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10 funciones teatrales de 2016

Obras representadas por primera vez y otras que ya han tenido varias temporadas a sus espaldas; textos actuales y clásicos; montajes convencionales e innovadores; autores españoles, ingleses, canadienses, italianos, argentinos,…

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Hamlet. Actores que hacen suya la fuerza de un texto considerado clave en la historia del teatro universal. Una puesta en escena que encadena escenas con una fluidez asombrosa. Un montaje que respeta lo escrito por Shakespeare, pero sabiéndole introducir momentos de modernidad que revelan tanto su atemporalidad como la grandeza de la dirección de Miguel del Arco.

Hamlet

Home. Parecen inalcanzables cuando están sobre el escenario de un gran teatro, sin embargo, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza resultan tan o más grandes, y su trabajo aún más bello, hipnótico y seductor cuando puede ser disfrutado en un reducido espacio como es el de La Pensión de las Pulgas. En su interior no existen distancias ni jerarquías entre intérpretes y espectadores y todos juntos se integran en este hermoso espectáculo.

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Tierra del fuego. Los conflictos –ideológicos, religiosos, nacionales,…- acaban muchas veces por convertirse en absurdos delirios de violencia en un intercambio continuo entre víctimas y verdugos de sus roles hasta llegar a una mortal simbiosis. Ese viaje de ida al odio y de vuelta al difícil intento de la empatía con el opuesto y la reconciliación con el vecino, es el que propone Claudio Tolcachir en un texto tan brutal como cruda su puesta en escena e interpretación.

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Cinco horas con Mario. Miguel Delibes fue un genial escritor, plasmaba la realidad y sus personajes en sus páginas con una naturalidad asombrosa, quedándose él en un segundo y discreto plano como narrador. Lola Herrera es inconmensurable, no hay papel que interprete que no haga que el público se ponga en pie para aplaudirla. La unión de ambos, hace ya 37 años, hizo que una de las mejores novelas de la literatura española se convirtiera en un montaje teatral en el que texto y actriz se entrelazan en una simbiosis que solo se puede definir como perfecta.

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El laberinto mágico. Impactante de principio a fin. Un texto que repasa perfectamente las mil caras que tuvo nuestra guerra civil desde el lado de los violentados y finalmente perdedores. Un compenetrado elenco actoral que da vida a esos compatriotas que se sentían nación y acabaron siendo miles de víctimas anónimas enterradas nadie sabe dónde. Un soberbio uso de un casi vacío espacio escénico que se convierte en todos los lugares en los que desarrolló la contienda, desde el frente y los despachos policiales a los dormitorios, los museos y los teatros.

Páncreas

Los desvaríos del veraneo. Un texto clásico hecho actual con elementos que le aportan ritmo, gracia y frescura. Una compenetración entre sus nueve intérpretes que consigue que todo cuanto sucede sobre el escenario esté lleno de vida, que sea fluido y espontáneo, como si no tuviera otra manera de ser. ¿Resultado? Un público entregado y dos horas de sonrisas, risas y carcajadas sin parar.

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Incendios. El pasado está ahí, pidiendo ser conocido y clamando convivir con nuestro presente. Mientras no le demos el tiempo y espacio que reclama, el futuro será imposible, no tendrá raíces ni base sobre la que crecer. Enfrentarse a él y bucear en sus entrañas puede llegar a ser un proceso difícil y complicado, lleno de momentos no solo amenazantes, sino de realidades desconocidas de gran crueldad. Un texto brutal y una eficaz puesta en escena con un reparto que se deja la piel sobre el escenario y en el que destaca por su maestría Nuria Espert.

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Reikiavik. Lo que sucedió, lo que vimos y lo que la leyenda posterior ha decidido que quede, auténtico o no, de todo aquello. Con la misma precisión del ajedrez, con la combinación de estrategia, dinamismo y paciencia que exige su juego, como con la pasión con que lo viven sus jugadores y aficionados, así fluye esta obra. Una ficción que condensa de manera ágil y precisa las múltiples facetas de aquella mítica partida, así como de su antes y después, entre Bobby Fischer y Boris Spasski en la capital islandesa en 1972. Así son este texto y su puesta en escena de Juan Mayorga.

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La función por hacer. El teatro dentro del teatro como si se tratara de una imagen reflejada en un sinfín de espejos. La diferencia entre la realidad y la representación, entre lo verdadero y lo verosímil. Personajes que dejan de ser arcilla moldeada por su autor y pasan a ser seres independientes, pero que aún están en busca de un público que les dé carta de identidad. Este es el interesante planteamiento y el estimulante juego de esta propuesta que resulta casi más una ceremonia de inmersión teatral que una función de arte dramático.

