Rosebud. Matrix. Tenet. El cine ya tiene otro término sobre el que especular, elucubrar, indagar y reflexionar hasta la saciedad para nunca llegar a saber si damos con las claves exactas que propone su creador. Una historia de buenos y malos con la épica de una cuenta atrás en la que nos jugamos el futuro de la humanidad. Giros argumentales de lo más retorcido y un extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico con los que Nolan nos epata y noquea sin descanso hasta dejarnos extenuados.

¿Qué está pasando exactamente? Es la pregunta que te haces una y otra vez durante las dos horas y media de proyección. Tantas que cada vez que crees haber dado con la respuesta, tu hipótesis queda desbaratada por lo que ves a continuación o a que ni siquiera llegues a formularla por lo alucinado que estás. Tenet también podría haberse titulado “adrenalina”, o cualquier otra hormona que segreguemos en situaciones de máxima tensión y actividad neuronal.
No esperes acoplarte mentalmente al protagonista y liderar a rebufo de él la situación, disponiendo qué pasos ha de dar para completar la información que le falta y salvar los obstáculos que le surgen por el camino hasta concluir la misión que tiene encomendada. John David Washington no es James Bond y sus andanzas son muy diferentes a las de Tom Cruise, no solo ha de hacer frente a lo que está ocurriendo sino que, de manera simultánea, pero sin margen para la reflexión -y mucho menos para el error-, también ha de entender qué sucede y dilucidar cómo actuar.
Un guión lleno de lagunas minadas, ¿para quién trabaja este supuesto agente especial?, ¿qué historial, acreditación o tutelaje le avala? Thriller e intriga combinados con ciencia-ficción, género que entra en Tenet más visual que argumentalmente, y sin escenografía ad hoc, lo que hace su trama aún más escurridiza y difícil de comprender para nuestro pensamiento racional.
La clave para disfrutarla está en vivirla, en dejarse llevar por las emociones que provoca. La tensión, la alerta, el movimiento, el dinamismo, la velocidad. El binomio acción y reacción convertido en un bucle que se retroalimenta, en la elipsis que simboliza el infinito, en un principio que es también continuidad y vuelta y, por tanto, duda de si fue pasado o si es repetición, reescritura o reinterpretación. Y en ese caso, qué los une y relaciona, en qué se basa su continuidad y cómo interfiere el antes sobre el después y el futuro sobre el pasado que es nuestro presente.
Relaciones temporales convertidas en juegos de lógica, pero que cuando pasan de la linealidad de lo escrito a la supuesta tridimensionalidad de lo audiovisual y se enmarcan en tesituras de servicios secretos, traficantes de armamento, equilibrios geopolíticos -y hasta con una insinuación de triángulo amoroso- se convierte en un soberbio galimatías que Nolan monta con un inteligente y minucioso manejo de cada uno de los elementos técnicos y artísticos que construyen una película -fotografía, sonido, efectos visuales, montaje, banda sonora…-.
En algún punto en concreto de esa construcción está la puerta de entrada a la propuesta de Tenet. No dar con ella frustrará a muchos. Verte de repente entre uno y otro lado, sin saber qué lo ha hecho posible, pero disfrutando sin más de ello, hará que goces de un viaje y una experiencia que tan pronto acabe estarás deseando volver a vivir.