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«Homintern. Cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno» de Gregory Woods

Un extenso repaso a los muchos nombres que en el período 1870-1970 han vehiculado a través de sus creaciones, de su manera de vivir y de relacionarse con su entorno, cómo era ser LGTB en un mundo que negaba y castigaba todo lo que no fuera heterosexualidad y heteropatriarcado. Un ensayo profuso con el que conocer a muchos de los excluidos de las historias oficiales de la literatura, la música o el cine, así como las vivencias y motivaciones no reconocidas de algunos de los sí incluidos.   

La Historia no está formada por un único relato, una línea recta masculina, blanca, cristiana y heterosexual. La realidad es que hay otras maneras de ser que desde el momento en que se (auto) perciben como diferentes y son, por ello, estigmatizadas y castigadas, dan pie a que los definidos por ellas se relacionen, expresen y busquen objetivos vitales de manera distinta.

Durante mucho tiempo -hoy incluso- ha habido quien ha optado por negarse a sí mismo para no ser excluido (familiar, social o laboralmente). Quien ha decidido guardar unas formas heterosexuales (matrimonios pactados, soltería discreta) que ha utilizado como barrera de seguridad para poder ser fiel a su manera de sentir en un círculo más privado. Y quien ha sido lo suficientemente osado y arriesgado para no aceptar frenos ni amenazas y decidiendo vivir su condición y circunstancia en base a su propio criterio (distanciado con indiferencia o alejado prejuiciosamente de lo que hoy llamamos “el colectivo”) o adscribiéndose a las coordenadas (barrios urbanos considerados zonas seguras según unos, guetos según otros) y cánones políticos (movimientos reivindicativos) de cada momento.

Los incluidos en el segundo y tercer grupo (e incluso los del primero), han buscado siempre referentes que les mostraran y les guiaran, que les hicieran de espejo, les motivaran o provocaran cómo construirse su propio camino. En el inicio del período analizado por Homintern, el eco de la obra y figura de Oscar Wilde parecía llegar a todas partes, pero aún más lo hizo la sombra del juicio que le llevó a la cárcel acusado de sodomía e indecencia, ocultando durante años su genio literario y poniendo en el blanco de la homofobia a todo lo que tuviera relación con él.

No es este el único caso que recoge Gregory Woods en su relato de cómo la cuestión LGTB siempre ha estado ahí presente. A lo largo de sus profusamente documentadas páginas recoge biografías llenas de exceso y descaro como las de Tamara de Lempicka, Serguéi Eisenstein o Rudolf Nureyev, así como el uso tergiversado que se ha hecho de la condición homosexual en temas como el del nazismo (acusados homófobamente por los aliados de ser gays y de ahí su crueldad sin límites) o por todas las democracias occidentales durante décadas (valga como ejemplo la británica).  

También las ciudades, como focos y lugares a los que acudir, son protagonistas de la Historia LGTB y de como esta subcultura o prisma no solo forma parte de la Historia general, sino que ha hecho de esta algo plural y diverso. El París lleno de norteamericanos de entreguerras, el hedonista Berlín de los años 20, la Italia viajada por los europeos del norte y la costa amalfitana en la que muchos de ellos se quedaron a vivir, el Tánger en el que estuvieron Paul Bowles, Tennessee Williams o Jack Kerouac, el Harlem neoyorkino al que llegó Federico García Lorca en 1929, o el Hollywood en el que la vida pública de algunas de las grandes estrellas estaba marcada por el marketing de los estudios para los que trabajaban mientras que su intimidad solía ir por derroteros completamente opuestos.

Homintern. Cómo la cultura LGTB liberó al mundo moderno, Gregory Woods, 2019, Editorial Dos Bigotes.

Luz y sudor en un viaje geográfico y emocional sin rumbo: “El cielo protector” de Paul Bowles

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La primera novela de Paul Bowles (1949) tiene mucho de lo que le atrajo del norte de África, donde haría de la ciudad de Tánger el centro de su vida. La conoció por primera vez en 1931, allí fijó su residencia en 1947 y en ella fallecería en 1999. “El cielo protector” es un perfecto compendio de las sensaciones que a un viajero empático y dispuesto a fusionarse con el lugar que visita, a dejar de lado su hasta entonces bagaje cultural y personal, puede provocarle adentrarse en el amplio territorio del desierto del Sáhara.

El neoyorkino deja a un lado los tópicos, lo suyo no es describir paisajes, escenarios, tipos y costumbres locales a modo de un cronista periodístico. No solo desplaza a su matrimonio protagonista, Port y Kit, y a su amigo acompañante, Tunner, a través del Sáhara, sino que es capaz de hacerlo también en un mapa paralelo marcado a fuego en la profundidad de cada ser humano y cuyas coordenadas son el corazón, la cabeza y el estómago. Es entre estos tres puntos donde surgen y se viven las emociones, en esa línea tan corta y a veces tan distante que une tanto en su relato como en la vida real, unas veces sí y otras no, la visceralidad con la racionalidad pasando por el equilibrio. Su escritura relata varios viajes a la par, uno en grupo, y otros tantos individuales como personajes principales. Esas rutas son las que les individualizan y les unen, procesos catárticos de estos tres americanos cuya motivación no solo ante la experiencia saharaui, sino también hacia la vida, no sabemos si es de esnobismo, deseo de vivenciar o interés intelectual.

La narración de Paul Bowles es pura evocación, leer bajo él es sentir la luz del amanecer que da tridimensionalidad al paisaje en el amanecer, notarse abrasado por el aire del mediodía, palparse la camisa empapada en sudor o sentir la arena del desierto escurrirse entre los dedos. Lo meteorológico y su influencia física alegorizan con gran belleza y lirismo los sentimientos encontrados, intuiciones, anhelos y búsquedas de sentido de personas que hacen al lector recorrer con ellos kilómetros bajo la luz de un sol cegador y la claridad de estrellas brillantes, en un entorno pesado cuando el aire abrasa y casi cruel cuando congela en su versión nocturna.

La atmósfera se hace más densa y brutal si cabe a medida que avanzan las páginas, los kilómetros entre referentes cultural ajenos al occidental dejan de tener rumbo, los días horarios, los diálogos se hacen monólogos ante la imposibilidad de comunicarse tanto con el que habla otro idioma como con el que no se consigue entenderse, y las reflexiones agnósticas introspecciones espirituales. Entonces lo que era un viaje trazable se convierte en una deriva sin coordenadas geográficas, pero que se hace más profundamente humano, deja de existir lo material y se pasa esa línea invisible que da paso a lo espiritual.

Se puede adivinar un paralelismo entre este novelar y la vida de su autor en coordenadas marroquíes, pero más que una experiencia autobiográfica, Paul Bowles nos ofrece con “El cielo protector” una posible guía de cómo trascendernos  –tanto en el contacto horizontal con el otro como en la profundización vertical en uno mismo- y llegar así a cotas de la vida y de nosotros mismos en las que alcanzar dimensiones personales hasta ahora desconocidas e inconcebibles.

