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Rabat, la capital

Un conjunto histórico designado en 2012 Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, elegido capital –primero por los colonos franceses en 1912 y tras la independencia en 1956 por el monarca alauí- para erigirse como sede del poder político frente al protagonismo histórico-religioso de Fez, la actividad económico-financiera de Casablanca y la atracción turística y cultural de Marrakech.

De oeste a este y en ligera diagonal de norte a sur es como se suceden sobre su callejero las etapas históricas de Rabat. En el punto más occidental, entre el océano y la desembocadura del río Bu Regreng está la kasbah, el recinto fortificado donde en el s. XII se establecieron los almohades que iniciaron la urbanización de la ciudad. Hoy es un pequeño recinto amurallado de paredes ocres e interior de callejuelas estrechas y paredes encaladas en blanco y azul desde el que poder acceder a las playas en las que hoy se practica el surf y la natación.

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La medina

A continuación y avanzando hacia el este, cinco siglos después se levantó la medina, calles angostas dedicadas al comercio en lo que a diferencia de otras urbes del país (Fez o Marrakech) no es fácil perderse debido a su reducido tamaño y escasa sinuosidad. Podría parecer desde el cielo que es un intento de cuadrícula diseñado por unas manos temblorosas entre unas murallas que siguen hoy en pie con absoluta solvencia.

Tres vías destacan en su entramado, la rue Souika, paralela al lienzo este de su muralla, en la que predominan los puestos textiles a través de los cuales conocer las marcas más falsificadas del momento. En su fin norte, Souika hace esquina con la rue des Consuls –así llamada por tener en ella su residencia muchos de los cónsules extranjeros residentes hasta 1912- en la que descubrir la artesanía local (alfombras, ebanistería, cerámica y marroquinería, entre otras pequeñas artes).

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En su vertiente sur la rue Souika da pie al inicio de la rue Sidifatah, en la que encontrar toda clase de puestos ofreciendo carne y pescado tanto para llevar como cocinado allí mismo, pan y dulces varios, además de puestos de zumos exprimidos al momento (naranja, pomelo, caña de azúcar, aguacate,…). No se puede dejar de visitar en esta zona el pequeño mercado central en cuyo exterior se encuentran varios restaurantes con lo más típico de la gastronomía local (a destacar las frituras variadas de pescado) a precios económicos.

La ciudad nueva

La historia pega al salirnos de la medina para llegar hasta el siglo XX. En 1912 españoles y franceses se repartieron Marruecos, quedando Rabat en la zona del protectorado francés. Los galos decidieron hacer de Rabat su capital por su salida al mar y para escapar de los círculos de Fez o Marrakech, anteriores capitales del reino en distintos momentos históricos.

La llamada ciudad nueva es un ensanche urbano de planificación occidental, vías anchas a ritmo de un gran edificio por manzana con amplios soportales en sus plantas bajas para permitir el paseo a los expatriados en los días de calor y en los que hoy poder adquirir la prensa local en los puestos improvisados sobre su suelo.

Protagonizando esta parte de Rabat está la Avenida Mohammed V, un gran boulevard que la cruza al completo de noroeste a sureste. Naciendo en la medina comienza dando ubicación a los comercios de mayor categoría y a grandes cafés con terrazas ocupadas exclusivamente por hombres y le sigue la zona de servicios con la antigua sede de Correos y Telégrafos, cines y bancos hasta la que es desde 1923 el punto de llegada del ferrocarril a la ciudad (Rabat Ville) con un fantástico edificio racionalista de los años 30 con decoración de motivos árabes como estación.

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Cerca de la llegada del tren queda el recién inaugurado Museo Mohammed VI de Arte Contemporáneo de Rabat, el primero del país y del continente africano, nacido el pasado mes de octubre con el fin de convertirse en un referente cultural y turístico tanto a nivel nacional como internacional. Y un poco más allá la imponente catedral católica de San Pedro con su esbelta fachada blanca y sus dos torres-aguja.

La dinastía alauí

Más allá de este punto y siguiendo hacia el este se concentra la capital administrativa de Marruecos con grandes complejos de edificios que dan sede a distintos ministerios. En la zona más residencial y de alto nivel se encuentran las representaciones diplomáticas de los países extranjeros.

