La pintura analógica de Alfonso Albacete

Resultado de la experiencia real, la observación y la conexión con el lugar en el que se posa la mirada. Así surge este conjunto de obras, realizadas en su gran mayoría durante los últimos dos años y que, como es habitual en su autor, aúnan la frescura de lo actual con el dinamismo que surge cuando confluyen motivación e inspiración, búsqueda y encuentro.  

Alfonso es un hombre serio, se expresa muy bien. Al igual que los pinceles, sabe utilizar muy bien las palabras. Las selecciona apropiadamente y las maneja con precisión. Pero el rigor no está reñido con la retranca de que impregna, cuando lo considera necesario, su inteligente retórica. De ahí el título de esta muestra en que presenta su producción más actual, incluyendo Días de mayo, la primera imagen que creó tras permanecer casi dos meses confinado en su casa por el mismo motivo que lo estuvimos todos los demás.

Pinturas analógicas por lo que tienen de semejanza con la realidad, de traslación de su mirada al lienzo y expresión de su manera de percibir y seguir investigando, progresando y aprendiendo a partir de cuanto le sorprende cada día. Sea porque no se había percatado hasta ahora, sea porque no tuvo contacto con ello hasta etapas más recientes de su biografía. Es su caso con las culturas orientales, esas a cuyos lugares naturales ha viajado en cantidad de ocasiones y por cuyos conceptos, principios e intenciones se deja influir cuando así lo considera su estado de ánimo. Analógicas, también, en contraposición a lo digital y a sus algoritmos que, supuestamente, saben de nuestros gustos, intereses y necesidades más aún que nosotros mismos.

Hay tres temas o miradas en esta muestra de Albacete en el espacio principal de la Galería Marlborough de Madrid. Los interiores y vistas desde los espacios de su cotidianidad, el cielo y las acumulaciones de vegetación. Además de una sala menor reconvertida en una instalación sui generis que sintetiza cómo es su estudio. Un lugar que aúna energía y orden, en el que las ideas se concretan en dibujos, bocetos, acuarelas y conatos de lo que quizás esté por venir, al amparo de fotografías que ilustran tanto su biografía como sus pilares emocionales. Papeles en los que anota los conceptos sobre los que gira su pensamiento y, en consecuencia, sus creaciones. Transformación. Voluntad. Crecimiento. Naturaleza. Pensamiento. Divinidad. Reproducción. Trascendencia. Muerte. Desaparición. Nacimiento.    

El lírico minimalismo de la serie Tiempos transmite paz y pausa el tempo interno de su espectador. Seis cielos de proporciones 1:1 y distintos tamaños, que una bandada de aves cruza sobre sus diferentes veladuras cromáticas. Una mirada a lo alto que evoca la búsqueda del paraíso en el cielo de la cultura islámica, ecos de su infancia y de sus muchas estancias en el litoral almeriense que en su día fue Al-Andalus. Lo que siempre está ahí, lo que forma parte del devenir y de los ciclos naturales, independientemente de los objetivos y visiones de la mente capitalista, estratega y futurista, huidiza del aquí y ahora, del hombre.  

El rural de su infancia (nació en Antequera en 1950 y después vivió en Murcia hasta que llegó a Madrid en 1972), el agua que corre y que se estanca actuando como reflejo de su entorno, la frondosidad de la vegetación, las plantas que se acomodan al espacio en el que nacen. Todo lo que estos elementos, por sí mismo y en su unión, tienen de azar y de casual, de capricho, pero también de sentido y equilibrio están en otras telas. Piezas con recursos como la pintura que deja fluir de arriba abajo creando su propio cauce, o con extras de acrílico seco aplicado sobre ellas, juego intervencionista que las amplía tridimensionalmente o yendo más allá de la superficie acotada por su bastidor.    

Antes que pintor, Alfonso fue arquitecto y quizás por eso las proporciones, perspectivas y composiciones de interiores y paisajes siguen formando parte de su obra. Más de cuatro décadas de trayectoria y 80 exposiciones, y sigue haciendo de su estudio un espacio no solo en el que estar y trabajar, sino en el que ser y transmitir a través, desde y con él. De ahí que lo siga representando como un lugar lleno de luz y vida, en el que se puede sentir el pulso de la creación y la convicción de lo que está haciendo. No como un espacio sacro, sino como coordenadas en las que se pueden deducir sus influencias (el constructivismo ruso, la abstracción americana o el barroco español) y su particular visión de su oficio y labor. Tal y como él dice, y la suya es ejemplo de ello, la pintura está viva.

Pinturas analógicas, Alfonso Albacete, Galería Marlborough (Madrid), hasta el 9 de enero de 2021.

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