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Budapest: imágenes, sabores, historia, belleza,…

Es imposible resumir Budapest con una sola imagen. Son muchas a la vez, es la vista de Pest desde las colinas de Buda, o de Buda a pie del agua desde Budapest, siempre con el Danubio formando parte de la instantánea. También este inmenso río, el más largo de la Unión Europea con sus 2.888 km, puede ser protagonista absoluto de nuestras vivencias y recuerdos siendo contemplado desde cualquiera de los puentes que lo cruzan.

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Son muchas las sensaciones que produce Budapest. Una inolvidable es el encanto art decó de baños como los del Hotel Gellert inaugurados en 1918 –entonces llamados balneario y hoy spa-. A 27 °C rodeado de columnas en su famosa piscina interior con luz natural a través de su lucernario, o en la zona de baños interiores con sus paredes decoradas con teselas azul turquesa en las que elegir entre agua a 36 o a 40 °C y salir completamente renovado.

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Esta ciudad de 1,7 millones de habitantes es solemne. Sus edificios te cuentan el momento de esplendor que vivió en la segunda mitad del s. XIX cuando los emperadores austríacos se convirtieron también en reyes de Hungría, y ella, Isabel de Baviera –Sissi- se enamoró de la ciudad y sus habitantes hasta el punto de aprender su lengua. Un trazado urbano con grandes construcciones de exterior almohadillado y avenidas que recuerdan el París del Barón Haussmann, como la Andrass y bajo cuyo subsuelo funciona desde 1896 la que fuera primera línea de metro electrificado del mundo.

De aquellos tiempos es el mercado central, compendio de ingredientes de la gastronomía autóctona. Pasear por sus pasillos y pararse en sus puestos obnubilado por sus olores y colores es tentar al paladar demandando conocer sus sabores. Degustación que se puede hacer en los puestos de la segunda planta o en muchas de las terrazas en calles peatonales por todo el centro de la ciudad. Y pedir sopa de goulash, pollo con paprika (pimiento picante) o foie gras de oca maridados con vinos locales, como los suaves tintos o el refrescante blanco tokapi. Para endulzar el paladar, tartas y pastas de todo tipo, especialmente de chocolate, en el café del museo art nouveau Bedö House –en las cercanías del Parlamento- o en la colina del castillo junto a la iglesia de San Matías en Ruszwurm Cukrászda.

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Bajo la iglesia y el café una serie de pasadizos escavados en la roca que en su día albergaron ¡un hospital! Hoy un recorrido por más de 1.000 metros de galerías te muestra el lugar en el que en los años 30 del s. XX se construyó un hospital cuyo momento de mayor apogeo llegaría durante la II Guerra Mundial: llegada de ambulancias, sala de emergencias, quirófano, cocina, galería para internos, consultas, aerogeneradores para ventilación, central eléctrica,… Este conflicto bélico dejó huellas por toda la ciudad. En la vecina colina de la Ciudadela se encuentra la antigua fortaleza construida por los austriacos en la que los nazis situaron su centro de mando cuando ocuparon el país en 1944 y donde se resistieron hasta que los rusos entraron en la ciudad en febrero de 1945. Este fue el motivo por el que se erigió en el punto más alto de esta columna el monumento a la libertad.  Volviendo a la del castillo, en ella se conserva tal y como quedó tras los bombardeos el solar del que hasta entonces había sido el Ministerio de Defensa del país. Al otro lado del Danubio y junto al río, unos zapatos de bronce recuerdan uno de los puntos en los que durante aquellos meses muchos judíos fueron ejecutados y arrojados al agua. La sinagoga es el lugar al que acudir para conocer más sobre aquel exterminio, además de para quedar deslumbrado ante la belleza de su recinto, el de rezo judío más grande de Europa con capacidad para hasta 3.000 personas.