La ciudad nueva se levantó en el terreno que dejó libre las murallas que unían la medina con el Palacio Real construido  en la segunda mitad del s. XIX. Este lugar es la residencia habitual del monarca alauí, Mohammed VI, rey de Marruecos desde 1999. Sus antecesores, padre y abuelo, Hassan II y Mohammed V, quien volvió a reinar tras la independencia del país en 1956, yacen enterrados en el mausoleo que se construyó a tal fin al norte de la ciudad nueva, junto a la Torre Hassan. Edificación del siglo XII junto a la que se pretendió construir entonces la mayor mezquita del mundo y de la que hoy solo quedan algunos pilares tras ser derruida por el terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755.

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En el inicio: Challeh

Desde este lugar se puede ver el gran puente que salva el río Bu Regreng para unir Rabat con Salé, la urbe situada a su otra orilla. La de Salé era la denominación que tuvo durante la dominación romana (40 a.C – 250 d.C) un asentamiento situado en el punto más oriental de Rabat, en lo que entonces debía ser una localización estratégica (situado sobre un promontorio junto al mencionado río en un punto donde entonces debía ser navegable en su salida hacia el océano).

Chellah, el nombre que los benimérines dieron posteriormente a aquel lugar es hoy un yacimiento arqueológico en el que intuir el arco del triunfo y los baños romanos y ver las ruinas de la mezquita, la necrópolis, la madraza y el hammam árabe erigidos en el s.XIII junto a los anteriores cuando ya eran ruinas. Todo ello en un paraje ya situado en pleno campo entre arboles de todo tipo: magnolios, higueras, olivos,…

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Cotidianidad

En el núcleo urbano en cambio los árboles más frecuentes en sus avenidas son las palmeras y los naranjos, una nota de color entre edificios que, al margen de los dejados por los franceses, carecen de encanto alguno.

Por aquí y por allá amplia presencia policial y militar armada con absoluta cotidianeidad entre hombres trajeados, jóvenes al estilo occidental –en el caso de las mujeres casi siempre con pañuelo- y mayores con chilaba. Todos ellos desenvolviéndose a paso ligero entre el ruido del tráfico continuo, las llamadas a la oración y las conversaciones a viva voz, entre los anchos espacios de la ciudad nueva y las estrecheces de la medina.

Si no fuera la capital de Marruecos, Rabat probablemente pasaría desapercibida para los que quieren conocer lo más representativo en cuanto a arte, cultura e historia de este país. Pero los tiempos actuales la han situado en estas coordenadas, motivo más que suficiente para acercarse a vivirla y experimentarla de primera mano.

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Aspirante a referente cultural: el Museo Mohammed VI de Arte Contemporáneo de Rabat

El arte es expresión para el que lo realiza y reputación para el que lo financia, también es identidad para los coetáneos a ambos. Un cúmulo de estos tres aspectos resulta ser el que es el primer museo de arte moderno tanto de Marruecos como de África.

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Con el nombre del monarca vigente formando parte de su propia denominación queda claro uno de los objetivos de esta institución inaugurada el pasado 7 de octubre, ensalzar la figura del actual regente de la casa alauí como hombre moderno, preocupado por las inquietudes de su pueblo y promulgador del diálogo libre y crítico. Ese que promueve el arte más actual y no siempre tan correcto y apropiado como pueda ser el del círculo institucional y diplomático en el que Mohammed VI desempeñe su labor como monarca. Su pose occidental descorbatado en la retrato oficial con que preside distintos lugares del museo podría darnos esa impresión.

¿Qué ha llevado a Marruecos a crear este museo? Quizás sea el espíritu de mecenazgo de su rey y su visión de la cultura como motor de progreso y crecimiento de su pueblo, quizás la estrategia que el mismo puso en marcha para evitar que la primavera árabe de 2011 calara en el país (reforma constitucional y elecciones con un sistema más transparente fueran dos de las medidas que recogen las hemerotecas). O a lo mejor se han unido las dos cuestiones para dar forma a este nuevo foco cultural ya que sus obras se extendieron según la agencia EFE a lo largo de toda una década.

