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Haz brillar tu marca personal

Las redes sociales y la atomización de los medios de comunicación dieron pie en la última década a que se popularizaran conceptos hasta entonces reservados a personas, personajes y personalidades que, tanto por buenos como por malos motivos, fueran únicos y diferentes, peculiares y reconocibles. Muchos se lanzaron a conquistar los quince minutos de fama que les pronosticaba Andy Warhol y siguen haciendo todo lo posible tanto por lograrlos como por perpetuarlos en lugares como LinkedIn.

Tengo perfil en LinkedIn. Soy usuario por inquietud personal y por motivos profesionales. Lo primero para saber por dónde va el mundo, lo segundo porque la necesidad obliga y no se puede dejar de estar al tanto de los trenes que pasan por la estación. Me sé buena parte de la teoría, le dedico tiempo, publico contenidos y sigo a través de su muro la actualización laboral de amigos con los que tengo contacto por otras vías, los nuevos proyectos de antiguos compañeros de empresa y las opiniones de otros con los que nunca he tratado pero que, en algún momento, consideramos que nos podría ser de interés estar al uno al tanto del otro. Pasa el tiempo, acumulo minutos dedicados a LinkedIn y aun así no deja de sorprenderme cómo hay nombres, posts y peroratas que acumulan decenas, cientos y miles de likes sin aportar valor alguno.

Cosas del algoritmo. Esa es la respuesta en modo agujero negro, leyenda urbana y explicación metafísica para todo aquello en lo que intervienen hoy en día las tecnologías concebidas en Silicon Valley. La nueva barrera de control y entrada al reconocimiento. Un límite no basado en la sinceridad y la honestidad, no fundamentado en el mérito, el acierto y la capacidad. La utopía, sí. También la fachada, el escaparate y el entretenimiento a cuya construcción colaboramos todos y cada uno de nosotros. Ya sea con la disculpa de por qué no intentarlo, la impresión de que es el lugar en el que hay que estar sí o sí, o el miedo a que te puedas estar perdiendo algo por lo que pasa la viabilidad de tu futuro.

Le preguntas qué hacer a la inteligencia artificial que es LinkedIn, programada por personas humanas con nombres y apellidos, con sesgos, intereses y propósitos vitales nunca plenamente objetivos. La respuesta es clara. Pasta. Es una empresa que funciona como cualquier otra. Te pide que contrates alguno de sus funcionalidades con la promesa de que te hará parecer más atractivo, interesante y sugerente. La alternativa, si no estás dispuesto a entregarle tu dinero, es que le proporciones el material que necesita para mantener su juego, su modelo de negocio. Interactuar de continuo, publicar textos y fotos, vídeos e infografías. Actualizar tu perfil, transmitir tu opinión, narrar cualquier episodio de tu vida o jugar a ser micro ensayista. Da igual el tema, vale lo sociológico, el mindfulness o la educación, la historia, la ética o las recomendaciones de viajes. Seas experto, estudioso, profesional o aficionado del asunto, lo mismo da.   

El premio es la visibilidad. Consigues ser visto, conocido y reconocido. Y con eso, supuestamente, comentado y apreciado. Y lo más importante, valorado, lo que te hará formar parte de rankings y sentirte de manera acorde a los parámetros de tu personalidad. Sexy e importante. Responsable y coherente. Valioso y superior. Ya tienes tu marca personal. Qué transmites. Qué ven los demás en ti. Qué imagen das. Cómo eres interpretado, aludido y recordado.

Espejo de la realidad. El mundo 2.0, el digital y el metaverso estructurados, gestionados y orquestados bajo los mismos cánones, segmentos y categorías que el físico, el de verdad, el de carne y hueso. Desde este se traslada a aquel quienes son los que dirigen, señalan y enuncian. Desde aquel nos transmiten, también a este, los mensajes, valores y propósitos con que hemos de comprometernos, los que hemos de buscar y perseguir para mantener la rueda, la quimera y la hipérbole para ser alguien. Un referente. Un líder. Alguien con marca personal. Una entre tantas otras. Entre cientos, miles, millones. Ahora que ya la tienes queda el siguiente reto, paso e hito. Destacar más que los demás. Una marca personal verdaderamente excelente, no la transitoriedad y fugacidad que has conseguido. ¡A por ello!   

(Imagen: Antonia San Juan como La Agrado en Todo sobre mi madre de Pedro Almodóvar). 

Privacidad, falsedad y manipulación: el otro lado de la transformación digital

La revolución tecnológica en la que estamos inmersos ha metamorfoseado de tal manera las funcionalidades con que resolvemos nuestras necesidades diarias que no parecemos ser conscientes del cambio sistémico en el que estamos inmersos y de sus consecuencias. La evolución es positiva si nos beneficia a todos, algo que impide el modelo de negocio de las redes sociales, los usos inapropiados de la inteligencia artificial y la falta de debates éticos sobre los límites a establecer. Estos documentales de Netflix, HBO, Filmin y RTVE nos invitan a reflexionar sobre ello.

