Un ambicioso recorrido que abarca desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la actualidad. Un valiente objetivo como es el de pretender novelar la historia del pueblo judío, desde el destierro interno sufrido en las naciones en que vivían hasta la violenta formación y consolidación del estado de Israel. Una novela muy bien estructurada habitada por multitud de personajes a la que lo único que le falla es el tono monótono con que avanza su narrativa.
Julia Navarro bucea en la Historia demostrando que las nociones que tenemos sobre muchos de sus grandes capítulos son, sino nulos, muy mínimos y que los juicios y sentencias que emitimos al respecto, tienen una base casi inexistente y que más nos valdría leer e informarnos antes de hablar de lo que no sabemos. También deja claro que la razón y la verdad nunca están de un único lado, pero que su materialización por la realidad hace que queden, tan injusta como inevitablemente, mal repartidas. Podría parecer que Navarro se posiciona del lado hebreo a la hora de relatar el conflicto palestino-israelí, sin embargo hay que apuntar que la puerta de entrada a la larga cronología de acontecimientos narrados son los encuentros entre la trabajadora de una ONG extranjera y un hombre judío. Ella aporta el punto de vista árabe que le ha sido relatado y él el judío, basado tanto en su experiencia como en la de su padre. Ese desnivel entre la tercera persona de ella y la experiencia directa de él es lo que puede causar esa falsa impresión.
Una ficción de casi mil páginas en la que se enhebran muy bien los acontecimientos históricos más importantes de la historia contemporánea de Occidente como es el ocaso de los zares seguido por la Revolución Rusa, la I Guerra Mundial y la caída del Imperio Otomano, el colonialismo británico y francés sobre aquellos territorios, hasta la II Guerra Mundial y su destrucción de media Europa. De esta manera conocemos no solo la génesis del estado de Israel y las motivaciones de sus ciudadanos para considerarlo su nación, sino también el punto de vista de aquellos que habitaban desde mucho tiempo antes esas tierras y que por no compartir la misma fé religiosa se vieron expulsados de ella. Una pequeña región de nuestro planeta árida, seca y difícil de cultivar en la que durante mucho tiempo se convivió pacífica y dialogadamente pero en la que una vez que comenzaron las reclamaciones políticas, paradójicamente surgieron las diferencias y las incompatibilidades en forma de confrontación, enemistad y violencia.
Un largo relato que toma como hilo conductor dos apellidos, los Zucker y los Ziad, de pensamiento socialista los primeros, tradicionales islamistas los segundos, y los hombres y mujeres que van conformando sus árboles genealógicos de generación en generación junto con los acontecimientos de toda clase que viven, desde los más íntimos e individuales, a los familiares y sociales hasta aquellos que les trascienden y les obligan a dirigirse hacia destinos por caminos que desearían no transitar. Quizás sea porque tan solo hay dos narradores en Dispara yo ya estoy muerto, pero choca el tono uniforme con que da la sensación que están contados todos sus pasajes, independientemente de quien los protagonice o la vivencia que se esté relatando. Ese es el punto que hace que lo que podría ser una enriquecedora novela se quede, que no es poco, en entretenida.