Cien años de creación (1914-2014)

Este es el título de la muestra inaugural con la que los visitantes pueden conocer lo que se presenta como lo más representativo del arte del país en el siglo que va desde poco después del inicio del protectorado español y francés (1912) hasta hoy. Un siglo en el que se ven las mismas corrientes que en el arte occidental: realismo, expresionismo, abstracción, naif, simbolismo,…, tratando toda clase de temas: retratos, paisajes, escenas costumbristas e históricas, conceptualizaciones,…, en soportes que van desde el tradicional óleo sobre lienzo a las técnicas mixtas también en pintura, la escultura con múltiples materiales, la video creación y el vídeo como testimonio documental de performances, las instalaciones o la fotografía.

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El recorrido expositivo resulta estéticamente evolutivo con una muy bien resuelta museografía (espacios, iluminación y diseño del recorrido) que comienzan en la planta 1, para seguir en la 0 y acabar de manera rompedora en la -1, en el parking. Ahí es donde se encuentran las obras más actuales, en un espacio que parece más de feria de arte que de museo, no quedando claro si es una elección a propósito para conseguir más impacto –instalaciones a partir de basura, corazones esculpidos con vidrios rotos o wc’s floreros como espacios pop tridimensionales- o por haber sido un discurso elaborado cuando los espacios museísticos ya estaban ocupados.

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En cualquier caso, considerando por méritos propios esta última parte, la selección resulta muy interesante, provocando para el neófito en el arte marroquí –valga como referencia que no incluyo ningún nombre por serme todos desconocidos- continuamente una serie de preguntas: ¿Cuánto hay en los artistas expuestos de inspiración autóctona y cuánto de influencia exterior? ¿Lo expuesto es arte que se pueda adjetivar como nacional, occidental o universal? Y sea cual sea el término elegido, ¿qué hace que sea así? ¿Visto desde aquí –Rabat, Marruecos- dónde está el límite entre lo que es costumbrismo y lo que es exotismo? ¿Bajo qué ojo ve un marroquí a sus antepasados retratados por Delacroix? ¿Qué papel ha jugado el devenir de la historia nacional –influencia ambiental o discursos pautados- en el desarrollo de la expresión artística?

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El edificio

El MMVI (acrónimo de Musée Mohammed VI) recibe a sus visitantes (de 10:00 a 18:00 y gratuitamente) en un edificio de nueva planta y de arquitectura evocadora de la tradición musulmana: decoración de formas geométricas y juegos de luces, invisibilidad del interior desde el exterior y espacios diáfanos en las tres plantas de su interior articulados en torno a un patio central que actúa como centro de recepción y punto informativo. En su planta 1 parte del recinto queda reservado para las oficinas de administración y dirección, y en la 0 en el momento de mi visita –mañana del sábado 27 de diciembre- el auditorio estaba ocupado por una instalación, la cafetería cerrada y la librería parecía más un almacén lleno de cajas por volúmenes esperando a ser dispuestos donde corresponda ya que las estanterías se veían ya ocupadas con aire de biblioteca por títulos de aire más o menos enciclopédico sobre Picasso, Gilbert & George o Gauguin, entre otros muchos.

En el mundo virtual impresión semejante de continente falto de contenido, www.museemohammed6.ma no deja de ser breves textos informativos sin ofrecer imagen o documento descargable alguno. En las redes sociales, el perfil del museo en facebook recoge en su muro tanto actualidad propia como cultural nacional y uno de sus álbumes de fotografías es “fotos subidas con el móvil”, twitter se nutre principalmente de RT’s –en diciembre solo cuenta con tres tuits originales-, y en instagram la mitad de sus 16 imágenes son sobre instalaciones o momentos de trabajo audiovisual.

El futuro

En su time-line de twitter el MMVI daba el 2 de diciembre las gracias a las 44.000 visitas recibidas hasta entonces. El tiempo dirá si esa es una tendencia, un referente anhelado por no haber sido capaz de mantenerlo o el punto de partida sobre el que el primer museo de arte moderno de Marruecos y Africa seguirá creciendo.

