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«Verónica»

Hora y media de tensión muy bien creada, contada y mantenida sin descanso. Genera tanto o más horror y angustia la espera y la sensación de amenaza que el mal en sí mismo en ese escenario kitsch que es 1991 visto desde ahora. Una historia muy bien dirigida por Paco Plaza y protagonizada brillantemente por una novel Sandra Escacena.

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La etiqueta de inspirada en hechos reales le da a toda historia una impronta de verismo que juega a favor de su guionista, pero haciendo que nuestra incredulidad preste especial atención a cómo se han trasladado esos acontecimientos a la pantalla para comprobar si su representación tiene la solidez que cuenta la hemeroteca. Con este espíritu es como tomas asiento en la butaca para ver esta película que cuenta un fenómeno difícil de explicar –tal y como relata el informe policial sobre lo acontecido- en el barrio de Vallecas de Madrid allá por principios de los 90. Gracias a una muy lograda ambientación Paco Plaza nos traslada un cuarto de siglo atrás a golpe de teléfonos fijos, coches manuales rodando por las calles, pantalones vaqueros, pelos cardados, camisas de estampados hirientes para la vista y walkman en los que suenan sin cesar los Héroes del Silencio.

Los escenarios de esta historia son dos. Un colegio religioso donde las monjas que trabajan como profesoras, además de aquellas que ejercen como consejeras espirituales, son más caricaturas con un punto de mala leche que personajes reales. Son ellas, más que los quince años de Verónica, las que le dan el punto adolescente a esta película con sus descripciones sobre cómo se forma un eclipse y cómo plasman las leyendas de Bécquer las consecuencias de ir más allá de los límites. El segundo emplazamiento es la casa familiar, muy apropiada para una cinta de terror con esa costumbre nuestra de ventanas pequeñas tapadas doblemente con persianas y cortinas, así como habitaciones y pasillos llenos de mobiliario en la versión más actual del horror vacui barroco.

Paco Plaza va directo al grano, sin rodeos ni entretenimientos superficiales, a lo que nos quiere contar. Primero generando intriga con cómo abrimos la puerta al mal –vía ouija y manejando instrucciones de fascículos de kiosko sobre espiritismo- y comprobamos que este ha entrado en nuestro plano de la realidad. Un in crescendo al que le sigue la tensión al ver que viene a por nosotros, que sus intenciones no son nada positivas y que es difícil luchar contra un enemigo aparentemente invisible. La angustia y el miedo derivan en el horror y el pánico cuando ya no queda rincón físico ni hora del día en que Verónica ni sus tres hermanos se puedan sentir seguros o libres de una amenaza que lo mismo les asalta en sueños, les hace ver imágenes que no son reales o se muestra como sombras que atraviesan puertas y se desplazan sobre las paredes.

Sin ser una producción redonda, Verónica es efectiva por su acierto de casting y por saber manejar perfectamente todos los trucos del género. Las iluminaciones llenas de oscuridades que acongojan, penumbras que asustan y apariciones en modo relámpago que te dejan sin aliento. El silencio absoluto que paraliza al cuerpo, el ruido ambiental que encoje el  estómago y los efectos de sonido que disparan el ritmo cardíaco. Un guión preciso que trata a los niños y los jóvenes como lo que son, haciéndoles hablar a su manera tanto en su día a día como en su manera de afrontar lo que les desconcierta y aterra. Y por último, una dirección sobria y precisa, que se centra en lo que ha de mostrar, sin rodeos, decidida y exitosa en su propósito de contar y mostrar las horribles consecuencias que puede conllevar la inocencia mezclada con la ingenuidad, el desconocimiento y las ganas de saber.

“Calígula” de Albert Camus

Inteligente texto sobre el sentido y ejercicio del poder, sus consecuencias y sus límites utilizando el lenguaje no solo como medio de expresión, sino también como campo de batalla y arma de esa lucha.

Caligula

Comienza la obra con un hombre cuya supuesta fidelidad a su corazón provoca perplejidad entre sus congéneres (– Se trata de un asunto amoroso – Ese tipo de enfermedades de las q no se libran ni los inteligentes ni los tontos) para después ser alguien comprometido hasta sus últimas consecuencias con los principios que guían su liderazgo político. Labor en la que Calígula se sirve de las contradicciones que tiene el lenguaje en su construcción y uso. Un emperador, entre tirano tímido e iluminado incomprendido, a través del cual Albert Camus plantea un enredado y asfixiante juego de preguntas y respuestas no siempre relacionadas sobre el poder, las jerarquías y el valor y sentido de la vida tanto a nivel individual como colectivo.

En una primer nivel Camus expone una feroz crítica al ejercicio del poder de aquellos no preparados para ello (- Un senador se hace en un día, un trabajador cuesta diez años – Me temo q se necesiten veinte para convertir a un senador en un trabajador), casta que se prorroga utilizando para ello los propios instrumentos del estado (No es más inmoral robar directamente a los ciudadanos que gravar con impuestos indirectos los artículos de primera necesidad) sin pudor alguno (…es preferible gravar el vicio que explotar la virtud…) hasta el punto de perder la conexión con la realidad, entendiéndolo solo como derechos y no también como deberes (el poder brinda una oportunidad a lo imposible… mi libertad dejará de tener límites).

Pero esto no es más que la punta de lanza, la excusa de a dónde el Premio Nobel de Literatura de 1957 se propuso conducirnos en 1945 cuando estrenó este drama, al sentido de ese poder. ¿De qué me sirve tan tremendo poder si no puedo cambiar el orden de las cosas? Es ahí, en esa lucha de Calígula contra la lógica y los límites de las posibilidades del hombre donde radica la intensidad de esta función. Del deseo a la impotencia del emperador (algo que no sabe a sangre, ni a muerte, ni a fiebre, sino a todo eso a la vez) y de ahí a la furia mientras sus súbditos pasan de la inquietud a la incertidumbre y de ésta al miedo y el pánico. Mientras él experimenta a dónde no llega el poder, a lo que está más allá del hombre, su pueblo sí comprueba los niveles que puede alcanzar, hasta hacerse animal y canibalizar su condición moral y racional. Algo que no es nuevo, que ya existe, la única novedad radica en el grado absoluto con el que ahora lo sufren frente al destilado con el que muchos de sus miembros lo habían ejercido hasta ahora.

Utilizando como escenario el imperio romano del s. I, Camus se hace preguntas sobre el mundo de las primeras décadas del s. XX que él habitó. ¿Qué clase de sociedad se construye entonces así? ¿Existe entre los hombres alguno que trate a sus congéneres como a un igual? Camus lo consideraba difícil, un hombre de honor es un animal tan raro en este mundo que no sé si podría aguantar mucho rato su presencia.