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“Albert’s bridge” de Tom Stoppard

Concebida originalmente como una pieza radiofónica estrenada por la BBC en 1967, tras la aparente ingenuidad y lógica conductual de su protagonista, su argumento destila una importante crítica social. Una fábula que sigue siendo válida para nuestro tiempo.

Tom Stoppard no es un autor de digestión fácil. No es amigo de presentaciones explicativas ni de introducciones circunstanciales. Entra sin preámbulos en sus historias, de manera que siempre vamos un paso por detrás de sus intenciones. El desconcierto, la incertidumbre y la sorpresa forman parte del proceso y la experiencia de ser su espectador y lector. Su propuesta no está solo en lo que se ve y escucha, sino en lo que se intuye, deduce y percibe. Exige que estemos tanto en lo presente como en lo ambiental y lo psicológico.

Albert’s bridge comienza con cuatro operarios terminando de pintar la estructura metálica de semejante infraestructura situada en una ciudad británica, nunca nombrada pero sí descrita como gran urbe. Acto seguido asistimos a una reunión de la empresa gestora en la que se aprueban los planes para continuar el mantenimiento de este trabajo, mas reduciendo costes, lo que implica mantener un único trabajador. El conflicto surge porque el contratado para esta tarea es Albert, el hijo del propietario de dicha compañía, y a su vez alguien licenciado en filosofía y sin ambición material alguna. Un hombre que, a la par, deja embarazada a la asistenta que sus padres tienen como interna, relación que fructifica en su convivencia en coordenadas modestas.

En este cruce de asuntos varios es donde Stoppard lanza sus interrogantes, comenzando por la filosofía. ¿Para qué vale? ¿Quién se dedica a ella y qué aporta? ¿Tiene algo que hacer frente al materialismo sin fin de nuestra sociedad? También ahonda en el asunto del trabajo. ¿En qué medida nos dignifica? ¿Qué papel juegan en su obtención y mantenimiento los méritos, la dedicación y los resultados? Igualmente, le dedica espacio al capitalismo y su exclusivo propósito de maximizar las cifras en el corto plazo, resultados con los que alimentar el ego y la megalomanía de sus primeras figuras. Por último, y de manera complementaria, refleja las distancias en el comportamiento y las aspiraciones entre quienes tienen de sobra y quienes apenas disponen de lo justo.

Se nota que Albert’s bridge está concebida originalmente para la radio por la sencillez con que están planteadas cada una de sus escenas. Su fuerza recae en los diálogos y el modo en que su progresión nos da las claves que necesitamos para situarnos en su existencialismo. Algo a lo que ayudan las referencias musicales -una canción popular versionada a capela y una marcha militar a sonar según sus indicaciones- y algunos parlamentos concebidos como cortos monólogos shakespearianos, algo en lo que Stoppard se mostró hábil en su obra anterior, Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1967) a partir de dos personajes de Hamlet, pero sin zambullirse en el absurdo con el que jugaría en la siguiente, Jumpers (1972).

De mar de fondo el mito de Sísifo, personaje mitológico condenado a empujar cuesta arriba una piedra que al llegar a la cima caía una y otra vez. Algo similar a lo que en nuestro tiempo se ha convertido el trabajo seriado para muchas personas, lo que hace de Albert -con su formación, sus posibilidades y su afabilidad- alguien enigmático y un espejo en el que jugar o probar a mirarnos.

Albert’s bridge, Tom Stoppard, 1969, Faber Books.

Angustia, temor y desesperación, la conmoción de “Las Furias. De Tiziano a Ribera”

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Imagina que no estás en el Museo del Prado, sino entrando en una gran sala del palacio de Binche (Bélgica). De frente, varios ventanales por los que te da la luz directamente, y entre ellos, escondidos en el contraluz cuatro lienzos en formato horizontal y con medidas de hasta dos metros y medio de altura a los que has de mirar hacia arriba mostrando con un cruel realismo cuatro torturas mitológicas.

Un hombre al que un águila le devora su hígado (Ticio), otro siempre hambriento buscando alimento (Tántalo), un tercero condenado a portar por siempre una piedra de enorme peso (Sísifo) y un último girando de continuo atado a una rueda (Ixión). Todos ellos habían desafiado a los dioses del Hades latino, y su osadía les salió cara, serían castigados por el resto de los tiempos.

