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“El don de la terapia” de Irvin D. Yalom

Aunque el subtítulo de “Carta abierta a una nueva generación de terapeutas y a sus pacientes” haga parecer que este volumen está destinado solo para profesionales y experimentados en la introspección, lo cierto es que su propuesta en pequeños capítulos lo hace también apto para todo el que esté interesado en conseguir y consolidar su equilibrio interior, así como la empatía y el diálogo fluido con los que le rodean.

No tengo más experiencia de lo que es una terapia que la que adquirí practicándola con Rosa. Fue intenso y gratificante, desconcertante por lo evidente de lo que descubría y asombroso al ver lo que estaba logrando. Un camino en el que surgieron herramientas de búsqueda como lecturas que después comentábamos y con las que tomaba conciencia de otros puntos de vista, tan diferentes quizás en su génesis y formulación como cercanos en su propósito a los míos. Así fue como conocí a Irvin D. Yalom, psicólogo y psiquiatra, pero también escritor y creador de extraordinarias ficciones (El día que Nietzsche lloró, La cura Schopenhauer o El problema Spinoza) en las que aúna el pensamiento y la reflexión de grandes filósofos con el deseo humano de superar los obstáculos que nos impiden llevar una vida plena.

El don de la terapia es un ensayo didáctico, salteado con anécdotas, detalles y recuerdos profesionales, basado en décadas de trayectoria terapéutica, atendiendo a pacientes en sesiones individuales y grupales, formándose en toda clase de técnicas y enfoques, y en el propio trabajo personal que Irvin ha realizado con la ayuda de los colegas elegidos en cada momento.  

Una propuesta motivada por los mandamientos invasivos de las organizaciones empresariales (compañías de seguros, farmacéuticas o administraciones públicas enfocadas más en las cifras que en las personas) sobre la labor de un colectivo que, aunque ha de seguir unos principios de actuación, no se puede sintetizar en una hoja de ruta con etapas perfectamente delimitadas en el tiempo y con unos objetivos medibles. La terapia psicológica es algo más hondo, fino y sutil. Es un proceso única y exclusivamente cualitativo. Y cada persona exige una atención y acompañamiento completamente diferente. Un camino que se traza según se está recorriendo, en el que se pueden resolver cuestiones a corto pero que solo resulta provechoso si se considera largo plazo.  

Una relación, entre terapeuta y paciente, que parte de la premisa de la confidencialidad y se basa, o debiera hacerlo para ser exitosa (en términos de bienestar, que no de productividad como acostumbra a ser la horma de nuestro mundo), en la confianza, la sinceridad y la honestidad. Un compromiso que exige esfuerzo tanto para relatar lo nunca antes verbalizado como para escuchar sin prejuicios e ir más allá de la aparente solidez de lo formulado para deducir en qué se fundamenta, qué conexiones tiene y qué se ha de conseguir a partir de ahí.

85 capítulos en los que Yalom desgrana claves -como ya lo hiciera en modo relato en Verdugo del amor– que en muchas ocasiones suenan a lógica y sentido común, pero que a los ajenos a la materia nos hacen entender la amplitud, complejidad y seriedad de su campo de trabajo. Sin embargo, bajo esa sensación inabarcable hay algo que sí nos acerca, y son los valores por los que se ha de regir todo diálogo que tenga intención de ser verdaderamente fructífero para ambas partes. En este sentido, El don de la terapia no es un libro de autoayuda, su lectura no sustituye en nada la realidad de un proceso terapéutico, pero sí que podemos tomar de él pautas de actuación. No resolverán nuestros grandes problemas, inquietudes y obsesiones, pero seguro que si las reflexionamos adecuadamente -lo que siempre conlleva autocrítica- pueden ayudarnos a hacerlos más llevaderos y evitar aquellos otros con los que complementamos nuestras preocupaciones diarias.    

El don de la terapia, Irvin D. Yalom, 2002 (2018 en castellano), Ediciones Destino.

