Algo no encajaba para él. Todo estaba demasiado reglado, estructurado y definido. Y el arte no puede verse limitado por lo que no lo es, por esos discursos que pretendiendo entenderlo, explicarlo y divulgarlo, lo limitan y lo estrechan hasta asfixiarlo o falsearlo. La creatividad no es solo una cuestión de técnica -perspectiva, colores, volúmenes…-, también lo es de espontaneidad, búsqueda intuitiva y expresividad libre.
Los artistas no son la cumbre. Ver tus obras colgadas en un museo no te hace mejor creador que aquel que (aún) no vive de ello. Ser reconocido por la crítica no te convierte en un pintor más válido y dotado que el que se recluye en su intimidad. Que el público conozca tu nombre puede ser un castillo de naipes que se derrumbe en el momento en que confrontes tu obra con la de aquel que está más centrado en manifestarse que en impactar.
Pequeño Sargento Major, 61 x 50 cm, óleo/lienzo, 1943, Fundación Dubuffet.
En buena medida Dubuffet (1901-1985) se adelantó a aquellos que consideran que el mundo del arte se ha convertido en una entelequia manipulada, deformada y prostituida por buena parte de los que viven de ello -comisarios, críticos, gestores- sin dedicarse de verdad al magma del asunto artístico. En ese tiempo tras la I Guerra Mundial en que el epicentro de los pinceles, los lienzos y los caballetes seguía estando en la Europa Occidental, en que todo lo ajeno a ello se consideraba primitivo, Jean lo reivindicó etnográficamente considerándolo a su altura. Como manifestaciones tan únicas y diferentes entre sí como las muchas escuelas, épocas, estilos que se habían dado en el viejo continente, y no como un conjunto homogéneo etiquetable, si acaso, como artesanía.
Afluencia, 89 x 116 cm, óleo/lienzo, Fundación Dubuffet.
De ahí que poco a poco fuera formando una colección de piezas procedentes de otras culturas en las que no solo buscaba inspiración formal, sino también dialogar con las motivaciones, los medios y los propósitos que aunaban. Que le prestara atención, respeto y empatía a los dibujos y pinturas de colectivos como el de los discapacitados mentales por lo que tenían de medio de expresión y comunicación personal, en contra de los que veían en ellos poco menos que atracciones de feria. Que sintiera simpatía por los surrealistas y su propósito de liberarse del imperio de la razón, pero que huyera de ellos en cuanto vio que aquello era salir de unas coordenadas limitadoras para entrar en otras igualmente opresoras.
Trinité-Champ-Elysées, 115,8 x 89,7 cm, óleo/lienzo, 1961, Fundación Gandur para el arte.
En la década de los 40 ya es evidente su apuesta por lo que el denominaba El hombre común (1944), así como su ruptura con los cánones de las proporciones y las perspectivas que habían imperado desde el Renacimiento, promoviendo una actitud iconoclasta frente a la mistificación de la Historia del Arte. Llevando por su propio camino la superposición de imágenes, técnicas e inserciones topográficas en una misma composición para transmitir la simultaneidad de impresiones y pensamientos que sentía en vivencias como los trayectos en el metro parisino. Experiencia a la que sumó otras como las percepciones matéricas y sensoriales de sus viajes al Sahara (1947-1949) o la libertad que le inspiraron siempre los grafitis.
Temblor, 21 x 17 cm, óleo/lienzo, 1963, Fundación Dubuffet.
Su obra es un continuo ejercicio de investigación, análisis, introspección y reflexión que también manifestó a través de los volúmenes y los materiales de la escultura y mediante la palabra escrita, tanto en publicaciones como en textos propios que redactaba e ilustraba huyendo de cualquier indicación o expectativa formal. Así fue como se convirtió en el formulador y adalid del Art Brut, más que una corriente, una reivindicación de lo auténtico, de lo que fluye sin exigencias ni filtros, sin condicionantes ni presiones, sin expectativas ni chantajes.
Jean Dubuffet, un bárbaro en Europa (MUCEM, 24 abril – 2 septiembre, 2019; IVAM, 3 octubre 2019 – 16 febrero 2020; Museo Etnográfico de Génova, 8 mayo 2020 – 3 enero 2021).