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Sensibilidad y sostenibilidad: “Somos agua” de Isabel Muñoz

Dentro de la sección oficial de PhotoESPAÑA 2021, el Museo Lázaro Galdiano acoge esta sugerente muestra de la Premio Nacional de Fotografía producida por Acciona. Una instalación que aúna la efectividad de su autora para transmitir el riesgo en que están nuestros océanos como consecuencia de la acción del hombre, y el propósito empresarial -en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas- de la compañía mecenas.

En Somos agua confluyen una realidad innegable como es la del cambio climático, el saber hacer de una profesional de la imagen y la intención de trabajar con la máxima de la sostenibilidad fomentando el espíritu crítico a través de la creatividad y la excelencia artística.

En 2015 Naciones Unidas aprobó una serie de objetivos con los que, en 2030, erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad de todos los que lo habitamos. Una agenda de desarrollo sostenible con 17 áreas de actuación, siendo la número 14 de todas ellas la dedicada a la vida submarina, a conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos. Medio en riesgo de perder el 20% de sus grandes ecosistemas como consecuencia de factores como los múltiples residuos que se arrojan directamente a ellos o llegan vía fluvial, o la sobre explotación de sus caladeros, con la consiguiente afectación a la economía global y al empleo y la alimentación de millones de personas. Desconsideración total y maltrato, además, al que sometemos a las más de 200.000 especies identificadas que habitan los océanos (aunque según NN.UU., podrían ser muchas más).

Un argumentario que Isabel Muñoz ha vehiculado a través de una serie de imágenes tomadas en el Oceanogràfic de Valencia en las que varios buceadores visitan el espacio habitado por distintos organismos autóctonos del medio acuático. La sinuosidad, estética y fluidez coreográfica de sus presencias conviven con el movimiento fluido de medusas, tortugas, tiburones, algas y caballitos de mar, entre otros, creando un entorno de pacífica y respetuosa convivencia.

Una simbiosis que permite un protagonismo coral, sin relaciones de poder, agresiones ni mecanismos de defensa más allá de los que conlleva el equilibro natural entre especies. La envolvente instalación concebida por Blanca Berlín -proyección principal central, secundarias laterales y entrada a través de un oscuro telón a un espacio sin más luz que la íntima tenuidad que desprenden las pantallas- hace que la experiencia emocional del espectador sea netamente sensorial, despertando la empatía de su epidermis, hipnotizando su vista y seduciendo su escucha.

Un proyecto materializado gracias a Acciona y que encaja plenamente con el propósito que la compañía enuncia en su web: contribuir de manera positiva a la sociedad y al planeta, ofreciendo soluciones sostenibles a los desafíos más urgentes como el calentamiento global y la escasez de agua. Su misión empresarial queda así alineada con el mensaje artístico y social de Somos agua, permitiendo que el común del público entendamos de manera más sencilla y cercana la actividad y los logros de la empresa, lo que repercute positivamente en su imagen y reputación.

Si algún pero hay que ponerle a este objetivo, es el excesivo tamaño de los paneles que unos metros antes de la sensibilidad de la también Premio PHotoESPAÑA 2021, transmiten los mensajes corporativos de Acciona. Dan la sensación de ser una adenda al diseño de la exposición, un resultado que extraña en una empresa que tiene una línea de negocio, Cultural Engineering, destinada precisamente a conseguir la excelencia en el ámbito museístico y museográfico.

Isabel Muñoz. Somos agua, Museo Lázaro Galdiano (Madrid), hasta el 31 de agosto.

“Ramón Masats. Visit Spain”, la España que fuimos

Una colección de fotografías es un medio muy eficaz para construir un imaginario que genere una impresión positiva de tu nación y atraer turistas e inversores. Reflexión de varias décadas atrás de un gobierno dictatorial y autárquico necesitado del reconocimiento y los recursos de otros países. La combinación de reflejo veraz de la realidad, arte compositivo y expresivo y agudeza interpretativa hicieron que las instantáneas de este profesional cumplieran el objetivo para el que fueron encargadas y se convirtieran rápidamente en iconografía de España y lo español.

