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Mérida, drama e imperio

Además de por su historia, su gastronomía y la sonrisa de su gente, la capital extremeña cuenta con un motivo más para ser visitada en época estival, su Festival Internacional de Teatro Clásico. Una oportunidad única de disfrutar de las artes escénicas en un lugar imponente construido dos mil años atrás en el que sentirse en tiempos pretéritos y en ficciones universales.

Ahora que se tarda cincuenta minutos menos en llegar en tren a la capital extremeña, éste es un buen método para acercarse hasta Mérida, localidad que muchos aprendimos a situar en el mapa gracias a algún docente de nuestra adolescencia. Recuerdo haberla visitado previamente en dos ocasiones. La primera motivado por uno de los profesores que me enseñó a declinar el latín y a leer las inscripciones que en la época de aquella época se tallaban en piedra. Y la segunda por la misma razón que en esta ocasión, asistir a una dramaturgia en un emplazamiento con solera.

Acompañado de mis mayores, y rodeados de más de tres mil personas, vimos La corte de faraón. Al igual que la mayor parte del público, ellos lo disfrutaron en grande, y yo me quedé con que Itziar Castro es etiquetable como animal escénico, entertainer y actriz hábil, dispuesta y capaz en el arte de la improvisación cabaretera. Eso fue en 2019. En 2022 he vuelto con un objetivo diferente, vivir el festival desde dentro, siendo testigo de los momentos previos al estreno de la última producción de su 68 edición, La tumba de Antígona.

Me preparé como corresponde. Habiendo leído con detenimiento la Antígona que Sófocles concibiera en el siglo V a.C. y la reflexión en torno a su destino que María Zambrano concluyera en 1967. Prólogo con el que preparé la entrevista que le realicé a Cristina D. Silveira, directora artística de este montaje, y que enplatea.com publicó con el titular La legalidad no es lo mismo que la justicia. Una muy interesante conversación que me sirvió para entender, aún más, la solidez de una representación en la que lo escénico y lo intelectual, lo corporal y lo textual estaban muy bien conceptualizados y ejecutados, tal y como expuse en mi reseña posterior.

Volviendo al lugar en el que estamos, éste, antes que Mérida, fue Augusta Emerita, ciudad fundada en el año 25 a.C., justo cuando comenzaba el Imperio romano. Capital de la entonces región de Lusitania y glorioso centro arqueológico desde hace décadas como revela el Museo Nacional de Arte Romano cuya sede es, desde 1986, el fabuloso edificio diseñado por Rafael Moneo. Aprovechando que, a pesar de ser agosto, las temperaturas daban una tregua en las primeras horas de la mañana, he acudido a tres ubicaciones imperiales que aún no conocía. El acueducto de los milagros, denominación que supuestamente se debe al hecho de mantenerse en pie y que acercaba el agua que llegaba desde el embalse de Proserpina; otro acueducto más, el de San Lázaro, este ampliamente remozado en el s. XVI; y el circo. Aunque de este no quede mucho más que su trazado y sus cimientos, es fácil imaginar lo espectacular que tuvo que ser con sus cuatrocientos metros de largo y cien de ancho. ¿Celebrarían allí carreras de cuadrigas como las de Ben-Hur? Normal que Mérida fuera reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en 1993.  

De vuelta a su centro histórico, disfruté nuevamente con el Templo de Diana y la manera en que en su día se reformó su entorno para ensalzar su presencia monumental y subrayar su valor y singularidad histórica. Recomendación, conocerlo de día y volver de noche, la experiencia entonces es redonda. Y siguiendo con las sugerencias, tomar unas tapas de queso de la serena, torta del casar o embutidos bien regadas con vinos de la tierra, en la Braseria Augusta, o si se pretende un menú con migas, salmorejo o lomo preñado, ir a La Catedral, en la Plaza de España, a la vera del Ayuntamiento de este municipio de cincuenta y nueve mil habitantes y sede del gobierno de la comunidad autónoma desde 1983. Decisión resultado de una reflexión con tintes salomónicos, evitar rencores y susceptibilidades entre las dos capitales de provincia que están dentro del territorio extremeño de haber sido elegida una de ellas.

