Archivo de la etiqueta: Sueño

10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset

¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos? ¿Qué ocurre si no somos capaces de distinguir entre unas y otras coordenadas? ¿Qué pasa si vivimos lo imaginado como si fuera lo auténtico y viceversa?

Carpe diem decimos. Aprovecha, disfruta el momento, deja atrás el pasado, que te estás perdiendo el presente y no te vas a dar cuenta de que llega el futuro. Una manera como tantas otras de no vivir, experimentar y protagonizar el aquí y ahora en que se está desarrollando nuestras vidas. ¿Por qué lo hacemos? Podríamos suponer mil y un motivos, la presión de los objetivos (personales, laborales), los estímulos del entorno (las promesas afectivas, publicitarias), la insatisfacción vital (con nuestra pareja, familia, amigos, trabajo) o incluso por desequilibrios internos (emocionales, aunque si adquieren tintes psiquiátricos quedan fuera de lo que se analiza en este título).

Clément Rosset comienza su exposición relatándonos que, en ocasiones, actuamos conscientemente con la pretensión de ir en contra del destino, para que no se cumpla aquello que este nos ha anunciado como si fuera un oráculo. Y paradójicamente todo cuanto hacemos, pensando que vamos en dirección contraria, provoca que ocurra sin darnos cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Huyendo de la realidad, hemos construido otra que ha resultado ser la que tenía que ser. ¿Tenía sentido intentar escapar de ella? ¿Es imposible lograrlo? ¿Cuál era la auténtica, la que vivíamos o aquella de la que escapábamos y que ha terminado siendo la que se ha impuesto?

También puede ser que creamos o nos situemos en otra realidad, en un mundo paralelo. ¿Cómo se activa ese mecanismo? ¿Cómo vivimos aquí mientras estamos allí? ¿Qué efecto causa aquí lo que creemos hacer allí? ¿Cómo nos tomaremos el día que descubramos dónde está lo original y dónde la copia? ¿Seremos capaces de tolerarlo, de desmontar lo falso y reconstruir lo verdadero?

Es posible incluso que la manera de huir del presente no sea desdoblando el acontecimiento profetizado o la realidad que nos incluye, sino duplicándonos a nosotros mismos. Que el yo que siento ser tome por otro, y no por un reflejo, a ese que ve en el espejo, y que incluso tome a ese ser que percibe por el yo que cree encarnar. ¿Qué efecto tendrá en su mundo su comportamiento? ¿Cuál de los dos yoes es el que se propone y cuál el que responde? ¿Qué le ocurre al que se muestra y le sucede al que queda ocultado? ¿Es cada uno de ellos consciente de la existencia del otro? ¿Cómo se relacionan entre ellos?

Una exposición filosófica sobre la existencia y la identidad individual, y un ejercicio de reflexión incluso psicológica sobre el comportamiento humano que Rosset expone con gran profundidad intelectual. Pero también con suma transparencia gracias a su hábil manejo del lenguaje, de la claridad de su exposición narrativa y de los referentes literarios, artísticos y del pensamiento que utiliza para ejemplificar su propuesta.

Lo real y su doble, Clément Rosset, 1976, Editorial Hueders.

“Yernos que aman”, teatro a la manera de los grandes

Un puzle familiar de diez personajes en el que cada uno de ellos cumple con creces su misión en un complejo engranaje en el que todo encaja: el conjunto de historias y sus tiempos, los diálogos, las entradas y salidas de escena, los cambios de ritmo,… Dos horas brillantes que dejan en el cuerpo sensaciones como las que provocan Tennessee Williams o Eugene O’Neill.

yernos2

En esta obra no hay actores, a los intérpretes no se les ve en ningún momento. Es tal su mimetización con los caracteres que encarnan que como espectador se te olvida que estás asistiendo a una representación. Desde el inicio quedas completamente atrapado por esta atmósfera de sentimientos a flor de piel, llena de cosas que no se dicen, clamando por ser expresadas, deseando que llegue el momento en que se libere la tensión y que pase lo que pase y conlleve lo que conlleve, la tranquilidad vuelva –o se establezca por primera vez- entre los miembros de esta familia.

Algo que no es nuevo, que viene de muchos años atrás, pero que inicia un camino de no retorno cuando uno de los cuatro hijos de la familia muere. El que fuera su novio sigue anclado al pasado, al tiempo en que él creía ser feliz con quien realmente era con él cruel e infiel. Además de al fallecido, conoceremos a sus tres hermanas y a los hombres presentes en su vida. Por último, la madre que a la par que tolera, gobierna, que mientras es servil con sus hijos, marca con su actitud el ritmo de la cotidianeidad y de los acontecimientos extraordinarios que ocurren bajo su techo. Un clan de personalidades y actitudes variadas y diversas unido por los lazos de la sangre y del afecto. Un mundo cerrado en el que no hay espacio para nada ni nadie más. “Yernos que aman” es un universo perfecto de principio a fin, desde la primera hasta la última línea del texto escrito por Abel Zamora.