En 1953 Franco firmaba con EE.UU. el pacto por el que la primera potencia del mundo establecería bases militares en territorio ibérico. La recompensa llegaba en diciembre de 1955 con nuestro reconocimiento internacional al ser aceptados como estado miembro de Naciones Unidas. No quedaba otra que darse a conocer y para ello el régimen, a través del Ministerio de Información y Turismo, se puso manos a la obra recurriendo a jóvenes profesionales de la fotografía como Ramón Masats (Barcelona, 1931).  

El potencial artístico de la imagen fija ya era reconocido por los grandes museos y constituía uno de los pilares del periodismo, así que bajo la premisa de retratar quiénes éramos, qué hacíamos y cómo actuábamos, quien acabaría recibiendo el Premio Nacional de Fotografía en 2004, recorrió toda la geografía nacional entre 1955 y 1965 realizando un excelso trabajo que ahora podemos ver sintetizado en esta excelente muestra comisariada por otro gran fotógrafo y reportero, Chema Conesa.

Desde Almería a Tierra de Campos, desde la ciudad condal a la capitalidad de Madrid, desde el Mediterráneo al Cantábrico. Ceremonias políticas, corridas de toros, procesiones religiosas, entrenamientos deportivos, la agreste ruralidad, el incipiente urbanismo, el poder de atracción del futbol, la solemnidad de la Guardia Civil, visitas a museos, trabajos agrícolas o reuniones sociales. No hay un capítulo de la cotidianidad, más público o privado, más abierto o exclusivo, que no fuera recogido por Masats.

Con inteligencia e intuición, su gran capacidad de observación hace que no solo retrate y transmita, sino que analice y exponga sin juzgar. Integrando puntos de vista de manera que sus imágenes resultaran tan válidas para un gobierno hedonista y henchido de sí mismo, como para los críticos que las consideraban espejos fieles de los males que les encorsetaban y enclaustraban.

Su aparente sencillez es la clave de su eficacia, como si aunara el instante decisivo de Cartier-Bresson y el estar lo suficientemente cerca de Robert Capa. Eso es lo que le permite adentrarse en la escena, pero no ser invasivo con sus participantes, ser testigo de lo privado, pero no voyeur de lo íntimo. Su hoja de ruta es partir de lo común y lo habitual, captar su esencia, lo que lo hace auténtico y único, identitario, y convertirlo así en descriptivo, epítome y símbolo de cuantas coordenadas convergen en ello. Los valores y anhelos de los retratados, su expresividad y apariencia, así como las coordenadas intrínsecas (personales, profesionales) y exógenas (políticas, sociales) en que se encuentran.

El paso del tiempo ha ensalzado la excelencia narrativa de Masats, dando a sus imágenes la categoría de fiel retrato de una sociedad y reflejo de un tiempo en que España miraba a la vez al pasado y al futuro, en que intentaba combinar la tradición con la práctica de nuevos usos y costumbres, los oficios de antiguo con las exigencias de la modernidad en la que pretendía adentrarse. ¿Para cuándo un Museo Nacional de Fotografía en el que se pueda disfrutar de continuo de su obra?

Visita de Eisenhower a Madrid, 21 de diciembre de 1959

Ramón Masats. Visit Spain, Promoción del Arte (Madrid), hasta el 12 de octubre.

Casablanca, entre el mito y la realidad

La ciudad más grande de Marruecos, la capital financiera, la de la modernidad junto a la tradición, la de la fantasía cinematográfica, así es Casablanca por su historia real y de ficción, su emplazamiento geográfico, su urbanismo mixto y su arquitectura mestiza.

