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“Speed-the-plow” de David Mamet

Los principios y el dinero no siempre conviven bien. Los primeros debieran determinar la manera de relacionarse con el segundo, pero más bien es la cantidad que se tiene o anhela poseer la que marca nuestros valores. Premisa con la que esta obra expone la despiadada maquinaria económica que se esconde tras el brillo de la industria cinematográfica. De paso, tres personajes brillantes con una moral tan confusa como brillante su retórica.

Cuando David Mamet escribió en 1988 Speed-the-plow, algo así como “acelera el arado”, ya era un autor teatral un y guionista cinematográfico reconocido y es de suponer que bregado en los avatares que determinan en los despachos qué se produce, con qué recursos y quiénes lo protagonizarán.

De ahí surge el triángulo conformado por Bobby, Charlie y Karen. Bobby Gould es el nuevo jefe de producción de un gran estudio, él decide qué proyectos son susceptibles de ser financiados, y hasta puede elegir uno por sí mismo. Charlie Fox no solo es una de las personas de su equipo, encargado de relacionarse con guionistas, actores y representantes para ver qué es posible, sino que también es un amigo fiel que ha estado a su lado a lo largo de los años. Por su parte, Karen es una joven e inexperta profesional en su primer día como asistente temporal de Bobby, así como objeto de las chanzas entre este y su colega sobre hasta dónde pueden llegar con ella.

Una trama de 24 horas que comienza de manera anodina, envuelta en la lectura por compromiso de un libro con intenciones humanistas y cuyo autor espera que sea adaptado a la gran pantalla, pero que se ve completamente alterada por el anuncio de un actor taquillero dispuesto a protagonizar el blockbuster que llevaría al estrellato a Bobby y a Charlie. A partir de ahí la velocidad por materializar esta posibilidad, la excitación por las recompensas que conllevaría lograrlo, los imprevistos que surgen y la ambición y vanidad por sentirse no solo triunfador, sino también ganador, generan un ritmo frenético a la par que una atmósfera de exceso de la que es imposible no sentirse parte.    

Mamet debe opinar que todos tenemos un precio que nos haga cambiar de opinión o de bando. Y basta que alguien le dijera que no, que tiene claros sus límites y que hay lealtades que no piensa traicionar nunca, para que ideara esta tormenta perfecta con que demostrarle que la integridad es una virtud cuya puesta a prueba resistirían muy pocos. Su inteligencia no está solo en la sencillez, los exabruptos y la combinación entre frases directas y circunloquios de sus diálogos, sino sobre todo en sus personajes. Personalidades y comportamientos trazados con finura para permitir multitud de planteamientos, sin alterar el devenir de su propuesta, a la hora de materializarlos sobre un escenario.

La primera lectura de Speed-the-plow provoca una visualización agresiva, de enfrentamiento y combate. Pero su reposo sugiere una más meditada en la que dar la oportunidad a cada personaje de enfrentarse, no solo con los demás, sino consigo mismo en un registro más abierto que contemple la vulnerabilidad de sus miedos, recelos e inseguridades. Una manera de conseguir no solo entretener a sus lectores y a sus espectadores en un patio de butacas, sino de engancharles a través de los mecanismos de identificación y proyección en que se basa la magia de la literatura, especialmente la dramática.

Quizás sea este el motivo por el que Speed-the-plow ha sido representada en innumerables ocasiones desde que fuera estrenada el 3 de mayo de 1988 en Broadway en un montaje protagonizado por Joe Mantegna, Ron Silver y Madonna, por el que el primero recibió un Premio Tony. En España fue interpretada en catalán por Lluís Homar, Andreu Benito y Mia Esteve, bajo la dirección de Ferrán Madico, en el marco del Festival Grec de Barcelona en el año 2000, y no ha vuelto a ser llevada a los escenarios desde 2015. Productores españoles, quizás es el momento de recuperar este texto y de hacernos disfrutar con él.

Speed-the-plow, David Mamet, 1988, Grove Atlantic.