Desnudez emocional e intensidad dramática: “The red fire” de Zoubeir Ben Bouchta

TheRedFire

Coincidencia de dos cuestiones. Primera, esta obra es una versión teatralizada de una de las cinco narraciones orales que el neoyorkino fijó al papel en el tiempo que vivió en el norte de Marruecos. Y segunda, compré esta obra en la librería Colonnes, la habitual de Paul Bowles en Tánger.

Como en la anterior obra que leí de Ben Bouchta, “Shakespeare Lane”, el amor y el poder son nuevamente la causa de cuanto sucede. Pero esta vez no hay amor, sino no amor, odio. Otra manera de que el eterno amor sea el motor de nuestras vidas y acciones. Porque el odio no separa, sino que une, hace que establezcamos lazos, lo heredan las siguientes generaciones y así es como perdura en el tiempo, marcando, complicando y limitando las relaciones entre hermanos, entre amigos, entre esposos o entre padres e hijos.

Zoubeir Ben Bouchta hilvana con diálogos directos a los personajes en “The red fire”. Con el hilo del odio y el poder del sometimiento que este busca, invitándonos a que lectores o espectadores se extrapolen a sí mismos lo que un mellizo le dice a su melliza (“It´s true you’re my brother and a piece of me, but I won´t have mercy on you. I will take you to your death bit by bit”), un marido a su mujer (“People marry because they don´t know how to love. As soon as they get married they become enemies and they don´t know what to do with each other”) o un hijo a sus padres (“The origin of animosity is love when one does not know how to love. If one comes to this word with love, how do you want me to be yours when you are the enemies of yourselves? I am guiltless of your animosity”).

En este mundo de desasosiego hace su presencia otro que no es humano que entra en escena con despliegues de iluminación y diálogos líricos y musicales, de frases enigmáticas y palabras de gusto retórico, pero de anestesia para la acción de sus interlocutores. Es el de los dioses y el misticismo. Quizás sea un plano solo soñado o imaginado, pero se hace parte del mundo de los personajes reales al convertirse en algo a medio camino entre su motivación y guía para ser dirigidos hacia no se sabe dónde. Y he ahí la paradoja, sin destino conocido ni intencionado, no hay movimiento, sino estancamiento. Entonces, ¿hacia dónde van estos personajes? Van hacia donde ya están, un mundo que no quieren ni desean. Así es como odian el mundo en que viven y se auto condenan a perpetuar y propagar su odio tanto en el espacio -con aquellos con los que se relacionan- como en el tiempo -con aquellos que les precedieron o que les seguirán-

Los llegados del plano celeste tienen también la misión de actuar como narradores para atraer al lector a lo que sucede en escena. Una vez aquí, la desnudez emocional de los diálogos entre los pocos caracteres de este libreto se convierte en una atmósfera en la que se avanza hacia adelante con el paso lento de las sensaciones y los sentimientos que lo inundan todo. Un ritmo preciso y tranquilo que avanza con sosiego hacia la intensidad dramática, y que imagino que en una correcta y bien dirigida puesta en escena será un gran regalo para sus espectadores. Una suerte, la de ver “The red fire” representado en escena que espero llegar a disfrutar algún día.

(imagen tomada de http://icpsresearch.blogspot.com.es/)

 

“Shakespeare Lane” de Zoubeir Ben Bouchta

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Durante varios días he paseado por “Shakespeare Lane”, la  calle que en su imaginación Zoubeir Ben Bouchta ha situado a principios del siglo XXI en la antigua zona británica del Tánger internacional. En este escenario teatral he sido testigo lector de acontecimientos movidos por dos de las grandes pasiones humanas, el amor y el poder. Esas que también se daban en las obras del gran dramaturgo inglés del mismo nombre, William Shakespeare.

Resulta sorprendente la cercanía personal que tienen los diálogos y anotaciones del texto del marroquí Ben Bouchta. ¿Será su maestría en hacer suyas las maneras en construir acontecimientos y personajes a través del diálogo del mismo Shakespeare? ¿Será la universalidad del teatro? ¿O simplemente que la expresión literaria de calidad es así tal cual independientemente del origen cultural de cada autor?

Amor y poder…

En el Tánger de Shakespeare Lane hay amor inevitable, ese que es espontáneo, que surge y se manifiesta sin razón lógica ni garantía de correspondencia. Está el amor que se vive con pasión, con la alegría y satisfacción que causa su vivencia, aunque a veces falte el valor de asumirlo. Y está el falso amor, el que es maquillaje de búsqueda de estatus o de tapadera de la soledad. Amor exigencia que cuando no es correspondido da pie a celos, a envidias, a mentiras y venganzas.

Ahora bien, en esta calle también hay personajes con poder, ese que se sustenta en el dinero y en la posesión material, al que se puede llegar por comportamientos inmorales o delictivos y que conlleva consigo las desigualdades entre personas, tanto en posibilidades presentes como en expectativas de futuro. Poder que es abuso y desprecio, chantaje y atropello moral.

… en la vida real

En estas coordenadas de variantes de amor y poder tenemos a dos protagonistas con familias enfrentadas desde generaciones atrás cuando cada una optó por un distinto bando colonial, un personaje relacionado con Paul Bowles, otro que dice trabajar (sobre el papel) para Unicef, extranjeros con suspicacias del mundo árabe tras el 11-S, enfermos que para un buen tratamiento han de recurrir a hospitales de pago.

La combinación de universalidad shakesperiana –amor y poder- con el momento presente da como resultado la absoluta naturalidad de las secuencias y diálogos que se suceden en “Shakespeare Lane”. Ahora sólo me queda desear que lo que ha sido una gran lectura pueda llegar a ver algún día representada esta obra en la ciudad en la que me encuentre. Y si es en español que el texto esté tan bien traducido como parece estarlo del árabe al inglés en la edición que adquirí el pasado 30 de diciembre en la ciudad en que sucede su ficción.

(imagen tomada de amazon.es)

“El Tiempo entre Costuras” de María Dueñas

ElTiempoEntreCosturas

He hecho coincidir la lectura de “El Tiempo entre Costuras” con un viaje por dos de los lugares en los que María Dueñas ambienta su novela: Tánger y Tetuán. Por sus medinas y sus ensanches urbanísticos de planificación occidental he recorrido y visitado calles y lugares en los que se sucede esta historia. Leer durante el viaje no me ha ayudado a una mayor visualización de la novela, sino al revés, la narrativa de Dueñas apoyó la experiencia personal de verme trasladado a la época de su historia, al esplendor internacional y el pasado español que Tánger y Tetuán vivieron durante varias décadas en la primera mitad del siglo XX. Añádase a esto conocer por residencia o por viajes previos sus otras localizaciones, Madrid y Lisboa.