La mezquita de Hassan II. La arquitectura siempre ha tenido un primer objetivo práctico, crear edificios para una funcionalidad concreta, y un segundo para determinadas ocasiones, el dejar una impronta que genere en sus espectadores y visitantes no solo recuerdo, sino admiración ante la obra y respeto por sus titulares. Ese es el objetivo que cumple desde su inauguración en 1993 la mezquita de Hassan II, concebida para coincidir con el 60 cumpleaños del anterior rey del país, monarca mecenas a la par que gobernante de modos absolutistas durante su reinado (1961-1999).

Una encomienda de 600 millones de dólares de presupuesto al arquitecto francés Michel Pinseau para acoger a 25.000 personas y hasta a otras 80.000 en la imponente esplanada que forma parte de su recinto. Un interior sobrecogedor, de alturas celestiales y luces mágicas, en el que a pesar de las dimensiones el visitante se siente especial, en contacto directo con lo espiritual. Además de la sala de culto orientada a La Meca, la mezquita cuenta también para sus fieles con una suntuosa sala de ablación, hamman, baños turcos, madraza, salas de conferencias,…

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Un edificio no solo para los musulmanes, sino también para los turistas por ser el único templo del país que pueden visitar los nos seguidores de Mahoma en los horarios (y precios) así fijados. Una joya arquitectónica erigida sobre el océano por inspiración de un versículo del Corán: “El trono de Alá se hallaba sobre el agua”. El resultado, una impresión visual imposible de olvidar por su estética, su plástica y su simbolismo espiritual y político.

Rick’s Café. Antes que ciudad, Casablanca es una película para muchos, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en blanco y negro y frases como “tócala otra vez, Sam” o “siempre nos quedará París”. Un relato cinematográfico cartón piedra fabricado en Hollywood y que solo tomó de la realidad el papel que la ciudad marroquí desempeñó para las potencias aliadas durante la II Guerra Mundial.

De la supuesta Casablanca apenas se vieron un par de calles de la medina y el hangar y la pista del aeropuerto en aquel film que ganó el Oscar a la mejor película de 1943. Pero si hay un lugar que en el imaginario colectivo quedó para siempre asociado a esta ciudad gracias a esta producción de la Warner Bros fue el del Rick’s Café. Cuenta la leyenda que muchos lo buscaban al visitarla y como no lo encontraban alguien tuvo la brillante idea de recrearlo. Así fue como se inauguró en 2004 un lugar similar al de la película en una de las salidas de la medina hacia el océano.

En la pantalla cinematográfica todo parece más grande, pero este Rick’s Café cuenta como aquel con sus paredes encaladas, su patio de arcos de herradura, su barra de bar y el mítico piano en el que todos los turistas posan emulando a Sam a punto de iniciar “As time goes by”.  Súmese a ello contar con una buena carta para comer o beber según la hora del día, elaborada y servida en ambos casos con extraordinaria calidad.

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La medina. Al igual que la de Fez o la de Marrakech, impresiona por su plano indescifrable, lo intrincado de sus calles, la imposibilidad de saber qué se encontrará al doblar cualquiera de sus recodos -si más puestos comerciales para turistas o para sus propios habitantes, o zonas fantasmalmente residenciales- o lo inexplicable de que el camino por el que se avanzó no se corresponda con la que se está siguiendo al intentar volver. En segundo lugar, la medina de Casablanca sorprende por su reducido tamaño, por muy perdido en el laberinto que te puedas sentir, si sigues recto es cuestión de minutos que llegues a una de sus puertas de salida.

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Hasta que la ciudad comenzó a crecer con el inicio del protectorado francés, así de reducida fue Casablanca durante siglos. Desde el mar tan solo se veían unas casas de su zona más alta, “casa branca” que decían los marinos portugueses que pasaban frente a ella (y que la controlaron durante casi dos siglos hasta el famoso terremoto de Lisboa de 1755), dando pie así a la denominación de una urbe habitada hoy por más de cinco millones de habitantes.