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Todo el tiempo del mundo. Un texto que es presente, pasado y futuro, capaz de condensar todo aquello que nos ha dado carta de identidad. Las personas que nos engendraron, las que nos acompañaron a lo largo de los años y las que prorrogarán nuestro legado. Los acontecimientos que nos hicieron ser quienes somos, los que siguen provocándonos una sonrisa y los que nos ponen los ojos vidriosos. Las ilusiones de un futuro que está por venir, que ya sucedió o que estamos viviendo. Haciéndonos reír, llorar y suspirar, Pablo Messiez y sus actores logran emocionarnos  de una manera delicada y cercana, como si estuvieran estrechando su mano con la nuestra, como si nos abrazaran.

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«Home», danza y belleza al alcance de la mano

Parecen inalcanzables cuando están sobre el escenario de un gran teatro, sin embargo, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza resultan tan o más grandes, y su trabajo aún más bello, hipnótico y seductor cuando puede ser disfrutado en un reducido espacio como es el de La Pensión de las Pulgas. En su interior no existen distancias ni jerarquías entre intérpretes y espectadores y todos juntos se integran en este hermoso espectáculo.

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Introducción. Normalmente la portería es el espacio en el que te piden que apagues tu móvil antes de entrar en las salas. En esta ocasión, la tensión que precede al inicio de la representación se acrecienta cuando te dicen que te coloques adecuadamente para comenzar aquí mismo. Entonces, entre la aglomeración de personas en las escaleras de acceso, baja un cocinero dispuesto a poner sobre su puesto de trabajo los metafóricos ingredientes del plato que vamos a disfrutar. Una cebolla, que no falte un poco de drama bien picado, unos huevos batidos velozmente, con ese movimiento elíptico y fluido que incita a la imaginación, y unas gotas de cerveza, que supongo bien fría, bien fresca. Por arriba y por debajo de la mesa, al alrededor, en el sentido de las agujas del reloj y contra él. No hay orden, sentido o plano que se le resista a este chef ágil, ligero y feliz que como un narrador de cuento nos pedirá que le sigamos al interior de esta historia que acaba de comenzar.

Cuadro I. Pasamos a la sala de las visitas por donde deambulan todos los integrantes de la Compañía, en un punto que recuerdan a las bailarinas de Degas, pero también a esas fiestas pop de los años 60 llenas de geometrías de color. Quizás estamos en algo semejante a estas últimas porque parece sonar Henry Mancini y la sensualidad de sus definidos cuerpos  y la elegancia de sus movimientos ralentizados nos trasladan en el tiempo a aquellas aglomeraciones alocadas como las que se ven en Desayuno con diamantes. En ellas nadie interactúa con nadie pero, a pesar de las apariencias, todos los presentes resultan estar íntima y profundamente unidos. Un total del que se van produciendo descartes, a medida que sube la temperatura, hasta quedar únicamente dos personas, él y ella, complementarios, sincronizados, unidos por las miradas y en la respiración, en lo físico y en lo anímico.

Cuadro II. En la cámara de los espejos –donde aflora el recuerdo de la multiplicación hasta el infinito de Rita Hayworth en La dama de Shangai– se encuentra una joven que se nos muestra bajo un velo que cubre todo su cuerpo, a la manera de la niña que habitaba la mansión Amenábar de Los otros. Tejido de gasa que tamiza su imagen y bajo el que se desviste, del que intenta salir con movimientos articulados semejantes a los de una marioneta, pero cuyos hilos no sabemos quién mueve. Nos muestra sus posibilidades y sus facultades, un diamante en bruto, que nos imanta y nos atrapa, que nos arrastra, encendiéndonos y apagándonos como a ella.

Cuadro III. Nos conducimos al comedor, donde deambulan una mujer y dos hombres que parecen luchar, no sabemos si por ella, por hacer suyo este espacio, si por ambas cosas o por ninguna de ellas. Una incertidumbre que se quedará sin resolver porque de un momento a otro este lugar se llenará de bailarines que obvian que existen paredes que les limitan y crean para nosotros la ilusión de que nos movemos en una nube, en un barco, en un avión que varía de rumbo tan ágil y velozmente como ellos. Haciéndonos soñar que estamos en una comedia loca y disparatada como el camarote de los hermanos Marx, en un batiburrillo en el que todo lo que va, viene, y todo lo que sube, baja para volver a elevarse. Un fluir de dibujos animados, como los de la Fantasía de Walt Disney y los acordes modernos de los compositores clásicos de su banda sonora.

Al final, cuando los bailarines posan sus pies sobre el suelo y se para la música, brotan los aplausos del público transmitiendo felicidad e ilusión, así como la sensación de que lo que se ha visto y vivido ha sido algo único, mágico. Una experiencia en primera persona y a flor de piel que posiblemente recuerden por mucho más tiempo del que ahora imaginan.

