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“Mad max: furia en la carretera” y en la pantalla

Hay puestas al día con sentido. George Miller retoma su historia de 1979 y actualiza el relato de entonces con creativas escenografías, un montaje frenético y una completa sobredosis de efectos visuales. Un conjunto que funciona y entretiene.

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Más que una nueva versión, el nuevo Mad Max puede que sea la verdadera película que el señor Miller hubiera querido rodar tres décadas atrás. Quizás entonces ni el presupuesto ni los avances técnicos de la industria audiovisual permitían conseguir el prodigio de velocidad, ritmo y adrenalina con que nos sorprende hoy. También es cierto que aunque tenga sus similitudes, la historia no es la misma, por lo que más bien debamos decir que estamos ante un nuevo título, el cuarto, de la saga que hizo estrella a Mel Gibson.

El mundo del futuro que se nos presenta en 2015 es tan árido, salvaje y caníbal como el de aquella película que puso en el mapa cinematográfico al director que después lidiaría con Cher, Susan Sarandon y Michelle Pfeiffer en “Las brujas de Eastwick” (1987) o que revolucionaría el cine infantil haciendo que “Babe: el cerdito valiente” obtuviera hasta siete nominaciones a los Oscar de 1996, incluyendo entre ellas las categorías de película y de dirección. El tiempo pasa y George Miller saca el máximo partido a las posibilidades técnicas de hoy haciendo que las carreras y las persecuciones no se observen desde la butaca, sino que se vivan dentro de la pantalla sintiéndonos rodar, conducir, chocar o saltar por los aires a la velocidad del rayo como lo hacen los vehículos en ella. Ahí es donde este Mad Max es donde da en el clavo haciendo de cada acelerón un frenesí  que te deja sin aliento y te maravilla ante la coreografía que encuadres, iluminaciones, actores, escenografías y demás elementos técnicos y creativos ejecutan a la perfección.

En escenarios desérticos de ciencia ficción el guapo Tom Hardy y la bella Charlize Theron –se ponga como se ponga, ella resulta siempre hermosa- son los últimos esbozos de humanidad y valentía que quedan en ese lugar de deformes y animales en el que parece que nos convertiremos. Ellos son el conato de argumento que tiene esta cinta, su huida es la disculpa para provocar la carrera bélica que se desata para devolverles a sus papeles como seres funcionales -bolsa de sangre él, reproductora ella- de un lugar donde la propiedad más preciada es el agua.

Hay película mientras hay carrera, pero casi deja de haberla cuando paran. Entonces los diálogos –nada elaborado, frases de sujeto, verbo y predicado- pretenden hacer de Max y Furiosa personajes con una trascendencia de la que realmente carecen. No dejan de ser dos seres –y dos actores con una sobresaliente fotogenia- que confluyen de manera desconfiada, a los que la necesidad les lleva a aliarse hasta ver que pueden confiar el uno en el otro. Y en uno de los pocos rasgos sexuales del film, él acaba siendo el hombre protector que defiende y protege a la mujer herida y con un punto de debilidad que es ella. Quizás sea este el instante en el que George Miller cae en los convencionalismos y pierde por un momento, pero solo uno, el horizonte de una creativa ciencia ficción al que nos lleva en un viaje de acción trepidante.

“Nightcrawler”, retrato de la miseria mediática

Una propuesta inteligente sobre la ética de los medios de comunicación, la decencia de sus contenidos y la delgada línea roja que separa lo legal de lo inmoral.

Nightcrawler_Poster Cuando el deseo del éxito se convierte en oxígeno para sentirse vivo, no hay escrúpulos ni barreras para conseguir lo que nos hayamos propuesto. Eso es lo que cuenta Nightcrawler, la lucha de las televisiones por conseguir el contenido que alimente las vísceras hambrientas de sus espectadores, así como la búsqueda sin límite alguno de los cámaras freelance por proporcionar dichas imágenes. La ley de la oferta y la demanda capitalista y la libertad de información liberal unidas para alimentar el fuego de lo primario. Y no hay sitio más propicio para ambientar esta historia que la megalópolis de Los Angeles, cuna de señas identificativas de lo norteamericano como el negocio audiovisual, el desarrollo urbano más inhumano y la condenada soledad individual en una ciudad de millones de habitantes.

Días de luz fría y calles vacías en esa gigantesca mancha de asfalto que es LA, y noches con iluminaciones eléctricas, neones y autopistas con tráfico continuo en las que se desenvuelve como pez en el agua Jake Gyllenhaal interpretando a su protagonista. Un personaje víctima de esa sociedad que considera culpable al que no es capaz de cumplir el sueño americano y al que vemos intentado al precio que sea conseguir su porción de la recompensa prometida. Una diatriba que el que nos emocionara en Brokeback mountain resuelve con un fantástico trabajo actoral. De la mano de sus frases y gestos le sigue una completa interpretación física llena de matices con los que dota de una peculiar identidad a este buscavidas por el que parece haberse dejado la piel.

Impresión similar a la que deja Rene Russo. La que fuera una de las presencias femeninas más rotundas del cine de los 90 se echa con orgullo los años encima y hace de la veteranía valor para convertir su personaje secundario en un elemento fundamental en torno al cual pivota buena parte de cuanto acontece. Mientras Jake pone a la cámara a su servicio con su buen hacer, Rene la cautiva como lo hiciera junto a Clint Eastwood en En la línea de fuego hace ya más de dos décadas. Para los amantes de la anécdota queda decir que Gyllenhaal es uno de los productores de esta cinta y Russo es la mujer de Dan Gilroy, guionista experimentado y director novel de esta película por la que ha conseguido una merecida nominación a los Oscars en la categoría de mejor guión original, también firmado por él.

Mucho ha cambiado el mundo del periodismo desde que el fotógrafo Weegee llegaba en los años 40 a la escena del crimen antes que la propia policía (una historia ya llevada al cine en 1992 con Joe Pesci como El ojo público). Sobre el panorama actual Nightcrawler es un relato crítico y realista, tan bien planteado como contado, del círculo vicioso en el que trabajan los medios de comunicación. Una propuesta inteligente que lanza interrogantes acerca de la verdadera naturaleza de estos, cuarto poder o empresas sin más, o dónde está su ética y su labor de función pública en su supuesto papel social informativo y formativo.