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Y es que Budapest es historia viva. En los muros de la plaza frente al Parlamento se pueden ver las huellas de los disparos del ejército ruso para acallar la revolución de 1956, el museo Casa del Terror cuenta el totalitarismo que gobernó Hungría en todos los ámbitos de la vida hasta 1989, el museo militar conserva un fragmento de la famosa valla de espinos que separaba Hungría de Austria en aquellos años y que dio pie al término “el telón de acero”,…

Además de a pie, en bus o en metro, y los recorridos turísticos en barco por el río, hay una manera con especial encanto de recorrer Budapest, en tranvía. Se te queda en el oído el ruido del acero de sus ruedas sobre los raíles en los cruces de líneas o al atravesar los puentes –como el de la libertad o el de las cadenas- sobre el Danubio. Los tranvías imprimen también el sentido de vista durante la noche, con su color amarillo y su interior iluminado, transitando como una explosión de luz las tenues calles de esta ciudad fundada en 1873.

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En algún momento Venus debió visitar estos lares acompañada de las musas y juntas repartieron belleza en distintos formatos: arquitectura art nouveau, neoclásica y neogótica aquí y allá, la escuela de música en honor al romántico local Ferenc Liszt, el centro de fotografía contemporánea Robert Capa –ese de “si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no estabas lo suficientemente cerca”-, las estatuas de la etapa comunista en Momento Park, las colecciones de arte extranjero (español, italiano, flamenco, holandés,… desde época medieval hasta la actualidad) en el Museo Nacional de BB.AA. y de arte patrio en la Galería Nacional sita en el antiguo Castillo Real,…

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Allí arriba, la colina del castillo, es un buen lugar para comenzar y acabar el día. La luz del amanecer resaltando el blanco del mirador del bastión de los pescadores –construcción a caballo entre el neogótico, el neorrománico y el kitsch-. Y al atardecer ver desde ese mismo punto en todo su esplendor los 96 metros de altura de las cúpulas del Parlamento y de la Basílica de San Esteban hasta que la luz del sol se esconda al oeste de Buda y la noche caiga sobre Pest al otro lado del Danubio.

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Paseando por Bratislava

Al bajar del tren he cogido la impresión de Google Maps que traía para saber cómo llegar hasta el hotel reservado en booking.com y me he puesto en marcha. Fácil y rápido, según el papel un kilómetro cuesta abajo en línea recta y al llegar a una gran intersección con una avenida girar a la izquierda y ahí encontraré el Tatra Hotel, a las puertas del casco histórico de la ciudad. Todo pensado para aprovechar el día, ayer Viena, hoy aquí y mañana a Budapest.

Durante el trayecto desde Viena, en un momento determinado ha sonado el móvil, era un sms anunciándome las tarifas de roaming en Eslovaquia. En ese instante he pensado que estaba pasando el telón de acero y entrando en la antigua Europa comunista. ¿Cuánto de aquel mundo seguiría aún presente en las calles de esta ciudad? Primera impresión, la estación del tren: tan solo ocho andenes, sin escaleras mecánicas para acceder a la terminal, con poca luz, oscura, todo hormigón, llena de carteles en –supongo- eslovaco y poca información en inglés,… Segunda impresión, salir a la calle y cabecera de varias líneas de autobuses urbanos: vehículos como los que recuerdo haber visto cuando era niño en Madrid y marquesinas de por aquellos entonces, el punto que se supuso debió ser el de las llegadas de los tranvías y que por su aspecto parece abandonado,…

Mientras comenzaba a seguir el camino, pensaba que me encontraba en lo que en su día fue la Europa del otro lado, no había más que ver los edificios residenciales que encontraba, también todo hormigón como la estación, sin elemento decorativo alguno, ni color, todos iguales, como cubos, como feas cajas de zapatos. La estética soviética era la total falta de estética, sin belleza ni deleite visual alguno en lo que rodeaba a la gente para anestesiarles mentalmente, que se quedaran sin estímulos, y así programarles y dirigirles en base a sus criterios y doctrinas.

En esta disquisición conmigo mismo estaba cuando he visto que la caída del muro de Berlín sí llegó, un sex shop al otro lado de la calle, y otro más unos metros más allá. Los locales cerrados, pero los neones bien en su sitio, así que supongo que negocios operativos, seguro que hasta boyantes. Más allá en el horizonte se ven edificios modernos, acero y cristal, con grandes logotipos de empresas de telecomunicaciones sobre ellos, el capitalismo aquí parece que llegó de las manos de los alemanes.