Estadísticas aparte, está claro que la cultura es hoy una clave de identidad no solo antropológica y social, sino también política. Más en los tiempos actuales donde las infraestructuras culturales y su programación son también una herramienta turística –y por tanto de actividad económica- y de imagen de las ciudades y países que las acogen. He ahí ejemplos ya consolidados como el fenómeno Guggenheim de Bilbao, el polémico futuro Louvre de Abu Dhabi o las recién inauguradas en Astaná, la capital de Kazajistán. Queda por ver si este museo y otras instalaciones por venir situarán a Raba no solo en el plano internacional, sino también en el nacional –donde de momento solo aparece en el político por ser la capital- como foco cultural frente a la histórica Fez, la económica Casablanca y la turística Marrakech.

(Imágenes de las obras tomadas del perfil de Facebook del MMVI por no estar permitido realizar fotografías en su interior).

Llegar hasta Rabat

Lo dije hace un año, me quedaba con ganas de más Marruecos, así que doce meses después heme aquí de nuevo. Entonces comencé ruta llegando a Tetuán, esta vez el punto de inicio marcado ha sido Rabat.

Nada más bajar del avión la primera sensación que te provoca Casablanca es su temperatura, siete, ocho, quizás nueve grados más que en Madrid. Y la luz, aun siendo débil transmite fuerza, vigor, energía, provoca que las pupilas se empequeñezcan y te preguntes dónde has dejado las gafas. Imposible mirar al sol directamente, te hará lagrimear alegremente.

Control de pasaportes, comprar moneda local y salir a la terminal dejando atrás a los que están esperando a alguien, aquí es cuando comienza verdaderamente el viaje, ya no hay trámites que cumplir, tú marcas tu ruta y tu modo de recorrerla. De frente el cartel que indica taxi, a la derecha el que sigo, el del tren que me llevará hasta Rabat.

Entre la máquina de autoventa y la cola de la taquilla opto por la segunda al ver pocas personas y comprobar que tengo 20 minutos por delante para coger el tren de las 11:55. 75 dirhams (7,5 €) por el billete que he de pagar en metálico, “no funciona la línea telefónica” me contesta la chica con pañuelo que me ha vendido el billete. Acto seguido compruebo el sentido de la comodidad marroquí al tener que subir 30 escalones a pie con mi maleta para llegar hasta los aseos.

Tomo asiento en mi vagón de segunda clase y frente a mí una pareja en cuya maleta veo una etiqueta que señala una dirección de Villanueva de la Cañada como su domicilio habitual, unos venimos de turismo y otros a reconectar con sus raíces. El trayecto comienza puntual, el paisaje es llano, verde, paralelo por momentos a trazados de autovía, perpendicular a líneas eléctricas de alta tensión y salpicado de construcciones más o menos perennes hasta que se llega a lo que parecen los suburbios de Casablanca. Entonces los edificios son de varias plantas, seriados hasta el aburrimiento, hormigonados y monocromos causando hastío estético.

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A la media hora de recorrido avisan por megafonía que hemos llegado al final de nuestro trayecto y nombran distintos destinos a los que se puede seguir desde donde vamos a parar. Sigo las indicaciones de mi billete al bajar y busco el andén en el que coger el A26, el indicativo electrónico dice “Salé”, en ese momento no tengo ni idea de qué ciudad es –tardaré un par de horas en caer que es la que está justo al norte de Rabat, tan solo separadas por la desembocadura del río Bu Regreg- y temo que pueda acabar en Fez, Marrakech o cualquier otra ciudad el interior del país si no ando con cuidado. Tras veinte minutos de espera el tren llega lleno, por lo que los que subimos con maletas hacemos que el resultado sea de masificación total. En la primera parada encuentro un asiento vacío en la planta baja del vagón y ahí me siento los todavía cuarenta minutos que tardaré en llegar hasta mi destino final. Me llama la atención las línea curvas de la estructura del vagón semejando un arco de herradura en las zonas de entrada y salida por su cabecera, el diseño inspirado en lo autóctono.

