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“Bill Viola. Espejos de lo invisible”

La combinación de tecnología, espiritualidad y estética del máximo exponente del videoarte no solo lleva un paso más allá la evolución de las bellas artes, sino también su papel como medio con el que expresarnos e indagar en esas eternas interrogantes, quiénes y cómo somos, a las que no conseguimos dar respuesta.

Más de cuarenta años de trayectoria le han permitido a Bill Viola (Nueva York, 1951) desarrollar una carrera y una obra única en sentido estricto. Basta con ver unos cuantos fotogramas de cualquiera de sus piezas para identificarlas con él y con su muy particular concepción y búsqueda de nuevos registros y sentidos de la imagen, uniendo al uso de la composición, la luz y el color de lo pictórico, el movimiento y el imponente silencio de la dimensión audiovisual.

Tecnología. Espejos de lo invisible es una síntesis de la producción de Viola (desde The reflecting pool, 1977-1979) y de su capacidad para aprovechar las posibilidades artísticas y técnicas de los distintos medios de grabación y reproducción con los que ha trabajado.

Desde lo analógico -con su correspondiente grano y afectación en la calidad de la luz y los colores- y lo digital -dejando atrás la postproducción artesanal para pasar a convertirla en un código de ceros y unos-, desde la reproducción mediante proyección a los terminales con memoria integrada y desde los monitores catódicos hasta las pantallas de alta definición de la serie de los martirios (Earth, Air, Wind, Fire, 2014).

Espiritualidad. A Bill Viola le interesa la esencia del ser humano, aquello que somos antes y después de los códigos sociales, las reglas morales y los valores espirituales. El nacimiento y la muerte. El principio y el fin (Heaven and earth, 1992) frente a frente, combinándose, uniéndose y solapándose en dos imágenes que se miran, pero que también se reflejan, hasta el punto de contenerse mutua y recíprocamente.  

Y entre uno y otro punto, ¿qué media? ¿Por qué etapas pasamos? ¿Qué tienen en común y qué diferente la infancia, la juventud y la madurez que reflejan las mujeres de Three Women (2006)? ¿Qué nos dice que ha llegado nuestro momento y qué que debemos esperar o pasar a un segundo plano? ¿Qué nos enlaza? ¿El hecho humano en sí o el biológico entendido como la genética que nos vincula emotivamente?

La ausencia de palabras, el silencio de sus proyecciones, hace que nos planteemos bajo qué filtro nos acercamos a sus propuestas y, por extensión, al mundo en el que vivimos. ¿Por qué Ablutions (2005) nos hace pensar en un ritual de pureza de religiones como el Islam o el catolicismo? ¿Dónde situaríamos los seis minutos de Basin of Tears (2009)? ¿En la filosofía zen por la indumentaria de sus protagonistas? ¿En el valle de lágrimas del cristianismo al que podríamos derivar por su título?

Estética. La oscuridad y la carnalidad del barroco está en muchas de sus piezas, especialmente en aquellas en las que la luz, a la manera de Caravaggio, tiene como único fin destacar, perfilar y tridimensionalizar la figura humana. Un logro aumentado tanto por la estaticidad de sus modelos -apenas el parpadeo de su mirada en casos como el de The Quintet of the Astonished (2000)- como por la proyección a cámara lenta y por un fondo que más que sugerido, es intuido.

También hay lugares, escenografías y decorados que remiten a la delicada humildad de los interiores de Zurbarán (Catherine’s room, 2011), con detalles y recursos en los que podemos presuponer, imaginar o antojar a la madre de James Whistler, la cotidianidad de Vermeer o, incluso, las ramas de los almendros en flor de Van Gogh.

Las dos mujeres y el hombre de Anima (2000) evocan la manera de analizar y destacar a los retratados en el Renacimiento, estilo que enmarca también el pódium y la triada protagonista de Study for Emergence (2009) sobre un azul que nos permitiría enlazar con las madonas de Rafael, con la Capilla Sixtina de Miguel Angel o con tantos otros.

