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“Tragedia fantástica de la gitana Celestina” de Alfonso Sastre

Reinterpretación libre, jocosa, divertida y cachonda del texto de Fernando de Rojas, aunque fiel a su espíritu original de enredos y dicotomía entre el deseo, la pasión y la sombra de lo divino. Literatura excelsa pero también caricatura de sí misma, irónica con la pretenciosidad de sus formas y libre de expectativas. Aun así, rigurosa en su construcción y elaboración estilística.

A finales de los 70, a Alfonso Sastre le pidieron que realizara una adaptación teatral de La Celestina, pero a medida que avanzaba en el encargo -según cuenta en la introducción de Cátedra- se sentía insatisfecho con lo que estaba plasmando sobre el papel. Consideraba que aquello no era más que un resumen de la obra maestra publicada en 1499. Hasta que decidió escribir algo diferente, aunque sin faltar a lo que le habían encomendado. Los personajes serían los mismos, sus relaciones similares y todo tendría lugar en coordenadas análogas. Pero a partir de ahí se tomaría varias licencias. La acción ocurre en Salamanca, mas un siglo después. La expresión renacentista es suplida por una verborrea contemporánea. Muchos planteamientos, comportamientos y respuestas son explícitamente soeces y desvergonzados.

Tragedia fantástica de la gitana Celestina es una suerte de reescritura con el filtro de su momento. Su autor reformula la historia original con la libertad que le da el acercarse a ella con una intención más imaginativa que creadora, proyectando cuanta hipérbole, digresión y ocurrencia surgen de su fantasía. Producto de su personalidad, de su conocimiento y experiencia de las posibilidades de la representación teatral y resultado, quizás también, del momento que estaba viviendo su país, liberándose de la imposición del nacionalcatolicismo.

De ahí su chanza con cuanto tiene que ver con la creencia religiosa, la escenografía eclesiástica, la omnipresencia de la invisibilidad divina y su regodeo en lo carnal, el exceso y el vicio. Asunto en el que su dramaturgia sobre los aconteceres entre Calixto y Melibea, y su escenificación de las capacidades, maniobras y procederes de la Celestina, se pueden considerar anticipadoras de escenas cinematográficas como las que escribiría y dirigiría años después Almodóvar en Entre Tinieblas.   

Pero a pesar de tener un referente tan solemne y no despegarse de él en ningún momento, Sastre consigue crear su propia obra y elaborar un texto original y único tanto en su forma como en su contenido. Sustituye la riqueza expresiva de de Rojas por diálogos ágiles en los que el ingenio y la sorpresa, con su correcta dosis de absurdo, es la norma de su propuesta. Lo escandaloso de sus personajes no deja de ser una socarronería con la que le pide a su lector que renuncie a la solemnidad con que, presume, asume la categoría de obra maestra de La Celestina, y la traslade con humildad, pero sin cortapisa, a la banalidad y vulgaridad de su cotidianidad.

La procacidad histriónica, esperpéntica y, por momentos, surrealista de esta Tragedia fantástica no es más que el camino para desmontar los convencionalismos tradicionales de la supuesta alta literatura. Un juego meta e intraliterario con el que el también escritor de La taberna fantástica (1966) no solo consigue adentrarnos en su propuesta, sino desmontar su canon original para convertir su estructura, desarrollo y escenificación en algo acorde a los cánones y exigencias de nuestra comprensión intelectual, necesidad emocional y búsqueda vivencial como lectores y espectadores.

Tragedia fantástica de la gitana Celestina, Alfonso Sastre, 1978, Ediciones Cátedra.

«La experiencia del arte» de Rafael Canogar

Apuntes personales, intervenciones públicas y una entrevista en los que su autor expone cómo ha evolucionado su carrera artística a lo largo de más de medio siglo. Desde su formación inicial con Vázquez Díaz hasta su vuelta actual a la esencia de la pintura, así como su relación con el lienzo, los nombres que le han influido y los muchos con los que se ha relacionado.

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Que Rafael Canogar es uno de los artistas españoles más importantes y significativos de las últimas décadas es algo que nadie pone en duda. Un estatus que en este toledano nacido en 1935 nunca se ha transformado en impostura, siendo la sencillez, la cercanía y la afabilidad sus particulares marcas personales. Una manera de ser que puede sentir también en estos veintidós textos fechados entre 1973 y 2016 en los que deja ver tanto aspectos de su mundo interior como su visión y experiencia de lo sucedido en el panorama artístico-político-cultural de las últimas décadas.

Se inició en la práctica de la pintura tomando clases con Daniel Vázquez-Díaz, en cuyo estudio conoció no solo el realismo imperante sino también algo de esas vanguardias, como el cubismo, que en España habían quedado ocultas años antes. Sin haber cumplido los veinte viajó a París, algo que pocos hacían en su época. Allí fue testigo de primera mano de todo lo desconocido a este lado de los Pirineos y sintió el impulso de buscar otras maneras y lenguajes con los que expresar el deseo de ir más allá de lo establecido (en nuestro país) y de lo conseguido (por el arte) hasta entonces. Fue así como se inició en el lenguaje del expresionismo abstracto que le llevaría a fundar, vía manifiesto, el colectivo El Paso junto a otras figuras como Luis Feito, Manolo Millares o Antonio Saura.

Una práctica que dejó en el momento en que consideró que la innovación y la libertad creativa conseguida se podía volver reiterativa e insuficiente para seguir avanzando. Fue así como volvió a los modos figurativos para reinterpretar las imágenes que los medios de comunicación reflejaban de aquella España ansiosa de democracia. Una vez que esta llegó giró nuevamente hacia la introspección de la abstracción. Coordenadas en las que no ha dejado de investigar, buscar y dialogar con los materiales, el lienzo, el color, las proporciones y las relaciones entre ellos para convertirlos tanto en espejo de sus emociones e inquietudes como en imágenes que nos impulsen a ir más allá de los límites que nos impone o que no somos capaces de superar mediante la razón.

Mientras tanto, y según Rafael, buena parte de la creación artística de hoy en día se ha centrado en agradar, impactar y ser comercializada, desviándose así de su papel como elemento expresivo y vehículo de diálogo entre los individuos que conforman una sociedad. Algo frente a lo que él propone una vuelta a los inicios, a indagar en los aspectos básicos y los principios de la pintura, en su bidimensionalidad, a la manera en que hizo una y otra vez Picasso para alcanzar nuevas cotas.

El Greco, Juan Barjola, Eduardo Úrculo, Martin Chirino son otros de los artistas a los que rinde homenaje en estas páginas, o sobre los que señala lo compartido con ellos, ya sea desde el ámbito de la amistad o del trabajo coetáneo. Nombres que le sirven también para realizar una reivindicación del papel de cohesión y manifestación social y política del arte, sea o no intención expresa de sus autores, que debiera ser apoyado por las administraciones públicas con mayor ambición y criterio de lo que lo hacen en la actualidad.

La experiencia del arte, Rafael Canogar, 2018, Dextra Editorial.