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En Rabat Ville maremagnum de gente joven, ¡y todos con abrigos! ¡Pero si el termómetro marca 17 grados! Dos escaleras mecánicas y salgo al exterior, a la Avenida de Mohammed V, la principal vía de la zona nueva de la ciudad, la que construyeron los franceses durante el protectorado (1912-1956) cuando decidieron que Rabat sería la capital de Marruecos, para evitar así las corruptelas y círculos de poder ya establecidos en Fez y Marrakech. A la derecha una gran torre que podría pasar por similar a la Giralda de Sevilla, pero que resulta ser Le Tour Hassan, a cuyos pies está el mausoleo del monarca que logró la independencia del país y que da nombre a la avenida, el abuelo del actual Mohammed VI.

Impresión de Google Maps en mano recorro a pie –cosas que te permiten las maletas con ruedas- los 900 metros que me separan de mi hotel pasando junto a  edificios ministeriales, el gran teatro Mohammed V (otra vez él), construcciones inacabadas abandonadas y otras antiguas que parecen desahuciadas a cuyo pie contrasta el silencioso paso de un moderno tranvía. Con mi justo francés resuelvo el trámite del check-in sin olvidarme de pedir la clave del wifi y asegurarme de que tengo el desayuno incluido en la tarifa de la habitación. En menos de dos segundos chequeo visualmente los 12 metros cuadrados de mi individual acabando el tour en el pequeño balcón desde el que tengo la fantástica vista de una sucesión de azoteas pobladas de antenas parabólicas.

Son las 14:30 hora local, una menos que en España, y mucha hambre, así que es hora de echarse a la calle en modo turista: guía lonely planet, cámara de fotos, móvil cargado y muchas ganas de patear, de mirar, de dejarme llevar por lo que vea y escuche, lo que me llame la atención. En la recepción del hotel no tienen planos de la ciudad, así que, sin plano entonces, ¡a conocer Rabat!

Tánger: zona internacional

Cuando entras al hotel Rembrandt su recepción te sitúa entre el hoy y el hace varias décadas. Hoy porque como en todos los sitios públicos, y tal y como es por ley, te recibe una fotografía de Mohammed VI, el monarca alauí desde 1999. El mobiliario de madera basado en líneas curvas, la sobrecarga dorada de los marcos de los espejos, el forjado de la puerta del ascensor y la sinuosa elipse de la escalera te llevan a aquellos años (1912-1960) en que Tánger era zona internacional. Una ciudad en territorio africano pero gobernada por ingleses, franceses, españoles, portugueses, holandeses, belgas, italianos y estadounidenses.

Desde la cafetería acristalada con el retrato del famoso pintor holandés (reproducción del autorretrato que conserva el Museo del Prado) y su terraza con piscina sus huéspedes elucubrarían que estaría pasando al otro lado del Estrecho de Gibraltar, así como divisar los buques que quizás desde España llegaban al puerto de la ciudad –hoy algunas construcciones ya no te lo permiten con claridad-.

Tras su urbanismo de medina árabe y ensanche occidental y su presente de ciudad fronterizo-comercial, Tánger esconde un pasado siglo XX en que la ciudad vivía y miraba hacia Europa. Situación que se prolongó hasta 1960 en que la ciudad y su región se unen a Marruecos, constituido como estado independiente en 1956.

Fotografías y películas en blanco y negro

Buscando ese pasado he callejeado por la medina hasta llegar al Museo de la Fundación Lorin. En la dos salas de sus plantas las fotografías en blanco y negro expuestas –originales con varias décadas a sus espaldas en un estado de conservación y de exposición mejorable- muestran momentos como las carreras hípicas que se organizaban en la playa, el recital de piano que llegó a dar un joven Herbert von Karajan, los bailes y desfiles de moda organizados en el casino, el inicio de la construcción de la catedral española, la visita en su yate del matrimonio Aristóteles Onassis-Maria Callas,…

Tiempos en que las producciones teatrales se estrenaban en el Teatro Cervantes, inaugurado en 1913, por mucho tiempo sus 1.400 butacas le hicieron el más grande del norte de África. Hoy el abandono ha hecho mella en él y está cerrado en estado ruinoso.