The perfect weapon (2020, HBO). ¿Cuánto pueden llegar a afectarnos los fallos en ciberseguridad? Tanto o más que la destrucción física, por eso las guerras hoy en día se juegan también en esa dimensión. La amenaza es dejarnos sin fondos económicos, dinamitar el funcionamiento de las infraestructuras más básicas o apretar el botón de stop en la operativa de cualquier industria o empresa en cualquier punto del mundo. No es una fantasía, es algo que ya ha ocurrido en un sinfín de lugares auspiciado tanto por gobiernos y servicios secretos, como por delincuentes aventajados en el uso de las nuevas tecnologías.

Posverdad: desinformación y coste de las fake news (2020, HBO). La intensidad, insistencia y eco de las mentiras puede ser tal que no solo oculte la verdad, sino que genere movimientos e iniciativas sociales que atenten contra la integridad y estabilidad de nuestras democracias. La realidad es que la falsedad nunca es producto del error o el desconocimiento, sino que está concienzudamente preparada y transmitida para generar desconcierto y polarización. Un ruido que, mientras entretiene y separa a los que se lo creen y a los que son víctimas de sus ataques verbales y físicos, es utilizado por sus organizadores para asaltar el poder político, mediático y económico.

Sesgo codificado (2020, Netflix). ¿De verdad los algoritmos son justos y neutrales, eficientes y eficaces, objetivos y asertivos? Los hechos nos demuestran que no, que están contagiados de los mismos prejuicios que los seres humanos. A fin de cuentas, son diseñados por personas, lo que hace que su funcionamiento y rendimiento estén teñidos por los mismos filtros, asunciones, inexactitudes y disfunciones que las decisiones humanas. Algo que, por norma, discrimina a quien no cumple el prototipo mayoritario marcado por la raza blanca sobre las demás, la heterosexualidad ante otras orientaciones sexuales u otros aspectos como la edad, el origen étnico o hasta el lugar de residencia. 

El gran hackeo (2019, Netflix). Disección del escándalo de Cambridge Analytics con el que quedaron claras dos cosas. El propósito de Facebook no es facilitar la comunicación entre personas sino obtener el mayor número de datos de sus usuarios y monetizarlos cuanto le sea posible, sin hacer caso a regulaciones ni a planteamientos éticos. Y que Donald Trump se sirvió de ello para manipular, engañar, violentar y radicalizar cuando pudo al electorado norteamericano para ganar las elecciones presidenciales de 2016. La consecuencia, un punto de no retorno del que tomar nota para no dejar que esto se convierta en norma.

El dilema de las redes sociales (2020, Netflix). ¿Cuán espontáneo y orgánico crees que es tu muro de Facebook o Twitter? No tanto como supones. ¿Qué determina lo que ves y en qué orden? Alguien que no eres tú. A partir del análisis de tus interacciones (me gusta, comentarios o click en un link) se te ofrecen contenidos alternativos que tienen como objetivo alimentar tu curiosidad y perpetuarte ante la pantalla o, peor aún, presentarte una visión de los asuntos que te atraen, interesan o preocupan acordes a tus sesgos con el fin de exaltarte o radicalizarte. El riesgo es que acabes teniendo una imagen del mundo no solo falsa, sino enfrentada con quien no la comparta.

I.nmortalidad A.rtificial (2021, Filmin). ¿Te imaginas crear un avatar o un androide que almacene todos tus recuerdos para que el día que no puedas comunicarte, o fallezcas, tu hijos y nietos puedan seguir relacionándose contigo? El punto de partida es registrar nuestras facciones, el tono de nuestra voz y los momentos, impresiones y sensaciones de nuestra biografía a partir de fotografías, vídeos, perfiles sociales y demás. A partir de ahí, la inteligencia artificial las interpretaría de manera que nuestro alter ego digital interactuaría con quien se situara frente a él respondiendo de manera análoga a como lo haríamos nosotros y haciéndole sentir que puede seguir contando con nosotros. Un medio de mantener viva la conexión de las futuras generaciones con su pasado, pero también, quién sabe, un riesgo de que la ciencia ficción en que la máquina supere al hombre, y se haga dueño y señor de su destino, se haga realidad.

Justicia artificial (2022, RTVE). ¿Aceptaríamos ser juzgados por un sistema de inteligencia artificial? ¿Confiamos en que vaya a ser justo y que sepa interpretar no solo la ley sino también el rol que tienen las emociones y las motivaciones -diferenciar entre error, despiste e intención- en su incumplimiento? Cuestiones que se añaden a la duda sobre la imparcialidad de los algoritmos y el desconocimiento de quiénes están tras ellos y los criterios que siguen para su diseño. Sin olvidar un asunto importante, si estos se fundamentan en el análisis del pasado, ¿cómo seríamos capaces de imaginar o visionar escenarios futuros a partir de la experiencia? (Link)

Cryptopia (2020, Filmin). ¿Son las criptomonedas el futuro de nuestras finanzas y la base sobre las que se sustentarán las transacciones económicas en el medio plazo? ¿Quiénes están tras ellas? ¿No supondrán realmente un trasvase de un modelo de regulación establecido por estados a otro controlado por determinadas personas físicas? A su vez, la tecnología blockchain promete descentralizar internet y devolver su control a cada uno de sus usuarios, dejando atrás la etapa de oligopolio de grandes compañías con un modelo de negocio fundamentado en la obtención y monetización de nuestros datos. ¿Utopía o vuelta de tuerca?