“Cuando ves una fotografía horripilante de manera reiterada y deja de tener efecto”. Esa es la idea que tenía en mente el padre del pop art cuando elaboró esta serie de diez serigrafías a partir de una instantánea con las que recordaba el fin de la pena de muerte en Nueva York en 1963.

Una de las primeras obras que se puede ver en el montaje de El sueño americano: del pop a la actualidad en el Caixaforum de Madrid es esta. Doblemente significativa. Por su demostración del potencial creativo y la influencia social que el arte gráfico ha adquirido en las últimas décadas. Y por su evocación de la banalización de mensajes, valores y discursos en que estamos inmersos hoy en día.
La ruptura con los cánones que se inició con las vanguardias terminó de estallar con el pop art y su logro de hacer que elementos de la cultura de consumo -personas, objetos, marcas- fueran también protagonistas de esa construcción llamada arte que hasta entonces estaba acotada a aquellos que contaban con el suficiente nivel económico para adquirirlo y, aparentemente, académico para entenderlo.
El nacido en Pittsburg en 1928 le dio la vuelta a la tortilla, dejó a un lado los ideales estéticos y puso sobre la palestra los mecanismos de identificación y proyección en un contexto en el que buena parte de la población estadounidense tenía sus necesidades materiales resueltas -la eclosión de la clase media- y el ideal del sueño americano necesitaba nuevas simbolizaciones con las que demostrar su existencia y adaptación a los nuevos tiempos. Las latas de sopa Campbell, los rostros de Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor y líderes políticos, el plátano portada de disco… Todo era susceptible de ser artísticamente transmitido y, en consecuencia, interpretado.
Nada nuevo en la historia del arte. La subjetividad, más o menos consciente y/o deliberada por convicciones individuales, marcada por la presión del entorno o exigida contractualmente por los mecenas, ha estado ahí siempre. Pero en los años 60 confluyeron la expansión de los medios de comunicación con la simplificación y abaratamiento de muchos medios de producción, y en ese punto de encuentro es donde temática y técnicamente surgen obras como esta de Andy Warhol. Así es como las creaciones artísticas, resultado de la producción seriada del arte gráfico y de la multiplicación de su reproducción en soportes audiovisuales (televisión y cine) e impresos (periódicos, revistas, vallas publicitarias, folletos…) comenzaron a llegar a mucho más público.
Pero junto con ellas va lo que transmiten. Belleza, valores e interrogantes. Imágenes que muestran y que plantean. Y como toda cara tiene su cruz, y sea por el límite de saturación que tenemos a la hora de procesar información, sea por la intención manipuladora (deliberada, por tanto) de algunos, puede llegar a ocurrir lo que Andy Warhol ¿denuncia? con esta serie. Un tema que comenzó a trabajar en 1963 y del que en esta exposición se ve la producción que realizó en 1971 (120 x 90 cm) y que forma parte de los fondos de The British Museum.

Un elemento tan atroz como el objeto con el que seres humanos son sentenciados -y no se trata de si se está a favor o en contra de la pena de muerte, aunque también- se convierte en un elemento estético, visual, agradable, armónico y complementario con nuestra vida de sonrisas y color, de derechos antes que deberes y de interés personal antes que bien común.

Dejamos de ver lo que es y lo convertimos en lo que necesitamos. En una pantalla tras la que ocultar la inseguridad, la máscara, el artificio, el hedonismo y la vanidad de nuestro ego. Si vamos más allá, en un filtro para enfocar la realidad bajo el prisma político, económico y social que -por principios compartidos, por intereses espurios- deseamos que esta tenga. Un riesgo, el de la llamada “democratización” del arte, convertido en una amenaza, la de la desinformación y de ahí a la mentira, la polarización y el enfrentamiento.

Miremos y leamos las portadas de los periódicos, las publicaciones más populares en las redes sociales y las piezas y cortes con que abren cada informativo radios y televisiones. Comparemos enfoques, chequeemos las declaraciones de nuestros representes públicos, las escenografías en que hacen acto de presencia, auditemos los datos en que sustentan sus afirmaciones. Quizás tenía razón Andy Warhol y lleguemos a la conclusión de que tuvo un punto visionario al ejemplificar de manera tan directa y evidente lo que hoy ya es (casi) norma, como “cuando ves una fotografía horripilante de manera reiterada y deja de tener efecto”.

El sueño americano: del pop a la actualidad, Caixaforum Madrid, hasta el 31 de enero de 2021.