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10 películas de 2016

Periodismo de investigación; mujeres que tienen que encontrar la manera de estar juntas, de escapar, de encontrar a quienes les falta o de sobrevivir sin más; el deseo de vengarse, la necesidad de huir y el impulso irrefrenable de manipular la realidad; ser capaces de dialogar y de entendernos, de comprender por qué nos amamos,…

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Spotlight. Tom McCarthy realizó una gran película en la que lo cinematográfico se mantiene en la sombra para dejar todo el protagonismo a lo que verdaderamente le corresponde, al proceso de construcción de una noticia a partir de un pequeño dato, demostrando cuál es la función social del periodismo y por qué se le considera el cuarto poder.

Carol. Bella adaptación de la novela de Patricia Highsmith con la que Todd Haynes vuelve a ahondar en los prejuicios y la crueldad de la sociedad americana de los años 50 en una visión complementaria a la que ya ofreció en Lejos del cielo. Sin excesos ni remilgos en el relato de esta combinación de drama y road movie en la que la unión entre Cate Blanchett y Rooney Mara echa chispas desde el momento cero.

La habitación. No hay actores, hay personajes. No hay guión, hay diálogos y acción. No hay dirección, hay una historia real que sucede ante nuestros ojos. Todo en esta película respira honestidad, compromiso y verdad. Una gran película sobre lo difícil y lo enriquecedora que es la vida en cualquier circunstancia.

Julieta. Entra en el corazón y bajo la piel poco a poco, de manera suave, sin prisa, pero sin pausa. Cuando te quieres dar cuenta te tiene atrapado, inmerso en un personalísimo periplo hacia lo profundo en el que solo eres capaz de mirar hacia adelante para trasladarte hasta donde tenga pensado llevarte Almodóvar.

La puerta abierta. Una historia sin trampa ni cartón. Un guión desnudo, sin excesos, censuras ni adornos. Una dirección honesta y transparente, fiel a sus personajes y sus vivencias. Carmen Machi espectacular, Terele Pávez soberbia y Asier Etxeandía fantástico. Una película que dejará huella tanto en sus espectadores como, probablemente, en los balances de lo mejor visto en nuestras pantallas a lo largo de este año.

Tarde para la ira. Rabia y sangre fría como motivación de una historia que se plasma en la pantalla de la misma manera. Contada desde dentro, desde el dolor visceral y el pensamiento calculador que hace que todo esté perfectamente estudiado y medido, pero con los nervios y la tensión de saber que no hay oportunidad de reescritura, que todo ha de salir perfectamente a la primera. Así, además de con un impresionante Antonio de la Torre encarnando a su protagonista, es como le ha salido su estreno tras la cámara a Raúl Arévalo.

Un monstruo viene a verme. Un cuento sencillo que en pantalla resulta ser una gran historia. La puesta en escena es asombrosa, los personajes son pura emoción y están interpretados con tanta fuerza que es imposible no dejarse llevar por ellos a ese mundo de realidad y fantasía paralela que nos muestran. Detrás de las cámaras Bayona resulta ser, una vez más, un director que domina el relato audiovisual como aquellos que han hecho del cine el séptimo arte.

Elle. Paul Verhoeven en estado de gracia, utilizando el sexo como medio con el que darnos a conocer a su protagonista en una serie de tramas tan bien compenetradas en su conjunto como finamente desarrolladas de manera individual. Por su parte, Isabelle Huppert lo es todo, madre, esposa, hija, víctima, mantis religiosa, manipuladora, seductora, fría, entregada,… Director y actriz dan forma a un relato que tiene mucho de retorcido y de siniestro, pero que de su mano da como resultado una historia tan hipnótica y delirante como posible y verosímil.