El también actor y director de esta obra realiza un trabajo en estado de gracia, lo que consigue en las dos horas de función es auténtica magia. Todo cuadra y fluye a medida que la historia inicial se abre en varias paralelas que van y vienen, unas veces rápido, otras haciendo que cada segundo se respire profundamente, referenciándose entre sí, estableciendo puntos de conexión con total espontaneidad. Y sin olvidar sus momentos de humor, unos jocosos, otros ácidos y algunos hasta negros, pero siempre con chispa, perfectamente encajados en la cotidianeidad a la que asistimos. Un edificio argumental al que da vida un deslumbrante y versátil reparto que enriquece el fantástico libreto que ha llegado a sus manos llenándolo de registros, y estos de matices, tanto a través de sus voces y miradas como del lenguaje corporal con que se mueven en escena.

Texto, dirección e interpretaciones se coordinan con una indiscutible sincronía avanzando in crescendo descubriéndonos personalidades, vínculos, dependencias, amores y odios, mentiras y verdades, intimidades, sueños,… un recital que trae a la memoria obras maestras de la historia del teatro que han diseccionado familias como “El largo viaje del día hacia la noche” de Eugene O’Neill, “El zoo de cristal” de Tennessee Williams o “Agosto” de Tracy Letts.

«Yernos que aman» es un espectáculo que produce una honda impresión, de esos que cuentan con todas las papeletas para ser recordado con absoluto detalle a pesar del paso del tiempo. Un excelente trabajo de cada uno de sus actores, así como de Abel Zamora, su también autor y director, merecedor de un gran aplauso.

«Yernos que aman» en la Pensión de las pulgas (Madrid).

“La Fundación” de Antonio Buero Vallejo

la fundacion- buero vallejo

Lo que parece un mundo ideal, un sueño, una esperanza de futuro resulta ser un infierno, una realidad negra, una cárcel. Y vivimos en ambos a la par, ¿cómo es eso posible? ¿Cuál de los dos es el real? ¿Ese en el que está nuestro cuerpo o aquel en el que se proyecta nuestra mente? ¿Dónde está el límite de lo que es sano mentalmente, de aspirar a algo diferente para el futuro? ¿Qué nos lleva a querer evadirnos de nuestro presente? ¿Quién lo construye sin contar con nosotros? ¿Qué papel nos dejan? ¿Qué nos permiten? ¿Cómo hacen para que lleguemos a ser tan solo eso que quieren que seamos?

Pero esto no son planteamientos filosóficos. Es la verdad. Es la España de los años 40, la que tras la Guerra Civil quedó escondida por la oscuridad católica y el ordeno y mando militar, muerta de hambre y hundida en la miseria moral. Esa en la que la única vía de escape era el ejercicio intelectual –sin medios ni espacios para ello, solo a través del soliloquio mental y los susurros a escondidas- para imaginarse en un futuro sin coordenadas en el que poder ejercer el derecho al pensamiento libre y a la vida.

Esto que tantos vivieron en aquellos años Buero Vallejo lo convierte en un relato que podría interpretarse tanto en clave personal como generacional. Su expresión individual le pone palabras a muchos que se vieron obligados a no poder hablar, callados por no poder ser siquiera escuchados o por miedo a poner en riesgo no solo su integridad física y mental sino la de todos aquellos a los que amaban.  Él había experimentado todo esto, pasó varios años (1938-46) como preso político en los inicios del dictatorial franquismo. Al salir de la cárcel escribió su famosa “Historias de una escalera”. Poco después llegó “La Fundación”, Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid en 1949 y estrenada en octubre de ese mismo año en el Teatro Español, escenario en el que fue representada durante tres meses seguidos.

De preso ideológico por su trayectoria republicana a premiado por las instituciones del régimen. ¿Cómo fue posible que se le pasara a la censura la tan obvia crítica –vista desde hoy- de esta obra? Una de las posibles respuestas sea que la superioridad ilustrada y la apertura de miras y de corazón de los que son libres de espíritu es capaz de llegar mucho más lejos que aquellos que se proponen e imponen como promulgadores de unos cánones limitados y limitadores, llegando a quedar atrapados por ellos y no siendo capaz de ver más allá. La segunda está en el esplendor de un texto brillante per se, en su estructuración, creación de personajes, ritmo, evolución e interconexión de historias y planos narrativos con precisas notas al respecto –en la edición de Alianza Editorial que he leído- sobre el importante papel a cumplir por la escenografía.

