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“El Guernica recobrado” de Genoveva Tusell

Pasaron casi 45 años desde que Picasso pintara su gran obra maestra hasta que esta fuera finalmente expuesta en España. Más de cuatro décadas marcadas primero por el horror bélico que la inspiró y por la pacífica oposición del malagueño a la dictadura franquista y posteriormente por el celo conservador del MOMA y la desconfianza de sus herederos respecto a la solidez de la naciente democracia española. Un apasionante ensayo sobre el poder cultural, identitario y político del arte.

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Tras la Guerra Civil y mientras Picasso era reconocido en todo el mundo occidental como el artista más importante del siglo XX y su Guernica como una de las imágenes más potentes de la historia del arte, en nuestro país su nombre apenas era pronunciado y su obra estaba completamente ausente de todas las colecciones públicas. Una situación que, tal y como detalla Genoveva Tusell con sumo rigor a partir de la información que aportan toda clase de documentos (cartas, informes, fotografías), fue cambiando muy lentamente gracias al empeño, dedicación y saber hacer de muchas personas de la sociedad civil de distintos ámbitos (galerías, museos, administraciones públicas,…), como la sala Gaspar de Barcelona, que una vez al año organizaba una muestra de obra gráfica del malagueño, generalmente durante el mes de octubre para hacerla coincidir con su cumpleaños.

Fueron décadas de inmovilismo pero con un silente movimiento de fondo que dio un primer gran resultado con la apertura en 1963 del Museo Picasso de Barcelona, montado con fondos donados tanto por el autor como por titulares privados. Hasta la Exposición Universal de Nueva York de 1964 en que el estado compró tres lienzos de Picasso para ser mostrados en el pabellón español, el gobierno de Franco le ignoró públicamente. Es entonces cuando se planteó la recuperación del gran mural desde instancias oficiales, no solo por ser reconocido como una obra maestra unánimemente por la comunidad artística, sino por tener la certeza –aunque no documental- de que había sido un encargo del gobierno de la República y no era, por tanto, propiedad del artista. Algo que él nunca negó, dejando claro siempre que su dueño legítimo era el pueblo español y que solo aceptaría su vuelta a territorio patrio para que fuera expuesto en el Museo del Prado cuando su sistema de gobierno fuera una democracia.

Esto implicó la ruptura de los débiles puentes de comunicación entre el gobierno franquista y el artista –además de reacciones airadas de colectivos de extrema derecha que llegaron a destruir obra suya en las muestras privadas con motivo de su 90 cumpleaños en 1971-, nunca oficiales ni reconocidos y siempre sustentados en intermediarios, que no se retomarían hasta la muerte del dictador. En ese momento los herederos de Picasso –su viuda, sus hijos y sus nietos- estaban inmersos en la catalogación, valoración y reparto de su legado, aunque siempre tuvieron claro que el Guernica no formaba parte de él, ni tampoco las obras preparatorias ni otras posteriores que siempre le acompañaron en su depósito en el MOMA de Nueva York, tal y como dejó claro el escrito que a tal fin Pablo, aconsejado por su abogado, entregó al museo. Comenzó entonces una relación triangular –España, herederos y MOMA- cuyo desenlace final en septiembre de 1981 conocemos, pero que se fraguó tras múltiples episodios de todo tipo que son profusamente detallados y muy bien explicados por Tusell, haciendo que El Guernica recobrado sea leído con deseo e intriga, como si se tratara de una narración literaria.

La demostración de la democracia española –aprobación de una Constitución, elecciones con sufragio universal, el fracaso del golpe del 23F-, la consecución de los documentos que demostraban que el Guernica había sido un encargo gubernamental y la ingente labor de una serie de cargos de la administración española en el largo proceso de convencer a los hijos y nietos de que traer la obra a España no solo era lo deseado por su padre y abuelo, sino también una operación segura, fueron algunas de las claves de la ecuación que culminaron con que el lienzo pudiera ser finalmente visto por los españoles en el Casón del Buen Retiro de Madrid el 25 de octubre de 1981, coincidiendo con el centenario del nacimiento de su autor.