La sobria redacción, claridad de las descripciones y justa precisión de los detalles ofrecidos se sitúan en un punto de encuentro entre el exhaustivo trabajo de documentación que se le supone a la autora y dar al lector la información que necesita, ni más ni menos, para introducirse en la historia y situarse en cada uno de los momentos y escenarios por los que esta avanza.

Su hilo argumental son las vivencias de Sira Quiroga, un personaje -tan bien presentado como todos los demás- que como narradora en primera persona nos conduce de unos lugares y tiempos a otros. A través de sus ojos y vivencias la novela evoluciona con diálogos vivos y profusos entre el retrato social, el folletín amoroso, la historia contemporánea y la intriga de espías. En esta variedad de géneros, personajes, lugares y momentos históricos se van incorporando en un relato que crece con gran espontaneidad.

Sin embargo, una vez conseguida la fluidez narrativa llegan determinados quiebros en la historia y en la evolución de los personajes que por su efectismo hacen que el avance de “El tiempo entre costuras” tenga algunos giros forzados. Queda la duda de si estos momentos son resoluciones para encajar piezas predefinidas o si su intención es cerrar círculos narrativos y descriptivos cuya no solución impedía el correcto desarrollo de los personajes y de la propia historia.

Para cuando esto comienza a suceder, el relato ya tiene suficiente bagaje y demanda seguir adelante con él por el buen trabajo de ambientación y recreación, por lo entretenido que es y por la locuacidad narrativa de su autora. Un fin a una novela que para mí marca la curiosidad de tener la experiencia de volver a leer otro título más de María Dueñas.

(imagen tomada de amazon.es)

Impresiones, anécdotas y ganas de más Marruecos

Llega el momento de dejar Marruecos, se acabó el viaje que he hecho por Tetuán, Chefchaouen, Assilah y Tánger. Toca hacer la maleta, recoger las cosas que traje y guardar también las que he comprado. Vuelvo con poco equipaje extra en la maleta, tan sólo tres pequeños libros, tres obras de teatro marroquíes traducidas al inglés.

Literatura

No conozco nada sobre literatura marroquí ni sobre sus autores,  pero leer teatro es una de mis pasiones, aunque lo haga mucho menos de lo que me gustaría. Me he encontrado con ellas sin buscarlo, surgieron sin más. Las dos primeras en la librería de la antigua legación americana y la tercera en la librería Colonnes, a la que llegué siguiendo los pasos de Paul Bowles. Leyendo sus reseñas me han parecido interesantes, “No man’s land” de Mohammed Kaouti dice ser una predicción del movimiento del 20 de febrero, la versión marroquí de la primavera árabe de 2011, y de Zoubeir Ben Bouchta “Shakespeare Lane”, una reinterpretación de momentos de distintas obras del genial inglés, y “The red fire” que toma punto de partida una historia que el pintor y novelista local Ahmed Elyakoubi contó a Paul Bowles y que este redactaría en inglés bajo el título “The night before thinking”.

Tras haber conocido un poco más sobre él y su vida aquí, de Paul Bowles me voy con ganas de leer “El cielo protector”. Tengo en casa sin ver la adaptación cinematográfica de Bernardo Bertolucci, quizás sea también el momento de desprecintarla y poner el dvd en marcha.

El Reducto

Con la maleta cerrada y la mochila al hombro bajo por última vez en el ascensor estilo colonial del hotel Rembrandt. No será este el hotel que me lleve como recuerdo, será el riad de Tetuán, “El Reducto”. Llegar hasta él callejeando por la medina ya le dio un primer toque de autenticidad, y a este súmale otros como su pequeño tamaño articulado en torno a su bonito patio interior de estilo morisco, la calidez de la decoración de la habitación y el que el hotel en total contara con tan sólo cinco estancias, las vistas desde su azotea, el desayuno que te preparaban al sentarte, la mesa llena de libros en el comedor para hojear y la anécdota de ser uno de ellos “El tiempo entre costuras”, la novela de María Dueñas cuya lectura he hecho coincidir con este viaje para así avanzar entre sus páginas por las ciudades en las que acontece parte de su historia.

Viajando en autobús y en tren

Pagadas las cuatro noches que he hecho en Tánger, salgo a la calle a coger un taxi. En apenas 30 segundos para uno a mi lado, antes de subir y siguiendo el manual del turista precavido le pregunto cuánto me cobrará por llevarme al aeropuerto.

Esta vez sé que voy seguro a mi destino, no como cuando en Chefchaouen me subí al bus para volver a Tetuán. El billete marcaba como hora de salida las 15:15 y a esa hora apareció un autobús, me subí a él rápidamente ya que llovía a mares mientras el resto de los que también debían hacerlo introducían sus equipajes en el maletero. Sube una chica y me dice que ella tiene mi asiento también, le enseño el billete y ella me enseña el suyo. Al ver los dos algo me llama la atención, no son iguales, tenemos el mismo número de butaca, pero el suyo dice que va de Chefchaouen a Fez y el mío que voy de Chefchaouen a Tetuán. ¡Me había equivocado de autobús! ¡Qué momento! Me excusaré alegando que en la estación no había ningún panel indicativo ni avisos por megafonía.

Parecida cara de ¡ay! se me debió quedar en la estación de tren de Assilah al volver para Tánger. Había comprado billete para el tren de las 16:41, llegué media hora antes y pensé que si llegaba otro tren antes lo cogía ya que los asientos no eran numerados. Por la mañana el tren en el que vine de Tánger había parado en la vía 1, y ante, nuevamente, la falta de paneles informativos y de avisos por megafonía supuse que para volver debía colocarme en el otro andén, el 2. Y a eso de las 16:20 oigo la sirena del tren, dejo de leer y miro, están viniendo dos trenes a la vez, cada uno en un sentido. Y el que va en dirección norte, en el que tengo que subir yo ¡es el del otro andén! No hay paso soterrado y el convoy que va hacia el sur me impedía cruzar las vías, imagino que me quedé con cara de pasmado en grado supremo. Una vez se fueron los trenes pregunté al de seguridad cuál era el andén de mi tren, me dijo que el 1 y allí me coloqué y esperé sentado leyendo al que era mi tren. Y leí bastante, tanto como los 50 minutos de retraso con que llegó el tren Oujda-Tánger. La experiencia ferroviaria creció con intensidad al intentar subir al tren, imposible hacerlo en los vagones de segunda clase tal y como me correspondía por mi billete. Iban tan llenos como el metro en hora punta, con los pasillos y los espacios entre puertas repletos de gente de pie. Así que subí en el de primera en el que todo el mundo va sentado en el asiento asignado en su billete, pero como también iba completo, hice el trayecto de pie.

