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“Ramón Masats. Visit Spain”, la España que fuimos

Una colección de fotografías es un medio muy eficaz para construir un imaginario que genere una impresión positiva de tu nación y atraer turistas e inversores. Reflexión de varias décadas atrás de un gobierno dictatorial y autárquico necesitado del reconocimiento y los recursos de otros países. La combinación de reflejo veraz de la realidad, arte compositivo y expresivo y agudeza interpretativa hicieron que las instantáneas de este profesional cumplieran el objetivo para el que fueron encargadas y se convirtieran rápidamente en iconografía de España y lo español.

En 1953 Franco firmaba con EE.UU. el pacto por el que la primera potencia del mundo establecería bases militares en territorio ibérico. La recompensa llegaba en diciembre de 1955 con nuestro reconocimiento internacional al ser aceptados como estado miembro de Naciones Unidas. No quedaba otra que darse a conocer y para ello el régimen, a través del Ministerio de Información y Turismo, se puso manos a la obra recurriendo a jóvenes profesionales de la fotografía como Ramón Masats (Barcelona, 1931).  

El potencial artístico de la imagen fija ya era reconocido por los grandes museos y constituía uno de los pilares del periodismo, así que bajo la premisa de retratar quiénes éramos, qué hacíamos y cómo actuábamos, quien acabaría recibiendo el Premio Nacional de Fotografía en 2004, recorrió toda la geografía nacional entre 1955 y 1965 realizando un excelso trabajo que ahora podemos ver sintetizado en esta excelente muestra comisariada por otro gran fotógrafo y reportero, Chema Conesa.

Desde Almería a Tierra de Campos, desde la ciudad condal a la capitalidad de Madrid, desde el Mediterráneo al Cantábrico. Ceremonias políticas, corridas de toros, procesiones religiosas, entrenamientos deportivos, la agreste ruralidad, el incipiente urbanismo, el poder de atracción del futbol, la solemnidad de la Guardia Civil, visitas a museos, trabajos agrícolas o reuniones sociales. No hay un capítulo de la cotidianidad, más público o privado, más abierto o exclusivo, que no fuera recogido por Masats.

Con inteligencia e intuición, su gran capacidad de observación hace que no solo retrate y transmita, sino que analice y exponga sin juzgar. Integrando puntos de vista de manera que sus imágenes resultaran tan válidas para un gobierno hedonista y henchido de sí mismo, como para los críticos que las consideraban espejos fieles de los males que les encorsetaban y enclaustraban.

Su aparente sencillez es la clave de su eficacia, como si aunara el instante decisivo de Cartier-Bresson y el estar lo suficientemente cerca de Robert Capa. Eso es lo que le permite adentrarse en la escena, pero no ser invasivo con sus participantes, ser testigo de lo privado, pero no voyeur de lo íntimo. Su hoja de ruta es partir de lo común y lo habitual, captar su esencia, lo que lo hace auténtico y único, identitario, y convertirlo así en descriptivo, epítome y símbolo de cuantas coordenadas convergen en ello. Los valores y anhelos de los retratados, su expresividad y apariencia, así como las coordenadas intrínsecas (personales, profesionales) y exógenas (políticas, sociales) en que se encuentran.

El paso del tiempo ha ensalzado la excelencia narrativa de Masats, dando a sus imágenes la categoría de fiel retrato de una sociedad y reflejo de un tiempo en que España miraba a la vez al pasado y al futuro, en que intentaba combinar la tradición con la práctica de nuevos usos y costumbres, los oficios de antiguo con las exigencias de la modernidad en la que pretendía adentrarse. ¿Para cuándo un Museo Nacional de Fotografía en el que se pueda disfrutar de continuo de su obra?

Visita de Eisenhower a Madrid, 21 de diciembre de 1959

Ramón Masats. Visit Spain, Promoción del Arte (Madrid), hasta el 12 de octubre.

Budapest: imágenes, sabores, historia, belleza,…

Es imposible resumir Budapest con una sola imagen. Son muchas a la vez, es la vista de Pest desde las colinas de Buda, o de Buda a pie del agua desde Budapest, siempre con el Danubio formando parte de la instantánea. También este inmenso río, el más largo de la Unión Europea con sus 2.888 km, puede ser protagonista absoluto de nuestras vivencias y recuerdos siendo contemplado desde cualquiera de los puentes que lo cruzan.