Por estos motivos “La fundación” es ya un clásico literario a lo que se une su vigencia en momentos como los que vivimos en los que vemos a políticos defender la supremacía de la libertad de expresión y de información a la par que abogan por mordazas bajo eufemismos nominales como el de “ley de seguridad ciudadana”.

“El casting, para mayores de 18 años», el teatro como experiencia desde que llegas a la sala

elcasting

Madrid, caminas por la calle Sombrería, en el barrio de Lavapies, hasta que llegas al número tres y tocas el timbre. Entonces, e igual que hace años a los clientes se les abría la puerta a una casa de citas y entraban a la sala en la que suponemos elegirían a la chica con la que disfrutar de aquello que habían ido buscando, tú como espectador pasas a coger asiento a aquella misma habitación y esperas a que se dé la hora de inicio de la función. Llegan las 22:30 y esta comienza… ¡junto a ti! En “El burdel a escena” no hay cuarta pared, la función se desarrolla en un espacio único que comparten actores y espectadores. Bajo esta premisa es con la que se vive del lado del espectador, y se representa del lado actoral, “El casting”.

Como bien dice el título y el local al que has acudido, esta es una selección para una casa de citas en el que conoceremos a las aspirantes, a la madame que lo regenta y las pruebas que esta hará pasar a las primeras para poder llegar a trabajar en su local. Casi hora y media de función con momentos de comedia y de drama salpicados de risas, momentos musicales con un punto cabaretero y algún que otro silencio sobrecogedor. Un viaje por los sueños, las ilusiones de futuro, el pasado, los traumas, la resignación o el pragmatismo de tres mujeres llenas de vida, de tres personajes con unos diálogos –bien planteados y dirigidos- e intervenciones –resultado de sus dotes actorales- que superan los clichés que les podríamos asignar por encontrarnos en un burdel y hacen que tanto unos como otros resulten auténticos, reales, cercanas.

Todo ello salpicado con múltiples interacciones con el público asistente a las que la buena estructura del texto y el saber hacer de las actrices protagonistas –tanto en el trabajo similar a las demás representaciones como en el que por la unicidad de los asistentes de cada día improvisan con un gran saber hacer- convierten en personajes con intervenciones propias que les dan una entidad que estará ya presente durante toda la función, conformando así la atmósfera de un reparto coral.

Decía Van der Rohe que en la arquitectura “menos es más” y en el teatro también es posible que así sea. Este casting es una demostración de ello, una buena dirección de texto y actores a los que añadir aprovechar con acierto las posibilidades y oportunidades escénicas del lugar de representación. Eso es lo que vi anoche en “El burdel a escena”, al que espero volver para ser espectador de más trabajos de Doriam Sojo en su doble faceta de escritor y director.

El burdel a escena. Viernes a las 21hs y sábados a las 20:30 y 22:30.

«El Surrealismo y el sueño»: el otro lado de la realidad

ElSurrealismoYElSueño2

Una categoría de la realidad, vivencias que interactúan y se relacionan con las experiencias y sensaciones que tenemos cuando estamos despiertos.  Así son los sueños vistos por el movimiento artístico del surrealismo según la muestra organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza e inaugurada el pasado 8 de octubre.

En el mundo colectivo que se rige por el calendario, “El Surrealismo y el Sueño” estará expuesta hasta el 12 de enero de 2014, en el universo interior de cada uno de nosotros, ¿pervivirá su recuerdo? ¿Lo hará en nuestros sueños? Y si la recordamos en sueños, ¿la recordaremos con objetividad o con las sensaciones vividas al visitarla? ¿O con las emociones resultantes del diálogo de dicha vivencia con el bagaje de nuestro mundo interior? Preguntas que parafrasean algunas de las que plantea la exposición en sus ocho capítulos.

Suena a paradoja, los sueños son el colmo de la subjetividad, y la expresión artística otro tanto. Entonces, ¿es factible o tiene sentido hacer de “El surrealismo y el sueño” un relato objetivo?  Quizás la clave esté en hacer como proponía André Breton, viviendo y experimentando el recorrido formado por las 170 piezas de 47 autores –pintura, escultura, grabado, fotografía, videoinstalaciones- de la exposición desde el automatismo, entendido este como la emoción y las sensaciones que te provoque, manteniendo a  la razón en segundo plano. ¿Posible?

