“Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”, esta es la definición que da la RAE del término que titula la instalación que acoge el Palacio del Cristal en el Parque del Retiro. Una perfecta alegoría de lo que es el Mar Mediterráneo para aquellos que se atreven a cursarlo buscando llegar al otro lado para iniciar una vida mejor y acaban muriendo trágicamente en él de manera anónima. Fallecidos que se hunden, cuerpos con nombre que nadie reclama y cadáveres que desaparecen ante nuestros propios ojos.
El trabajo de Doris Salcedo (Bogotá, 1958) para el Museo Reina Sofía, Palimpsesto, es un hacer presente eso que parece una ficción televisiva cuando lo vemos desde casa, y que en realidad son los desesperados pasos que sigue cualquier persona que intenta llegar a nuestro continente desde el lado sur del Mare Nostrum.
La llegada al punto de partida, a la entrada, es a través de una rampa en la que hay que esperar, incubando en los momentos iniciales de la sensación de hacinamiento, si acudes en el mediodía de un sábado o un domingo. Tiempo de impaciencia en el que sufrir durante los seis meses de esta muestra (6 de octubre – 1 de abril) el retrasado sol estival, las lluvias otoñales por llegar, el frío invernal que presumimos hará acto de presencia más adelante y, finalmente, el traidor cielo despejado de la incipiente primavera. Cuando te ves a punto de entrar te has de adaptar para acceder, esta es una exposición, un lugar, que tiene sus propias normas.
Una más convencional. Nunca puede haber más de 50 personas en su interior, concepto de capacidad máxima que ojalá las lanchas repletas de personas indocumentadas cumplieran. Otras más ad hoc. La primera es colocarte unas calzas sobre tu calzado. El suelo de este pabellón con 130 años de historia está cubierto de un polvo abrasivo que no se debe tocar. Ese polvo es el agua de un mar que engaña, que no responde a la imagen de la placidez de sus playas, sino que tras su superficie aparentemente calma resulta ser un escenario revuelto, frío, tramposo, cruel, oscuro, más aún si te adentras en él sin conocerlo y sin guía, viéndote obligado a transitarlo con sumo cuidado y máxima atención tanto para mantenerte a salvo en cubierta como para no arrastrar o golpear a aquellos que puedan haber caído de sus embarcaciones.
Como marinero que eres de ese mar, debes fijarte bien al caminarlo para descubrir el elemento más estremecedor e impactante de esta instalación. En el suelo ves escritos con agua, extraña tinta, el nombre de aquellos que luchan agotadoramente contra el poder succionador de las corrientes submarinas.
Sin embargo, poco a poco, estos van desapareciendo y con el paso de los minutos tan solo se intuyen. O bien son absorbidos y tragados por el elemento acuático, o bien se evaporan por el efecto amplificador de la luz que son las vidrieras de este recinto, símil de ese cielo poderoso, losa solar en verano, páramo gélido y ventoso en invierno, que separa Europa de África.
Nombres de los que no quedará ni rastro, parecerá que nunca pasaron por allí porque el suelo del Palacio de Cristal, la superficie del Mar Mediterráneo, quedará tras su desaparición, inmaculada, limpia, lisa. Hasta que se vuelvan a escribir sobre ambos lugares, con agua en un caso, corpóreamente en otro, nombres que solo algunos muy lejos de allí sabrán quiénes son y que sólo ellos echarán de menos.
Personas, cuerpos, muertos que no conoceremos, pero en los que pensaremos y ya no olvidaremos gracias al excepcional y monumental trabajo de Doris Salcedo.
Palimpsesto (Doris Salcedo), en el Museo Reina Sofía (Palacio de Cristal), 6 octubre 2017 – 1 abril 2018.