Home en La Pensión de las Pulgas (Madrid).

Teatro: 10 funciones de 2015

Cantaba La Lupe que en algunos casos el teatro es falsedad bien ensayada. No en todos. En estos que recuerdo de los vistos a lo largo de este año fueron experiencias de un extremado verismo, pequeños mundos que duraron quizás más tiempo que su representación y que hicieron sentir y emocionarse a los que fueron testigos de su acontecer. 

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«La ola» (Centro Dramático Nacional). Texto, dirección y actores perfectamente engranados entre sí en un montaje que demuestra que uniendo buenas piezas, el todo conseguido es aún más que la suma de ellas.

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«Héroes» (La Pensión de las Pulgas). Una obra bien estructurada y  dialogada convertida en una gran representación gracias al versátil y entregado trabajo de sus tres actores.

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«Ivan Off» (La Casa de la Portera). Del drama a la tragedia, intensidad con momentos de hilaridad en un reparto coral con buenos secundarios y un soberbio Raúl Tejón como protagonista.

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«Invernadero» (Teatro de la Abadía). Tras aparentes diálogos recurrentes y situaciones absurdas se esconde la autoridad mal ejercida, el anhelo de poder y la tragedia y el drama de las injusticias a que juntos dan lugar.

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«Confesiones a Alá» (Teatro Lara). Una fantástica María Hervás se deja la piel sobre el escenario contándonos diferentes etapas en la vida de una joven musulmana en una sociedad injusta y discriminatoria.

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«El testamento de María» (Centro Dramático Nacional). Blanca Portillo desborda con su energía en un papel que le hace ser mujer y madre, compañera seguidora e incrédula a partes iguales, una veces narradora de una historia que vivió y otras fiscal de lo que creemos hoy que sucedió.

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«Yernos que aman» (La Pensión de las Pulgas). Un puzle familiar de diez personajes en el que cada uno de ellos cumple con creces su misión en un complejo engranaje en el que todo encaja: el conjunto de historias y sus tiempos, los diálogos, las entradas y salidas de escena, los cambios de ritmo,… Dos horas brillantes que dejan en el cuerpo sensaciones como las que provocan Tennessee Williams o Eugene O’Neill.

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«Tres» (Teatro Lara). Por separado podríamos considerar las interpretaciones del trío protagonista femenino como histriónicas, insulsa en el caso del hombre que las acompaña, y el libreto como una sucesión de gags de programa televisivo de variedades. Sin embargo, el buen trabajo actoral da la vuelta a la tortilla y lo que vemos sobre escena es a tres actrices solventes, un actor resultón y un texto que entretiene y que genera sonrisas de principio a fin.

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«MBIG» (La Pensión de las Pulgas). Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

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«El público» (Teatro de la Abadía). Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.

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“Capricho”, personas convertidas en personajes

Una historia que son los cuatro personajes que la habitan en un texto al que sus actores dieron forma durante los ensayos. Un libreto que plantea dónde está la línea roja que separa la persona que somos del personaje que interpretamos de cara a los demás.

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La primera escena de esta obra –una mujer aparentemente sabia pregunta a una recién llegada qué ve representado en un lienzo de estilo abstracto- recuerda a lo que proponía Yasmina Resza en “Arte”, manipulamos lo intangible como medio con el que consolidar diferencias aparentemente cualitativas. Pero tras ellas, lo que realmente se encuentran son conflictos de clases, proyectos de vida sin sentido alguno y personalidades inseguras. Así es el inicio de esta función habitada por dos parejas de registros diferentes –recursos económicos, edad, escalón en la escala jerárquica de la empresa en la que trabajan- y en la que intentaremos conocer quiénes son realmente detrás de esas características y en qué se basa su relación más allá de lo aparentemente formal.

El juego de las apariencias arranca con la exposición del catálogo de posesiones materiales en una serie de poses y diálogos con una visión esperpéntica de la vida llenos de hilaridad, acidez e ironía nada fina. Mientras tanto, el mapa relacional se va haciendo más complejo y descubrimos que no solo hay más vínculos de los iniciales, sino que también surgen otros con el simple discurrir del tiempo compartido.

Las máscaras no se pueden mantener todo el tiempo y llega el momento, más temprano que tarde, que por sus fisuras surgen los vacíos emocionales, las insatisfacciones personales y las frustraciones profesionales. Entonces ya no se juega solo a aparentar, sino también a esconder y a fingir que no se sabe, lo que hace que se falsee aún más el comportamiento. Un enredo de registros que los actores resuelven con gran soltura y destreza en ese ir haciendo que lo sencillo se llene de matices y de hacer convivir de manera natural puntos de vista aparentemente opuestos e incompatibles.

