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«Pura vida» de José María Mendiluce

Una historia sobre la relación, los espacios y los límites entre la pasión y el amor muy bien conducida entre EE.UU., Costa Rica y España, pero con un exagerado y excesivo lirismo a medio camino entre la sensualidad del erotismo y la trascendencia espiritual. Con pasajes que enganchan y otros que fluyen sin más habitados por unos personajes bastante esquemáticos, con trazos de realismo mágico latinoamericano y dramatismo cinematográfico estadounidense.

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Frente a una gran urbe como Nueva York, convertida en una megalópolis anuladora de personalidades y conciencias individuales, Costa Rica comenzaba a darse a conocer a finales de los 80 del siglo XX como un lugar en el que vivir en contacto con la naturaleza y, por ende, en conexión con uno mismo. La cuestión es si cualquier ciudadano de nivel medio del mundo occidental está preparado para ese diálogo profundo e íntimo que supone vivir en un lugar sin ninguno de los referentes que haya tenido en su trayectoria anterior.

Esto es lo que se pregunta Pura vida a través del personaje de Ariadna, niña bien de Barcelona, máster en Ginebra y novia de un neoyorkino de familia pudiente. Esa clase de persona para la que todo lo material ha sido siempre fácil y que ante la duda opta por hacer punto y aparte. Así, aprovechando la movilidad de su trabajo en una agencia de NN.UU., deja a un lado el aburrimiento que le produce la previsibilidad de su presente para comenzar una aventura personal y social que parece más propia de un expatriado de lujo que de un emprendedor frente al riesgo de la diferencia cultural y la incertidumbre del éxito profesional.

Un camino de fiestas, excesos y desórdenes que tienen como escenario postales costarricenses paradisiacas, parques naturales y playas descritas por alguien que transmite haberlas conocido y quedado verdaderamente enamorado por ellas. Una pulsión que Mendiluce hace saltar del paisaje a sus pobladores autóctonos, a aquellos que habitan la naturaleza comunicándose con ella en una armoniosa simbiosis que les dota de una autenticidad y belleza únicas. Ese poder de atracción es el que Jonás emana, expira, exuda. Un Dios al que es imposible no mirar, no desear, no entregarse en cuerpo y alma.

Y aquí es donde esta novela finalista del Premio Planeta de 1998 deja de intentar ser literatura y se convierte directamente en un folletín. Si hasta ese momento la progresión de los acontecimientos había resultado bastante esquemática, aunque con una línea argumental muy lógica, la sucesión de besos, caricias, entregas y orgasmos que comienza entonces se convierte en un viaje, conducido por los impulsos sexuales, a ninguna parte narrativamente trascendente. Supongo que la intención del autor era resultar sensual y erótico, y aunque no cae en lo pornográfico ni en lo ordinario, el resultado carece de interés alguno.

A partir de ese momento Pura vida se convierte en un melodrama de fácil lectura, sin pretensión alguna, dando pie incluso a plantearse si merece la pena seguir o no. Evitando hacer spoilers, diré que sí, que aunque no cuajen las intenciones narrativas de su autor, merece la pena descubrir cómo convergen en su final las distintas tramas, personajes y localizaciones implicadas.

Pura vida, José María Mendiluce, 1998, Editorial Planeta.

«Todo esto te daré» de Dolores Redondo

La novela con el galardón más dotado del año. Probablemente también una de las más vendidas y leídas. ¿De las mejores? No. El Premio Planeta 2016 es a la literatura lo que un telefilm al cine. Una manera de pasar el rato con una intriga en la que inicialmente nada ni nadie es lo que parece y cuyo desarrollo consiste en darle la vuelta a cada uno de sus elementos –personajes presentes e historias pasadas- para lograr la cuadratura final de su círculo argumental.

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Del pre Pirineo navarro a la Ribera Sacra, de la mitología euskaldún a la frondosidad del interior gallego, del boca a boca de la trilogía del Baztán a la hiper promoción mediática de la editorial Planeta. Este es el recorrido que ha hecho en pocos años la creatividad literaria de Dolores Redondo y la pauta común que parecen recorrer ambas creaciones una vez que han entrado en el circuito de explotación del grupo Atresmedia (Antena 3, La Sexta, Onda Cero, La Razón,…). Igual que meses atrás vimos en la gran pantalla la adaptación de El guardián invisible, y mientras esperamos a que llegue su continuación –El legado en los huesos-, seguro que acabaremos asistiendo al estreno de Todo esto te daré.