Sin embargo, no es mitología lo que estás viendo. Es un mensaje claro y alto. Si alguien más vuelve a retar al emperador, acabará condenado, como lo hicieron los cuatro príncipes alemanes que se enfrentaron a Carlos I de España y V de Alemania. Fueron derrotados en la famosa batalla de Muhlberg en 1547, esa que nos dejó el famoso retrato de Carlos V a caballo de la mano de Tiziano. Mitológicamente Carlos V se ve a sí mismo como el todopoderoso Júpiter y a sus contrincantes como a estos cuatro personajes que merecen castigo eterno. Así es como su hermana, María de Hungría, pidió a Tiziano que realizara estas cuatro obras para provocar con sus perspectivas en escorzo, disposiciones posturales retorcidas, rostros con máxima gestualización y cuerpos de rotunda corporalidad un gran impacto psicológico en su espectador, el terror al sufrimiento, el temor a las consecuencias de la no fidelidad al emperador.

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«Sísifo» y «Tizio», ambos por Tiziano, 1548-49, Museo del Prado

Antes que Tiziano

La exaltación del movimiento, la expresividad corporal y la fuerza del cuerpo humano son elementos que el arte ya había sabido expresar desde la antigüedad clásica, he ahí la escultura del “Laocoonte” descubierta a principios del siglo XV. Un hallazgo que sin duda alguna impulsó a Miguel Angel, precisamente él fue el único que compaginó estas características para representar a Ticio por primera vez en el Renacimiento en uno de sus detallados dibujos, hoy presentes en la Real Colección de S.M. Isabel II en Londres. Tiempo después Miguel Angel haría esas figuras realidades casi tridimensionales que nos miran desde la bóveda y el ábside de la Capilla Sixtina.

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Y después

Las furias de Tiziano no sólo impresionaban a aquellos a los que estaba destinado su mensaje alegórico-político, sino que sus sombras y penumbras, el horror y la monstruosidad que se intuye en sus fondos también sobrecogieron por el aspecto creativo y expresivo a los artistas. Las furias comenzaron a ser tema tratado o estilo recogido por los más dotados pintores como los flamencos Rubens y Snyders o sus vecinos holandeses como Cornelis Cort. En sus obras las anatomías de los personajes retratados se hipertrofian y los escorzos se hacen aún más inverosímiles tanto en lienzos como en dibujos o grabados.

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«Prometeo» de Theodoor Rombouts, Royal Museum of Fines Arts of Belgium

El horror se convierte así en belleza, en arte, en estética que seduce por la rotundidad de los sujetos protagonistas, como el Prometeo de Theodor Rombouts o la expresiva intensidad tenebrista de José de Ribera en un Ticio con una desgarradora expresión facial y un Ixión luchando en primer plano apelando a un espectador casi en escena.

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El spagnoletto junto con Caravaggio fue el iniciador del tenebrismo, tendencia que tras ellos ascendió al norte de Italia, hacia Venecia de la mano de otros autores como Battista Langetti o Salvator Rosa. He ahí la carnalidad del Ixión del primero y  “El suplicio de Prometeo” del segundo, conmovedor por su grito apagado, el dolor provocando la contracción de su rostro, de los ojos, de la boca. Con ellos, el horror ha llegado a un punto superior al de la belleza, y el dolor que vemos en el lienzo supone una prueba que hay que resistir porque el destino, Dios, así lo ha querido y lo ha determinado en nuestro camino.

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«Ixión», Giovanni Battista Langetti, Museo de Arte de Ponce y «El suplicio de Prometeo», Salvator Rosa, 1646-48, Galeria Nazionale d´Arte Antica Palazzo Corsini

Una exposición que impresiona, que se vive y conmueve con sus representaciones dramáticas del dolor extremo con un lenguaje clásico que los autores del siglo XVI y XVII supieron hacer suyo. Valga como cierre la sentencia de Albert Camus que finaliza su montaje: “Los mitos están hechos para que la imaginación los anime”.

Las Furias. Alegoría política y desafío artístico” en el Museo del Prado hasta el próximo 4 de mayo.

(imágenes tomadas de museodelprado.es)