Relativo a los trenes me quedo con las ganas de saber por qué el único colectivo que vi que tenían derecho a descuento en la tarifa, del 50%, eran los periodistas. Cuando viajo llevo conmigo mi carnet de la federación internacional de periodistas, pero estuve lento de reflejos en la taquilla y no llegué a sacarlo. No por el ahorro en el billete, sino por ver la reacción, parto del concepto de que los periodistas en este país son un colectivo controlado. Me lo anoto para la próxima vez que vuelva.

“Hola amigo”

Ya en la terminal del aeropuerto de Tánger me dirijo al mostrador de facturación, en apenas un minuto tengo mi tarjeta de embarque. El personal habla perfectamente español, supongo será un requisito que ha tener en su cv para poder trabajar en el aeropuerto atendiendo a turistas españoles, pero caminando por las calles de Tánger y, sobre todo, de Tetuán, queda patente que hubo un tiempo que en este fue un territorio con amplia presencia del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Nombres de establecimientos y antiguas placas de denominación de calles son algunos de los testigos de aquel pasado.

Entre la población, el español básico está a la orden del día entre todos los que te vayan a atender como turista. Enseguida por la cara me identificaban como español  y llegaban los “Hola amigo”, “¿De dónde eres, de Madrid?”, “Yo te enseño la medina”, “Si buscas cosas bonitas yo te llevo”,…, todas ellas ofertas de lo más interesadas. Siguiendo el manual del turista precavido respondía con un “No, gracias” o un “Ya sé, conozco la ciudad”, evitaba la mirada, seguía caminando a mi paso y no respondía a la propuesta de diálogo. En algunos momentos, sobre todo en la medina de Tánger, aceptar este cortejo impuesto por mayores y pequeños fue todo un ejercicio de paciencia, no había calle en que no te libraras y no parecían aceptar un no por respuesta.

Si con el español no puedes hacerte entender, con un francés básico sí que llegas a todas partes. Aunque ha habido algún momento, con gente mayor fundamentalmente, en que al no hablar árabe la comunicación no ha sido posible.

¿Seguridad o control?

Como si fuera un ejercicio simétrico a la llegada hace una semana, paso el control policial para que mi pasaporte quede registrado en el sistema informático del Ministerio del Interior del Reino de Marruecos y en su página 30 pongan el sello de salida.

Será la última vez que vea presencia policial o militar en este viaje, un continuo que me ha acompañado desde el primer día y que parece ser la cotidianeidad del país. En controles de carreteras, en estaciones de autobús y tren, repartidos aquí y allá por el paseo marítimo o el llamado mirador “de los perezosos” en Tánger, en la plaza Hassan II o en la medina de Tetuán y en la de Chefchaouen, en la parada de taxis en Assilah,… Creo no haber pasado por un sitio donde no haya visto hombres uniformados visiblemente colocados.

¿Serán ellos el motivo de la sensación de seguridad que hay en el ambiente? ¿O me equivoco y realmente debo interpretarla como sensación de control? ¿Tendrá algo que ver con los acontecimientos de la llamada primavera árabe en el país en febrero de 2011 o con atentados como el de Marrakech en abril de 2011? ¿O sencillamente ha sido siempre así? Si comparo con mi viaje anterior hace tres años, mi sensación es que la presencia policial y militar en las calles era entonces, igual que ahora.

Comerciantes como Mahoma

Cuando cae la noche das por hecho que las calles se van a vaciar porque ha llegado el momento de hacer vida en casa. Sin embargo, lo que he vivido estos días ha sido todo lo contrario, al desaparecer el sol las aceras se abarrotaban de gente, de familias y grupos de mujeres y hombres jóvenes que parecen estar haciendo vida social.

Mujeres mayores ves pocas, y hombres de mediana edad y mayores ves muchos, pero casi todos ellos sentados en las terrazas de los cafés y salones de té de nombres exóticos como “Salón de Thé Grand Paris” y “Café Saigon” que recuerdan la huella del protectorado francés cuando el referente de modernismo era la antigua metrópoli y sus colonias africanas y asiáticas.

Y junto a aceras repletas de paseantes y terrazas llenas de hombres que miran a aquellos o debaten entre ellos, un comercio que se coloca por todas partes. No sólo se vende en la medina y en los locales comerciales convencionales de las zonas modernas, allí donde hay un hueco en el adoquinado surge una mesa o una manta en el suelo sobre el que se colocan toda clase de artículos a la venta.

–           “Lo que pasó en febrero de 2011 ha hecho que levanten la mano en algunas cosas, hasta entonces, por ejemplo, el tema del comercio se desarrollaba exclusivamente dentro de la medina. Los puestos ambulantes que has visto en la plaza de Hassan II o repartidos por las calles del ensanche antes no estaban”, me decía una española en Tetuán.

–          “Pero si aquí los sueldos son más bajos, ¿quién compra todo esto? ¿de verdad tanta gente puede vivir del comercio?”, preguntaba yo intentando saber dónde estaba el equilibrio oferta-demanda en aquel espectáculo de calles abarrotadas de mercancía exhibida y cantidades ingentes de peatones y potenciales clientes que hasta dificultaban el paso de vehículos.

–          “No sé decirte si se puede vivir o no de ello, pero la realidad es que ahí están un día tras otro desde primera hora hasta bien entrada la noche. El profeta Mahoma era comerciante y supongo que eso es lo que hace que tanta gente elija esta actividad en esta cultura”, y llegada a esta conclusión que sigue pululando en mi cabeza como explicación al porqué del asunto dejamos el tema de conversación.

Surgió la mención a Mahoma con la misma cotidianeidad con que se vive el islam en la vida pública de los países árabes. Esta ahí, es permeable, transversal a todo. De hecho, el estado marroquí tiene en su estructura un ministerio de asuntos religiosos, el Habus. Andas por la ciudad y oyes las llamadas a la oración, paseando por cualquier rincón de la ciudad encontrarás una mezquita en la que hombres y mujeres entrarán por puertas diferentes ya que en su interior sus espacios están completamente separados.

Excepto a determinadas horas del día en la suntuosa mezquita de Hassan II en Casablanca, ningún no musulmán puede entrar a una mezquita en Marruecos. La medida comenzó durante el protectorado francés para que los musulmanes sintieran respetadas sus creencias e identidad y evitar conflictos con la comunidad expatriada, y tras la declaración de independencia se siguió manteniendo la prohibición.

La familia

Ya estoy en la zona de embarque del aeropuerto. Mi entretenimiento aquí es siempre el mismo, ¿a qué otras ciudades habrá vuelos desde aquí? ¿Y cómo será la gente que va a esos destinos? En las próximas horas veo que aparte de a Madrid, hay programados vuelos a Casablanca, París, Lisboa y Bruselas.

