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Tennessee Williams que estás en los cielos

Tan irónico, ácido, sarcástico, descarado y deslenguado como intenso, profundo, inteligente y fascinante. Así es este relato autobiográfico, como así debía ser el protagonista de estas memorias. Un hombre tan atractivo y sugerente como los personajes de sus textos, tan hipnótico como las obras que han hecho de él un maestro del teatro y la literatura del s. XX.

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Como dice en sus primeras páginas, Tennessee Williams se comprometió en 1972 a escribir sus “Memorias” por dinero, pero ya puestos a ello, decidió hacerlo bien, dando rienda suelta, (durante los tres años que le llevó el proyecto) a su creatividad literaria. Y se nota que disfrutó poniendo en negro sobre blanco anécdotas, reflexiones y vivencias del ámbito familiar, social y profesional. Probablemente no lo muestre todo, pero no hay faceta de su vida –amor, sexo, amistad, trabajo,…- en la que no nos deje ver con su ágil pluma, su verbo recurrente y su espléndida prosa cómo se relacionaba y el espacio que en todas ellas ocupaban la soledad infinita, el dolor y la angustia que a todas partes le acompañaban.

            «Mi mayor aflicción y quizás el tema principal de cuanto he escrito: la aflicción de una soledad que me persigue como una sombra, una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de continuo a lo largo de días y noches».

De familia con aires nobiliarios –nada menos que del Reino de Navarra- y pretensiones  políticas venida a menos, Thomas Lanier Williams III (1911-1983) vivió la vida al máximo desde que fuera un niño. Siendo adolescente tuvo la oportunidad de viajar por Europa, donde tuvo sus primeras crisis de ansiedad que se resolvieron felizmente por episodios místicos, sin ser él especialmente creyente. Con el tiempo intentaría resolver estas situaciones con alcohol y somníferos de todo tipo, hasta que llegó el momento de pasar una temporada en una institución psiquiátrica. Pudo haber algo de genética familiar – su hermana Rose se pasó más de media vida bajo tratamiento- pero tal y como cuenta, el carrusel de la crítica y de la aceptación del público al que debían someterse sus obras, así como el paso previo de dar con la combinación correcta de actores, directores y productores, le tuvo siempre al borde de la histeria.

Lo suyo fue una continua necesidad de escribir, esa era su manera de ser libre, de sentirse vivo. Su manera de comenzar cada día era ponerse manos a la obra frente a la máquina de escribir y dejar que fluyeran poemas, cuentos, novelas y textos teatrales que tanta gloria, fama y reconocimiento le dieron. Pero de por medio, siempre con quebraderos de cabeza en una mente capaz de hilar tan fino como para crear los geniales universos de “El zoo de cristal” o “Un tranvía llamado deseo”, pero al tiempo, incapaz de soportar una palabra en contra o la media hora de espera en que tardaban en conocerse la opinión de los críticos que habían asistido a la representación la noche del estreno.

Siempre exudando deseo como manera de ocultar su petición a gritos –como los de “De repente, el último verano”- de sentirse amado y valorado. Viviendo su sexualidad sin pudor ni prejuicio alguno, tras unos intentos de heterosexualidad en su más pronta juventud, a lo largo de toda su vida, practicando una transparencia y naturalidad que muchos llamarían entonces exhibicionismo. Y aun así, hubo espacio y tiempo para el compromiso y para construir relaciones más o menos duraderas. Coordenadas en las que Mr. Williams y sus diversas parejas y amantes también tuvieron ocasión de vivir como propias las circunstancias y escenas que incluía en sus obras (he ahí “La gata sobre el tejado de zinc caliente”): gritos, portazos, abandonos, amenazas, llantos, lamentos en público, visitas de la policía, noches en el calabozo,…

Por las páginas de estas memorias desfilan muchos de los nombres del cine, el teatro o la literatura con los que a lo largo de su carrera se cruzó Tennessee. Sobre todos ellos tiene algo que decir y que contar, aplicando ironía y sarcasmo de la misma manera que admiración y reconocimiento según de quien se trate. Las noches locas que vivió con su admirada Anna Magnani en su adorada Roma (la ciudad de sus sueños), la honda impresión que le produjo Marlon Brando al conocerle, la conexión que con su Frankie –con el que compartió catorce años- tuvo Vivien Leigh, su amistad y relación profesional durante décadas con Elia Kazan, o momentos de lo más variopinto con autores como Gore Vidal o Thornton Wilder o políticos como Fidel Castro o JFK.

De San Luis a Nueva York pasando por Chicago, La Habana, México, Los Angeles, París, Londres, Bangkok y multitud de lugares como los que encierran títulos como “Out cry”, “Dulce pájaro de juventud”, “La noche de la iguana”, “Camino real” o “La primavera romana de la señora Stone”, la vida, obra y persona de Tennessee Williams es un experiencia total que contada por él resulta de lo más apasionante, vibrante y estimulante.