Tras este buen planteamiento e inicio del fin de semana que se disponen a pasar juntos los cuatro protagonistas, la acción se ralentiza para entrar en los detalles más íntimos, auténticos y sinceros -y tras ellos el dolor, las heridas y los conflictos pendientes de resolver- tanto de cada pareja -una con años tras de sí, otra iniciándose- como de cada uno de sus integrantes. Entonces la atmósfera se llena de frases breves y descarnadas, el humor queda a un lado, combinadas con silencios sostenidos en los que los gestos  y las expresiones faciales se hacen más duras y expresivas. Algo que enriquece a la narración, pero que por momentos roza la mera recreación de los actores en su deleite interpretativo y hace pensar que quizás no han dado con la solución más óptima para enriquecer y hacernos llegar lo que nos quieren contar.

Por el lado contrario, la integración del espectador en la escena que supone el espacio de la Pensión de las Pulgas, juega muy a favor de “Capricho”. En ella no todo es texto, sino que tiene igual peso el registro corporal de sus intérpretes: sus miradas, su moverse por la sala, el cómo se tocan, se llenan una copa de whisky o cogen los cubiertos a la hora de comer. El estar a apenas un par de metros de los personajes es clave para que la representación tal y como está planteada funcione.

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«Capricho», en La Pensión de las Pulgas (Madrid).

Soberbio “MBIG”

Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

MBIG

Lo vacuo del lenguaje corporativo empresarial es el gancho de entrada para traernos al día de hoy lo que el dramaturgo inglés escribió hace casi cuatro siglos. La ambición y la traición son conceptos que siempre han formado parte de la naturaleza humana, e igual que hubo un tiempo en que palacios monárquicos y sedes episcopales eran escenarios de insidias y luchas soterradas por el liderazgo, hoy –como desde que el capitalismo se estableció como el mecanismo que articula nuestra economía- las empresas son ese lugar cotidiano en el que muchos tienen la oportunidad de ser testigos, protagonistas o víctimas de la erótica del poder.

También en ellas se viven historias como la de Macbeth, quien acabó con su monarca porque deseaba para sí el puesto de rey, y que, aspirando a ser sucedido como líder por aquellos que llevaran su sangre, acabó hundido ante la predicción de que no era su apellido el que iba a quedar para la posteridad. Ese es el primer gran acierto de José Martret en su adaptación, con este ingenioso recurso deja claro que nos va a contar una historia que además de clásica es también contemporánea, quizás incluso atemporal.

Una vez enganchados con este planteamiento narrativo, su siguiente alarde de creatividad está en el tratamiento de los personajes. Resulta evidente con la intervención inicial de las dos brujas, Urd y Skuld, ejerciendo de oráculo, acompañadas en deslumbrante sintonía por unos efectos de luz y sonido llenos de significado. Con este brillante clic con el que comienza, “MBIG” nos tiene agarrados en el plano de las sensaciones y con la promesa de que lo que hemos visto no han sido solo unos cuantos recursos ingeniosos, sino una muestra de lo mucho, más y mejor, que está por venir.

Y como en el McBeth International Group no hay descanso, llega Francisco Boira y, derrochando fuerza y energía por doquier, se hace el dueño y señor de la escena. Él es Macbeth, este es su sitio y está dispuesto a lo que sea necesario para marcar su territorio y dejarnos claro que estamos en sus dominios. Su rotundo mando escénico se manifiesta con un recital de presencia física y lenguaje corporal, de registros de voz y de expresividad que llenan la atmósfera de los espacios de la Pensión de las Pulgas trasladándonos a los lugares de Escocia en los que se desarrolla esta tragedia.

Pero hay reparto más allá de Boira, “MBIG”  tiene una acción coral y cada personaje un rol fundamental que los actores que los encarnan interpretan de manera sobresaliente. El egoísmo de Lady Macbeth en las manos y el rostro de Olga Rodríguez, el fantasmal Banquo convertido en presencia inquietante por Andrés Gertrudix, el dolor del Macduff de Raúl Tejón, el enlace con el mundo empresarial a través de los pequeños monólogos de Raquel Pérez,…  Tras ellos, una gran dirección de actores que hace que cada uno de ellos brille por sí mismo y que juntos formen un conjunto que es más que la suma de su partes. Unidos hacen que lo que se plantea sobre el papel como una historia de falta de escrúpulos y valores, se vaya convirtiendo en un completo catálogo del comportamiento humano en situaciones de nubes negras cargadas de lluvia, cielos oscuros y noches de vientos fríos.

En resumen, más de dos horas y media de función en las que el espectador vive una experiencia total, la de estar en un mundo que hace suyo mientras dura la representación, que es real porque se siente y se vive, no solo en la mente, sino también en el corazón y la piel.

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«MBIG», en La Pensión de las Pulgas (Madrid).