Me oriento bien, pero como en la calle no veía ningún nombre en ningún momento y los locales comerciales se veían todos vacíos –sino abandonados- paré a un chico con el que me crucé y enseñándole el mapa le pregunté en inglés si iba bien orientado. De nada me valió, me habló en –deduzco- eslovaco y evidentemente no entendía nada de lo que decía, intercalé tres OK en su respuesta y seguí de frente. Debía estar ya cerca de llegar, a mi izquierda se veía un parque verde –con aspecto de llevar tiempo sin haber sido cuidado por un jardinero- que coincidía con el que se veía en la impresión que llevaba en mis manos.

Estaba en un cruce con una calle más grande de lo que se veía en el mapa, así que para asegurarme he vuelto a preguntar. La mujer con la que lo he intentado tampoco hablaba inglés, pero al menos ella ha puesto en marcha el lenguaje no verbal y me ha indicado una calle perpendicular a por donde venía. Eso no coincidía con la orientación que llevaba en mente, no entendía nada, me he dado la vuelta y en la marquesina del autobús que había al lado me he puesto a mirar el mapa intentando descifrar dónde estaba. He localizado donde creía estar y en esto que ha llegado la mujer y me ha marcado otro punto que no era donde yo tenía el dedo, sino más arriba y a la derecha. A salir de la estación no había ido todo recto en dirección sur, sino todo recto en dirección ¡este! Regla número uno del turista no cumplida, ir preparado para saber ¡dónde llegar! ¡Ay! Bueno, cosas que pasan,… también ese es el encanto del viaje, la improvisación, dejarse llevar, interactuar con los locales,… Todo lo que diga no van a sonar más que a justificaciones. En cualquier caso, ¡qué más da! Modo sonrisa y a seguir con el día en la capital de Eslovaquia.

Caminando por la historia

En diez minutos, y esta vez ya sí que en línea recta bien dirigida he llegado al hotel. El resto de este 6 de agosto ha sido dedicado a la ciudad antigua de Bratislava, a esa que existía mucho antes de que llegaran los soviéticos y construyeran esa parte que he cruzado al salir de la estación del tren. Después de tres días recorriendo el águila que es la ciudad de Viena –ese es el animal que aparece en su escudo-, la capital de Eslovenia podría definirse a su lado como un gorrioncillo por su mucho menor dimensión tanto en extensión geográfica como en la reducida altura y solemnidad de sus edificios.

Con los pocos datos de las sintéticas explicaciones del mapa de la oficina de turismo he paseado por la historia de la ciudad. Fundación en el s. X sobre la colina en la que se sitúa el castillo, un fragmento de la muralla medieval en el casco histórico, iglesias y catedral de planta gótica –en la que se coronó a varios reyes húngaros- y posteriores añadidos en unas y otras de estilo barroco o neogótico, palacios rococó y neoclasicistas con fachadas de color (crema, rosa o verde), el lugar en el que Napoléon firmó la Paz de Presburgo en 1805, y hasta una edificación art nouveau, ¡una iglesia toda ella en color azul! Antiguos palacios, castillos, puertas de la muralla o almacenes que hoy son residencias institucionales (como del presidente de la república), sedes de administraciones públicas (ayuntamiento) o de instituciones culturales (museos o teatros). Todo ello en un espacio peatonal que parece vivir únicamente del turismo y del mundo burocrático, además de distintos edificios públicos, me he cruzado con embajadas de países como España, Francia, Grecia o EE.UU.

El buen tiempo se nota y las calles están plagadas de terrazas en las que disfrutar de la gastronomía nacional (gulas de ternera y limonada para comer, gnocchi y una copa de vino tinto de la región del Danubio para cenar). Lo que tiene un momento concreto del día es la subida al castillo, a eso de las seis de la tarde es el momento ideal para ver cómo el sol da sobre la ciudad histórica que queda a tus pies y el Danubio a su vera, ancho, grande, caudaloso, llegando desde Viena y marchando para Budapest. Pero eso no será hoy que ya cae la noche, sino mañana.

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