Como tarde o temprano volveré a Mérida -supongo, espero y deseo- y como me gustaría que la visita incluyera entrada a una función de su Festival Internacional de Teatro Clásico, me anoto mentalmente llegar en lunes o martes. Son los días en que no hay representación y sus calles y terrazas no están tan ocupadas. Para seguir indagando en su pasado de siglos ha, acudir al Museo del Arte y la Cultura Visigoda. Y como nunca está de más verte de nuevo allí donde fuiste feliz, recorrer la arquitectura del Teatro y el Anfiteatro como cuando era un estudiante deseoso de aprender y entender. Tras todo ello, continuar la ruta hacia localidades cercanas como Medellín, también subsede del Festival, o ir más allá hasta Zafra, Fregenal de la Sierra o Jerez de los Caballeros. Por imaginar y soñar que no quede, tal y como sucede cuando somos espectadores de una buena y estimulante función teatral.  

La España que no existe

Vigo, Salamanca y Alicante han sido las ciudades que he visitado por distintos motivos desde que hace un mes pudimos volver a viajar entre comunidades autónomas. Salir de Madrid te hace pensar cuán ignorados se han de sentir por el sistema los que residen a muchos kilómetros de los centros de decisión política y mediática.

600 kilómetros de carretera, una hora de avión o casi seis en tren, eso es lo que se tarda en llegar desde la capital hasta la principal ciudad industrial de Galicia. Son ya años visitando a amigos y cuando la hora de comer coincidió con el informativo televisivo, les pregunté qué opinaban de la actualidad. Su respuesta fue que en Madrid se les ignora. No que se les desprecie o no se les tenga en cuenta, sino que ni siquiera se repara en su existencia. Más allá de las generalidades de los datos estadísticos, la mayor parte de lo que se afirma, niega, repite, improvisa, barrunta, grita y arroja por estos lares poco tiene que ver con ellos. Los de aquí lo sentimos cercano porque sucede en el mismo término municipal en el que residimos, trabajamos o al que nos desplazamos con frecuencia. Localización perfecta de la mayor parte de las medidas apariciones estelares de políticos de uno y otro color que medios de comunicación repiten sin parar durante unas horas hasta que renuevan su catálogo de titulares, generando así esa extraña confusión y simbiosis entre la villa, su circunstancia capitalina y su extraordinaria concentración de poder.

Días después, varias horas de ferrocarril, las primeras por un trazado de hace décadas y el resto por otras más recientes para permitir que Madrid sea la ciudad mejor comunicada de nuestro país (lo que no redunda necesariamente en beneficio del conjunto de la nación) me llevaron desde el Océano hasta Zamora, para desde allí y en una hora de coche colocarme en Salamanca. Ciudad universitaria dicen, burbuja universitaria suelo replicar yo. Sería cum laude si los que se graduaran siguieran allí, pero ni hay empresas ni centros de investigación que les requieran. La suya es una estadía con fecha de caducidad, que sirve para que la bella Helmantica siga soñando con lo que supuestamente fue. Pero hoy es una ciudad envejecida que parece condenada a sobrevivir únicamente como centro administrativo de la provincia y a ver cómo su título de patrimonio de la humanidad es más utilizado como reclamo turístico que como exigencia de seguir desarrollando y poniendo en valor su legado y su potencial humanista.  

La etapa final de este tour se inició el pasado viernes por la tarde, cual turista de fin de semana. Uno de tantos que acaba su turno laboral y acude raudo y veloz a Atocha para en poco más de dos horas plantarse en Alicante. Como buena parte del Levante valenciano, la playa de Madrid para muchos y uno de esos lugares que tanto se mencionan a la hora de hablar de calidad de vida, soñar con las virtudes del teletrabajo o elucubrar hasta dónde llegar emprendiendo pensando en los márgenes de lo inmobiliario y en los muchos extranjeros que llegan hasta aquí para dejar enrojecer su piel. La síntesis de todo ello es cercanía, sol y playa, los elementos que la hacen protagonista una y otra vez. ¿Recordáis cuántas veces habéis oído hablar de esta ciudad sin hacer mención a su arena dorada, su radiante luz y su agradable oleaje? La respuesta es la medida de cuánto ocultan los tópicos simplificadores fijados por los que llegan (o llegamos) de lejos, en lugar de escuchar, observar y empatizar con los del lugar y descubrir su otra (y también verdadera) faz.