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49 espectadores en “Siempre me resistí a que terminara el verano”

Cuando comenzó la función a las 20:30 este era el número de butacas ocupadas en el Teatro Marquina. Hora y media después todos salíamos con la sensación de no haberle encontrado sentido alguno al texto escenificado ni vida a la interpretación de sus actores.

SiempreMeResisti

Tirar de clichés como el de “cualquier tiempo pasado fue mejor” tiene mucho riesgo, puede ser acudir a una malgama de lugares comunes que ya hemos visto, leído y escuchado en multitud de soportes y ocasiones. He ahí el cinematográfico “Cuenta conmigo” de Rob Reiner (1986) o las series autobiográficas de tantos escritores (me vienen a la memoria las de Terenci Moix) si nos remitimos al género literario. Súmesele el tópico de la crisis de los 40 y el reto para conseguir enganchar a la platea se pone aún más difícil si se intenta desde un enfoque dramático, quizás para estos fines la comedia es más benévola. Todo un desafío al que decidió enfrentarse Lautaro Perotti cuando se puso manos a la obra en la escritura de este título que también dirige.

Veinte años después, dos amigos vuelven a la localidad rural en la que se convirtieron en adultos para enterrar a la madre de uno de ellos. Allí se encuentran con el tercero de la pandilla que decidió no dejar el pueblo, y con la mujer que sigue regentando el burdel en el que se iniciaron en el sexo. Todo apunta a que nos vamos a encontrar situaciones en la que se enfrentarán el presente y el pasado, las ilusiones de entonces con las realidades de ahora, las utopías y el sexo divertido con la formalidad y las dificultades de una vida presuntamente asentada. Pero van pasando los minutos y lo que escuchamos en escena no baja al patio de butacas, lo que se dice carece de vida. Quizás funcionó cuando tan solo eran palabras sobre el papel, pero a la hora de dar cuerpo, mente y voz a sus personajes, la tinta se emborrona y lo escrito no funciona.

Hay un vago eco del Arthur Miller de “El precio” y “Todos eran mis hijos” en el intento del drama, de peticiones de rendir cuentas, de ser sincero con uno mismo y expiar pecados, culpas, distancias y dependencias. Pero no es creíble, no solo desde la fila cinco o la diez, parece que no lo es ni en el escenario. Y no es que el elenco actoral (Pablo Rivero, Andrés Gertrúdix o Unax Ugalde) no sea bueno o no tuviera un día afortunado, sino que a lo ya indicado sobre el material con el que han de trabajar, hay que sumar el registro único de todos ellos y una dirección escénica invisible.

Momentos de intimidad en los que se proyecta la voz hasta el otro lado del escenario en lugar de acariciar con ella el corazón de quien te está abrazando. El personaje que intenta aportar humor para aligerar el drama y no es más que el inoportuno gracioso sin arte para la risa ni beneficio para la trama. Monólogos con intención poética que resultan vacuos. Escenas de lluvia en que los actores no se ponen completamente bajo los paraguas con que simulan protegerse, u otras en las que se supone que caen chuzos de punta y los que no los llevan no aparentan notar el efecto del agua. Frío, mucho frío el que provoca “Siempre me resistí a que terminara el verano”.

«Siempre me resistí a que terminara el verano», en el Teatro Marquina (Madrid).

“Después de la caída”, Arthur Miller se abre en canal

Desde la relación con sus padres en su infancia al suicidio de Marilyn Monroe, pasando por la caza de brujas y un primer matrimonio fallido, Arthur Miller expone una manera descarnada y sin pudor alguno su visión del ser humano como individuos faltos de moral, viviendo una triste y conflictiva soledad compartida.

DespuesDeLaCaida

Las anotaciones del autor, antes de comenzar a leer el primero de los dos actos, nos advierten de que lo que nos vamos a encontrar no es real, sino algo parecido a un sueño, o quizás a una pesadilla, que ocurre en la mente de Quentin, su protagonista. En este texto de Miller –y sobre el escenario en que lo imaginemos representado- se suceden personajes, diálogos, entradas y salidas a través de los cuales somos testigos directos de los valores, tormentos y vivencias del que parece ser su alter ego. “Después de la caída” es un texto con una compleja estructura que hilvana con gran inteligencia sus varias líneas argumentales, historias que surgen como fantasmas, que aparecen y desaparecen dejando preguntas abiertas, hechos por conocer y razones por entender.

Todas juntas forman un entramado de tinieblas en el que la tensión va in crescendo porque, aparentemente, nada se resuelve. Ante los conflictos, la opción elegida siempre en primer lugar es la de huir en lugar de afrontar su resolución, convirtiendo así los males en endémicos, en algo perpetuo. Arthur Miller repasa en el plano más íntimo episodios de infancia en los que se sintió abandonado por sus progenitores o fagocitado por su madre; o las relaciones que de adulto mantuvo con mujeres, unas matrimoniales, otras sin etiquetar, y en las que el común denominador fue el ser acusado de no hacerlas sentirse queridas por él. En el plano social los ecos de la II Guerra Mundial se dan de bruces con la caza de brujas que el senador McCarthy puso en marcha contra aquellos con sintonía con la ideología comunista o con contactos con la Rusia de la Guerra Fría. Personas que tras el desencanto que se habían llevado al conocer lo diferente que era la realidad de lo predicado por la hoz y el martillo, veían que en su país pasaba otro tanto con las libertades individuales.

En este mar de aguas revueltas Arthur Miller –contaba con 49 años cuando la obra se estrenó en Nueva York en 1964- se zambulle dispuesto a poner a poner negro sobre blanco en sus recuerdos y vivencias, exponiendo sus heridas, debilidades y errores sin pudor alguno. El resultado es un retrato profundamente humano, un camino en el que reconoce que tropieza una y otra vez con la misma piedra, dándose cuenta de realidades como que la opción de acabar con la propia vida es algo que siempre ha formado parte de su entorno. Valga como ejemplo el personaje de Maggie, quien bien podría ser un espejo de su segunda esposa, la mítica Marilyn Monroe, fallecida de esta manera en 1962, un año después de su divorcio. Un viaje en el que es capaz de reconocer y establecer analogías entre el presente cercano y el pasado lejano cuando se trata de desenvolverse en el terreno de la profunda intimidad.

Un ejercicio de gran valentía en el que se trasciende a sí mismo para llegar a la conclusión de que aunque los seres humanos somos seres sociales, no sabemos estar juntos. Para unirnos, primero tendríamos que estar en paz con nosotros mismos y hacer el duro esfuerzo de acallar nuestros propios demonios, algo que evitamos emparejándonos con otros. De esta manera creamos un horror compartido que nos aliena aún más y nos aleja en mayor medida de la posibilidad de sanarnos.

“Después de la caída” es un texto descarnado a base de profusos diálogos y anotaciones con las que Arthur Miller demuestra su enorme y visionaria capacidad creativa. Una propuesta más compleja que los títulos que le dieron fama como “Muerte de un viajante”, “Panorama desde el puente”, “Las brujas de Salem” o “Todos eran mis hijos”, y que abre la puerta a otros que llegaron después como el análisis de la familia que realizó en “El precio”.