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Los grandes estrenos cinematográficos se presentaban en el Cinema Rif. Un edificio modernista en el Grand Socco que desde 2007 es la filmoteca de Tánger. Una institución dedicada a preservar películas y proyectar películas en versión original (subtituladas en francés), ayer cuando pasé por allí tenían en cartelera la reciente americana “El mayordomo” de Lee Daniels y la árabe de los años 50 “C’est toi que j’aime” de Admed Badrakhan.

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Geopolítica internacional

Quizás en su día se proyectaron películas como “Tanger” con María Montez (1946) o “Vuelo a Tánger” con Joan Fontaine y Jack Palance. Títulos como otros muchos –y cuyos carteles también he visto en la Fundación Lorín- que han situado intrigas, acción y misterio en esta ciudad, en las intricadas calles de su medina y la arquitectura colonial de su exterior, entre locales y expatriados, entre personas y gobiernos. Uno de estos a buen seguro fue el americano. Volviendo a entrar en la medina merece la pena visitar el Museo del Consulado Americano, situado en el mismo edificio que cumplió la función de sede diplomática de EE.UU. en Marruecos de 1821 a 1956.

El recorrido nos permitirá conocer cómo ha sido la relación entre ambas naciones, haciendo especial hincapié en su génesis y en el papel que Tánger y Marruecos jugaron para los americanos durante la II Guerra Mundial.

Marruecos fue el primer país que reconoció a EE.UU. como estado independiente cuando aún estaba luchando como colonia contra los británicos para conseguirlo, en 1777. La primera delegación americana se estableció en Tánger –entonces capital diplomática del país- en 1797 para apoyar sus rutas comerciales con origen o destino en el Mediterráneo.  Desde su delegación, los americanos realizaron una intensa labor durante la II Guerra Mundial. En aquel momento Tánger se convirtió en un lugar de máxima tensión, Franco mandó ocupar la ciudad y esta pasó a ser española (de 1940 a 1945) junto con el resto del norte de Marruecos que formaba el protectorado español. Un control geográfico de un potencial aliado de Alemania e Italia muy inquietante para el resto de países involucrados en el conflicto.

El litoral marroquí, junto con el argelino, acogería el 8 de noviembre de 1942 el desembarco de las tropas estadounidenses que lucharían contra las tropas del eje en el norte de África, la Operación Torch. Marruecos como parte del protectorado francés estaba regulado por el Gobierno de Vichy (el gobierno francés colaborador del régimen nazi de 1940 a 1944), pero sus autoridades locales colaboraron con los aliados. En 1943 Churchill y Roosevelt se reunieron en Casablanca para coordinar la estrategia común en la guerra. Posteriormente, Reino Unido y EE.UU. apoyarían a Marruecos en su reclamación de independencia ante Francia y España.

Arte y literatura

Las distintas estancias de la antigua delegación diplomática norteamericana nos permitirán también conocer cómo es la distribución de una casa de alto nivel dentro de la medina, estructurada en torno a sus patios para aprovechar la luz.

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En la planta baja la visita acaba con una pequeña muestra artística en la que se pueden ver obras relacionadas con la ciudad de Rafael Cidoncha, Claudio Bravo, Guillermo Pérez-Villalta, Oscar Kokoschka o Cecil Beaton. Hoy el edificio es la sede del Instituto para Estudios Marroquíes (Tangier American Legation Institute for Morrocan Studies) y cuenta con una pequeña librería en la que poder comprar textos en inglés sobre EE.UU y Marruecos.

En una de las salas previas se muestran reproducciones de fotografías y cartas manuscritas de Paul Bowles (1910-89). El americano vivió aquí desde 1949 hasta su muerte, dedicó mucho tiempo a estudiar la música tradicional marroquí, escribió novelas ambientadas en Tánger como “El cielo protector” (1949) y “Déjala que caiga” (1952) y recibió como anfitrión a amigos como Truman Capote o Tennessee Williams.

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Truman Capote en el centro y Paul Bowles a la derecha

La pequeña librería Colonnes, de la que Bowles era asiduo sigue estando hoy abierta en el número 54 del Boulevard Pasteur en la zona nueva de la ciudad. Merece dedicarle unos minutos y ver qué pueden tener interesante en árabe, francés o inglés en sus estanterías relacionado con la ciudad, como bibliografía de autores beat como William Burroughs y Jack Kerouac, también visitantes de Tánger en la década de 1950.

