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“Nunca fui para ti un hombre, sino un alienígena” de Rubén Guallar

Guallar salta a la casilla literaria de la novela bizarra para, al igual que ya hizo en la poesía o el relato costumbrista y manejando con soltura las claves de este género, poner de relieve qué es lo que nos mueve cualquiera que sean las coordenadas en las que nos encontremos.

Descubrí a Rubén con su poemario Todos los putos días de mi vida y quedé enganchado -yo que no soy lector habitual de poesía- por su capacidad para ir más allá de lo formal (el lenguaje, las palabras) y hacer que contactara directamente con el relato de lo que escondían aquellos versos. Sensación parecida a la que me provocó Mi padre se fue con un señor de Zaragoza, relato corto en el que parecía transcribir lo que veían y sentían los ojos y la piel de su joven protagonista. Enfoque y habilidad que también están en este nuevo título, pero enmarcado en un estilo totalmente diferente -con algo de trash, underground y contracultura- como es el de la novela bizarra.

Aquí, lo emocional está igualmente presente, pero forma parte de un universo en el que ha de compartir su protagonismo con características de este género como son las coordenadas fantásticas, personajes que van más allá de lo humano y tramas con una inventiva ilimitada en las que el sexo resulta de lo más imaginativo. Aunque todo queda hilvanado en relaciones basadas en los mismos principios y fines que las terrenales (el afecto, la convivencia, el poder…). Una combinación de elementos en las que hay que adentrarse libre de expectativas, dispuesto a dejarse llevar a dónde su autor dicte y de la manera en que él quiera hacerlo.

En lo narrativo, Guallar presenta una trama con puntos de vista que se complementan y se van fraguando hasta formar algo totalmente compacto cuando se llega a su final. A lo largo de doce capítulos nos traslada hasta un tiempo sin determinar y una galaxia de coordenadas sin referenciar que tiene algo de todas aquellas que automáticamente vienen a nuestra mente (las de Dune, La Guerra de las Galaxias o Alien, en mi caso, además de alguna otra literaria que no acierto a recordar con exactitud).

Una zona del mundo en que tiene lugar una guerra con tintes de exterminio que pone en riesgo no solo el poder de quien lo ostenta, sino la estabilidad de su círculo más íntimo y su manera de relacionarse con él. Un escenario futurista, con algo de distópico, en el que por su estratificación y sus personajes con insólitas anatomías (más bien propias de un bestiario), tienen algo a caballo entre los códices medievales y el peplum cinematográfico (con ecos de Mad Max), aunque sea en un escenario de planetas, naves espaciales y atmósferas abducentes.

Sin embargo, no todo es fuerza bruta en él. También hay espacio para aquello que es, sin duda alguna, y como decía al principio, una de las señas de identidad de Rubén, la reflexión sobre las dudas y las incertidumbres que en toda relación surgen sobre los equilibrios, las reglas, los acuerdos y los principios en que esta se basa, así como sobre lo que es y lo que no, lo que pudo haber sido y no será.

Nunca fui para ti un hombre, sino un alienígena, Rubén Guallar, 2019, Orciny Press.

“Mi padre se fue con un señor de Zaragoza” de Rubén Guallar

Un paseo conducido con una prosa tranquila por Barcelona y la capital aragonesa en las vísperas del festival de Eurovisión de 1984. Una historia sensible, con un punto naif, sobre un niño que ha de hacer frente a la crueldad del mundo exterior desde la comprensión de un hogar que se tambalea por la marcha repentina del cabeza de familia.

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Cuando se tienen ocho años apenas existen los matices a la hora de actuar, lo que es, es, lo que gusta, gusta, y lo que no, es que no. Se tiene una idea de lo que está bien y de lo que está mal, pero la mente está limpia, lejos de realizar juicio moral alguno. La espontaneidad, la naturalidad y la sinceridad con uno mismo son la nota dominante. De ahí que no haya de sorprendernos que Fermín admita con honestidad, verbalice sin pudor alguno y actúe dentro de su casa en consonancia –y con la conformidad de su madre y de su abuela- con su deseo de verse vestido como Blancanieves. La cuestión es muy diferente para los adultos, cuando el qué dirán y la presión social ganan la batalla interior a los deseos más íntimos. Ese opuesto es Roberto, el padre de nuestro protagonista, quien durante un tiempo sobrellevó su matrimonio y su paternidad con escarceos con otros hombres que ocultaban sus impulsos sexuales como él. Hasta que lo inevitable le pudo y marchó tras el señor de Zaragoza del título al creer ver en él la luz de la verdad y el equilibrio personal.

Sin embargo, a pesar de la diferencia de edad y de la distancia geográfica, ambos personajes parecen vivir de manera conectada los desengaños y la crueldad que acampan en muchas ocasiones en las relaciones humanas. De niños es el bullying en el colegio, de adultos el maltrato emocional en el ámbito de la pareja. En ambos casos, Rubén Guallar nos transmite de manera cercana y con un lenguaje sencillo -con las palabras justas, tanto en términos de cantidad como de claro significado- las sensaciones que acompañan al sentirse despreciado cuando se está en público, invisible cuando se está a solas. Es en esos momentos cuando las personalidades creadas por el autor del atrevido poemario que fue Todos los putos días de mi vida, se muestran tal y como son en su más pura esencia, seres nacidos para crecer y vivir amando y siendo amados.

Pero no todo depende del tú a tú que surge con la convivencia vecinal y los lazos biológicos y afectivos. Guallar da un paso más y nos enseña también ese otro plano social resultado de una historia y de un pasado anterior a nosotros que marca el desarrollo de nuestras biografías. En la España de 1984 los ecos de una educación de modos castrenses y el filtro católico con el que se observaban las relaciones conyugales eran la norma. Tiempos en los que las escasas opciones para el entretenimiento televisivo se limitaban a dos canales que hacían que cualquier evento retransmitido por ellas se convirtiera en todo un acontecimiento social. Así sucedía con el Festival de Eurovisión, uno de los hilos argumentales de esta novela corta, en un año en el que España concursó con una canción tan pegadiza como la Lady, lady de los Bravo.

Una imposibilidad de elección que era también de actuación ante muchas injusticias. El retrato de una época que es Mi padre se fue con un señor de Zaragoza va más allá del costumbrismo de imágenes edulcoradas. Guallar no se deja llevar por la pátina borrosa de los recuerdos y testimonia también la situación de absoluta soledad en la que se había de combatir contra determinado tipo de abusos. Una lucha sorda, oscura y silenciosa, en la que solo se podía plantar cara si primero se era capaz de vencer a un enemigo aún más grande como es el miedo.