Imágenes icónicas

Dejar a un lado la realidad conocida por la vista y entrar en esa otra realidad que no es visible y expresarla como imágenes es la que dio su fuerza al surrealismo. La maestría técnica, la frescura de su juventud y el compromiso con el manifiesto surrealista de aquellos que lo firmaron (André Breton, Louis Aragon, Paul Eluard,…) y de los que se unieron en los años posteriores (Luis Buñuel, Salvador Dalí, Max Ernst, Yves Tanguy,…) dieron como resultado años de una prolífica actividad. Un frenesí creativo que constituía una actitud ante la vida y que llevó este lenguaje más allá de la comunidad artística, a una sociedad que en ese período de entreguerras buscaba construir un mundo nuevo sin ataduras a las normas y a las tradiciones habidas hasta entonces.

Si generalizamos, el impresionismo había representado el mundo tal y como lo vemos desde el prisma de la luz y de la cotidianeidad, el cubismo practicó lo intelectual integrando puntos de vista y el futurismo dio entidad artística a una nueva realidad tecnológica y a su efecto más claro –la velocidad – que se integraba en la cotidianeidad. Pero frente a estas génesis técnicas, el surrealismo se diferenció no en el lenguaje a utilizar, sino en el resultado que buscaba basado en una libre combinación de elementos y composiciones que es lo que le ha convertido en un lenguaje artístico perenne y tan actual y practicado hoy como entonces.

La prueba es que hoy nos sigue cautivando como el primer día la fuerza plástica de Salvador Dalí (“Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar”, 1944, Museo Thyssen), las múltiples lecturas de René Magritte (“El arte de la conversación”, 1963, Colección particular) o la narratividad de Paul Delvaux (“Mujer ante el espejo”, 1936, Museo Thyssen).

La vigilia, el yo y el infinito

Antes del sueño está la vigilia y antes del surrealismo estuvieron aquellos que rompieron con la estricta –y convencional- representación artística de la realidad despierta y decidieron dar un paso más allá. Se pasaron al otro lado, como Alicia en el país de las maravillas, y nos trajeron  personajes imposibles como vehículo para la sátira (J. J. Grandville), mundos imaginados con ingenuidad (Henri Rousseau), escenarios metafísicos donde los objetos tienen significados protagonistas por descubrir (Giorgio De Chirico) y personajes ensimismados sin coordenadas reales (Odile Redon).

El sueño como lugar en el que descubrir y conocer al “yo” era un campo ya abierto por Sigmund Freud en 1899 cuando publicó “La interpretación de los sueños”. Pero los surrealistas no se quedan ahí, y cuando formalizan su movimiento en 1924 con el “Manifiesto surrealista” no lo enfocan como un pozo de significados para entender la realidad de la persona, sino como una parte de su dimensión personal. El sueño nos da acceso a “más” de la persona, es como el método paranoico-crítico de Dalí, donde vemos una forma, si miramos, observaremos que hay mucho más. Para ello, debemos liberarnos de las guías preestablecidas de la razón, hacer del automatismo el motor de la creación. He ahí las esculturas de formas onduladas de Jean Arp o las composiciones figurativas en base a planos y líneas de Max Ernst o Joan Miró.

Lo onírico es un mundo de acceso a posibilidades infinitas, permite hacer tangibles conceptos etéreos como el alma (Angeles Santo), diluir a los personajes en su realidad (Victor Brauer) o integrarles en historias imposibles que combinan realidad con epopeyas literarias (Leonora Carrington).

La fotografía y el cine

El anhelo de registrar la realidad tal cual es, también la interior o soñada, tuvo en la fotografía su aliado como posibilidad técnica. En primer lugar fotografiando el propio acto del sueño. Aunque Brassaï no se sintiera surrealista, sus registros sociales a principios de la década de 1930 de ciudadanos que dormían en las calles llamaron la atención del movimiento por su carácter evocador. Igual sucedió con sus imágenes del París nocturno tamizado por la niebla y la atmósfera húmeda e iluminado por luces eléctricas. También buscaron el efecto surrealista de fotografiar el surrealismo, ese que logró Man Ray utilizando en la obra de Alberto Giacometti como objeto a fijar.

La fotografía ya tenía décadas de historia, lo que le permitía evolucionar no sólo técnicamente sino también expresivamente. Surgen así los fotomontajes. Estos fueron de gran valía para que los surrealistas crearan imágenes en las que descontextualizar las diferentes partes del cuerpo humano (Claude Cahun) o crear seres imposibles formados por una concha y una mano (Dora Maar). Parecido efecto tenían las series de escenas carentes de sentido lógico (racional) de Paul Nouge (“La subversión de las imágenes”) y Hans Bellmer (“Los juegos de la muñeca”).