Veo personas con look occidental y otros tradicional, una diferencia visualmente mucho más evidente en las mujeres, los colores vivo de sus chilabas, el pañuelo en la cabeza, el hiyab. Entre los que parecen nacionales apenas se ven pasajeros individuales, abundan las familias, y en ellas queda claro como cuando lo ves en cualquier ciudad que hay un cabeza de familia, él, y una encargada, ella, de estar al tanto de los varios hijos que tienen.

Sabores

El vuelo es a las 13:00, mala hora, me veré obligado a tener que pedir algo de la comida de pago del avión. Nada que ver con los zumos naturales de naranja exprimidos en el momento en puestos callejeros que he tomado estos días, el pescado fresco en las terrazas del paseo marítimos de Tánger, el sabroso couscous con pollo que tomé frente a la kasbah de Chefchaouen y en el Restinga de Tetuán o el tajin de verduras en Assilah. Me llevo en el sentido del gusto las distintas clases de preparación de aceitunas que puedo haber probado y descubrimientos como la harira, la tradicional sopa marroquí elaborada a base de carne, tomate y legumbres.

Cenar en el “Populaire Saveur de Poisson” la última noche fue toda una experiencia. Un pequeño local con capacidad para unas 25 personas cerca de la entrada de la medina de Tánger. Llegas y te sientan donde haya hueco junto a otros clientes en sus mesas corridas. No hay carta, menú único servido en fuentes de barro: sopa de pescado, un revuelto a la plancha de sepia, mero y distintos mariscos, a continuación un lenguado a la plancha y marrajo a la brasa. Todo ello acompañado de un rico zumo de frutas que combina frambuesas, pera y frutos secos. Éxtasis para la boca. Y como cierre de postre dos combinaciones de miel, una con copos de avena y frutos secos y otra fresas y granada.

Tres años después

Asiento 17A, he tenido suerte, salida de emergencia, así podré ir un poco más cómodo con las piernas estiradas. Miro el sello de salida en el pasaporte, mismas fecha tres años después que mi anterior viaje a Marruecos, del 26 de diciembre al 2 de enero. Entonces entre 2010 y 2011 en el que fue mi último viaje como guía acompañante de grupos en viajes organizados.

La ruta de aquel tour fue Marrakech-Ourzazate-Erfoud-Fez-Casablanca-Marrakech. La plaza Djemaa el Fna de Marrakech me pareció un auténtico espectáculo en vivo, quedé impresionado al conocer que la medina de Fez la forman más de 9.000 calles en las que viven 300.000 personas, me encantaron los amaneceres en Erfoud a las puertas del desierto, así como cruzar por dos veces el macizo del Atlas y descubrir que en sus zonas altas tiene nieves perpetuas,… Entonces me llevé la impresión que esta es una buena época del año para visitar Marruecos, viniendo del invierno de Madrid, la luz y las temperaturas de hasta 20º en el momento central del día resultan muy agradables.

Después de lo conocido estos días sobre el protectorado español y francés, me quedo con ganas de conocer Casablanca y Rabat, las ciudades en las que está el centro político y económico del país que surgió en 1956. Y si vuelvo a Tánger intentar recorrerla siguiendo las huellas de Delacroix y Matisse, qué vivieron y conocieron, qué sintieron, qué les impactó en esta ciudad y en las demás que visitaron en el país, qué hay detrás de las pinturas que aquí crearon. Me queda como pendiente la experiencia de ir a un barbero local, de repetir la visita a un hamman,…

«Buenas tardes señores pasajeros. El comandante y todos nosotros les damos las gracias por elegir este vuelo con destino Madrid. La duración del vuelo será de aproximadamente una hora.” Ahora sí que sí, con el aviso de megafonía de la sobrecargo puedo decir que la experiencia de este viaje ha llegado a su fin.

Assilah, mirando al Océano Atlántico

A las 10:40 de la mañana he cogido en Tánger el tren que partía hacia Oujda, en la frontera con Argelia. 40 minutos después he comenzado a ver al fondo el océano, tranquilo, relajante, inmenso. Acto seguido, el tren ha realizado su segunda parada en lo que llevábamos de trayecto, habíamos llegado a Assilah.

Al salir del edificio terminal, y junto con una pareja española, he cogido el taxi que estaba esperando a los viajeros y por 10 dirhams (1 €) por persona nos ha dejado en el centro de la ciudad. Allí, en el lado norte de su muralla, y junto al océano, estaba una de las puertas de entrada a la medina.

Si por algo llama la atención la medina de Assilah, entre otros motivos, y que es parte de su encanto, es contar aquí y allá con lienzos de paredes convertidos en murales. Dan color, hablan a la imaginación, suscitan la curiosidad y te enganchan a seguir caminando buscando el siguiente mural, a ver qué dice, qué contiene, qué expresa. El arte parece ser una de las señas de identidad de esta ciudad, además de los murales, añádanse las varias galerías y talleres artísticos que se ven en sus calles, así como un centro de exposiciones (Centro Hassan II de Encuentros Internacionales) en el que he visto una muestra de artistas jóvenes de distintos países árabes.

Murales

Además de por lo artístico, esta medina es diferente a la de otras ciudades como Tetuán, Tánger, Fez o Marrakech. No sólo por ser más pequeña, sino también porque todas sus calles de entrada, así como las que circundan interiormente su muralla, son amplias y diáfanas. También por no haber comercio en su interior más que el estrictamente dirigido a turistas, y ser estos el grupo de gente mayoritario frente a los locales. Añádase lo cuidado del conjunto de sus calles y de los arreglos florales de muchas de las puertas de entrada de sus viviendas.

Calles

Todo esto respirando, oliendo, escuchando el océano, y pudiéndolo ver subiendo a la muralla junto a su torre suroeste.

Desde ese lugar se pudo ver en 1471 cómo llegaron los 30.000 portugueses que conquistaron la ciudad. Fueron ellos quienes construyeron a continuación la muralla que existente hoy en día, haciendo así de Assilah, como de Ceuta o de Tánger, un puerto base para las rutas marítimas portuguesas que tenían como destino el cuerno de África. Tras la unión en 1578 y posterior separación en 1640 de los reinos de Portugal y España, Assilah pasó a ser parte del imperio español, en cuyos dominios estaría hasta 1691 en que fue recuperada por los árabes. En 1912 la ciudad quedaría incluida dentro de la zona del protectorado español de Marruecos.

De esta época quedan testigos como la iglesia de San Bartolomé y la arquitectura que aloja varios restaurantes frente a la puerta norte de la medina. En la balconada de uno de ellos, en el Océano, reza un “desde 1914”. Desde aquí  se puede rodear la muralla portuguesa de la medina por su exterior, ver sus otras dos puertas en el lado este y en la torre sureste, y comprobar la vida fuera de esta, una primera zona de terrazas de restaurantes y otra posterior donde está el mercado que hubiéramos esperado encontrar dentro: verduras, frutas, huevos, pollos, cerámicas,…

Muralla

A la hora de volver a la estación del tren, y con 18º como los que hacía hoy, merece la pena volver al punto de inicio del día, la puerta norte de la medina y desde ahí caminar por la playa hasta la estación para tomar de vuelta a Tánger el tren de las 16:40 que venía desde Oujda. Un paseo de dos kilómetros hacia el norte que comienza dejando atrás el pequeño puerto pesquero, sigue dejando a un lado el espigón y finalmente, si hay oleaje, se puede ver a surferos disfrutar de las olas en un mar en estado natural que parece prolongarse hasta el infinito.