Guernica, 26 de abril de 1937

Hay miles de páginas escritas sobre esta obra y sobre lo que sucedió aquel día, ambas son mucho más que un lienzo y una fecha y un lugar. Son símbolos, de la evolución del arte el primero y de la historia de la humanidad el segundo. Pero a pesar de tener ambos ocho décadas tras de sí siguen siendo actuales. La capacidad icónica del óleo de Picasso es tan fuerte e intensa como el primer día y a buen seguro que podrían verse reflejados en él los habitantes del Alepo de hoy, del Mostar, Dubrovnik o Sarajevo de los 90 y de un largo etcétera de lugares que conforman una lista con tantas referencias pasadas como, ojalá no, futuras por anotar.

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¿Qué ruido es ese? No veo nada, ¿de dónde viene? Parece que lo que suena es el cielo, pero ahí no hay nada más que nubes… Espera, ¿qué son esos puntos que se acercan?… Qué bajos que van esos aviones,… parece que vienen directos aquí, a por nosotros. ¡Oh Dios mío! ¡Corred! ¡CORRED! Y Antonia se puso a correr como hacía años que no lo hacía, alentando con el movimiento de sus brazos y manos a que lo hicieran todos tal y como lo estaba haciendo ella. Tan raudos y veloces como pudieran, no solo para alejarse físicamente de lo que estaba ocurriendo, sino para, ojalá, superar la barrera de la realidad y volver a la cotidianidad del día de mercado en el que ella quería seguir viviendo.

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¿Qué está pasando? ¿Qué ha sido eso? ¡Ay señor! A Luisa no le dio tiempo a pensar más, el siguiente estruendo cayó de pleno sobre su casa y toda la fachada se vino abajo dejando al descubierto la cocina a pie de calle y el dormitorio en la primera planta, donde se encontraba ella colocando la ropa recién planchada en el armario. En su cabeza se agolpó todo repentinamente, intentar comprender qué estaba ocurriendo, querer saber dónde estaba su marido y si estaba sano y salvo, escapar de ese horror que le atravesaba los tímpanos y la necesidad imperiosa de verse junto a su esposo para sentirse protegida. El siguiente impacto puso fin a sus recuerdos, a sus deseos, una bomba de 250 kilos acabó con lo que había quedado en pie de su casa y con ella sepultada entre las piedras de aquel hogar que tenía tras de sí más de dos siglos de historia familiar.

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Ya están aquí, ¡hay que luchar contra ellos! ¡Tenemos que acabar con estos salvajes que solo quieren arrasar con nosotros! ¡Os vamos a demostrar quiénes somos! ¡Los gudaris del pueblo vasco os vamos a derrotar! Joseba apoyó una rodilla en el suelo y mientras apuntaba quitó el pestillo de seguridad de su fúsil. Nuestras armas están cargadas de democracia.  ¡POR LA REPÚBLICA! Comenzó a disparar con furia, siguiendo con su arma el movimiento de derecha a izquierda que trazaba en el aire el escuadrón atacante. Estaba tan ofuscado en querer acabar con el caza al que seguía a través de la mirilla que no pensó que sus balas no tenían nada que hacer frente a aquel monstruo, que si daban en el blanco le ocasionarían poco más que un rasguño. Todo lo contrario que a él, a quien las piedras violentamente despedidas por el impacto de una bomba a unos metros a su derecha le tiraron al suelo, dejándole malherido y aullando de dolor. Su grito apenas llegó a escucharse, probablemente ni siquiera llegó a ser consciente de que había perdido una pierna, quince segundos después otro proyectil completaba la misión del primera y acababa, además de con su vida, con la de tres personas más.

