

Perfiles categorizados, simplificados y despreciados por muchos, pero que albergan dentro de sí una espontaneidad sin prejuicios al servicio de una clara ambición, conseguir llegar hasta el corazón de quien les escuche, sea un interlocutor individual, sea una audiencia colectiva. Camino indirecto para, sin duda alguna, llegar al suyo propio, herido, dolido y vilipendiado por una sociedad -la masa indefinida- y unos vecinos – personas con nombres y apellidos, de carne y hueso- que les utilizan para ocultar sus penas riéndose de ellos y que no solo no les reconocen su autenticidad artística, sino que les niega su emocionalidad y dignidad personal. Frente a unos y otros, la Furiosa, la Canelita, la Pandereta, y demás amigas se muestran unidas, dentro de la jaula que son todas ellas juntas, para demostrarles que contra natura es quien lanza semejante acusación, y que quien ha de avergonzarse es aquel que vive de los frutos del activismo LGTBI sin apoyarlo ni reconocer su legado.

Por el camino se reparte crítica a partes iguales a todas las tendencias políticas. Del desvarío a la izquierda entre socialistas, comunistas y aprovechados podemitas con eslóganes populistas, a la doble cara de los conservadores (legionario de un lado y folklórica del otro), pasando por las opciones magenta que se esfumaron cual bluf por el camino. No se libran tampoco las viejas costumbres de rancio abolengo, más desnudas que nunca en el mundo actual, en el que la información es accesible a cualquiera y su continuo ejercicio de imagen se revela más vacío y ejercicio de postureo artrítico que nunca.

Ahora bien, una vez inmersos en este huracán, al otro lado de las páginas no sabemos si estamos ante un estrépito de imágenes -reales, sugeridas e imaginadas- combinadas, complementadas y suplementadas entre sí de manera alegre, o ante el libre discurrir de una verborrea cuyo objetivo final no va más allá de formar un batiburrillo sugestivamente envolvente. Quizás sean las dos, pero el resultado es que no se llega ni a un estado ni al otro, quedándonos lejos del recuerdo de otros títulos de Eduardo como Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy o El palomo cojo.

“El armario de acero”, luchando contra la opresión en la Rusia de hoy

Relatos y poemas breves y expresivos, unos por lo que cuentan y otros por cómo lo hacen. No es este un recopilatorio de historias sobre cómo vivir ocultado o luchando contra el sistema, va más allá. Se adentra en las personas y en su manera de sentir dejándonos ver los cauces que toma lo innato, unas veces con una redacción convencional y otras con complejas formas narrativas.

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En junio de 2013 Rusia aprobaba la conocida ley “contra la propaganda homosexual”, cuyo supuesto fin era proteger los valores de la familia y de la integridad personal de los más pequeños. Eufemismos aparte, su realidad es la de esconder, ocultar, castigar y penar a aquellas personas que no se atienen a la uniformidad heterosexual. Una manera de control y opresión social de un gobierno con pretenciosos aires de imperio y descarados modos dictatoriales.

Además de contra las expresividades afectivas fuera de la norma mayoritaria, son conocidos también los ataques del gobierno de Putin contra todas las disciplinas artísticas que transmiten mensajes críticos (he ahí las musicales Pussy Riot) o satíricos (Tatiana Titova, directora del Museo Ruso de San Petersburgo hubo de dimitir por dejar exponer un cuadro de Vladimir vestido con camisón), llegando a tergiversar (se ha acusado a la novela gráfica “Maus” de ser propaganda nazi cuando resulta ser todo lo contrario) o a amenazar a aquellos medios de comunicación que se atreven a poner en duda el papel social e ideológico de la iglesia ortodoxa.

Estos son los ecos que nos llegan desde fuera sobre cómo es vivir en Rusia cuando no se cumplen la legalidad vigente. Pero, ¿cómo es estar dentro y no dejarse negar, humillar o aplastar por semejante barbarie?  Para obtener una respuesta desde un punto de vista literario, Gonzalo y Alberto, editores de Dos Bigotes, contactaron con Dimitry Kuzmin, máximo impulsor de la cultura LGTBI rusa (tal y como redactan ellos mismos en el prólogo) y de sus contactos y gestiones surgieron las colaboraciones de los 17 autores que conforman “El armario de acero”.

Cada uno de ellos con diferentes aportaciones, fundamentalmente relatos más o menos breves y poesías. Unos cuentan historias apegadas al día a día, acontecimientos en los que el afecto encuentra la manera de materializarse, de ser una caricia, un beso o un abrazo real; y otras en las que se convierte en fuente de castigo, de desprecio. También los hay que son ventanas de un yo interior que fantasea sexualmente  de continuo para compensar a la persona rígida, fría y normativa que muchos se ven obligados a ser. No siempre la cuestión del género o de la orientación sexual es protagonista, sino que como en la vida misma, forma parte del conjunto de características que nos definen y que tan solo pide ser considerada y respetada.

