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“La teoría del champiñón” provoca muchas risas

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Con una maleta en la mano Marilia llama a su amiga Marta, su novio Pocho (un activista que vive en la Moraleja) le acaba de dejar, no tiene dónde ir. Marta va de camino a una cita, al escuchar a su amiga le ofrece inconscientemente, como sin querer hacerlo realmente, que se instale en su casa. A partir de aquí, juntas bajo el mismo techo serán dos mujeres de 32 años de tintes almodovarianos que la mala educación de Marta define como “… dos polvos, dos rayas, dos amigas, dos en la carretera, dos cabalgan juntan…”.

Ellas hablan sin parar, no hay un segundo de descanso, ni pulmones con mayor capacidad de inspirar y exhalar de manera tan continua para pronunciar tantas palabras por minuto. Verbo con gracia, frases con inspiración, retórica desternillante en la que los diálogos parecen ser un cazo de agua puesto al fuego que en los momentos en que llega al punto de ebullición lanza una sobre otra burbujas ocurrentes, rimas tan fáciles como ingeniosas y sentencias populares de nuevo cuño –ya no se espera una señal de un mensaje en el contestador automático como hacía Pepa en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, hoy se espera el doble click de un whatsapp- sobre el sexo, los hombres, la autorrealización y la búsqueda de la felicidad a través de algo tan voluble y etéreo a la par que omnipresente como es el amor.

Anita del Rey es una delirante Marta que con garbo y descaro tira de la acción sin pudor alguno, procaz y desvergonzada, una chica rural a la que la universidad la ha convertido en una mujer urbana. Sara Gómez aporta la chispa de Marilia, puro nervio atacado, una Candela que no deja que la llama baje, toda candidez e inocencia, ingenuidad sexual puesta en el asador. Y juntas, Anita y Sara, se coreografían a la perfección, crecen, se suman, se fusionan, haciendo que uno más uno con ellas sea tres en una locura con toques de los tiempos sálvame deluxe televisivo y tests de personalidad distribuidos desde el kiosko en que vivimos. El trabajo de las dos actrices es un rally interpretativo detrás del cual es muy evidente un gran trabajo de dirección de Paco Anaya –suya es también la autoría del texto- para exprimir hasta la última gota a Marta y a Marilia, tanto con las frases concebidas para cada una de ellas como a través de un profuso lenguaje corporal y gesticular que las enriquece enormemente.

El amor da para muchas teorías, una de ellas es la del champiñón, sin validez científica pero con refrendo popular, de ese que reparten a ex puertas las madres y abuelas sentadas en una silla a la puerta de casa en los pueblos en las noches tórridas de verano. Los que crean que es un postulado irrefutable estarán durante una larga hora cambiándose de ropa, comiendo helado, bailando y bebiendo sin parar, sin olvidar para ello pequeñas dosis de ibuprofenos y piruletas. Los que lo vean desde la butaca reirán hasta la carcajada, por impulso propio y por contagio, y descubrirán que unas lentejas podrán estar cocinadas con mucho cariño, pero amor, lo que se dice amor, eso donde se encuentra de verdad es en una palmera de chocolate.

La teoría del champiñón”, sábado y domingos de diciembre a las 19:00 en Sala AZarte.

«Cerda»

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La decoración de La casa de la portera (c/Abades 24, bajo derecha, Madrid) sugiere a sus visitantes con su color, decoraciones geométricas, tapizados e imaginería haber retrocedido en el tiempo 40 años. Sumergidos así en un ambiente retro comienza “Cerda” con la procesión de la cofradía del Santo Membrillo, evocando aquella colección de monjas de nombres absurdos que era la “Entre tinieblas” de Pedro Almodóvar. A partir de aquí comienza una función en la que tienen su protagonismo la Madonna de “Like a prayer”, la Mina de “Parole parole” y la Raffaella Carra de “Fiesta”; hay reflejos de “La mala educación” –otra vez el manchego-, “El sexto sentido” y Woody Allen; además de ecos mediáticos –o trending topics ya que estamos en la era de twitter- de la retórica Esperanza Aguirre, la transformada Renee Zellweger o la judicial Isabel Pantoja.

Todas estas referencias se mimetizan con el espacio kitsch en el que se desarrolla la acción para crear una irrealidad que tiene mucho de drag y de divismo, de absurdo y de naif a la par que de exageración hasta llegar a la hilaridad (¿seré yo o he visto también por un instante a la Rossy de Palma de la “Kika” de Almodóvar?). Atmósferas que confluyen en un espacio tan reducido como es un salón y un estudio de apenas unos metros cuadrados entre los que los espectadores van y vienen riendo y sonriendo, al igual que en otros instantes quedarse más silentes al ver como el delirio se pasa de rosca. Esa confluencia de muchos momentos álgidos con algún valle son los que provocan la sensación de que “Cerda” es, más que una historia, una recurrente e inteligente combinación de gags ideada y escrita por Juan Mairena.

El pequeño espacio de “La casa de la portera” es un sitio ideal para ver “Cerda”, hace de su experiencia escénica algo especial. No se cuenta con la magnificación de un escenario, pero se tiene a cambio la intensidad de vivir la acción desde dentro, percibiendo a apenas unos centímetros la fuerza del buen trabajo de los actores. En estas circunstancias todo efecto es multiplicador, como sucede con las carcajadas entre los espectadores por la divertida locura a la que están asistiendo o la admiración que provocan las sólidas interpretaciones de sus cinco intérpretes.