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«Julieta», un viaje a lo más íntimo

Entra en el corazón y bajo la piel poco a poco, de manera suave, sin prisa, pero sin pausa. Cuando te quieres dar cuenta te tiene atrapado, inmerso en un personalísimo periplo hacia lo profundo en el que solo eres capaz de mirar hacia adelante para trasladarte hasta donde tenga pensado llevarte Almodóvar.

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Cada nuevo estreno del hijo predilecto de Calzada de Calatrava trae siempre consigo la polémica. De un lado los que quieren ver en él una nueva muestra de su arte y su genio, del otro aquellos que ven ratificado que nunca lo fue o que ya dejó de serlo. Cuando la obra de un creador suscita este tipo de debate está claro que algo tiene de original y de auténtico. Así sucede con Almodóvar, con sus altos y sus bajos, pero con un estilo propio que en su evolución a lo largo de ya casi cuatro décadas, le define y le diferencia y que hasta el día de hoy le ha hecho único. Julieta es una muestra de ello en el sentido más positivo. Una gran historia en la que ahonda en su interés por llegar a la raíz de las emociones, hacer de los elementos técnicos –escenografía, fotografía, banda sonora,…- un elemento activo en la transmisión de su mensaje y dar a sus actores unos papeles que sin duda alguna supondrán un hito en sus carreras.

Julieta es un viaje en el tiempo, pero no en el calendario, sino en el corazón, a como se inician los grandes caminos de nuestras biografías y se enlazan con los que ya estábamos recorriendo. Juntos forman una trenza, cuando no una enredadera, en la que las virtudes y los defectos, los errores y los aciertos pasan de generación en generación de manera silenciosa, sin aparente evidencia, sin ver las causas hasta que estallan unas consecuencias sin posibilidad de enmienda. Hasta ahí es donde nos lleva Almodóvar, hasta la difícil y dura aceptación de lo inevitable, de tener que mirar frente a frente al dolor más brutal, al de las ausencias, al de la muerte y el del abandono. Solo entonces, observando lo que no veíamos, reconociendo aquello de cuya existencia no nos percatamos, dejaremos el hieratismo y la soledad emocional por la que hemos transitado durante años. Y si aprendemos a convivir con las cicatrices, tanto heredadas como causadas, daremos una oportunidad de auténtica vida a las relaciones con aquellos a los que, queramos o no, estamos unidos.

Un pasaje que se construye de manera delicada, capa a capa, igual que caen los granos de un reloj de arena. De manera casi imperceptible, todo va sumando y calando, expandiéndose y extendiéndose hasta alcanzar no solo cada rincón del interior de Julieta, sino también del de su espectador. Inoculando en él –al ritmo de los acordes compuestos por Alberto Iglesias- algo más grande que la vivencia de esta mujer, su ánimo por construir un futuro al que solo se puede llegar clarificando y ordenando el pasado. La evolución de su rostro –primero en la faz de Adriana Ugarte y después en el de Emma Suárez- es un registro tan objetivo como veraz de lo que se está contando. Un papel para dos actrices, una mujer con dos interpretaciones que se perciben como un único trabajo, una simbiosis que es la perfecta muestra de lo maestro que es Almodóvar creando personajes y dirigiendo actores. Y a su servicio, un equipo técnico que hace que la transición de un rostro a otro se perciba con la mayor de las naturalidades.

Cada encuadre está tan medido con tanta precisión como colocadas están las comas y los puntos en los diálogos. Todo dice algo, he ahí el retrato firmado por Lucien Freud complementándose con el rostro de Emma Suárez, las fotografías de Magnum en su mesa de centro o El amor de Marguerite Duras en su estantería. O los auto guiños que el manchego hace a su trayectoria como el cd de Ryuichi Sakamoto (el compositor de la banda sonora de Tacones lejanos) en un cajón o la mención a Angela Molina (secundaria en Carne trémula y Los abrazos rotos) como un sex-symbol de los 80 junto a Kim Basinger.

Detalles de un Almodovar más sosegado, que no busca la intensidad en diálogos descarnados y actuaciones con momentos expresionistas. Su drama es demasiado duro, es un lastre interno que imposibilitaría los arranques de Victoria Abril o Marisa Paredes en Tacones lejanos, la resolución de Penélope Cruz en Volver o fuerza de Cecilia Roth en Todo sobre mi madre. Un abismo de dolor en el que, a pesar de todo, hay lazos que no se rompen, lo que hace que los hombres –Darío Grandinetti y Daniel Grao- tengan un verdadero protagonismo, tanto argumental como en pantalla (a años luz de lo que sucedía con Juan Echanove e Imanol Arias en La flor de mi secreto). Una red en la que los secundarios –Rossy de Palma, Inma Cuesta, Michelle Jenner- son tan claves en el guión como en la pantalla.