“Quiérete mucho, maricón” de Gabriel J. Martín

Una conversación, una charla, un soliloquio en voz alta,… una síntesis de las mil y una pautas, consejos y ejemplos que supongo Gabriel J. Martín propone en sus sesiones terapéuticas a hombres cuya trayectoria vital no solo fue atropellada por la homofobia durante un tiempo (quizás sigan estando en ese estadio), sino que sigue viéndose afectada por sus invisibles y paradójicas secuelas. Un completo ejercicio de empatía con el que cada hombre homosexual puede hacer una auto reflexión sobre el grado de naturalidad, visibilidad y plenitud con que siente y lleva a la práctica su deseo y capacidad de interactuar, disfrutar y enamorarse de otro hombre.

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Hay dos cosas que Gabriel deja claro a lo largo de su obra. La primera es que Quiérete mucho, maricón habla de amor, de la capacidad y posibilidad de establecer relaciones afectivas que puedan derivar, si así lo queremos, en compromisos entendidos como proyectos de vida compartidos. Aclarar que también habla de sexo, pero no como el elemento que nos define, sino como un capítulo importante y fundamental, junto a otros muchos, del desarrollo de toda persona y relación. La segunda es que vivimos un momento en que se están derrumbando muchos de los falsos conceptos que a lo largo de años, décadas y hasta siglos se han alimentado sobre la homosexualidad. Ser conscientes de ello nos liberará de muchos de los prejuicios que hemos heredado, sufrido y hasta interiorizado, y nos permitirá construir un futuro en el que los que nos sucederán estarán, posiblemente, libres de semejante atrocidad.

Esta es una propuesta de un psicólogo, gay, sí, pero hombre de ciencias, con lo que todo lo que dice tiene tras de sí un dato contrastado. La suya no es una disertación libre y edulcorada para los que busquen un manual activista, un libro de auto ayuda para aquellos a los que les quede camino por hacer o un volumen con el que mentes autocomplacientes se sientan superiores por sí haberlo recorrido. Su oferta –con un estilo cercano, un lenguaje llano y plagado de ejemplificaciones y hasta confidencias sobre sí mismo- va dirigida a todos y a cada uno de nosotros, dejando claro que el proceso de normalización de la orientación sexual y afectiva comienza por una primera etapa de auto aceptación, pero que necesita también del ejercicio de nuestra dimensión social para desplegar, entrenar y ejercitar nuestras habilidades y capacidades afectivas. Somos seres individuales, pero formamos parte de una sociedad con la que convivimos, en la que nos comunicamos e interactuamos, accediendo así a unas posibilidades que nos hacen más plenos. Y no se trata solo de relacionarnos con otros homosexuales con lo que compartimos orientación sexual y afectiva –y en consecuencia, posibilidad de ejercitarlas- sino también con el amplio y diverso mundo sexual –heterosexualidad, bisexualidad, transexualidad,…- en el que vivimos.

Una realidad ya existente para muchos y un objetivo para aquellos que todavía no han llegado a ella y a los que se dirige especialmente Quiérete mucho, maricón. La homofobia es uno de esos grandes males tan extendido como invisible entre el género humano. No se trata solo de países en los que ser homosexual implica cárcel o pena de muerte, es también el recuerdo de lugares y tiempos recientes en los que era (o sigue siendo) habitual que ser identificado –o revelarse- como homosexual implicara ser despreciado y sufrir toda clase de vejaciones físicas y psicológicas por compañeros de colegio y de trabajo, vecinos, e incluso padres y hermanos.

Las profundas heridas que aquellos abusos causaron no son solo algo del pasado o que se acabará en el momento en que nos alejemos de las personas y del lugar en el que lo estamos recibiendo. Son una semilla y un irónico legado por el que el rechazado por gay, por homosexual, por marica, no solo se despreciará inconscientemente a sí mismo por ello –homofobia interiorizada-, sino que también ejercerá la violencia sobre otros por serlo o por parecerlo utilizando uno y mil prejuicios (ej. promiscuidad, afectación de infecciones de transmisión sexual, femineidad,…). Esa es la zona sensible a la que Gabriel J. Martín se propone ayudar a llegar a cada uno de sus lectores, si estos así lo desean y están dispuestos a trabajar siendo sinceros consigo mismos, para reconocer en qué medida esto les sucede o ha ocurrido y proponerles medidas con las que solucionar ese dolor –camuflado bajo síntomas como ansiedad, adicciones o comportamientos compulsivos- que sigue latente y eliminar las barreras y limitaciones que de tan consolidadas ya resultan invisibles.