Pero más allá del óleo, Viola fija también su ojo en los paisajes infinitos, en horizontes que se pierden en un más allá que lo mismo pueden ser el inicio de un encuentro (The Encounter, 2012) que de una separación de rumbos (Walking on the Edge, 2012). Miradas que más que al óleo, remiten en lo pictórico a la acuarela, a las aguadas que sobre el papel -o la pantalla en su caso- convierten en una experiencia emocional la sobrexposición lumínica de visiones desérticas como la de Chott el-Djerid (A Portrait in Light and Heat, 1979).

Bill Viola. Espejos de lo invisible, en Espacio Fundación Telefónica (Madrid), hasta el 17/05/2020.

“Nuestra ciudad” de Thornton Wilder

Una pequeña localidad de poco más de tres mil habitantes del noreste de EE.UU. a principios del s. XX resulta ser el reflejo de todas las edades, roles y dimensiones del ser humano, social y familiar. Un texto cuya maestría está en la transparente sencillez de su estructura, los limpios diálogos de sus escenas y el completo conjunto de personajes que lo habitan.

OurTown

Tres actos que son otras tantas miradas sobre la ciudad de Grover’s Corner en tres fechas -1901, 1904 y 1913- con dos familias como hilo conductor, los Webb y los Gibbs. Dos ejemplos de lo que EE.UU. ha querido mostrarnos durante mucho tiempo como modelos de su sociedad, maridos dedicados a profesiones con reconocimiento –el director del periódico local y el doctor-, casados con mujeres que llevan el día a día de sus hogares y la educación de sus hijos. Habitantes de un lugar cuyas coordenadas urbanas –la estación del ferrocarril, las distintas iglesias, los colegios, la avenida principal- son descritas por un narrador que entra y sale libremente de escena y cuyo papel es darnos las claves necesarias en cada momento para que entendamos dónde estamos y qué está ocurriendo. Apelando directamente al espectador/lector desde dentro de la acción que le convierte en un personaje (sin voz) introducido de lleno, como un vecino más, en los acontecimientos –un parto, una boda, un funeral- que articulan la vida social de esta comunidad.

Una población con unos valores y creencias profundamente conservadoras, tal y como refleja Thornton Wilder. La vida se concibe como una unión de hombre y mujer, y sus grandes momentos son el matrimonio y el nacimiento de los hijos, hitos tras los cuales queda la convivencia familiar y en pareja hasta que llegue el momento de la muerte. Esa es la idea que articula este relato teatral haciendo que las dos dinastías protagonistas queden unidas mediante el casamiento de sus primogénitos en una relación que vemos evolucionar de la amistad al noviazgo y de ahí al altar. Sacramento bajo cuyo paraguas el que hombre y la mujer tienen roles muy determinados, él piensa qué oficio ejercer para ganarse un porvenir tanto para sí como para los suyos y ella busca alguien que la quiera. Una visión que refleja cómo era EE.UU. en las primeras décadas del siglo XX, Nuestra ciudad fue representada por primera vez en 1938, pero el tiempo transcurrido nos permite decir que esta visión no solo era entonces mayoritaria, sino que sigue siendo hoy la de buena parte de la sociedad norteamericana.

Esta obra resulta una disección casi antropológica del ser humano, tremendamente fácil de entender gracias a la sencillez de los diálogos escritos por Wilder. Nuestra ciudad es una sucesión de escenas de lo más cotidiano (el reparto de la leche, la reunión del coro eclesiástico, la salida del colegio, el desayuno familiar,…) que en la obra de otros dramaturgos serían utilizadas como intermedios entre grandes momentos de tensión. Él, en cambio, sabe hacer de episodios aparentemente anodinos, hechos que marcha la biografía de sus protagonistas. Una fluidez que pone cada persona y momento en su lugar en un tranquilo, sosegado, acumulativo y lógico discurrir.