Contenido aparte, “El armario de acero” es también interesante por la variedad de estilos que confluyen en sus páginas. Entre sus ficciones encontramos narraciones, diálogos y descripciones que responden al tradicional planteamiento-nudo-desenlace; y también otras desestructuradas, con entradas y salidas de elementos sin aparente lógica, combinando puntos de vista en un caleidoscopio variopinto a la manera en que los pintores cubistas componían sus pinturas hace un siglo.

Es en la lectura de estos donde está el reto que plantea este volumen de Dos Bigotes. Hay que saber ver más allá de las palabras y las frases que se forman en ellos, sin metáforas ni símiles aparentes, y dilucidar qué puede haber entre sus líneas. Las palabras, acciones o acontecimientos que no se pueden contar libremente se ocultan tras modos y maneras expresivas que pueden resultar difíciles y complejas de entender. Pero si se mira, si se lee atentamente se llega a ver el deseo, el dolor, las ganas o el miedo de sus autores o del entorno que nos transmiten a través de sus creaciones. Quizás sean estos los escritos más expresivos y creativos, los que plasman el maltrato psicológico y físico, la esquizofrenia en la que un régimen como el de Putin y una sociedad como la rusa actual obliga a vivir a muchos de sus habitantes, de sus vecinos, de sus hijos.

“Lo que no se dice”, relatos que leer y comentar en voz alta

Once historias cortas sobre cómo se vive la circunstancia de que a un hombre, a la hora del deseo y del amor la naturaleza, le hace mirar a otro hombre. Bendita homosexualidad, circunstancia natural de la vida, si estimula la creatividad y el saber hacer de nuestros escritores tan bien como en este pequeña colección editada por Dos Bigotes.

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Hubo un tiempo en que lo LGTBI era negado, luego fue proscrito y castigado. De ahí pasó a ser obviado, tolerado, finalmente aceptado y hace bien poco legal. Sin embargo, en nuestro país –y eso que en este tema somos pioneros en el mundo- aún nos falta por llegar a ese momento en que los homosexuales (y demás colectivos de las siglas enunciadas) sean (seamos) visto(s) con la naturalidad y espontaneidad que se merece cualquier característica que toda persona nos hace un ser… humano.

Ahí es donde se sitúa “Lo que no se dice”. Nos trae momentos cotidianos que cualquiera de sus lectores podríamos haber vivido y en los que sentir el impulso de amar a alguien de tu mismo sexo aún era algo fuera de la norma, escondido o rechazado en el entorno en el que sucedía. Situaciones cuyos protagonistas en paz consigo mismo vivían con franqueza, siendo fieles a sí mismo. No así por los que no contaban con la fuerza o las agallas para hacer frente a un entorno limitador e invasivo.

Los once escritores que forman esta recopilación, junto con sus dos editores, practican un ejercicio de visibilidad y de activismo de una de las maneras más claras y sencillas en que se puede realizar, desde aquello que saben hacer y para lo que la genética y/o la experiencia les ha dotado, escribir bien, muy bien incluso en algunos casos.

A Luis G. Martín le salen solas las palabras para dar voz a la irracionalidad del deseo, al impulso de la pasión en “El esplendor en la hierba”. Fernando López parece escribir en un equilibrio entre estómago y corazón para expresar eso que es la verdad, y que desea vivir con honestidad y reciprocidad en “Nunca en septiembre”. Por su parte, José Luis Serranos hace visible en “Hipocampos” a ese ser desapercibido que siempre fue parte de nuestras vidas, es capaz de hacer forma lo que ni siquiera veíamos. El conflicto entre lo que somos y lo que se supone que somos queda expuesto de manera contundente por Oscar G. Esquivias en “Todo un mundo lejano”.

“¿Azul o verde?” es tan crudo y desnudo como delicado resulta Oscar Hernández en su narración sobre ese mundo en el que por mucho que se nos asfixie se puede llegar a ver la luz. Eduardo Mendicutti demuestra con su dominio del verbo, el ritmo, la gracia y la sensualidad en “Canela y oro” porque es una de las mejores plumas de la literatura española actual. Adentrarse en su protagonista hasta hacernos sentir como él, con sus momentos plenos y sus atisbos de duda, es lo que hace con gran soltura Lawrence Schimel  en sus “Estadísticas”. La tensión teatral de obras maestras como “August: Osage County” de Tracy Letts o de “El zoo de cristal” de Tennessee Williams está en el “No te levantes” de Álvaro Domínguez.