La certeza de una vida mejor, de un presente lleno de posibilidades y de un futuro sereno y pleno está ahí, al alcance de todos. No solo debe ser un sueño, sino que es un derecho innato a toda persona, independientemente de su orientación afectiva. No siempre es fácil, a veces hasta es duro, pero está claro que se puede conseguir –con más o menos calma, con ayuda de psicólogos, amigos con que ya contemos o personas aún por conocer. Una nueva etapa de nuestras biografías cuyos logros demostrarán que realmente ha merecido la pena trabajar por llegar a ella y en la que decir alto y claro a uno mismo y a los demás, tranquilo y sonriente, eso de Quiérete mucho, maricón.

Impresiones vienesas (II): en busca de sentido

Hace más de un año que leí “La libertad última”, novela de Michael F. Ryan en la que se cuenta el viaje que un periodista realiza a Viena a mediados de la década de 1990 con el encargo de entrevistar al psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl. En un momento del relato se cuenta que una parada de muchos de los tours organizados por la ciudad es justo frente a su casa. Hasta ahí quieren llegar personas de muchos lugares del mundo para conocer el lugar en el que reside el autor de “El hombre en busca de sentido”, título en el que Frankl expone cómo sobrevivió varios años en un campo de exterminio nazi siendo capaz de verle aspectos positivos a lo que le ocurría allí cada día. Imitando ese momento de turistas de ficción, hoy he comenzado la jornada dirigiéndome al número 1 de Mariannengasse.

Apenas he tenido que caminar unos 10 minutos en dirección oeste desde el Ringstrasse –el anillo que rodea el centro histórico y cultural de Viena- para llegar a la que fuera su vivienda y despacho hasta su muerte en 1997. Mariannengase ha resultado ser una calle como cualquier otra en la que el número 1 tan solo destaca por contar junto a su puerta de entrada con dos placas, una que le recuerda y otra con el distintivo del Viktor Frankl Zentrum, lugar dedicado a dar a conocer su obra e impartir formación en logoterapia. Esta es la corriente psicológica iniciada por él y cuyos pilares son –reproduzco las palabras exactas de la web del Viktor Frankl Zentrum– “freedom to will, will to meaning and meaning in life”.

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Unos metros más allá, en el número 10 de la misma calle, me he acercado a ver la fachada de la “Clínica Alemana de Viena” de la que el doctor Frankl fue Jefe de Neurología desde 1946 hasta 1971. Confesaré que experimentar in situ a Viktor Frankl tal y como querían hacerlo los turistas en “La libertad última” ha sido uno de los motivos para venir hasta Viena. Han sido apenas unos minutos, vividos con sosiego, saboreados, sintiendo de manera concentrada lo que me sugirió la lectura hace ya casi dos años de “El hombre en busca de sentido” y la reflexiones a las que dio lugar, así como a las que ya tenía y que ayudó a evolucionar un poco más.

Intentaré sintetizar en unas líneas lo que me sugiere Viktor Frankl. Que la vida somos lo que sucede entre las personas, el contacto humano es lo que nos hace personas, y que la individualidad –cada uno en su grado- existe solo como preparación para el contacto colectivo positivo o como refugio de las interacciones negativas. Que todo lo que ocurre, por horrible e inhumano que sea o parezca –difícil matiz-, tiene su lado positivo, te enseña que a pesar de ellas la fuerza y las ganas de vida que cada uno llevamos dentro son casi siempre mayores que aquello que aparentemente va en contra de nuestro respeto y dignidad. Y esa fuerza de la vida no se debilitará sin mantenemos el respeto y la dignidad que nunca podemos perder, el que nos tenemos y sentimos por nosotros mismos.

Que también las vivencias positivas son fuente de crecimiento y no solo de deleite, te enseñan a través de aquellos que te las hacen sentir nuevos aspectos de la vida que hasta ahora no habías experimentado o no habías reparado. Que esta posibilidad de descubrir nuevos enfoques enriquecedores de lo que ahora mismo puedes estar viviendo en positivo es continua, no se agota. Si estás dispuesto y no te cierras a esta posibilidad, la vida te seguirá sorprendiendo y enriqueciendo en positivo.

