Archivo de la etiqueta: Escocia

“La invención de la tradición” de Eric Hobsbawm y Terence Ranger

El simbolismo de estados como el Reino Unido tiene mucho de recreación e invención. No todo es tan ancestral y milenario como repiten hasta la saciedad los periodistas en cuanto tiene que ver con la imagen pública de instituciones como la monarquía. Cuestiones sobre las que se ancla el poder tanto en el mundo occidental como en sus antiguas colonias y acerca de las cuales aún queda por desvelar desde múltiples puntos de vista (cultural, social, político…).

Hobsbawm es sinónimo de argumentación razonada, claridad expositiva y conclusiones que resuelven preguntas a la par que plantean otras que evidencian que la historia es un corpus nunca concluso, sea porque nunca es un pasado cerrado, sea porque siempre hay nuevos enfoques y datos por descubrir con los que acercarse a ella. En este volumen, acompañado de otros especialistas, se propone revelar la realidad de los elementos con que asociamos en nuestro imaginario a las cuatro naciones que componen el Reino Unido. También cómo esos mecanismos fueron aplicados tanto por ellos como por sus gobernados en los territorios que controlaban en Asia y África, y el modo en que se extendieron por Europa a lo largo del siglo XIX y hasta el principio de la I Guerra Mundial en 1914.

Lo curioso de leer títulos como este es descubrir que aquello que tomabas por indudable no es así. Escocia no fue el vecino fuerte, recio y peculiar de Inglaterra durante muchos siglos, sino el hermano menor de una Irlanda del norte culturalmente poderosa donde los hombres utilizaban diseños textiles que les cubrían todo el cuerpo. El kilt no se definió como tal hasta el siglo XVIII y la supuesta costumbre de identificar a cada familia por un diseño específico fue algo que surgió aun después y bajo criterios que podríamos considerar cercanos a las técnicas del marketing.

Otras supuestas tradiciones surgieron como reacción a la preponderancia de aquellos a los que se consideraban ajenos. Algo así vivió Gales con la expansión de la revolución industrial inglesa, lo que dio pie a que algunos de sus ciudadanos más sensibles comenzaran a reivindicar -para lo cual tuvieron que darles forma- elementos que hasta entonces había ignorado como su paisaje y su lengua. El movimiento cultural del romanticismo y el político del nacionalismo, así como las convulsiones que sufrieron los imperios y los intentos monárquicos en la segunda mitad del XIX influyeron mucho en este sentido. Es entonces cuando nace la pompa británica e instrumentos que apelan a la ciudadanía como sellos, medallas y actos públicos con los que ganar visibilidad.

Fundamental en esta última etapa es el papel de los medios de comunicación, primero la prensa escrita y su poder como comentarista y analista, y después la televisión retransmitiendo en directo funerales y coronaciones. Involucrando no solo a los pertenecientes a la dinastía sino también las emociones que suscitan entre sus súbditos y el público en general. Medios y efectos que muchos estados han utilizado en su favor, valiéndose de vehículos como el deporte (las selecciones nacionales), la música (los himnos) o toda clase de símbolos institucionalizados (personajes esculpidos, banderas ondeando…).

La invención de la tradición, Eric Hobsbawm y Terence Ranger, 1983, Editorial Planeta.  

«Macbeth», soberbia y muerte

La obra maestra de William Shakespeare sintetizada en una versión que pone el foco en la personalidad y las motivaciones de sus personajes. Dos horas de función clavado en la butaca, sin aliento, ensimismado, seducido e hipnotizado por un elenco dotado para la palabra y la presencia. Tras ellos, un escenario que subraya con la maestría técnica y creativa de cuanto confluye en él, la solemnidad, dureza y conflicto de los parlamentos de quienes lo habitan.

La tragedia de este rey de Escocia que llegó al trono con las manos manchadas de sangre es uno de los textos más apasionantes del de Stratford-upon-Avon. Todo está tan bien definido, estructurado y desarrollado en él que normal que cualquier dramaturgo ambicioso, apasionado y devoto por su profesión -como era el caso de Gerardo Vera- quiera llevarlo a escena. El destino hizo de las suyas dejando a Gerardo fuera de la recta final del proyecto el pasado 20 de septiembre, con la adaptación ya trabajada, el reparto seleccionado y habiendo comenzado a diseñar los elementos destinados a complementarles (escenografía, iluminación, sonido, música, vestuario…).

Aun así, la producción siguió bajo la dirección de Alfredo Sanzol hasta llegar finalmente a este buen puerto al que somos convocados. Queda la duda de cuánto de su factura final tiene de semejante a lo que Vera hubiera hecho. Recordando otros trabajos suyos, con los medios y las posibilidades que permite el Centro Dramático Nacional, son evidentes los vínculos de este Macbeth con lo bien trazadas que estaban las tramas y expuestos los impulsos y las razones de sus protagonistas en El Idiota (2019) o Los hermanos Karamazov (2015). Pero también hay diferencias, como pasajes en los que prima más el relato, la narración, que la acción, siempre constante (ya fuera a nivel de movimiento -entradas y salidas- como de temperatura emocional) con que recuerdo aquellas propuestas.