La duda está en si será en formato cinematográfico o como serie de televisión en horario de máxima audiencia. A lo largo de sus muchas páginas es continua la sensación de estar leyendo la adaptación narrativa de un guión en lugar de una novela. Una lectura amena, pero sin profundidad, muy lineal, con personajes excesivamente simplificados, convertidos en tópicos del género del thriller, y una investigación que se desarrolla con un sentido del tiempo un tanto ajeno al que marcan los relojes y los calendarios.

Desde el momento en que a Manuel le comunican la muerte de su esposo a muchos kilómetros de distancia de donde él le suponía, cuanto ocurre es una continua sucesión de hechos adornados con diálogos y descripciones sin más sorpresa que la de ocultar algo que sabemos que tarde o temprano se nos acabará desvelando. Solo queda esperar a leer capítulos después el giro argumental, la pista que hará que ese plano de la realidad hasta entonces silenciado deliberadamente –ya sea por miedo, por lealtad o por implicación criminal-, salga a la luz.

Un apellido de rancio abolengo con un largo listado de propiedades, una familia unida exclusivamente por las apariencias, un entorno en el que la religión se mezcla con la superstición, investigaciones oficiales rápidamente cerradas, un guardia civil empeñado en llegar más allá, pecados pasados y culpas que siguen presentes pidiendo ser purgadas,… Este es el panorama de clichés que Álvaro le deja en herencia a su viudo. Una sinfonía de desconocimientos y ocultaciones con un pretendido efecto de desconcierto emocional con tanta hondura y verismo como cualquier ficción emitida por nuestras televisiones en horario de sobremesa. De esas que resultan una opción entretenida en las tardes de manta y sofá de otoño e invierno y cuya existencia olvidamos en cuanto llega el buen tiempo.

“Hombres desnudos” de Alicia Giménez Bartlett

La prostitución masculina vista desde una doble vertiente, la visión de quien la practica como medio de ganarse la vida y las impresiones de quien acude a ella pagando por sus servicios. De uno y otro lado el trasfondo de la crisis económica y la, aún más importante, falta de valores de nuestra sociedad que esta desveló. Tras este propósito, una novela que al margen de lo poco habitual de su temática, no aporta mucho más por lo plano de su narrativa y sus personajes sin trasfondo.  

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Si no fuera por el marchamo de haber recibido el Premio Planeta en su edición de 2015, probablemente este título no sería conocido. Sin semejante carta de presentación –la del galardón mejor dotado de las letras españolas- estos Hombres desnudos hubieran pasado muy desapercibidos ya que resultan poco sugerentes. Podrían serlo por los dos elementos que Giménez Bartlett maneja correctamente. En primer lugar la estructura de lo que quiere contarnos y el devenir por donde quiere llevarlo en una correcta combinación de presentación de personajes y progresión y cruce de tramas. El segundo punto a señalar positivamente es que no recurre en ningún momento a los aspectos que podrían resultar más morbosos y aparentemente sugestivos de la profesión de sus protagonistas.

Su atención está correctamente fijada en los pasajes importantes de sus biografías. Un profesor de literatura sin mayores aspiraciones que la de tener alumnos a los que transmitir lo que se puede sentir leyendo La Celestina o a Dostoievski, y una mujer que un día se ve repentinamente abandonada por su marido y al frente de una empresa familiar. En ambos casos la crisis hace tambalear los cimientos de sus vidas, él se queda en paro por culpa de los recortes y ella ve como el legado de su padre y su vida emocional y social hacen aguas. Como enlace entre ambos un joven que, a pesar de sus muchos límites, ha sabido hacerse a sí mismo superando una infancia de abandono por parte de unos padres drogadictos

Pero más allá de esto, estos personajes resultan curiosos, pero no atractivos. Se les lee en modo pasatiempo, pero no se siente nada con ellos. Resultan planos, no trascienden el papel, no se convierten en compañeros de viaje o guías de un mundo o unas realidades que apetezca descubrir. La narración es siempre un primer plano subjetivo, un recurso con intención inteligente, como esas situaciones que se nos transmiten desde el punto de vista de todos los que están implicados en ella. Con potencial de ser interesantes, pero no lo logran.

Sus diferentes discursos resultan casi superficiales, describen mucho pero no enganchan, parece que lo que están relatando ni siquiera es importante para ellos. Les falta la pasión de quien de verdad siente lo que está viviendo, pero como no la tienen se quedan en el papel de espectadores casi ajenos de sí mismos. Y si ellos no le ponen ganas a sus propias vivencias, difícil es que consigan una especial atención de sus lectores.