Que la vida es hoy, que no se puede cambiar el pasado y hay que escucharlo para no dejarse atrapar por él, y que no podemos escapar del presente para ir a un futuro aún inexistente ya que este se construye en el presente, lo construyo yo en mi ahora. Un presente que algún día llegará a su fin, será el día de la muerte, acontecimiento que vivido en presente será un momento de sosiego y serenidad, de aceptación y recepción.

Probablemente no sea este un resumen muy preciso de los principios de la psicología de Viktor Frankl, pero hasta aquí soy capaz de llegar con mis habilidades redactoras en mi propósito por compartir estas ideas con vosotros. Abierto queda el debate de si son pautas con las que poder conseguir, alcanzar y/o mantener el equilibrio y el bienestar interior en los modos, formas y maneras de vivir la vida tan dispares que cada uno de nosotros tenemos.

Mirando atrás: Sigmund Freud

A unos quince minutos paseando desde allí está Bergasse 19, el lugar en el que durante muchos años pasó consulta Sigmund Freud y hoy museo para el conocimiento de su figura y sus propuestas –¿o debemos decir descubrimientos?- sobre el funcionamiento de la mente y el comportamiento -¿es lo mismo?- humano.

¿Cuánto sabemos de Sigmund Freud, sus ideas y el método del psicoanálisis? A la cabeza no me vienen más que generalidades escuchada en multitud de ocasiones: tumbarte en un diván y dejarte hablar sobre tu pasado hasta llegar a tu infancia, que todo está en el subconsciente y tiene relación con el sexo, que tus sueños lo dicen todo acerca de ti y que los demás pueden saberlo si saben interpretarlos correctamente,… ¿Es así? La verdad, yo no lo sé, no tengo ni idea, apenas he leído sobre él, y nunca uno de los títulos de los que él es autor. ¿Entonces? Supongo que algo de verdad habrá en todo lo que se dice, pero creo que muy mal interpretado por aquellos que lo hacen. Error de interpretación que –y aquí soy yo el que sin criterio alguno conjetura- quizás sea motivado por una ignorancia escudo de aquellos aspectos de su personalidad que no quieren poner sobre el tablero de la búsqueda de sentido y origen propuesto por Freud.

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Si 75 años después de su muerte (23 de septiembre de 1939 en Londres) y más de un siglo tras su primera obra (“La interpretación de los sueños”, 1899) sigue estando tan en boca de todos, por algo será. Y mientras a Viktor Frankl le he buscado para sentirle tras haberle leído, quizás a Sigmund he buscado sentirle primero antes de leerle y entender de qué se trata la división de toda persona en “el ego, el yo y el superyo” o en “consciente, preconsciente e  inconsciente”, o cuál es el papel que a su juicio representan las pulsiones sexuales en la vida y desarrollo de todos y cada uno de nosotros, de mí mismo o de ti que me lees, por ejemplo.

La visita al Museo Sigmund Freud, al piso en el que trabajaba, es un espacio reducido: el recibidor, la sala de espera (foto), la consulta y el estudio en el que escribía y leía. En la hora y media que allí he pasado he conocido algunos aspectos de su carrera como que en sus inicios como médico se quería dedicar a la investigación sobre los desórdenes de comportamiento –las llamadas “histeria”- o le dedicó tiempo a tratar de encontrar posibilidades sanadoras a la cocaína –lo que me recuerda lo comentado en la entrada de ayer en este blog sobre Sissi Emperatriz-. También he descubierto algunas aspectos de su personalidad que no conocía como que era apasionado de la arqueología (a su muerte dejó una colección de más de 4.000 piezas), entusiasta de los viajes (Reino Unido, Italia, Holanda, Francia, Croacia, Grecia y hasta EE.UU.) o que tuvo que dejar la ciudad en 1938 tras la anexión de Austria por el régimen nazi y que pudo hacerlo gracias a la intermediación de altas personalidades.

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A propósito de Freud, dos anécdotas del día de hoy. Desde primera hora han estado sonando insistentemente en mi cabeza unos segundos de la letra “Die another day”, canción de Madonna, esos en que dice “…Sigmund Freud, analyze this, analyze this…”. Y la segunda, me ha despertado una sonrisa ver en la pequeña librería del museo “El día que Nietzsche lloró” de Irvin D. Yalom, ficción sobre el supuesto psicoanálisis que Freud practicó con el filósofo alemán. De Yalom, también psicológo además de novelista, he visto en las estanterías otro título más que me anoto, “Lying on the couch” para seguir así conociendo su obra (en este mismo blog he hecho mención a “El problema Spinoza», “La cura Schopenhauer” o “Verdugo del amor. Historias de psicoterapia”).