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¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡No! ¡POR FAVOR! ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Mi niño! ¡Mi niño no responde! ¡Por favor! ¡POR FAVOR! Asier, Asier, Asier hijo, respira, muévete, dime algo, ¡por favor! ¡Por favor, hijo mío! No, no puede ser, no puede ser verdad, hijo mío, ¡por favor! ¡POR FAVOR! ¡Que alguien nos saque de aquí! ¡Ayuda! ¡NECESITO AYUDA! Hijo mío, no, no te mueras, por favor, tú no, no puedes, un niño no se puede morir, mi niño no, ¡mi hijo no! Y así hasta que se le agotó la voz, hasta que se quedó afónica de tanto gritar y de tanto pedir una auxilio que no existía porque no había ayuda que pudiera resolver la muerte que Ainhoa sostenía con la única fuerza que le quedaba en el cuerpo. Mucho rato después, no se sabe cuánto, da igual si fue mucho o poco lo que tardara en llegar, porque no había nada que hacer, una mano amiga le tocó el hombro. Elisea se arrodilló junto a su vecina, le agarró la cara, le besó la mejilla y la ayudó a levantarse, sosteniéndola para que no perdiera el equilibrio y no dejara de abrazar al niño de dos años que tenía en brazos. A pesar de los gritos de los supervivientes que yacían heridos aquí y allá y el crepitar del fuego, Elisa y Ainhoa se sentían aplastadas por un silencio atronador que hacía aún más irreal e incomprensible lo que estaban viviendo.

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Es muy tarde y Ander aún no ha vuelto. No es normal, los lunes suele estar aquí a media tarde, pero siempre antes de que el sol haya comenzado a bajar. Ni siquiera en invierno ha llegado a anochecer cuando ya le veo por el camino que le trae de Gernika. Espero que no haya tenido ningún problema al ir o al venir. La vuelta es cuesta arriba y es más costosa, pero a la mula no le cuesta tirar de la carreta libre de peso si ha conseguido venderlo todo.  La luz de este quinqué apenas me ilumina unos metros de este bosque en el que vivimos ahora que ya es noche cerrada. Me estoy empezando a preocupar. Le voy a decir a los chicos que bajen al pueblo y que busquen a su padre. Tiene que haber pasado algo, esto no es normal. Izaskun mandó a Gorka y a Mikel monte abajo, ellos estaban inquietos pero no quisieron decirle nada a su madre. Por la mañana habían observado los aviones desde Bermeo, a donde habían acudido a trabajar en el puerto, pero no comentaron nada para no inquietarla. Afortunadamente ella no los había visto y como es sorda no se había dado cuenta. Hicieron en silencio el trayecto de casi dos horas que colina abajo les llevaba hasta el valle, sin pronunciar palabra, pero sabiendo que ambos estaban pensando lo mismo. Volvieron cuatro horas después, pálidos y cubiertos en sudor. Sin llegar a articular palabra alguna que su madre pudiera leer en sus labios, rompieron a llorar como nunca antes lo habían hecho, como nunca antes pensaban que dos hombres podrían hacerlo.

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Pero…¿Cómo es posible? Pocas palabras más venían a la mente de cuantos iban teniendo conocimiento de lo sucedido, ya fuera por la prensa del bando republicano o por la extranjera, por cartas o por visitas de amigos que transmitían oralmente lo que conocían. Con una mezcla de incredulidad y de sufrimiento, intentando comprender sin éxito algo que nunca habían sido capaces siquiera de imaginar, hacían hueco en su interior al vacío de la destrucción, al dolor infinito causado por el bombardeo asesino. El órdago fascista había conseguido su objetivo y no solo había acabado con la vida de muchas personas -200 según unos, hasta 1.600 según otros- y con una pequeña ciudad del norte de España sino que con su onda expansiva emocional había arrasado con el ánimo y el ánima de muchos más, tanto cercanos como lejanos, tanto en el propio país como en el extranjero, tanto compatriotas como conciudadanos del mundo.

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¡No! ¡No nos van a vencer! ¡No van a acabar con nosotros! Nos podrán herir, mutilar y matar, pero eso no quiere decir que nos vayan a ganar. Somos fuertes, somos justos, somos honestos, el mundo tiene que estar de nuestra parte, el mundo tiene que saber que nosotros no estamos guerreando sin más, que lo que estamos haciendo es defendiéndonos, luchando contra los que no quieren nada más que tenernos a su servicio. Tenemos que acabar con el fascismo, ¡no puede ser que sigamos impasibles ante nuestra propia destrucción! La cabeza, el corazón, la mente, la mirada, el estómago, las piernas de Pablo estaban ya en plena agitación en su estudio de París, acumulando una energía que le nacía de lo más hondo de sí mismo, en la que se aunaba no solo el shock del momento presente sino también toda su trayectoria política, creativa e intelectual y el legado que él sentía le habían encomendado aquellos que habían luchado antes que él. Años, décadas, siglos de progreso y de conquistas no podían acabarse de esta manera. Y él lo iba a intentar, iba a darlo todo, a poner cuanto tenía y fuera capaz de hacer para lograrlo, sin dejarse abatir por la espera ni amedrentar por las derrotas en el camino, pero con sus manos, pintando con pinceles o modelando el barro, ayudaría a que prevaleciera la justicia, la igualdad y la libertad.