Julieta es un paso adelante en la evolución de Almodóvar, en la que los años y la madurez se notan y ya no hace falta reflejarlo todo visualmente. Julieta es un Pedro que muestra aquello que tiene que contar y no se queda a esperar tu respuesta, que expresa lo que siente y deja que tomes cuanto tiempo necesites para realizar tu propio viaje y búsqueda interior y entonces elaborar tu respuesta, tanto a su película como a los vacíos y silencios en tu vida.

Ellas

Faltan muchas, pero las que están en este post han protagonizado algunos de los momentos más mágicos y maravillosos que el cine nos ha dado. 

Ellas

Meryl Streep mirándose al espejo en “Los puentes de Madison”. Nicole Kidman desvistiéndose en “Eyes wide shut”. Anna Magnani exhudando supervivencia en “Roma, ciudad abierta”. El absoluto descaro de Rita Hayworth en “Gilda”. La sonrisa infinita de Julia Roberts en “Pretty woman”. La risa de Greta Garbo en “Ninotchka”. Katharine Hepburn, sentimiento a flor de piel “En el estanque dorado”. El quid pro quo de Jodie Foster con Hannibal Lecter en “El silencio de los corderos”. La alocada Barbra Streisand en bici por las calles de San Francisco en “¿Qué me pasa, doctor?”. Diane Keaton diciendo “he tenido tanto amor en mi vida” en “La habitación de Marvin”. Bjork soñando con una realidad paralela musical en “Bailar en la oscuridad”. El sufrimiento sin fin de Jane Wyman en «Obsesión» y el de Lana Turner en «Imitación a la vida».

Ingrid Bergman deseando tanto lo imposible como lo marcado por el destino en “Casablanca”. Vivien Leigh poniendo a Dios por testigo en “Lo que el viento se llevó”. Holly Hunter gritando en silencio en “El piano”. Juliette Binoche leyendo con los dedos la partitura en “Tres colores: azul”. La histriónica Gloria Swanson de “El crepúsculo de los dioses”. La fotogénica, hermosa y bella Emmanuelle Béart de “Nelly y el Sr. Arnaud”. Marisa Paredes y Victoria Abril discutiendo en “Tacones lejanos”. La desequilibrada Isabelle Huppert de “La pianista”. Olivia de Havilland cerrando la puerta en la última secuencia de “La heredera”. La interrogada Sharon Stone de “Instinto básico”. Audrey Hepburn buscando al gato bajo la lluvia en “Desayuno con diamantes”.

Kathleen Turner y Angelica Houston, arrolladoras en “El honor de los Prizzi”. El drama de Ali MacGraw diciendo “amar significa no tener que decir nunca lo siento” en “Love story”. Penélope Cruz sin lógica alguna en “Vicky Cristina Barcelona”. La seducción de Barbara Stanwyck en “Perdición”. La inocencia de Natalie Wood en “West side story”. La absurda ingenuidad de Renée Zellweger vestida de conejita de Playboy o luciendo faja en «El diario de Bridget Jones». Bette Davis y Joan Crawford, locas, muy locas en “¿Qué fue de Baby Jane?”. Jennifer Hudson cantándole a su hombre And I´m telling you en “Dreamgirls”. Marilyn Monroe avanzando por el andén en “Con faldas y a lo loco”. Elizabeth Taylor llena de rabia en “La gata sobre el tejado de zinc”. Las lágrimas de Demi Moore en “Ghost”. La virginidad de Liv Tyler en “Belleza robada”.

La elegancia de Ava Gardner en “55 días en Pekín” sin hacer nada, solo porque sí. La almibarada Olivia Newton John de “Grease”. Madonna, entregada peronista en “Evita”. Jennifer Grey bailando en “Dirty Dancing” y Catherine Zeta-Jones en «Chicago». La candidez de Judy Garland en “El mago de oz”. Las ganas de disfrutar la vida de Liza Minelli en “Cabaret”. El monólogo, vistiendo únicamente una camiseta, de Julianne Moore en “Vidas cruzadas”. Annette Bening como una contrariada esposa en “American Beauty”. La sufrida y valiente Cecilia Roth de «Todo sobre mi madre». Faye Dunaway disparando a diestro y siniestro en «Bonnie & Clyde». Las eternas piernas de Cyd Charisse en «Cantando bajo la lluvia». La enigmática Kim Novak de «Vértigo» y la radiante Grace Kelly de «La ventana indiscreta».

La soledad de Scarlett Johansson en “Lost in translation”. Carmen Maura recitando la receta del gazpacho en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Julie Andrews en todas las canciones de “Sonrisas y lágrimas”. La magia que desprende Cher en “Hechizo de luna”. La acosada Jessica Lange de “El cabo del miedo”. La fuerza infinita de Sophia Loren en “Madre coraje”. La dualidad de Natalie Portman en “El cisne negro”. Las retadoras miradas de Lauren Bacall en “El sueño eterno”. Susan Sarandon y Geena Davis queriendo dejar su pasado atrás en “Thelma & Louise”. La expresividad de Marlee Matlin en “Hijos de un dios menos”. Glenn Close, desatada en “Atracción fatal”. Ellas y muchas más.

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