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Son muchas las sensaciones que produce Budapest. Una inolvidable es el encanto art decó de baños como los del Hotel Gellert inaugurados en 1918 –entonces llamados balneario y hoy spa-. A 27 °C rodeado de columnas en su famosa piscina interior con luz natural a través de su lucernario, o en la zona de baños interiores con sus paredes decoradas con teselas azul turquesa en las que elegir entre agua a 36 o a 40 °C y salir completamente renovado.

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Esta ciudad de 1,7 millones de habitantes es solemne. Sus edificios te cuentan el momento de esplendor que vivió en la segunda mitad del s. XIX cuando los emperadores austríacos se convirtieron también en reyes de Hungría, y ella, Isabel de Baviera –Sissi- se enamoró de la ciudad y sus habitantes hasta el punto de aprender su lengua. Un trazado urbano con grandes construcciones de exterior almohadillado y avenidas que recuerdan el París del Barón Haussmann, como la Andrass y bajo cuyo subsuelo funciona desde 1896 la que fuera primera línea de metro electrificado del mundo.

De aquellos tiempos es el mercado central, compendio de ingredientes de la gastronomía autóctona. Pasear por sus pasillos y pararse en sus puestos obnubilado por sus olores y colores es tentar al paladar demandando conocer sus sabores. Degustación que se puede hacer en los puestos de la segunda planta o en muchas de las terrazas en calles peatonales por todo el centro de la ciudad. Y pedir sopa de goulash, pollo con paprika (pimiento picante) o foie gras de oca maridados con vinos locales, como los suaves tintos o el refrescante blanco tokapi. Para endulzar el paladar, tartas y pastas de todo tipo, especialmente de chocolate, en el café del museo art nouveau Bedö House –en las cercanías del Parlamento- o en la colina del castillo junto a la iglesia de San Matías en Ruszwurm Cukrászda.

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Bajo la iglesia y el café una serie de pasadizos escavados en la roca que en su día albergaron ¡un hospital! Hoy un recorrido por más de 1.000 metros de galerías te muestra el lugar en el que en los años 30 del s. XX se construyó un hospital cuyo momento de mayor apogeo llegaría durante la II Guerra Mundial: llegada de ambulancias, sala de emergencias, quirófano, cocina, galería para internos, consultas, aerogeneradores para ventilación, central eléctrica,… Este conflicto bélico dejó huellas por toda la ciudad. En la vecina colina de la Ciudadela se encuentra la antigua fortaleza construida por los austriacos en la que los nazis situaron su centro de mando cuando ocuparon el país en 1944 y donde se resistieron hasta que los rusos entraron en la ciudad en febrero de 1945. Este fue el motivo por el que se erigió en el punto más alto de esta columna el monumento a la libertad.  Volviendo a la del castillo, en ella se conserva tal y como quedó tras los bombardeos el solar del que hasta entonces había sido el Ministerio de Defensa del país. Al otro lado del Danubio y junto al río, unos zapatos de bronce recuerdan uno de los puntos en los que durante aquellos meses muchos judíos fueron ejecutados y arrojados al agua. La sinagoga es el lugar al que acudir para conocer más sobre aquel exterminio, además de para quedar deslumbrado ante la belleza de su recinto, el de rezo judío más grande de Europa con capacidad para hasta 3.000 personas.

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Y es que Budapest es historia viva. En los muros de la plaza frente al Parlamento se pueden ver las huellas de los disparos del ejército ruso para acallar la revolución de 1956, el museo Casa del Terror cuenta el totalitarismo que gobernó Hungría en todos los ámbitos de la vida hasta 1989, el museo militar conserva un fragmento de la famosa valla de espinos que separaba Hungría de Austria en aquellos años y que dio pie al término “el telón de acero”,…

Además de a pie, en bus o en metro, y los recorridos turísticos en barco por el río, hay una manera con especial encanto de recorrer Budapest, en tranvía. Se te queda en el oído el ruido del acero de sus ruedas sobre los raíles en los cruces de líneas o al atravesar los puentes –como el de la libertad o el de las cadenas- sobre el Danubio. Los tranvías imprimen también el sentido de vista durante la noche, con su color amarillo y su interior iluminado, transitando como una explosión de luz las tenues calles de esta ciudad fundada en 1873.

