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Teatro: 10 funciones de 2015

Cantaba La Lupe que en algunos casos el teatro es falsedad bien ensayada. No en todos. En estos que recuerdo de los vistos a lo largo de este año fueron experiencias de un extremado verismo, pequeños mundos que duraron quizás más tiempo que su representación y que hicieron sentir y emocionarse a los que fueron testigos de su acontecer. 

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«La ola» (Centro Dramático Nacional). Texto, dirección y actores perfectamente engranados entre sí en un montaje que demuestra que uniendo buenas piezas, el todo conseguido es aún más que la suma de ellas.

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«Héroes» (La Pensión de las Pulgas). Una obra bien estructurada y  dialogada convertida en una gran representación gracias al versátil y entregado trabajo de sus tres actores.

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«Ivan Off» (La Casa de la Portera). Del drama a la tragedia, intensidad con momentos de hilaridad en un reparto coral con buenos secundarios y un soberbio Raúl Tejón como protagonista.

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«Invernadero» (Teatro de la Abadía). Tras aparentes diálogos recurrentes y situaciones absurdas se esconde la autoridad mal ejercida, el anhelo de poder y la tragedia y el drama de las injusticias a que juntos dan lugar.

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«Confesiones a Alá» (Teatro Lara). Una fantástica María Hervás se deja la piel sobre el escenario contándonos diferentes etapas en la vida de una joven musulmana en una sociedad injusta y discriminatoria.

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«El testamento de María» (Centro Dramático Nacional). Blanca Portillo desborda con su energía en un papel que le hace ser mujer y madre, compañera seguidora e incrédula a partes iguales, una veces narradora de una historia que vivió y otras fiscal de lo que creemos hoy que sucedió.

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«Yernos que aman» (La Pensión de las Pulgas). Un puzle familiar de diez personajes en el que cada uno de ellos cumple con creces su misión en un complejo engranaje en el que todo encaja: el conjunto de historias y sus tiempos, los diálogos, las entradas y salidas de escena, los cambios de ritmo,… Dos horas brillantes que dejan en el cuerpo sensaciones como las que provocan Tennessee Williams o Eugene O’Neill.

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«Tres» (Teatro Lara). Por separado podríamos considerar las interpretaciones del trío protagonista femenino como histriónicas, insulsa en el caso del hombre que las acompaña, y el libreto como una sucesión de gags de programa televisivo de variedades. Sin embargo, el buen trabajo actoral da la vuelta a la tortilla y lo que vemos sobre escena es a tres actrices solventes, un actor resultón y un texto que entretiene y que genera sonrisas de principio a fin.

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«MBIG» (La Pensión de las Pulgas). Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

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«El público» (Teatro de la Abadía). Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.

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“Invernadero” de Harold Pinter

Tras aparentes diálogos recurrentes y situaciones absurdas se esconde la autoridad mal ejercida, el anhelo de poder y la tragedia y el drama de las injusticias a que juntos dan lugar.

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Gonzalo de Castro es el director de un internado de naturaleza no clara (¿psiquiátrico? ¿médico? ¿penitenciario?) en el que a los muertos no se les conoce por su nombre y apellidos, sino por un número identificativo. Además, para conocer su estado hay que recurrir a las pruebas documentales, hasta no tener estas, nada se da por seguro. ¿Qué va antes? ¿La vida o su burocratización?

Así comienza la acción que nos cuenta “Invernadero”. Le sigue una sucesión de escenas en las que tras una superficie de absurdas situaciones y diálogos recurrentes, que parecen más juegos de lenguajes que ofertas de información, se desvela un mapa de relaciones entre personajes que se conocen desde hace mucho tiempo ya. Un pequeño mundo cotidiano en el que todo está viciado y enmohecido, sin margen para descubrirse y conocerse. Cuanto acontece es un campo de batalla en el que cada uno lucha por ensalzar, defender y consolidar su ego a costa de los demás.

Tanto la acción como los demás protagonistas giran en torno a Gonzalo de Castro. Entre ellos, dos hombres. De un lado el eficaz ayudante que está esperando un quiebro para situarse en el lugar de su jefe, al que únicamente es fiel para saber cómo eliminarle mejor. Contra él, el aprovechado parásito que vive de ayudar a mantenerse como líder al que es tal por tener dicho título. Entre ellos, un conflicto, una soterrada lucha a muerte, invisible a ojos de los demás pero que lo llena todo cuando Tristán Ulloa y Jorge Usón comparten focos con de Castro. Se palpa, se masca, se hace densa la tensión. ¿Hasta dónde va a llegar esta claustrofobia vital en la que cada uno es quien es gracias a la dependencia que tiene del conflicto de sospecha, envidia e inseguridad que mantiene con los otros.

Del lado femenino, Isabell Stoffel es una sensual, atractiva e hipnótica dama que aporta al juego del poder el sexo como elemento disyuntivo que supuestamente empapa toda relación entre hombre y mujer. Su personaje juega a ser una gata a dos bandas, complaciente a la sombra de la supremacía consolidado y felina que pasea bajo la luz para ser vista por quien ella cree que puede llegar a ser el futuro mandatario. Una bipolaridad tras la que se esconde el vacío existencial, la falta de sentido en la vida y en consecuencia, actuar de manera disparatada, sin orden ni concierto. Tras una fachada de belleza física, un torrente de miseria espiritual.

Expuestos los dramas individuales, quedan las apariencias sociales. Carlos Martos es el indefenso, ese al que no se escucha y se etiqueta como enfermo, débil e incapaz como paso previo para ejercer sobre él una violencia socialmente admitida a la que denominamos tratamiento, salud pública. Él es la inocente cabeza de turco que tiene como fin que el resto de personajes de “Invernadero” alimenten su soberbia y liberen sus conciencias de toda posible culpa.

Con todos estos elementos Mario Gas monta una representación que resulta soberbia en su forma y descarnada en su fondo, llega a estremecer la falta de pudor con la que muestra la línea que separan los comportamientos racionales de las respuestas casi animales (a pesar de la inteligencia aplicada) en el ser humano. Y todo ello con un con un reparto que hace del texto de Harold Pinter (adaptado por el novelista Eduardo Mendoza) una magistral guión con el que articula ese universo sin aparente salida en el que están inmersos sus habitantes. Un libreto que enreda en él al patio de butacas, exigiendo a sus espectadores ir más allá del entretenimiento para convertirse en testigos de un drama ante el que han de posicionarse éticamente.

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«Invernadero«, en Teatro de la Abadía (Madrid) hasta el 5 de abril.