Isabelle Huppert está tan deslumbrante que parece que lo es todo en esta película. Pero hay más, hay un guión muy bien construido que toca de manera equilibrada todos los planos de una biografía. Y una dirección que sabe hacer de la cotidianidad imágenes bellas y secuencias que se encadenan con la misma armonía con que se suceden las horas del día o las estaciones del año.
Los años pasan y tu marido ya no es el hombre que te amaba sino el que duerme a tu lado; tu madre no es la persona que te cuidaba sino de la que tú te haces cargo; tus hijos ya no dependen de ti, se han convertido en seres ausentes que viven su propia vida; y en tu trabajo como profesora de filosofía en secundaria ves cómo el sistema educativo y el progreso de la sociedad está trayendo consigo jóvenes que luchan sin saber por y para qué, a los que la falta de principios y valores claros les está manipulando y sometiendo. Esas son las coordenadas en las que se mueve cada día Nathalie Chazeaux, con un punto de automatismo inconsciente, guiada por la costumbre, dejando que el estímulo le llegue únicamente a través de sus lecturas filosóficas y su colaboración con una editorial. Lo demás está bien tal y como está, un aparente equilibrio que a ella le vale.
A partir de esta estructura de esposa-madre-hija-profesional que cumplen tantas mujeres, Mia Hansen-Love nos introduce en una realidad que tiene tanto de particular e individual como de común con la mayor parte de los seres humanos de mediana edad del mundo occidental. Las situaciones, decisiones, dilemas y cambios a que ha de hacer frente Nathalie no son diferentes a los de cualquier otra persona, pero están mostrados con una delicadeza que los hace únicos, resaltando las sensaciones que provoca su vivencia y dejando claro –sin estridencias ni dramas- los sentimientos que generan.
Hansen-Love dirige la historia que ha escrito con una doble mirada, esa con que nos vemos desde fuera a nosotros mismos en los momentos de introspección, pero también la que posamos cada día sobre nuestro monótono alrededor cuando algo nos llama la atención y nos despierta la curiosidad. Prestando atención a los pequeños detalles –una canción, una cita literaria, un mapa,…-, pero haciendo de ellos únicamente lo que son, una extensión de la personalidad y los hábitos de sus personajes. Pinceladas que nos ayudan a concretarlos, pero que no le roban protagonismo a lo que es la verdadera manera de conocerlos, a través de lo que dicen, de cómo se mueven y cómo miran y se miran.
Isabelle Huppert es la protagonista con creces de El porvenir, no solo por ser la que mayor tiempo pasa en pantalla y ser su vida los acontecimientos que se están narrando, sino por todo lo que expresan sus ojos, su manera de gesticular con las manos, su siempre preciso saber estar y elegante caminar en los Alpes, en París o en una playa de la Bretaña,… No hay un solo instante en que no se pueda definir su trabajo como perfecto. Su capacidad interpretativa hace que Nathalie no sea solo una personalidad única, sino que es más, somos también los espectadores, desdoblados en dos planos, mirándola completamente entregados desde la butaca y haciendo de su corazón el nuestro.