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En algún momento Venus debió visitar estos lares acompañada de las musas y juntas repartieron belleza en distintos formatos: arquitectura art nouveau, neoclásica y neogótica aquí y allá, la escuela de música en honor al romántico local Ferenc Liszt, el centro de fotografía contemporánea Robert Capa –ese de “si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no estabas lo suficientemente cerca”-, las estatuas de la etapa comunista en Momento Park, las colecciones de arte extranjero (español, italiano, flamenco, holandés,… desde época medieval hasta la actualidad) en el Museo Nacional de BB.AA. y de arte patrio en la Galería Nacional sita en el antiguo Castillo Real,…

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Allí arriba, la colina del castillo, es un buen lugar para comenzar y acabar el día. La luz del amanecer resaltando el blanco del mirador del bastión de los pescadores –construcción a caballo entre el neogótico, el neorrománico y el kitsch-. Y al atardecer ver desde ese mismo punto en todo su esplendor los 96 metros de altura de las cúpulas del Parlamento y de la Basílica de San Esteban hasta que la luz del sol se esconda al oeste de Buda y la noche caiga sobre Pest al otro lado del Danubio.

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«MAGNUM’S FIRST. La primera exposición de Magnum» en la Fundación Canal

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Magnum es, desde sus inicios, el fotoperiodismo tal y como lo concebimos. La captación de la realidad a través de la técnica de la fotografía unida al lenguaje artístico de la imagen (iluminación, composición,…) como medio al servicio del periodismo, a registrar visualmente lo que ocurre en el momento y lugar exacto, donde y cuando quiera que se produzca la noticia.

Esto es lo que nos muestra “Magnum’s First. La primera exposición de Magnum” en la Fundación Canal en Madrid hasta el próximo 19 de enero. Son las mismas imágenes (incluso las mismas reproducciones) que la agencia americana organizó en su primera exposición en 1955 bajo el título “El rostro del tiempo” en distintas ciudades de Austria.

Un conjunto de imágenes y autores que si por algo destaca es por el absoluto realismo, la naturalidad de cada una de las instantáneas. Un resultado que tiene como base la libertad que la agencia daba a sus fotógrafos a la hora de elegir los temas y el tratamiento a darles, y la extraordinaria sensibilidad y empatía de estos integrándose en los lugares y acontecimientos que fotografíaban. Esta es la clave de que los fotógrafos Magnum y sus imágenes nos den la sensación de trasladarnos al año (finales de la década de 1940 y primeros 50) y lugar exacto (India, Egipto, Londres, Hungría, Perú,…) que las cartelas de la exposición nos indican.

Ellos están ahí, a la distancia exacta –“Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente”, decía Robert Capa- al servicio de lo que están viendo, y esperando el momento exacto para hacer click –“el momento decisivo” en palabras de Cartier-Bresson-. Lo importante es aquello que observan, no su labor como fotógrafos. Los espectadores somos colocados frente a la realidad y sus protagonistas, su papel como fotógrafos-intermediarios resulta casi invisible tanto para los retratados como para nosotros, los visitantes de la exposición o los lectores de los medios escritos donde las imágenes fueran reproducidas.

83 imágenes con más de 60 años de vida desde que fueron tomadas, pero tan frescas como si sus autores acabaran de positivarlas. Autores que son referentes de la fotografía con categoría de arte: Inge Morath, Robert Capa, Werner Bischof, Henri Cartier-Bresson, Erich Lessing, Ernst Haas, Jean Marquis, Marc Riboud.

La realidad vista por cada maestro

En un Londres conservador donde las personas de clase alta y vestidas con pieles miran con cierto desdén lo que les rodea, estas son también observadas de la misma manera por aquellos con los que comparten plano gracias al irónico y acertado encuadre de Inge Morath. Cuando los protagonistas son niños, Erich Lessing adopta su mirada limpia y Viena se convierte en sencillez y equilibrio, en descubrimiento, juegos y atrevimientos.

