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“Lo peor de todo es la luz” de José Luis Serrano

Un doble recorrido de amor a través de dos parejas masculinas. Una unida por un compromiso de vida, la otra por el lazo de la amistad. Una real y recreada, la otra de ficción y, por tanto, imaginada. Una narrativa sinuosamente analítica, envolvente, que va más allá de lo visible, profundizando en sus personajes hasta llegar a ese momento inicial y mágico en que nacen las emociones y las sensaciones que se convierten en recuerdos de un pasado, que se desdibuja con el paso del tiempo, o derivan en sentimientos que perviven y evolucionan hasta convertirse en parte intrínseca de nuestra identidad y nuestro proyecto vital.

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El tiempo pasa, unas veces tan rápido y otras tan lentamente que no nos damos cuenta de que hemos cambiado. Quizás no en nuestra mente, pero sí en nuestro cuerpo y en lo que vemos en nuestro entorno. Pero hay algo que hace patente la diferencia entre quiénes somos y quiénes soñábamos ser años, décadas atrás. Ese elemento que aplica una transparencia absoluta ante la que no tenemos opción alguna de ocultarnos es, según José Luis Serrano, la luz.

¿Quiénes somos hoy y quiénes éramos hace veinte años o durante la niñez? Basta mirar al cielo de la playa, a las farolas de la calle o a las bombillas que iluminan nuestra casa por la noche para, si somos sinceros con nosotros mismos, hacer un sencillo pero auténtico ejercicio de memoria y de reflexión. A partir de algo tan aparentemente simple, el autor de “Sebastián en la laguna” nos deja ver el grado de comunicación al que ha llegado con su marido tras dos décadas de relación. Tiempo en el que han pasado de despedirse en estaciones de autobuses con un apretón de manos a hacer de lo suyo una formalidad legal llamada matrimonio y a decírselo todo sin necesidad de articular palabras en paseos en el mes de agosto por Bilbao, las fantásticas playas de Larrabasterra y Plentzia o los acantilados que las circundan.

Es el verano de 2014 y José Luis barrunta en su cabeza una historia de amor entre dos hombres heterosexuales, Koldo y Edorta. Amor entendido como afecto, cariño y entrega, amor sin sexo, sin los convencionalismos que se le presupone al género y a la orientación sexual. Amor sin calificativos. Amor como el que él siente por su esposo, pero sin el objetivo de formar una familia y sin atracción ni práctica sexual. Dos personas entre las que surge un vínculo sin aparente explicación lógica, bien profundo, que aunque no se practique y se cultive sigue vivo pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, considerando siempre al otro como parte del presente y del futuro. La categoría de amigo en ellos no se entiende como un escalón en una jerarquía, sino como una forma de amor, tan grande, enriquecedora y llena de posibilidades como la que la tradición cultural nos dice que son patrimonio exclusivo del matrimonio y del lazo paterno-filial.

“Lo peor de todo es la luz” es una novela con momentos de ensayo y autobiografía que, aunque supongo pensada con la cabeza para darle estructura, parece escrita con el corazón. Solo de esa manera se explica la desnudez emocional que transmiten sus páginas, un ejercicio de total transparencia en el plano personal de su autor y uno de lirismo lleno de sensibilidad en su faceta como escritor. Al otro lado de las páginas, en su lector, su lectura provoca una ola de honda y profunda emoción de principio a fin que deja un poso de nostálgica felicidad y serena alegría que se podría resumir como ganas de vivir y de sentir.