La arquitectura modernista. En el siglo XIX los franceses ya se interesaron por Marruecos y por sus recursos mineros, lo que dio pie a que comenzaran a explotar algunos de sus yacimientos. Iniciado el XX bombardearon Casablanca acusando a los nativos de atacar a sus conciudadanos y a sus intereses en la ciudad (a cuyo puerto pretendían hacer llegar una línea ferroviaria pasando por un cementerio musulmán). La fuerza europea se impuso y obligó a un acuerdo a tres bandas por el que se inició el protectorado español y francés de Marruecos. En su zona los galos hicieron de Casablanca su centro económico y financiero –de Rabat la capital política– y pusieron en marcha su desarrollo urbano.

Surgieron así las grandes avenidas que articulan el centro de la ciudad desde la Plaza de las Naciones Unidas, y las construcciones art nouveau que las llenan, especialmente en el que hoy es el boulevard Mohammed V dando cabida a comercios, cafés y restaurantes y ecos de los tiempos de esplendor pasado conservando aún hoy uno de sus antiguos cines. El que fuera rey del país una vez recobrara la independencia en 1956 da nombre también a la plaza en la que se sitúan algunos de los edificios oficiales de arquitectura modernista con decoración morisca más brillantes de aquellos tiempos como la oficina de Correos, el Palacio de Justicia o la antigua Prefectura de Policía. Muy cerca de allí queda la antigua Catedral del Sagrado Corazón, una auténtica joya art déco desacralizada tras el fin del protectorado francés.

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Plaza de las Naciones Unidas. Es el punto en el que todo confluye de día y de noche, la ciudad antigua y la moderna, donde el bullicio de las conversaciones y los vendedores ambulantes se mezcla en un sinfín con el ruido y las bocinas del tráfico de coches, motos y autobuses colapsando sus entradas y salidas. Aquí se cruzan mujeres vestidas con chilaba con jóvenes en vaqueros ajustados, trajes de sastrería con las últimas falsificaciones de las marcas de moda, hombres de negocios con estudiantes y buscavidas, vendedores ambulantes con visitantes foráneos. Sentarse en la terraza de cualquiera de sus cafés y degustar un té a la menta viendo la vida pasar es una experiencia que nadie debe perderse en un lugar así.

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El mercado central. Aunque el puerto de Casablanca sea fundamentalmente industrial, también lo es pesquero, y en los puestos del mercado central (boulevard Mohammed V) se pueden descubrir cuáles son las especies de pescado y marisco que se pueden consumir en cada momento del año. Tras el deleite visual, se puede dar placer al sentido del gusto en cualquiera de los restaurantes de sillas de plástico y hule tosco situados en el patio central del mercado. Además, el lugar sirve también para disfrutar de los colores de los puestos de frutas y verduras o de los olores de los de flores y productos cosméticos como el aceite de argán, el prometedor reparador de la piel.

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El boulevard de la cornisa. En su centro urbano Casablanca vive de espaldas al océano. Este queda oculto tras las vías del tren, el puerto –en el que hoy se pueden ver atracados de cuando en cuando cruceros de miles de camarotes- y los apartamentos de lujo que se están levantando entre este y la mezquita de Hassan II. Pero más allá del faro que desde esta se divisa comienzan las construcciones unifamiliares y los clubs con derecho de admisión junto al agua salada. Entre unas y otros un largo paseo marítimo preparado para pasear o tomar algo disfrutando del intenso azul del océano y del cielo atlántico durante las horas de luz y la fiesta y la diversión entre lo más selecto del ambiente local durante la noche.

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Estas son algunas de las ofertas que Casablanca tiene para hacer disfrutar a aquellos que estén de paso en ella y no únicamente por negocios. Quien sabe, quizás conocerla pueda dar pie a parafrasear a Rick Blaine y decir aquello de “creo que este es el principio de una gran amistad.”