Asistimos a momentos históricos, como el último día de vida de Gandhi, así como al anuncio de su fallecimiento y a su funeral a través del ojo de Cartier-Bresson. El maestro francés se sitúa allí donde sea necesario para captar la atmósfera que se estaba viviendo, entre bambalinas y a media distancia en la cotidianeidad del líder espiritual indio, en un punto de vista inferior entre la masa en el anuncio de su muerte por el Primer Ministro Nehru o a uno elevado para reflejar la masa humana que siguió su cortejo fúnebre.

Ernst Haas capta el propósito del acontecimiento que está fotografiando, el rodaje en Egipto en 1954 de la superproducción de Hollywood “Tierra de faraones”. Entre la duda de si son imágenes del making-off o fotogramas de la propia película, nos llega la épica faraónica (tan bien caracterizada por el cine que que nos hace soñar con que fuera la auténtica) tanto en el sosiego de los planos cortos que nos acercan a los que suponemos los extras caracterizados como las grandes perspectivas llenas de dinamismo.

En Hungria Jean Marquis recoge en su serie algunas de las claves que definían la Hungría del momento: la presencia de los militares en los espacios públicos, el folklore lúdico, la huella de la II Guerra Mundial y los iconos obligados por el comunismo que convivían junto con las ceremonias religiosas.

Un objetivo similar al de Marc Riboud en una Dalmacia de entonces (Croacia de hoy) en la que encontramos personas que articulan su vida a partir de una ganadería de subsistencia. Gentes de rostros pacientes, sin sensación de premura ni de considerar medir el paso del tiempo, quizás fuera la falta de sueños de futuro, de un presente con omnipresencia del mandatario Tito o de la atemporalidad construida en piedra que nos llega desde Dubrovnik.

Estar ahí justo en el momento exacto enfocando  desde el sitio único donde dicho instante puede ser visto es lo que hace Robert Capa. Momentos e instantes como unas fiestas populares en el País Vasco-Francés con un fotógrafo a ras de suelo captando los pies de unos bailarines flotan en el aire vistos a ras de suelo, o recogiendo el momento más ancho de la sonrisa espontánea de una niña.

Por último, el diario fotográfico de Werner Bischof es el pasaporte y otro aspecto identificativo de Magnum, viajar por todo el mundo captando la autenticidad de cómo viven personajes conocidos (la bailarina Anjali Hora) o anónimos (monjes o campesinos) en distintos lugares (India, Perú, Japón o Camboya) y momentos del años (estivales o invernales).

Si algo llama la atención del total de las 83 fotografías vistas, es el continuo de las personas como protagonistas o como referentes que busca el ojo al bucear en ellas. La única excepción es una de las instantáneas de Werner Bischof, un estanque de lirios fotografiado en Japón en 1951.

Todas las reproducciones, además, con un tamaño en torno al 15 x 20 cm. Al contrario que buena parte de la fotografía más moderna o actual, esta exposición  y sus obras no necesitan ejercicios de sobredimensionamiento. A estas imágenes les basta su contenido para comunicar, informar, trasladarnos a allí a donde fueron tomadas y a con las personas que aparecen en ellas.  Las vemos además con el tamaño máximo para el que fueron concebidas, como ilustraciones gráficas en prensa escrita (revistas, periódicos).

Autenticidad

La agencia Magnum es en buena medida responsable desde su fundación en Nueva York en 1947 de haber forjado los principios  del fotoperiodismo que desde entonces crea la imagen de personalidades, realidades cotidianas y acontecimientos del mundo y de la historia.

Sus imágenes, y las de sus fotógrafos, han marcado –y siguen haciéndolo- la estela a seguir por fotoreporteros en todo el mundo. Ir allí a donde está transcurriendo la noticia, captarla con el objetivo viviendo, conociendo y dialogando su historia. Así la fotografía no sólo será buena técnicamente y podrá tener categoría de medio expresivo, sino que también será informativamente auténtica.

Poder ver las imágenes fuera del contexto para el que fueron concebidas (prensa escrita) y comprobar su fuerza expresiva, es una buena prueba de su valor informativo y artístico y de la maestría de sus autores. Un logro del que ya Cartier-Bresson estaba bien seguro iban a conseguir: «Además de las revistas hay otras formas de dar a conocer nuestras fotografías. Por ejemplo, las exposiciones«.

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Imagen de Werner Bischof en Perú

Site de la exposición en la web de la Fundación Canal

(imagenes tomadas de la web de la Fundación Canal)