La llegada. Ciencia-ficción en estado puro, enfocada en el encuentro y el intento de diálogo entre la especie humana y otra llegada de no se sabe dónde ni con qué intención. Libre de artificios, de ruido y efectos especiales centrados en el truco del montaje y el impacto visual. Una historia que articula brillantemente su recorrido en torno a aquello que nos hace seres inteligentes, en la capacidad del diálogo y en el uso del lenguaje como medio para comunicarnos y hacernos entender.

Animales nocturnos. Tom Ford ha escrito y dirigido una película redonda. Yendo mucho más allá de lo que admiradores y detractores señalaron del esteticismo que tenía cada plano de “Un hombre soltero”. En esta ocasión la historia nos agarra por la boca del estómago y no nos deja casi ni respirar. Impactante por lo que cuenta, memorable por las interpretaciones de Jake Gyllenhall y Amy Adams, y asombrosa por la manera en que están relacionadas y encadenadas sus distintas líneas narrativas.

«Animales nocturnos» te deja en estado de shock

Tom Ford ha escrito y dirigido una película redonda. Yendo mucho más allá de lo que admiradores y detractores señalaron del esteticismo que tenía cada plano de “Un hombre soltero”. En esta ocasión la historia nos agarra por la boca del estómago y no nos deja casi ni respirar. Impactante por lo que cuenta, memorable por las interpretaciones de Jake Gyllenhall y Amy Adams, y asombrosa por la manera en que están relacionadas y encadenadas sus distintas líneas narrativas.

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Una fuerte bofetada en la cara, esa es la impresión con que se sale de la proyección de Animales nocturnos. Desde sus mórbidos títulos de crédito iniciales no hay un instante de tregua a lo largo de las casi dos horas de metraje. Sin prisas, la historia de la galerista Susan y su exmarido y escritor Edward se mastica al ritmo necesario para ser degustada y digerida en su totalidad. De manera comedida, pero sin posibilidad de marcha atrás ni de escapatoria. Una vez que ha comenzado estás atrapado por todas las tramas de las que sus personajes desean huir. La de la ciudad sin alma que es Los Angeles en una vida que no es más que postureo artístico y palabras vacuas para Amy Adams (tan protagonista como en La llegada), o la del árido y purgatorio estado de Texas por el que Jake Gyllenhall (tan animal interpretativo como en Nightcrawler) viaja con su familia hacia un violento destino.

Dos planos narrativos que se relacionan alternando la lectura y el contenido del manuscrito de una novela, llevándonos de un punto a otro de EE.UU. y jugando con su brutal realismo a no dejarnos claro si lo que nos está contando es una ficción o un relato autobiográfico. El montaje es ese medio con el que mediante planos que se encadenan -no solo superponiendo su composición visual, sino también a través de su compartido peso emocional- se nos lleva de un lugar a otro y del momento actual a los recuerdos de lo sucedido hace veinte años, a ese punto en que quizás se comenzó a fraguar buena parte de la agorafobia del presente y de unas necesidades que más que expresivas son casi vitales.

Cada secuencia parece estar pensada como si fuera una pieza audiovisual en sí misma, un pequeño relato que tiene que aportar y decir algo al conjunto. No hay nada que carezca de protagonismo o sentido, todo transmite una profunda sensación de estar meticulosamente pensado y llevado a cabo para lograr el objetivo último que es un encaje perfecto entre interpretaciones, guión y recursos técnicos.

Como cabía esperar de él, Ford también hace alarde de su dominio de lo estético, pero  yendo más allá de la belleza plástica y utilizándolo con un sentido profundamente expresionista. He ahí el ambiente de la inauguración de la galería –performance incluida- con el que abre la película y la reunión en el museo de arte moderno con esa atmósfera entre alienante y de ciencia-ficción. Pasajes alucinógenos en una narración cinematográfica que -con una espectacular fotografía y una maravillosa y sinfónica banda sonora- tiene una magia que combina el equilibrio del Hollywood clásico de Hitchcok con la atemporalidad de Kubrick, la crudeza de Iñarritu y el impacto de la fotografía más actual en sus múltiples vertientes (documental, periodística, publicitaria,…).