Cada vez que un colectivo social alcanza el reconocimiento legal que merece y por el que tanto tiempo ha estado luchando, se abre una brecha en el statu quo de la opción mayoritaria de nuestra organización colectiva, ese que como un rodillo impidió hasta hace bien poco la diversidad y las diferencias y que sigue sometiendo a los que desarrollan su vida bajo sus directrices. A través de esas fisuras toman el lugar que les corresponden realidades, como en su día lo fue el feminismo y hoy lo es el movimiento LGTBI, que hacen avanzar a nuestra sociedad -aunque aún le quede mucho por hacer y recorrer- hacia un sistema universal más justo y equitativo.
¿Es niño o niña? Esta es una de las primeras preguntas que se produce tras cada nacimiento. La respuesta determina mucho más de lo que parece para quien acaba de llegar al mundo. Si es hombre se le adjudicarán características como liderazgo, poder y decisión, si es mujer, servicio, sumisión y cumplimiento. Etiquetas transversales que estarán en todas las facetas de su vida, desde las colectivas como la social y la familiar, a las más individuales e íntimas como la afectiva y la sexual. Actitudes que no solo se le supondrán, sino que se le exigirán por parte de los demás, solicitándole pruebas en modo de comportamientos, hábitos y costumbres que confirmen su cumplimiento y fidelidad al modelo. Así es como se constituyen y materializan muchos de los modos y maneras de nuestro modelo de sociedad, haciéndonos creer que son naturales, cuando en realidad son convenciones totalmente construidas y transmitidas por las generaciones anteriores y mantenidas y prorrogadas hacia el futuro por la presente.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando tu verdadera naturaleza, cuando la visión innata que hay dentro de ti no coincide con el discurso al que eres sometido por el ambiente una y otra vez? ¿Qué sucede cuando sientes deseo por personas de tu mismo sexo y no por las del contrario? Comienza entonces una lucha interior que en la mayoría de los casos conlleva mucha dificultad y soledad, de la que se suele tomar conciencia a través del insulto y el desprecio de los demás, que se sirven del tono con que usan las palabras para darles significados de acusación, juicio y condena. Este es uno de los mecanismos que el llamado heteropatriarcado ha utilizado desde tiempos inmemoriales para crear, imponer y mantener su sistema, determinando qué existe y qué no -qué está bien y qué mal, qué es legítimo y qué inmoral- y el modo calificativo, en lugar de descriptivo, con el que se utiliza el lenguaje en multitud de ocasiones.
Sin embargo, igual que antes el feminismo consiguió iniciar el fin de la dictadura que segrega socialmente a las mujeres, el movimiento LGTBI ha conseguido en las últimas décadas hitos que consolidan que la orientación sexual y la identidad de género son más amplias que lo que nos habían contado hasta ahora. Logros que van más allá del reconocimiento de derechos, como el del matrimonio o la adopción, que ponen a este colectivo en iguales condiciones que el resto de ciudadanos. Esto ha permitido visibilizar otras maneras de vivir y de vivirse –el sexo como algo imaginativo y lúdico y no solo como medio de procreación; la pareja como una relación consensuada libremente entre dos iguales y no como un contrato ya predefinido- de las que el resto de la sociedad no solo ha comenzado a ser testigo, sino que también se está enriqueciendo con ellas si no se siente realizado con la opción única y sin alternativas con que fue educada y sigue siendo adoctrinada a diario desde los sectores más conservadores como la Iglesia o la derecha política.
Ahí es donde está el elogio con el que Luis Alegre titula su ensayo, no como un ensalzamiento de la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad o la intersexualidad, sino todo lo contrario, lo enriquecedor que es para todos –independientemente de nuestra orientación, identidad o género sexual- conocerlas y convivir con ellas. Hasta llegar a su completa integración y normalización y conseguir hablar de ellas en los mismos términos y frecuencia con que lo hacemos actualmente de la heterosexualidad en sí misma, es decir, prácticamente nunca. Una realidad que -en diferente grado según de cuál de estas opciones estemos hablando- comienza a tomar forma en sitios muy concretos como son los grandes centros urbanos del mundo occidental, pero que aún es una quimera en otros muchos, como los casi 80 países donde ser como se es te puede llevar a prisión o, incluso, ser condenado a muerte.