Y como arte aún más joven, el cine era un campo de pruebas artísticas también trabajado por los surrealistas. Las posibilidades de la imagen en movimiento resultaron de gran valor puestas en práctica bajo el principio del automatismo. El resultado de la primera película surrealista, “Un perro andaluz” (1929, Luis Buñuel y Salvador Dalí) supuso otro salto adelante hacia el surrealismo no sólo como un lenguaje artístico, sino también como lenguaje popular. Posibilidad esta que tan astutamente explotaría en las décadas siguientes el de Figueras. Imágenes nunca antes utilizadas artísticamente, pero manejadas sin prejuicio alguno fueron la clave de su belleza hipnótica. Quien haya visto estos 17 minutos de cine mudo no puede olvidar las hormigas, el ojo cortado por la navaja de afeitar o ver a su protagonista tirar de un piano cargado con el cadáver de dos burros podridos y dos curas. Un efecto similar al de la posterior “La edad de oro”, otra obra maestra construida en base a las imágenes obsesivas del mundo interior del dúo Buñuel-Dalí.

Se integró el cine al lenguaje artístico y este se convirtió en un vehículo eficaz para recrear mundos oníricos por lo que hacer vagar al espectador tanto a lo largo de toda su duración (“Dreams that money can buy» , 1947, Hans Richter) como en fragmentos integrados dentro del conjunto de la película (“Recuerda”, 1945, Alfred Hitchcock con la colaboración de Salvador Dalí) o jugar a la ambigüedad de sueño y/o realidad (“El manuscrito de Zaragoza”, 1965, Wojciech Has),

Todo es posible

A la hora de entrar en el sueño y en el interior de la mente humana, el surrealismo lo hace con todas sus consecuencias. No sólo se buscan composiciones a las que se llega a través del lirismo o el esteticismo, también se crean imágenes que tienen como fuente creadora automática los conflictos internos (Antonin Artaud), las obsesiones (Jindrich Styrsky) o las concepciones políticas (André Masson).

Y si algo es totalmente libre en el mundo de los sueños, donde el hombre no lo controla sino que lo vive tal y como lo anhela al margen de convenciones, ese es el terreno del deseo sexual. La fantasía de encontrarle en “La alcoba” (Leonor Fini, 1942, Weinstein Gallery, San Francisco) de recorrer su cuerpo como si fuera un paisaje (Collage 355 de Karel Teige, 1948, Museum of Czech Literature, Praga), de poseerla como Guillermo Tell a Gradiva (Salvador Dalí, 1932, Fundación Gala-Salvador Dalí, Figueres) o de vivir las filias más particulares (“Emilie viene a mí en un sueño”, Jindrich Styrsky, 1933, UBU Gallery, EE.UU.)

El tejido de los sueños

A medida que la exposición avanza las preguntas se van haciendo más profundas, van más allá del dúo pregunta-respuesta para avanzar hacia la reflexión. ¿De qué están hechos los sueños?  ¿Qué pasa en ellos? ¿De dónde surgen los seres que nos encontramos en ellos y dónde están estos universos? Quizás sean escenarios sobre las que buscar para situarse (Kay Sage), ambientes mágicos (Remedios Varo), espacios infinitos (Yves Tanguy) o el magma del volcán de nuestra personalidad (Roberto Matta).

Los sueños son simples o complejos según sea quien los tenga, según sea el conjunto de todo él y no sólo su actitud ante ellos. El sueño en sí mismo tiene una lógica, ¿por qué si no los tenemos? ¿En qué medida es fiel la representación al sueño que evoca? ¿Podemos razonarlo o describirlo? ¿Nos ayudan sus títulos a adentrarnos en obras de Magritte como “El cabo de las tempestades” (1964, Museum voor Schone Kunsten, Amberes) o “La prueba del sueño” (1926, Museo del Territorio Biellese, Biella)? Él pensaba que sí, por eso no las titulaba hasta considerarlas acabadas.

Quizás igual que los surrealistas creaban bajo el automatismo, debemos observar su arte de la misma manera “automática” y no intentar razonarlo, sino vivirlo y experimentarlo, sentirlo y expresarlo con sensaciones y pulsiones interiores. Quizás entonces estemos teniendo un diálogo surrealista, ¿un diálogo de nuestros yoes interiores?

Dali

Site de “El surrealismo y el sueño” en la web del Museo Thyssen-Bornemisza

(Imágenes: fragmentos de “El arte de la conversación” de René Magritte y “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar” de Salvador Dalí tomadas de la web del Museo Thyssen)