Oceano

Tánger: zona internacional

Cuando entras al hotel Rembrandt su recepción te sitúa entre el hoy y el hace varias décadas. Hoy porque como en todos los sitios públicos, y tal y como es por ley, te recibe una fotografía de Mohammed VI, el monarca alauí desde 1999. El mobiliario de madera basado en líneas curvas, la sobrecarga dorada de los marcos de los espejos, el forjado de la puerta del ascensor y la sinuosa elipse de la escalera te llevan a aquellos años (1912-1960) en que Tánger era zona internacional. Una ciudad en territorio africano pero gobernada por ingleses, franceses, españoles, portugueses, holandeses, belgas, italianos y estadounidenses.

Desde la cafetería acristalada con el retrato del famoso pintor holandés (reproducción del autorretrato que conserva el Museo del Prado) y su terraza con piscina sus huéspedes elucubrarían que estaría pasando al otro lado del Estrecho de Gibraltar, así como divisar los buques que quizás desde España llegaban al puerto de la ciudad –hoy algunas construcciones ya no te lo permiten con claridad-.

Tras su urbanismo de medina árabe y ensanche occidental y su presente de ciudad fronterizo-comercial, Tánger esconde un pasado siglo XX en que la ciudad vivía y miraba hacia Europa. Situación que se prolongó hasta 1960 en que la ciudad y su región se unen a Marruecos, constituido como estado independiente en 1956.

Fotografías y películas en blanco y negro

Buscando ese pasado he callejeado por la medina hasta llegar al Museo de la Fundación Lorin. En la dos salas de sus plantas las fotografías en blanco y negro expuestas –originales con varias décadas a sus espaldas en un estado de conservación y de exposición mejorable- muestran momentos como las carreras hípicas que se organizaban en la playa, el recital de piano que llegó a dar un joven Herbert von Karajan, los bailes y desfiles de moda organizados en el casino, el inicio de la construcción de la catedral española, la visita en su yate del matrimonio Aristóteles Onassis-Maria Callas,…

Tiempos en que las producciones teatrales se estrenaban en el Teatro Cervantes, inaugurado en 1913, por mucho tiempo sus 1.400 butacas le hicieron el más grande del norte de África. Hoy el abandono ha hecho mella en él y está cerrado en estado ruinoso.

TeatroCervantes

Los grandes estrenos cinematográficos se presentaban en el Cinema Rif. Un edificio modernista en el Grand Socco que desde 2007 es la filmoteca de Tánger. Una institución dedicada a preservar películas y proyectar películas en versión original (subtituladas en francés), ayer cuando pasé por allí tenían en cartelera la reciente americana “El mayordomo” de Lee Daniels y la árabe de los años 50 “C’est toi que j’aime” de Admed Badrakhan.

CineRif

Geopolítica internacional

Quizás en su día se proyectaron películas como “Tanger” con María Montez (1946) o “Vuelo a Tánger” con Joan Fontaine y Jack Palance. Títulos como otros muchos –y cuyos carteles también he visto en la Fundación Lorín- que han situado intrigas, acción y misterio en esta ciudad, en las intricadas calles de su medina y la arquitectura colonial de su exterior, entre locales y expatriados, entre personas y gobiernos. Uno de estos a buen seguro fue el americano. Volviendo a entrar en la medina merece la pena visitar el Museo del Consulado Americano, situado en el mismo edificio que cumplió la función de sede diplomática de EE.UU. en Marruecos de 1821 a 1956.

El recorrido nos permitirá conocer cómo ha sido la relación entre ambas naciones, haciendo especial hincapié en su génesis y en el papel que Tánger y Marruecos jugaron para los americanos durante la II Guerra Mundial.

Marruecos fue el primer país que reconoció a EE.UU. como estado independiente cuando aún estaba luchando como colonia contra los británicos para conseguirlo, en 1777. La primera delegación americana se estableció en Tánger –entonces capital diplomática del país- en 1797 para apoyar sus rutas comerciales con origen o destino en el Mediterráneo.  Desde su delegación, los americanos realizaron una intensa labor durante la II Guerra Mundial. En aquel momento Tánger se convirtió en un lugar de máxima tensión, Franco mandó ocupar la ciudad y esta pasó a ser española (de 1940 a 1945) junto con el resto del norte de Marruecos que formaba el protectorado español. Un control geográfico de un potencial aliado de Alemania e Italia muy inquietante para el resto de países involucrados en el conflicto.

El litoral marroquí, junto con el argelino, acogería el 8 de noviembre de 1942 el desembarco de las tropas estadounidenses que lucharían contra las tropas del eje en el norte de África, la Operación Torch. Marruecos como parte del protectorado francés estaba regulado por el Gobierno de Vichy (el gobierno francés colaborador del régimen nazi de 1940 a 1944), pero sus autoridades locales colaboraron con los aliados. En 1943 Churchill y Roosevelt se reunieron en Casablanca para coordinar la estrategia común en la guerra. Posteriormente, Reino Unido y EE.UU. apoyarían a Marruecos en su reclamación de independencia ante Francia y España.

Arte y literatura

Las distintas estancias de la antigua delegación diplomática norteamericana nos permitirán también conocer cómo es la distribución de una casa de alto nivel dentro de la medina, estructurada en torno a sus patios para aprovechar la luz.

US

En la planta baja la visita acaba con una pequeña muestra artística en la que se pueden ver obras relacionadas con la ciudad de Rafael Cidoncha, Claudio Bravo, Guillermo Pérez-Villalta, Oscar Kokoschka o Cecil Beaton. Hoy el edificio es la sede del Instituto para Estudios Marroquíes (Tangier American Legation Institute for Morrocan Studies) y cuenta con una pequeña librería en la que poder comprar textos en inglés sobre EE.UU y Marruecos.

En una de las salas previas se muestran reproducciones de fotografías y cartas manuscritas de Paul Bowles (1910-89). El americano vivió aquí desde 1949 hasta su muerte, dedicó mucho tiempo a estudiar la música tradicional marroquí, escribió novelas ambientadas en Tánger como “El cielo protector” (1949) y “Déjala que caiga” (1952) y recibió como anfitrión a amigos como Truman Capote o Tennessee Williams.

