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10 textos teatrales de 2016

Autores españoles, americanos y chilenos; historias de siglos, décadas y años atrás; protagonizadas por familias, también por hombres y mujeres, en la mayoría de las veces, inmersos en una profunda soledad; sociedades en las que acampa la corrupción, el culto a las normas y donde también están aquellos dispuestos a ir en contra de los establecido; funciones que se han llevado al cine y que se han representado también en la calle,…

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«Trescientos veintiuno, trescientos veintidós» de Ana Diosdado. A través de dos hombres y dos mujeres, la autora de “Anillos de oro” y “Los ochenta son nuestros” planteaba en 1991 algunos de los cambios que estaba experimentando la España de entonces. De un lado el matrimonio, que dejaba de ser un acontecimiento con el que adquirir un estatus social, y del otro la política, en la que los casos de corrupción planteaban la falta de ética que se presupone a los gestores de lo público.

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«A siete pasos del Quijote». El pasado noviembre el Barrio de las Letras de Madrid se llenó durante varias tardes de momentos quijotescos en los que hasta el propio Don Miguel dio la cara. Él mismo y su creación más conocida hablaron por boca de siete brillantes dramaturgos, dejando claro que los maestros vivieron en un tiempo y espacio determinado, pero que –unas veces por la forma, otro por lo tratado- lo contado por ellos está tan vivo hoy como el día en que lo escribieron.

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«Las brujas de Salem» de Arthur Miller. Cuando la sinrazón acampa, la lógica y el sentido común desaparecen, dejando el terreno libre para el ejercicio de la violencia que conllevan los comportamientos motivados por el deseo de poder, la envidia y la soberbia. Una brutal retrato de lo viscerales, canallas y diabólicos que podemos llegar a ser en una alegoría con la que Miller retrató la caza de brujas del Hollywood de los 50. Una obra maestra que sigue estando vigente y que bien podría valer como símil del funcionamiento de nuestro sistema político-mediático.

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«Nuestra ciudad» de Thornton Wilder. Una pequeña localidad de poco más de tres mil habitantes del noreste de EE.UU. a principios del s. XX resulta ser el reflejo de todas las edades, roles y dimensiones del ser humano, social y familiar. Un texto cuya maestría está en la transparente sencillez de su estructura, los limpios diálogos de sus escenas y el completo conjunto de personajes que lo habitan.

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«Nuts» de Tom Topor. El cine ha hecho que los juicios en EE.UU. nos parezcan una de las situaciones más teatrales que podemos encontrarnos en la vida cotidiana. La escenografía viene marcada por el sistema y los que intervienen pueden hacer de su discurso una construcción emocional más allá de los tecnicismos y formulismos del lenguaje jurídico. Tom Topor se vale perfectamente de lo primero para, a partir de lo segundo, profundizar hasta los aspectos más delicados de una historia “basada en hechos reales” en la que, bajo la apariencia de un asesinato y una prostituta, se encuentra una situación que no cuadra y un personaje herido y obligado a construirse a sí mismo.

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«Out cry» de Tennessee Williams. Dos hijos maltratados por sus padres, dos actores abandonados por su compañía, dos personajes unidos en el escenario por un lazo fraternal en un libreto sin un final claro. Una obra en la que su autor combina su mundo interior con la biografía de su familia en un doble plano de realidad y ficción tan íntimamente unidos y sólidamente escritos que en ningún momento sabemos exactamente dónde estamos ni hacia donde vamos.

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«Las manos» de José R. Fernández, Yolanda Pallín y Javier G.Yagüe. Una perfecta disección de la España rural de los años 40 a través de un grupo de jóvenes con toda la vida por delante. Un tiempo y un lugar en el que el hambre, el miedo, la influencia omnipotente de la religión, la desigualdad social y la lucha por la supervivencia cubren cada rincón de cuanto existe y acontece. Un asfixiante presente que tiene tanto de brillantez literaria como de retrato político, social y cultural.

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«La fiesta de cumpleaños» de Harold Pinter. Un día anodino, una casa cualquiera y varias personas aburridas pueden ser el momento, el lugar y los protagonistas de una historia tan intrascendente y absurda como catártica. Veinticuatro horas que comienzan con la tranquilidad de los lugares donde no pasa nada para dejar paso a un desconcierto que nos atrapa como si estuviéramos esperando a Godot.

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«Corpus Christi» de Terrence McNally. Al igual que Jesucristo fue crucificado por amar a todas las personas sin hacer diferencia alguna, Matthew Sheppard fue asesinado en EE.UU. en  1998 por sentirse atraído por los hombres. A partir de estos salvajes hechos, McNally hace un impresionante traslado a nuestros tiempos del relato católico de la vida y pasión de Cristo. En su valiente visión del Salvador como alguien con quien todos podemos identificarnos compone un cuadro en el que la homosexualidad es tanto manera de amar como excusa para la persecución y el castigo.

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«Abandonada» de Fernando Sáez. La última conversación entre Pablo Neruda y Delia Del Carril tras dos décadas de relación, la esencia de lo que queda tras veinte años juntos recogida en un único acto teatral. Los motivos del fin, los diferentes puntos de vista sobre lo vivido y la manera de afrontar el presente de una manera verdaderamente desnuda, haciendo de la intimidad un campo abierto en el que se exponen con toda su verdad el dolor femenino y la libertad masculina.