El punto de partida, el Shakesperare que José Luis Collado ha sintetizado es una joya. Cada cuadro es un punto alto, individuos con doble faz, apariciones oraculares, puntos de inflexión históricos, decisiones que acrecientan la tensión, conflictos que ponen a prueba la capacidad de resistencia de sus protagonistas… Esta es la base sobre la que Carlos Hipólito y Marta Poveda despliegan su saber hacer como Lord y Lady Macbeth, más comedido y contenido él, más explícita y manifiesta ella, convincentes cada uno en su papel y plenamente compenetrados en el matrimonio de tiranía y sangre en el que se retroalimentan.  

El resto de intérpretes conforman un grupo -algunos de ellos encarnan más de un personaje- que, sin embargo, nunca les homogeniza. Un apunte más del ingenio con el que está ideado y llevado a la práctica cuanto sucede sobre las tablas. Haciendo que confluyan lo formal y lo establecido de la palabra con un dinamismo que va más allá de lo teatral, tan envolvente como el de una instalación plástica, y rítmico y coreografiado como el que despliegan los grandes montajes operísticos.

Una escenografía aparentemente sencilla, pero que hace de su suelo y su aire un cerro y un cielo amenazante cuando se simulan exteriores y una tribuna y una decoración suntuosa en interiores. Plataformas de laminados con movilidad en las que la luz permite jugar a las horas del día, las sensaciones meteorológicas y las subjetividades de las sombras y las llamas de las antorchas. Música, espacio sonoro y videoescena sumándose, haciendo del escenario una fuente de energía a punto de eclosionar, de un lugar vibrante teñido por el rojo, en el que lo humano y lo telúrico se debaten en una lucha sin cuartel.

Macbeth, en el Teatro María Guerrero (Madrid).

Soberbio “MBIG”

Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

MBIG

Lo vacuo del lenguaje corporativo empresarial es el gancho de entrada para traernos al día de hoy lo que el dramaturgo inglés escribió hace casi cuatro siglos. La ambición y la traición son conceptos que siempre han formado parte de la naturaleza humana, e igual que hubo un tiempo en que palacios monárquicos y sedes episcopales eran escenarios de insidias y luchas soterradas por el liderazgo, hoy –como desde que el capitalismo se estableció como el mecanismo que articula nuestra economía- las empresas son ese lugar cotidiano en el que muchos tienen la oportunidad de ser testigos, protagonistas o víctimas de la erótica del poder.

También en ellas se viven historias como la de Macbeth, quien acabó con su monarca porque deseaba para sí el puesto de rey, y que, aspirando a ser sucedido como líder por aquellos que llevaran su sangre, acabó hundido ante la predicción de que no era su apellido el que iba a quedar para la posteridad. Ese es el primer gran acierto de José Martret en su adaptación, con este ingenioso recurso deja claro que nos va a contar una historia que además de clásica es también contemporánea, quizás incluso atemporal.

Una vez enganchados con este planteamiento narrativo, su siguiente alarde de creatividad está en el tratamiento de los personajes. Resulta evidente con la intervención inicial de las dos brujas, Urd y Skuld, ejerciendo de oráculo, acompañadas en deslumbrante sintonía por unos efectos de luz y sonido llenos de significado. Con este brillante clic con el que comienza, “MBIG” nos tiene agarrados en el plano de las sensaciones y con la promesa de que lo que hemos visto no han sido solo unos cuantos recursos ingeniosos, sino una muestra de lo mucho, más y mejor, que está por venir.

Y como en el McBeth International Group no hay descanso, llega Francisco Boira y, derrochando fuerza y energía por doquier, se hace el dueño y señor de la escena. Él es Macbeth, este es su sitio y está dispuesto a lo que sea necesario para marcar su territorio y dejarnos claro que estamos en sus dominios. Su rotundo mando escénico se manifiesta con un recital de presencia física y lenguaje corporal, de registros de voz y de expresividad que llenan la atmósfera de los espacios de la Pensión de las Pulgas trasladándonos a los lugares de Escocia en los que se desarrolla esta tragedia.

Pero hay reparto más allá de Boira, “MBIG”  tiene una acción coral y cada personaje un rol fundamental que los actores que los encarnan interpretan de manera sobresaliente. El egoísmo de Lady Macbeth en las manos y el rostro de Olga Rodríguez, el fantasmal Banquo convertido en presencia inquietante por Andrés Gertrudix, el dolor del Macduff de Raúl Tejón, el enlace con el mundo empresarial a través de los pequeños monólogos de Raquel Pérez,…  Tras ellos, una gran dirección de actores que hace que cada uno de ellos brille por sí mismo y que juntos formen un conjunto que es más que la suma de su partes. Unidos hacen que lo que se plantea sobre el papel como una historia de falta de escrúpulos y valores, se vaya convirtiendo en un completo catálogo del comportamiento humano en situaciones de nubes negras cargadas de lluvia, cielos oscuros y noches de vientos fríos.

En resumen, más de dos horas y media de función en las que el espectador vive una experiencia total, la de estar en un mundo que hace suyo mientras dura la representación, que es real porque se siente y se vive, no solo en la mente, sino también en el corazón y la piel.

mbig-sencc83ores-macbeth

«MBIG», en La Pensión de las Pulgas (Madrid).