Con delicada sensibilidad Luis Cremades cuenta en “Manos mágicas” la esencia del amor, lo que lo hace mágico, dure lo que dure y pase lo que pase. La “Fábula del mirar opaco” de Lluis María Todó refleja los subterfugios que el deseo se busca para, aun oculto, hacerse presente. Y por último, “Un hombre o dos o tres” es una muestra de cómo Luis Antonio de Villena hace presente la pasión, el ardor, las ganas que sigue generando el recuerdo del pasado.

Desconozco en qué medida estaba premeditado, pero el conjunto de historias encargadas ex proceso para este volumen componen un completo caleidoscopio de edades (desde el inicio de la adolescencia hasta el momento de mirar atrás en la madurez consolidada), profesiones (toreros, futbolistas, directores de coro, músicos,…), ciudades (Barcelona, Berlín, Madrid,…), emplazamientos (habitaciones de hotel, iglesias, el comedor o el dormitorio de una domicilio familiar, una caseta de feria,…),… Maneras de percatarse, encontrarse, juntarse, unirse y/o separarse que conforman lo que es la vida y ese cúmulo de sensaciones, emociones, sentimientos y descubrimientos atropellados, irracionales y sosegados mediante la práctica que es la vida.

Un cúmulo de variables que unidas representan la verdad de lo que todos somos al margen de nuestro género y orientación sexual, hombres y mujeres que deseamos vivir compartiendo, sonriendo, sintiendo, dialogando, abrazando, riendo, besando, llorando de alegría y disfrutando de placeres de todo tipo como puede ser el de leer un libro como este “Lo que no se dice”.

“49 goles espectaculares”, Davide Martini sabe mostrarse como adolescente

Con naturalidad, con la sencillez de mostrar las cosas tal y como son, sin dramas ni tragedias, pero sin vanalidades ni ligerezas, así es la realidad que este autor italiano muestra sobre ese momento de la vida en que uno busca poner palabras individuales y coordenadas colectivas a quién es y cómo de diferente o de igual tu circunstancia te hace respecto a los demás.

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Lorenzo, un joven preuniversitario, se prepara para iniciar el curso escolar y volver a un universo formado por chicos con los que se fuma y bebe y chicas a las que se ha de pretender sexualmente. El paquete lo completan un volumen de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust que nuestro protagonista lleva siempre en la mochila y unos padres que son, pero que no están. Pero algo sucede que no responde a la lógica de lo esperado. A pesar de las eternas conversaciones sobre lo de siempre, a Lorenzo el tema del sexo con aquella u otra muchacha compañera de clase o del instituto no le llama, no le motiva, él no se ve. ¿Qué sucede? Primero llega la duda, la incertidumbre de ver lo que no se es, después viene la pregunta, los tanteos con la respuesta y la aceptación de lo que se es.

Un viaje que dura nueve meses, lo que un curso escolar y en el que a través de los ojos, el corazón y el relato en primera persona –sabiendo variar de registro, de la narración literaria a la íntima a modo de diario- del protagonista conoceremos una realidad que aun siendo ficción no deja de ser realista. Con matices localistas, pero con una verdad que puede ser tomada como propia en cualquier lugar occidental. ¿Qué ocurre con aquellos que no tienen a su alrededor referentes? ¿Qué sucede cuando teniendo 17 años sientes que el torrente de la normalización amenaza con arrasar al que no se pliegue a sus gestos y comportamientos?

En esa nebulosa, en esa atmósfera de incertidumbre, en esa semilla deseando surgir, brotar y crecer es donde se desenvuelve como pez en el agua Davide Martini a través de una narrativa sencilla y sin adornos. Pero con una corrección total, sin excesos ni alardes literarios, con las palabras justas en sus descripciones y diálogos, las necesarias para mostrar la posible autenticidad de los hechos que expone y la variedad, convivencia y choque de planos que conforman la vida de un adolescente. Su estilo y técnica están al servicio de los personajes, de los acontecimientos y sensaciones que estos viven, descubren, sienten y aprenden a interpretar.

En “49 goles espectaculares” hay ilusión y dudas, miedo y ganas, también inexperiencia y recelos, pero tantos como voluntad y honestidad en recorrer un camino que está por ser construido. Como anécdota, señalar la curiosa contraposición de auto enseñanza emocional que se han de buscar Lorenzo, Giulia, Gianni y demás amigos y compañeros en el entorno académico –ese donde te enseñan fórmulas, fechas, títulos, autores y vivencias de tiempos pasados- en torno al cual se estructura la formalidad de sus vidas.

La primera novela de este médico también escritor afincado en España se publicó en Italia en 2006 y semanas atrás llegó a España de la mano de un nuevo sello editorial, Dos Bigotes, que promete dar voz y presencia a una manera de contar la circunstancia LGBTI combinando el saber hacer literario con la cercanía y la cotidianeidad de las circunstancias individuales que desde la diferencia nos hacen a todos similares. Bienvenidos sean más títulos tanto de Davide Martini como de Dos Bigotes.