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Es como si estuviera allí. Me siento atrapado, con la necesidad de huir, de salir corriendo, de tener que gritar. Estar frente a él me llena de angustia y ansiedad. Pero al tiempo, no puedo dejar de mirarlo, de moverme con mis ojos a lo largo de todo lo que en él se cuenta, de lo que sucede dentro de él. Apenas un minuto contemplándolo y tengo la sensación de que en algún punto dentro de mí hoy no es hoy sino que es un rato de la mañana del 26 de abril de 1937. Noto cómo se me humedecen ligeramente los ojos y se me eriza el vello de los brazos y que a mi alrededor el mundo ya no es de colores sino que es en blanco y negro. Así se sintieron algunos cuando vieron por primera vez la obra de Picasso en el pabellón español de la Exposición Universal de París de 1937, como en su posterior gira por Oslo, Copenhague, Estocolmo, Gotemburgo, Londres, Leeds, Liverpool, Manchester como reclamo para dar a conocer lo que estaba sucediendo en España. Tras el fin de la contienda, el lienzo de 7,75 metros de largo y 3,5 de alto llegó a Nueva York, donde se quedaría hasta 1981, en el MOMA, aunque en el país norteamericano también pudo verse en otras ciudades como Los Ángeles, San Francisco, Chicago, San Luis, Boston, Cincinnati, Cleveland, Nueva Orleans, Minneapolis, Pitsburgh, Cambridge, Columbus y Filadelfia. De igual manera, el Guernica viajo a Sudamérica y volvió a Europa gracias a muestras dedicadas a la figura de su autor en Sao Paulo, Milán, Múnich, Colonia, Hamburgo, Bruselas y Amsterdam, así como en París, el lugar hasta donde llegó la noticia que lo inspiró.  

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Apenas dos años después de este bombardeo sobre Guernica comenzó la II Guerra Mundial, un conflicto en el que pasó lo que nadie supuso hasta entonces, que el horror, el salvajismo, la crueldad y la violencia vivida en la guerra civil española, se multiplicaría exponencialmente. Desde entonces han transcurrido ocho décadas en que estas barbaries han seguido ocurriendo, hasta hoy mismo, y todo apunta a que seguirán sucediendo.  Como decía Primo Levi con respecto al holocausto judío, «Pasó y puede volver a pasar: es lo fundamental de lo que he de decir«.

Guernica, de Pablo Ruiz Picasso, en la sala 206 del Museo Reina Sofía (Madrid).

Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica, hasta el 4 de septiembre en el Museo Reina Sofía (Madrid).

“Pamela I” de Manolo Valdés. Ingredientes: Rubens, Warhol y Marilyn Monroe.

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¿Dónde he visto yo antes esta imagen? Es el juego que suponen muchas de las obras de Manolo Valdés (Valencia, 1942). Respuestas posibles: Velázquez, Zurbarán, Matisse, Picasso,… Resultados en óleo sobre arpillera, grabados o esculturas, en los que leer momentos de la historia del arte, pero que a la par son auténticos, suyos, inconfundibles.

En el caso del grabado y collage “Pamela I” -utilizada por la Galería Marlborough de Madrid como imagen de la exposición que inaugura el próximo 27 de marzo- el contenido del abanico es fácil de identificar. Son más que imágenes, son iconos, las serigrafías de Marilyn Monroe creadas por Andy Warhol (1928-1987) en pleno estallido del Pop Art en los años 60 que forman parte de los fondos del MOMA de Nueva York.

La pamela que da título al grabado me sugiere ser la versión siglo XXI de la que lució en 1625 Suzanne Fourment en el retrato “El sombrero de paja” (Londres, National Gallery) que le hiciera su marido, Peter Paul Rubens.

Marilyn, Warhol y Rubens, pretextos como él los llama en el título de muchas de sus obras, que inspiran a Manolo Valdés.