TrumanCapotePaulBowles

Truman Capote en el centro y Paul Bowles a la derecha

La pequeña librería Colonnes, de la que Bowles era asiduo sigue estando hoy abierta en el número 54 del Boulevard Pasteur en la zona nueva de la ciudad. Merece dedicarle unos minutos y ver qué pueden tener interesante en árabe, francés o inglés en sus estanterías relacionado con la ciudad, como bibliografía de autores beat como William Burroughs y Jack Kerouac, también visitantes de Tánger en la década de 1950.

Ciudad de unos y de otros

Todos ellos pasearon por una ciudad que vivía un gran momento de su historia. Muy diferente a tiempos pasados en que por su posición en el mapa Tánger era objeto de deseo de gobiernos y se la disputaban de manera conflictiva. Para conocer estas luchas a lo largo de la historia el sitio al que acudir es el museo de la kasbah en lo alto de la medina.

Mediante piezas de cada período, conoceremos que por aquí pasaron fenicios, mauritanos, romanos, vándalos, bizantinos y árabes, llegando a constituirse en un emirato en 1421. Tras varios intentos previos, los portugueses se hicieron finalmente con ella en 1471. Sus casi dos siglos de ocupación fueron los que dieron la forma actual al trazado de la medina con su recinto amurallado y levantado sobre la roca viva en la zona de la kasbah que da al estrecho de Gibraltar.

Muralla

En 1661 los portugueses cedieron la ciudad a la corona inglesa como parte de la dote de la infanta Catalina de Braganza al casarse con el rey Carlos II. En 1684 el sultán de Marruecos logra hacerse con la ciudad, pero los británicos la destruyen antes de irse. La ciudad fue reconstruida y se mantuvo marroquí, con un paréntesis italiano en 1849, hasta 1912 en que se constituye como zona internacional tras varias décadas de intensa presencia extranjera por motivos comerciales y diplomáticos. La zona internacional se formalizó en 1923 con el Estatuto de Tánger que, con el ya señalado paréntesis de la ocupación española de 1940 a 1945, se mantuvo hasta 1960.

De los siglos XVII y XVIII quedan como vestigios apuntando al mar varios cañones de distintos orígenes (portugués, francés, holandés,…) en distintos miradores. Los ingleses dejaron detrás del Grand Socco la iglesia de San Andrés (1894-1905). Protestantes, anglicanos y episcopalianos residentes en la ciudad se siguen reuniendo allí en la actualidad todos los días para escuchar misa. Un edificio peculiar, una iglesia con arquitectura morisca, con el padre nuestro grabado en su altar en árabe y sin una sola imagen en todo el templo. En el caso de los católicos, estos cuentan con hasta cinco templos por toda la ciudad.

CañonesIglesia

Desde 1960 hasta hoy

Tras el breve período del monarca Mohammed V, el reinado de Hassan II (1961-1999) desatendió deliberadamente a la ciudad como medida con la que asfixiar los anhelos occidentales de sus habitantes producto de la historia reciente y de su continuo diálogo comercial con el otro lado del estrecho. Mientras el centro del país (Casablanca-Rabat-Fez-Marrakech) se convertía en el eje político, económico y social del país, «el norte era zona postergada, dejada y abandonada, obligada a buscarse su propia supervivencia«, según palabras de un español residente.

Hoy, mientras escribo esto, recuerdo el gran buque de cruceros que ayer estaba atracado en el puerto y en el que llegaron los muchos turistas que me crucé en la medina, y el paseo que di esta mañana junto al mar viendo cómo el actual puerto de la ciudad –además del comercial situado a 15 km- se está ampliando con un segundo muelle aún en construcción. El desarrollo comercial internacional, las inversiones extranjeras (alguna de la ropa que vestimos de Zara cuya etiqueta dice “Made in Maroc” ha sido cortada y cosida en talleres de la ciudad) y el turismo son las bases del progreso del país desde que comenzara la monarquía de Mohammed VI en 1999, y Tánger es un ejemplo de los tres puntos.

El hoy del hotel Rembrandt

Lo que fue la introducción de este post, el esplendor de Tánger durante su tiempo como zona internacional, se quedó en el pasado de este hotel y sólo en los espacios señalados. En su estado actual, las habitaciones no tienen encanto alguno y si hubiera que darles una definición sería la de funcionales.

Otra cosa hubiera sido alojarse en el Hotel Continental, donde lo hacen Sira y Ramiro en la novela “El tiempo entre costuras” de María Dueñas, coincidiendo con que la estoy leyendo durante este viaje. Pero esa es ya otra historia.

HotelContinental

Llegar hasta Tetuán

Se ha encendido la señal de “abróchense los cinturones”, miro por la ventanilla y lo que presumo es la línea del litoral gaditano se va quedando atrás y sólo se ve azul, intensidad lapislázuli en el océano y turquesa hacia el horizonte. Según la mitología griega estoy más allá del mundo conocido, aquel que entonces abarcaba únicamente el mar Mediterráneo y cuyo fin a Hércules mandaron enmarcar en uno de sus trabajos colocando dos columnas, una en Tarifa y la otra en el monte Hacho en Ceuta, fijando así en los mapas de entonces y de ahora el Estrecho de Gibraltar. Hoy soy yo el que pretende ampliar su mundo conocido, la intención de este vuelo es llegar a ciudades que hasta ahora nunca había visitado.

En poco más de cinco minutos el avión gira hacia la izquierda y entonces observo nuevo litoral, es la costa atlántica africana, estamos entrando en Marruecos. En los minutos que el Bombardier CRJ200 sobrevuela tierra llama la atención lo verde del terreno y sus subidas y bajadas, así como la multitud de construcciones que se ven aquí y allá, incluido un extenso parque de aerogeneradores, y un poco más allá la amplia prolongación urbana que supongo es Tánger.

Aterrizamos puntuales a las 12:25 hora local, apenas han sido 50 minutos en el aire desde Madrid, y salimos del avión. Primera impresión, hasta se podría decir que hace calor, sobra el abrigo, la brisa es agradable a la piel y si fuera a estar en exterior un poco más no podría hacerlo sin recurrir a las gafas de sol. La terminal del aeropuerto tangerino es pequeña, lo que permite resolver en breve los trámites aeroportuarios: control de pasaportes, cambiar euros por dírhams (1 €: 10,5 dírhams) y salir por el “no tiene nada que declarar” que aquí incluye pasar todo el equipaje por un scanner de (presunta) seguridad.

Es el momento, ¡comienza la aventura! Destino de este primer día: Tetuán. Junto al indicador de taxis en la terminal de llegadas un gran cartel te indica las tarifas, a Tánger centro ciudad 100 dírhams. En mi tímido francés, le indico al taxista que quiero ir a la estación de autobuses de la compañía CTM –la que he leído que da un servicio más fiable-, y me dice que entonces son 150, que los 100 es a la es estación central. “OK, no problem, a la estación central de autobuses entonces” le respondo, cuando lleguemos allí ya pensaré qué hacer.