Ciudad de unos y de otros

Todos ellos pasearon por una ciudad que vivía un gran momento de su historia. Muy diferente a tiempos pasados en que por su posición en el mapa Tánger era objeto de deseo de gobiernos y se la disputaban de manera conflictiva. Para conocer estas luchas a lo largo de la historia el sitio al que acudir es el museo de la kasbah en lo alto de la medina.

Mediante piezas de cada período, conoceremos que por aquí pasaron fenicios, mauritanos, romanos, vándalos, bizantinos y árabes, llegando a constituirse en un emirato en 1421. Tras varios intentos previos, los portugueses se hicieron finalmente con ella en 1471. Sus casi dos siglos de ocupación fueron los que dieron la forma actual al trazado de la medina con su recinto amurallado y levantado sobre la roca viva en la zona de la kasbah que da al estrecho de Gibraltar.

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En 1661 los portugueses cedieron la ciudad a la corona inglesa como parte de la dote de la infanta Catalina de Braganza al casarse con el rey Carlos II. En 1684 el sultán de Marruecos logra hacerse con la ciudad, pero los británicos la destruyen antes de irse. La ciudad fue reconstruida y se mantuvo marroquí, con un paréntesis italiano en 1849, hasta 1912 en que se constituye como zona internacional tras varias décadas de intensa presencia extranjera por motivos comerciales y diplomáticos. La zona internacional se formalizó en 1923 con el Estatuto de Tánger que, con el ya señalado paréntesis de la ocupación española de 1940 a 1945, se mantuvo hasta 1960.

De los siglos XVII y XVIII quedan como vestigios apuntando al mar varios cañones de distintos orígenes (portugués, francés, holandés,…) en distintos miradores. Los ingleses dejaron detrás del Grand Socco la iglesia de San Andrés (1894-1905). Protestantes, anglicanos y episcopalianos residentes en la ciudad se siguen reuniendo allí en la actualidad todos los días para escuchar misa. Un edificio peculiar, una iglesia con arquitectura morisca, con el padre nuestro grabado en su altar en árabe y sin una sola imagen en todo el templo. En el caso de los católicos, estos cuentan con hasta cinco templos por toda la ciudad.

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Desde 1960 hasta hoy

Tras el breve período del monarca Mohammed V, el reinado de Hassan II (1961-1999) desatendió deliberadamente a la ciudad como medida con la que asfixiar los anhelos occidentales de sus habitantes producto de la historia reciente y de su continuo diálogo comercial con el otro lado del estrecho. Mientras el centro del país (Casablanca-Rabat-Fez-Marrakech) se convertía en el eje político, económico y social del país, «el norte era zona postergada, dejada y abandonada, obligada a buscarse su propia supervivencia«, según palabras de un español residente.

Hoy, mientras escribo esto, recuerdo el gran buque de cruceros que ayer estaba atracado en el puerto y en el que llegaron los muchos turistas que me crucé en la medina, y el paseo que di esta mañana junto al mar viendo cómo el actual puerto de la ciudad –además del comercial situado a 15 km- se está ampliando con un segundo muelle aún en construcción. El desarrollo comercial internacional, las inversiones extranjeras (alguna de la ropa que vestimos de Zara cuya etiqueta dice “Made in Maroc” ha sido cortada y cosida en talleres de la ciudad) y el turismo son las bases del progreso del país desde que comenzara la monarquía de Mohammed VI en 1999, y Tánger es un ejemplo de los tres puntos.

El hoy del hotel Rembrandt

Lo que fue la introducción de este post, el esplendor de Tánger durante su tiempo como zona internacional, se quedó en el pasado de este hotel y sólo en los espacios señalados. En su estado actual, las habitaciones no tienen encanto alguno y si hubiera que darles una definición sería la de funcionales.

Otra cosa hubiera sido alojarse en el Hotel Continental, donde lo hacen Sira y Ramiro en la novela “El tiempo entre costuras” de María Dueñas, coincidiendo con que la estoy leyendo durante este viaje. Pero esa es ya otra historia.

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