Autobiografía de un hombre, más músico que escritor, cuya vida consistió en ir de un sitio a otro para, a medida que conocía culturas y lugares del mundo e interiorizaba experiencias, pasar de un estadio a otro dentro de su particular crecimiento interior. Estas memorias, escritas cuando contaba con sesenta y dos años, tienen más de sucesión cronológica de episodios, personas, lugares, impresiones y retazos de conversaciones que de reflexión sobre su trayectoria vital.

De EE.UU. a Marruecos, de Francia a Tailandia, de Reino Unido a Kenia, de España a Ceilán, de Suiza a Costa Rica. Fueron muchas las rutas que a lo largo de su existencia llevaron a Paul Bowles (Nueva York, 1910 – Tánger, 1999) de un continente a otro. Unas veces por motivos literarios, otras musicales y muchas sencillamente para vivir sin más, para experimentar y conocer. En ocasiones también por trabajo, trayectos de ida escribiendo reportajes periodísticos o investigando sobre tradiciones musicales y viajes de vuelta a su país natal para que sus composiciones formaran parte de montajes teatrales e, incluso, producciones cinematográficas.
Unas veces solo, otras acompañado, ya fuera de la mujer con la que más compartió, Jane Auer, de multitud de amigos y colegas (Gertrude Stein, Peggy Guggenheim, Truman Capote, Tennessee Williams, Francis Bacon,…) o con todos aquellos que se encontrara en su camino, de manera más o menos casual y fuera cual fuera su condición (profesional, social, económica, cultural,…). Una vida que comenzó con el soporte económico e intelectual de una familia de buena posición, formada por una madre atenta y cariñosa y un padre estricto y represivo, así como unos abuelos y tíos siempre presentes. Un entorno en el que Bowles no recuerda haber interactuado con otro niño hasta cumplir los cinco años y del que salió para no volver nunca más una vez que comenzó sus estudios universitarios.
Casi cuatrocientas páginas en las que se percibe que vivió cada instante –ya fuera en París, Londres, Fez, Nairobi, México o Bangkok- con una mezcla de idealismo y pragmatismo combinada con ingenuidad y laissez faire, apoyándose en los recursos y personas que encontraba y buscaba allá donde estuviera. Nombres que entonces eran sinónimo de rebeldía y que hoy –ya en el siglo XXI, aunque también probablemente en el momento en que el autor de El cielo protector escribió estas memorias en 1972- son considerados como los innovadores que dieron forma a buena parte del legado intelectual y cultural del siglo XX.
Una etapa de la historia moderna en la que EE.UU. se convirtió en la primera potencia mundial, los imperios franceses y británicos llegaron a su fin y el mundo vivió dos guerras mundiales. Circunstancias que provocaron inestabilidades políticas, sociales y militares de gran calado y que Bowles también vivió de una manera muy particular. Valgan como ejemplo los interrogatorios que sufrió por su afiliación al Partido Comunista –organización que abandonó en 1939- durante la caza de brujas del McCarthismo, o su experiencia en primera persona de la independencia de Marruecos, por cuya cultura quedó prendado desde su primera visita al norte de África en los años 30.
Without stopping (acertado título original) podría ser una obra sugerente. Sin embargo, no lo es tanto. A la hora de plasmar sus vivencias sobre el papel, el objetivo de Paul Bowles es el de poner en orden sus recuerdos y no elaborar y concretar el hilo conductor -que seguro que lo hubo en el plano ideológico, espiritual y creativo- que le llevó de un lugar a otro, no solo geográfico sino también interior. Así es como Memorias de un nómada –a excepción de los capítulos dedicados a su infancia y adolescencia- no pasa de ser un volumen al que acercarse para conocer más sobre la biografía y recorrido de este autor, pero no con el que disfrutar y enriquecerse como lector.
Memorias de un nómada, Paul Bowles, 1972, Editorial Grijalbo.