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“A siete pasos del Quijote”, Cervantes está entre nosotros

El pasado noviembre el Barrio de las Letras de Madrid se llenó durante varias tardes de momentos quijotescos en los que hasta el propio Don Miguel dio la cara. Él mismo y su creación más conocida hablaron por boca de siete brillantes dramaturgos, dejando claro que los maestros vivieron en un tiempo y espacio determinado, pero que –unas veces por la forma, otro por lo tratado- lo contado por ellos está tan vivo hoy como el día en que lo escribieron.

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Si el creador de la vida y milagros de las aventuras y desventuras del ingenioso hidalgo estuviera vivo, ¿qué pensaría del devenir de la España en la que él vivió? ¿Cómo la retrataría? No es él quien contesta, sino a siete autores contemporáneos quienes suponen sus respuestas a su modo y manera en esta publicación, antes exitosa representación callejera producida por el Teatro Español, formando un completo y profundo discurso reivindicativo de la igualdad, la solidaridad y el poder democrático de la cultura.

Alberto Conejero es el encargado de abrir la conexión con el año 1615, aquel en el que se publicó la segunda parte del Quijote, para traer a su autor a nuestro presente como un apuesto joven que nos indica que Madrid no fue solo una de las ciudades que le acogió a lo largo de su agitada vida, sino que la villa y corte ha sido siempre hogar de muchos dramaturgos y sede de corralas, escenarios y espacios de representación de toda clase y condición. Con su siempre rico y grácil verbo, y su embaucador e hipnótico ritmo, Conejero y Don Miguel volverán a hacer acto de presencia dos veces más en el recorrido que es A siete pasos del Quijote. Una en su punto central para recordarnos con inteligentes y divertidos juegos sintácticos cómo fue su amistosa competencia con Lope de Vega, aquel que en los inicios del Siglo de Oro se llevó todos los laureles, incluidos los suyos. Finalmente, será Alberto quien cierre los cuadros que componen esta función callejera con un Miguelillo dirigiéndose a sí mismo y recordándose que, al tiempo que cuatro siglos no son nada, cuatrocientos años de protagonismo continuo es cosa de mucho valor, y que a pesar de las injusticias, el egoísmo y los atropellos de los ricos en materialidad, los dichosos de espíritu son los que tienen claro cuál es el alimento de la satisfacción y la felicidad. Son aquellos que, según un sensible y a la par vehemente Alberto, cada día se preguntan “¿dónde está mi corazón?” ¿Interrogante tras la que quizás haya un guiño a la Blanche Dubois de Un tranvía llamado deseo, también personaje con aires de Quijote?

Entre uno y otro momento quedan enmarcados dos bloques quijotescos, uno de tinte más emocional y otro más apremiante. Pero siempre social, para el de la ciudad complutense los protagonistas eran siempre las personas, no las jerarquías sin origen justificado o de los sistemas invisibles que por todas partes nos rodean y tanto nos aprietan hasta casi asfixiarnos.

En el primero de ellos María Velasco da voz a los desahuciados, esos a los que no escuchamos pero que, despreciados por nosotros, saben cuán miserables podemos llegar a ser. En su diálogo suena una agridulce ilusión que no es solo una manera de sobrellevar el halo de las cloacas, sino que es también el lazo empático con el que Velasco nos captura e introduce de manera amable e irreversible en esa realidad que vemos, pero que nunca miramos. A continuación, en Patria chica, tierra ancha, Pedro Cantalejo construye con gran solvencia una tensión de distancia y enfrentamiento, cercanía y consenso, que demuestra que el apego a la tierra se convierte en una cuestión visceral cuando se enfoca como excusa para marcar fronteras en lugar de como puertas abiertas a través de las cuales dar a conocer y compartir toda clase de vivencias. El toque más emocional queda de la mano de Carolina África que deja a un lado influjos y circunstancias externas para centrarse en la realidad e irrealidad de nuestros corazones, haciendo delicado e íntimo lo que en la pluma de otros quizás hubiera sido un merengue sensiblero.

El lado político se inicia con el paso más duro e impactante de este recorrido, el encuentro desesperado imaginado por Lola Blasco en ¡Teme a tu vecino como a ti mismo! entre dos personajes que un día fueron iguales y que hoy, sin haber dejado de serlo, están distanciados por las leyes, la administración y la burocracia que han hecho de uno, un ilegal, y del otro, el encargado de defender la nueva legalidad. A continuación y profundizando en lo en el análisis de la democracia de nuestro sistema, un esperpento valleinclanesco sobre la banalidad mediática que anula nuestras mentes y la vacuidad de nuestros representantes públicos. El responsable es un Juan Mairena en estado de gracia que propone un disparatadamente pop Ministerio de la Flagelación con mítines con aires de flashmob  en los que no se sabe qué son más grandes, si las verdades que se dicen o las carcajadas que provocan la manera en que se enuncian.

El drama llega de nuevo con la emotiva aparición de la madre y la hija de Sergio Martínez Vila que no saben cuál es el mayor naufragio, si el suyo viéndose en la calle o el del Congreso de los Diputados habiendo perdido completamente su razón de ser. De ese lugar sale el brillante representante ideado por Iñigo Guardamino que intentará convencer a Cervantes para que medie entre la selecta clase política y el común de la sociedad, pidiéndole que sede con su capacidad literaria los ánimos de una gente que aspira a que la democracia sea real, auténtica.

A eso aspiraba Cervantes y eso pretende con mucho acierto A siete pasos del Quijote. Que la libertad creativa sea el primer paso para que haya una verdadera justicia e igualdad entre todas las personas que conformamos la sociedad. Y que la cultura sea uno de los medios de libre expresión y educación universal. Que así sea siempre y que nunca deje de serlo.