Estirada desde el inicio, una vez que descubres dónde está la causa del terror los sustos en esta película de adolescentes son de manual y el relato una narración vacía con aires de moralina sexual y pretensiones de vídeo arte.
La primera vez que te acuestas con alguien puede gustarte o no y ser la clave para seguir viendo a esa persona. Pero también puede suceder algo más, que te estén pasando una maldición (que no una ETS, ¿metáfora retorcida?). A partir de ahora serás perseguido por alguien de quien por mucho que te alejes siempre acabará alcanzándote con el fin de quitarte la vida. ¿Cómo evitarlo? Pasándole la amenaza a otra persona de la misma manera que llegó a ti, acostándote con él o ella. Pero sin olvidar advertirle de lo que va a suceder, ya que si pierde la vida, el mal vuelve a por el anterior en la cadena, a por ti.
Pues ya para plantear esta cuestión se tarda, haciéndote dudar de si este es el título que estás esperando te haga gritar, o una película de arte y ensayo en la que disfrutar con los planos de “viendo la vida pasar” y su estética con aires de “Las vírgenes suicidas” de Sofia Coppolla para mostrar lo anodino que es ser un adolescente sin arte ni beneficio en el Detroit residencial. Continente sin contenido en el no quedan claro detalles como los guiños a la historia del cine presentando a la pandilla protagonista como fans de las películas en blanco y negro de los años 50, o que la proyección a la que acuden al inicio sea la “Charada” de Audrey Hepburn y Cary Grant.
Y así todo. Una vez se abre la caja de pandora y el mal acampa en sus vidas se juega a la tensión psicológica. ¿Cuándo aparecerá? ¿De dónde surge? ¿Se puede luchar contra él? Quizás ese fuera uno de los planteamientos inteligentes de David Robert Mitchell, director y guionista, a la hora de escribir esta historia y mostrar el terror como lo que es, algo irracional. Pero el espectador se lo ha de suponer porque desde la pantalla no se le da respuesta ni indicio alguno. Solo se espera de nosotros que asumamos lo que está sucediendo sin más, si es que de verdad está ocurriendo algo.
Mientras tanto, planos largos con una fotografía mate de tonos plomizos con un pretencioso sentido estético, diálogos de frases breves y jóvenes con caras de angustia, incredulidad o pasmo según el momento. Y con el sexo siempre en segundo término. ¿Lo practicará para deshacerse de lo que la persigue? ¿Qué sucederá entonces? Como adolescentes que son, ¿qué papel jugarán las hormonas en todo esto? ¿Tienen algo más que impulsos primarios estos jóvenes?
Muchas interrogantes en una atmósfera con intención de ser claustrofóbica, pero que resulta más bien soporífera. En la butaca no te sientes presionado ni afectado por lo que sucede en la pantalla, de ahí a la desconexión y al aburrimiento poco queda.