Música

El resto del día lo he pasado guiado por la música. Antes de llegar a la casa de Viktor Frankl pasé por una de las ¡80! casas en que residió Beethoven durante los 35 años en que vivió en Viena. Y al final del día la fachada que miré fue la de la vivienda ocupada por Mozart durante dos años y medio de los once que aquí pasó. Entre medias vi la estrella en el suelo de la plaza Karajan dedicada a Richard Strauss y conocí el busto de Gustav Mahler realizado por Rodin durante el recorrido por las diferentes áreas del majestuoso edificio de la Ópera (1861-1869) construido en pleno momento de esplendor arquitectónico vienés.

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¿Se puede imaginar más sentido –llámese felicidad- que el que pudiera sentir, por ejemplo, Johann Strauss (hijo) al escuchar su vals “El Danubio azul” interpretado por una orquesta de hasta 150 intérpretes para los 2.200 ocupantes de esta sala entre su patio de butacas, tres pisos de palcos, uno de balconada y otro de paraíso? Solo se me ocurre recordar la primera vez que yo lo escuché hace ya muchos años y soñar con estar sentado en una de las butacas de esta ópera la próxima vez que lo interpreten.

Llegar a lo más profundo de las personas: “Verdugo del amor. Historias de psicoterapia” de Irvin D. Yalom

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Lo que no funciona en el alma de una persona es por algo más que una relación de causa efecto visible en la superficie. Este es el punto de partida que Irvin D. Yalom toma en esta ocasión bajo su faceta profesional, la de psicólogo. Tras lo que aparentemente sus pacientes llevan a su consulta, hay otra realidad escondida y no visible que se disfraza de miedos, manías, obsesiones y comportamientos incorrectos que pueden llegar a anular a la persona o convertirla en otra totalmente diferente con la que no se siente ni identificada ni feliz.

En el origen de la infelicidad o la incapacidad está, según este psicoterapeuta de la Universidad de Stanford, el miedo a la inevitabilidad de la muerte de uno mismo o de nuestros seres queridos, la incapacidad para ejercer la libertad de vivir nuestra propia vida, así como de darle sentido y significado, o la potencial y/o real soledad en la que vivimos.

En las diez historias semi ficcionadas de este volumen Irvin D. Yalom comparte con nosotros las mil formas diferentes que el conflicto de fondo puede adquirir: cartas que llegan a nuestro buzón y somos incapaces de abrir, personas que engordan hasta no reconocerse en el espejo, seguir enamorados de personas con las que tan solo compartimos unos momentos años atrás, pretender convivir con seres queridos que fallecieron mientras dejamos de hacerlo realmente con los que siguen con nosotros,…

El sobrio manejo de la narrativa literaria hace que estos expedientes de un gabinete de psicoterapia se conviertan en un conjunto de relatos de ficción sin la generalización dogmática del género de autoayuda, y sí con los modos y usos que Yalom ya demostró con excelente soltura utilizando la filosofía como hilo argumental en “El día que Nietzsche lloró”, “El problema de Espinoza” o “La cura Schopenhauer”.

Una colección con un punto detectivesco, debe ser que descubrir los puntos y mundos ocultos de nuestra mente y comportamiento ha de ser un trabajo–con sus riesgos, momentos en que todo parece imposible e intensidades- similar al de los inspectores policíacos.

(imagen tomada de amazon.es)

“¿Dónde están las monedas?” de Joan Garriga Bacardí

Dónde estan las monedas

Mirar hacia atrás, a tu pasado y a tus orígenes, de manera agradecida. ¿Por qué? Porque el presente de cada persona es el resultado de su pasado, de las personas que le dieron inicio –sus padres- y los acontecimientos que moldearon su recorrido de vida. Y el momento actual es el que eres, con tus virtudes y fortalezas –también con sus debilidades-, con las potencialidades para construir el futuro que tienes por delante.