Ellas

Faltan muchas, pero las que están en este post han protagonizado algunos de los momentos más mágicos y maravillosos que el cine nos ha dado. 

Ellas

Meryl Streep mirándose al espejo en “Los puentes de Madison”. Nicole Kidman desvistiéndose en “Eyes wide shut”. Anna Magnani exhudando supervivencia en “Roma, ciudad abierta”. El absoluto descaro de Rita Hayworth en “Gilda”. La sonrisa infinita de Julia Roberts en “Pretty woman”. La risa de Greta Garbo en “Ninotchka”. Katharine Hepburn, sentimiento a flor de piel “En el estanque dorado”. El quid pro quo de Jodie Foster con Hannibal Lecter en “El silencio de los corderos”. La alocada Barbra Streisand en bici por las calles de San Francisco en “¿Qué me pasa, doctor?”. Diane Keaton diciendo “he tenido tanto amor en mi vida” en “La habitación de Marvin”. Bjork soñando con una realidad paralela musical en “Bailar en la oscuridad”. El sufrimiento sin fin de Jane Wyman en «Obsesión» y el de Lana Turner en «Imitación a la vida».

Ingrid Bergman deseando tanto lo imposible como lo marcado por el destino en “Casablanca”. Vivien Leigh poniendo a Dios por testigo en “Lo que el viento se llevó”. Holly Hunter gritando en silencio en “El piano”. Juliette Binoche leyendo con los dedos la partitura en “Tres colores: azul”. La histriónica Gloria Swanson de “El crepúsculo de los dioses”. La fotogénica, hermosa y bella Emmanuelle Béart de “Nelly y el Sr. Arnaud”. Marisa Paredes y Victoria Abril discutiendo en “Tacones lejanos”. La desequilibrada Isabelle Huppert de “La pianista”. Olivia de Havilland cerrando la puerta en la última secuencia de “La heredera”. La interrogada Sharon Stone de “Instinto básico”. Audrey Hepburn buscando al gato bajo la lluvia en “Desayuno con diamantes”.

Kathleen Turner y Angelica Houston, arrolladoras en “El honor de los Prizzi”. El drama de Ali MacGraw diciendo “amar significa no tener que decir nunca lo siento” en “Love story”. Penélope Cruz sin lógica alguna en “Vicky Cristina Barcelona”. La seducción de Barbara Stanwyck en “Perdición”. La inocencia de Natalie Wood en “West side story”. La absurda ingenuidad de Renée Zellweger vestida de conejita de Playboy o luciendo faja en «El diario de Bridget Jones». Bette Davis y Joan Crawford, locas, muy locas en “¿Qué fue de Baby Jane?”. Jennifer Hudson cantándole a su hombre And I´m telling you en “Dreamgirls”. Marilyn Monroe avanzando por el andén en “Con faldas y a lo loco”. Elizabeth Taylor llena de rabia en “La gata sobre el tejado de zinc”. Las lágrimas de Demi Moore en “Ghost”. La virginidad de Liv Tyler en “Belleza robada”.

La elegancia de Ava Gardner en “55 días en Pekín” sin hacer nada, solo porque sí. La almibarada Olivia Newton John de “Grease”. Madonna, entregada peronista en “Evita”. Jennifer Grey bailando en “Dirty Dancing” y Catherine Zeta-Jones en «Chicago». La candidez de Judy Garland en “El mago de oz”. Las ganas de disfrutar la vida de Liza Minelli en “Cabaret”. El monólogo, vistiendo únicamente una camiseta, de Julianne Moore en “Vidas cruzadas”. Annette Bening como una contrariada esposa en “American Beauty”. La sufrida y valiente Cecilia Roth de «Todo sobre mi madre». Faye Dunaway disparando a diestro y siniestro en «Bonnie & Clyde». Las eternas piernas de Cyd Charisse en «Cantando bajo la lluvia». La enigmática Kim Novak de «Vértigo» y la radiante Grace Kelly de «La ventana indiscreta».

La soledad de Scarlett Johansson en “Lost in translation”. Carmen Maura recitando la receta del gazpacho en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Julie Andrews en todas las canciones de “Sonrisas y lágrimas”. La magia que desprende Cher en “Hechizo de luna”. La acosada Jessica Lange de “El cabo del miedo”. La fuerza infinita de Sophia Loren en “Madre coraje”. La dualidad de Natalie Portman en “El cisne negro”. Las retadoras miradas de Lauren Bacall en “El sueño eterno”. Susan Sarandon y Geena Davis queriendo dejar su pasado atrás en “Thelma & Louise”. La expresividad de Marlee Matlin en “Hijos de un dios menos”. Glenn Close, desatada en “Atracción fatal”. Ellas y muchas más.

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