Nos ponemos en marcha. Desde el primer momento hay edificaciones a lo largo de todo el camino, con mayor densidad a medida que avanzamos. Me llama la atención que aquí y allá se vea a hombres, mayoritariamente jóvenes, a pie de carretera con actitud entre ociosa y relajada espera, y vestidos con chaquetas que yo llevaría en días de frío. No como hoy, que puesto pie en tierra no he vuelto a ponerme la que yo llevaba cerrada hasta el cuello cuando salí de mi casa en Madrid esta mañana.

Pasados unos quince minutos llegamos a una gran glorieta en la que es patente una falsa sinfonía de cláxones, y el tráfico saturado parece regularse más por un espíritu de supervivencia que por reglas formales. Hay varias salidas y me pregunto cuál cogerá el taxista para seguir avanzando. Fácil respuesta, para, me señala a la derecha y me dice que hemos llegado.

En la acera varios vendedores ambulantes ofreciendo dulces, gente que sube y baja de más taxis. Decido entrar en la estación y ver si encuentro el modo de ir a Tetuán. Todas las señales parecen bilingües árabe-francés por lo que creo que será fácil hacerme entender. Sigo la acera, comienzo a ver por primera vez hombres y mujeres con chilaba y a muchas de ellas con pañuelo cubriendo el cabello, paso varios puestos más de lo que parece comida rápida y llego hasta la entrada a la estación. Una vez dentro busco que por algún sitio diga “Tetuán”, el espacio no es muy grande, habrá como unas diez taquillas. Veo un primer puesto que en sus vitrinas lleva escrito el nombre que busco, pregunto y me dicen que ahí no, pero me hacen una señal de dos puestos más allá. El diálogo es simple

–          ¿Tetuán?

–          Sí.

–          ¿Cuánto?

–          14 dírhams.

–          ¿A qué hora?

–          1:15, en diez minutos

–          ¿En qué andén?

–          Busca ese autobús, me indica el hombre desde su silla señalando un cartel ajado por la mucha luz directa recibida probablemente a lo largo de años en que se ve un autobús con lo que parece una gran estrella en su lateral.

Con un pedazo de papel en la mano que supongo es el billete salgo a los andenes. No hay señalización informativa alguna, pero enseguida intuyo el bus que me habían indicado, podría ser el de la fotografía, tal cual, porque parece tener tanto años como ella. Para que no me quede duda alguna, junto a su puerta un tipo gritando “Tetuán, Tetuán, Tetuán”, le enseño mi billete y me indica la parte trasera. El que debe ser su compañero me precede, abre el maletero y allí dejo mi equipaje. Quedan unos minutos para salir y espero, miro el bullicio, más relajado detecto que hay más voces, más destinos que están siendo anunciados de esta manera.

No se llega a completar ni medio autobús, me coloco en la parte de atrás junto a una ventanilla, así puedo ver el paisaje una vez nos ponemos en camino. Puntualidad, a las 13:15 el conductor da portazo, se sienta en su sitio, da marcha atrás y comenzamos viaje.

Bus

La zona urbana que atravesamos no es muy grande y no hay demasiado tráfico, además de tener dos carriles por cada sentido. Para mi sorpresa, dejamos a un lado un edificio circular que parece abandonado desde hace tiempo, ¿es posible que fuera una plaza de toros? Anotado queda en mi cabeza, tengo que leer más estos días sobre el antiguo protectorado español de Marruecos (1912-1956) y el pasado de Tánger como puerto franco internacional, lo mismo descubro que sí, que aquí hubo una plaza de toros.

PlazaToros

En un par de glorietas frenazos en seco, se abre la puerta y sube algún nuevo viajero. Supongo dejada atrás la ciudad cuando pasamos bajo unos grandes pilares y unas señales que indican el desvío hacia la autopista Tanger Puerto – Casablanca. Entonces sucede como antes desde el aire, llama la atención lo verde y ondulado del paisaje que contemplo a través del cristal.

Monte

De vez en cuando algún desvío en la carretera N2 hacia poblaciones que se ven más allá y junto a ella puestos ambulantes que a la rápida velocidad que pasamos he llegado a adivinar son algunos de cebollas y otras auténticas carnicerías con sus piezas colgadas a pie del asfalto.

Cebollas

A mitad de camino la carretera inicia una subida serpentuosa  y llegado a una cima comienza el cambio. Entramos por el oeste en la cadena montañosa del Rif, en la bajada surgen los árboles, un bosque frondoso de pinos a mi derecha y a la izquierda veo que se abre un gran valle enmarcado más allá por una gran muralla de piedra. Hemos dejado atrás la influencia atlántica, aquí reina el clima mediterráneo.

En breve surge una mancha blanca que se extiende a lo largo de una gran colina, son las casas encaladas de Tetuán. La N2 bordea la ciudad por su lado sur hasta que el autobús se desvía y paramos. Hemos llegado, estamos en la estación de autobuses tetuaní. Los porteadores esperan junto al bus esperando que algunos de los viajeros les reclamemos sus servicios. Salgo con mi maleta pequeña y me dirijo a la parada de taxis. Indico que quiero ir al hotel El Reducto, pero a los dos que pregunto me indican que ellos van a otras zonas. Son colectivos, suben a gente con direcciones comunes y parece que yo quiero ir a donde nadie más va, a apenas un par de kilómetros y en sentido centro ciudad.

Así que manos a la obra me pongo a andar. Subo cuesta, y aquí se agradece ponerse la chaqueta, sopla un aire más bien fresco. Subo, subo y subo. Miro mi mapa varias veces y veo que voy en buen camino. Tengo que llegar a la muralla, a la entrada principal de la medina junto al Palacio Real.

En una de esas comprobaciones de mapas oigo un “¿A dónde vas?” Me está pasando lo que la guía advierte, se te acercarán guías voluntarios que no aceptarán un no por respuesta, irán de altruistas y luego te pedirán que les pagues.  Le digo que ya sé yo cómo ir, pero deben ser las únicas palabras en español que no quiere entender, su vocabulario sobre barrios de Madrid y equipos de la liga de fútbol es de lo más completo.  Eso sí, debo reconocer que una vez aceptada la situación, me dejé llevar por él y llegados a la zona comercial con una cada vez mayor afluencia de viandantes su asistencia fue muy útil. Probablemente sin ella hubiera tardado en encontrar el pasadizo que junto a la Plaza Hassan II te lleva al hotel “El Reducto”.

Me dejó en la misma entrada, un pequeño recibidor alicatado con azulejos que forman una decoración de motivos geométricos y al frente una puerta de madera con cristales de colores. Paso y veo un pequeño comedor que resulta de lo más acogedor y a mi izquierda una recepción.

–          Hola, buenas tardes, tenía una reserva a nombre de…

Ya lo puedo decir, ya estoy asentado en Tetuán.