No aceptar el pasado –a tus padres y a los sucesos vividos- lleva a tener lagunas, huecos, vacíos, que lastran y que impiden un presente completo. Cuando esto ocurre, el presente se convierte en un pasado continuo, en un tiempo de nadie atemporal y sin localización, en el que no se edifica futuro y se niega el pasado vivido.

¿Qué supone aceptar el pasado? No renegar de él, no pedir que hubiera sido lo que no fue, en definitiva, aceptarlo tal cual fue. Esto no implica decir sí o sí que fue bueno, no, no es eso, sino no pretender cambiarlo y perderse en elucubraciones de lo que pudo o tuvo que haber sido. Somos quienes somos porque el pasado fue como fue, si el pasado hubiera sido otro –no necesariamente mejor- cada uno de nosotros seríamos diferentes –y no necesariamente mejores ni más felices-, alguien sin relación con la persona, actitudes y valores que somos hoy.

De manera breve y con un lenguaje sencillo, primero con un cuento y después con una reflexión a modo de ensayo, el psicólogo Joan Garriga nos ofrece su visión sobre cómo ser una persona completa viviendo el momento presente, integrando y uniendo desde el aquí y ahora el pasado con el futuro. ¿De acuerdo o no de acuerdo? ¿Fácil o difícil? Reflexión a la que incita esta lectura.

“La cura Schopenhauer” de Irvin D. Yalom

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No hay dos sin tres y tras leer los brillantes “El día que Nietzsche lloró” y “El problema de Spinoza”, “La cura Schopenhauer” es el tercer Irvin D. Yalom que pasa por mis manos. Como en aquellos el objetivo es una reflexión sobre los conflictos de la naturaleza humana, para lo cual construye un relato en el que hace convivir la ideas y vivencias de Schopenhauer con de persona(je)s de nuestro tiempo.

El filósofo alemán, Arthur Schopenhauer (1788-1860), es mostrado como un patrón de comportamiento humano y un referente académico en su estudio y análisis. Facetas ambas que veremos reflejadas en la historia contemporánea, en las reuniones de terapia de grupo de un psicólogo, Julius, y sus pacientes (Philip, Stuart, Gill, Tony, Pam, Rebecca y Bonnie).  En este, uno de sus asistentes se refiere de continuo a Schopenhauer, erudito nada social para el que la vida debe ser un tiempo de espera voluntaria de la muerte y no de descubrimiento y enriquecimiento. La vida es solo sufrimiento por la búsqueda continua e inútil de anhelos que aunque cumplamos nunca nos llegan a satisfacer. Una tortura que se engrandece aún más si nos dejamos contaminar al compartir e interactuar nuestra vida con los demás.

La biografía de Schopenhauer aparece intercalada a modo de breve ensayo a lo largo de la ficción novelada del grupo. Las soluciones intelectuales del pensador alemán nos dan la impresión de anticiparnos lo que leeremos cuando volvamos a la ficción del grupo, lo que produce un efecto de freno en la lectura. El ensayo, además, tiene un autor ambiguo, no sabemos si se lo debemos a Irvin D. Yalom o al protagonista de la novela, el psicólogo Julius que comienza esta historia afrontando el reto de saber que tiene un melanoma.

Una noticia que le lleva a querer saber si a lo largo de su vida su labor profesional fue útil para los pacientes a los que trató. Para ello contacta con Philip, ayer paciente hoy filósofo convencido del papel salvador para la mente de Schopenhauer, al que acaba haciendo acudir a su terapia de grupo.

En esta ficción los diálogos –excepto a Julius, a los demás personajes sólo los conocemos por lo que expresan- derrochan espontaneidad, transmiten personalidades muy bien construidas con un recorrido vital previo y posterior que podrían dar para un spin-off. Las relaciones entre todos ellos –tanto en la unicidad del grupo como en los cruces aleatorios dando pie a vínculos de todo tipo entre todos ellos- surgen y evolucionan con un gran sentido coral. Todo ello alternando con los momentos individuales y reflexivos de Julius, lo que imprime un ritmo narrativo en el que vamos y venimos en un juego entre la observación y la recogida de datos y matices y la posterior introspección en el que Irvin D. Yalom resulta ser todo un maestro.

(imagen tomada de amazon.es)