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Las pasiones mitológicas de Tiziano, Rubens, Veronese, Velázquez…

El Museo del Prado nos da la oportunidad de disfrutar temporalmente de las poesías de Tiziano. Seis obras excepcionales por las fuentes de las que toman su narrativa de amor, belleza y deseo; por la maestría técnica con que resuelven el encuentro entre dioses y humanos; y por la enorme influencia que su mirada sobre la mitología ejerció tanto entre sus contemporáneos como en épocas posteriores.

Tiziano (1485/90-1576) realizó dos grupos de «poesías» formados por seis obras en las que representaba escenas mitológicas descritas por la literatura clásica, uno para el Duque de Ferrara en 1518-26 y otro para Felipe II en 1553-62. Este segundo, cuya unión como conjunto se rompió a finales del s. XVI, es el que se puede ver ahora en esta muestra que se inicia situándonos en el contexto de aquella época. El Renacimiento había despertado el interés por el mundo heleno y romano. Al tiempo, la evolución del arte había traído consigo temas como el desnudo femenino tumbado. Ambas cuestiones unidas dieron lugar a venus o ninfas en entornos bucólicos y luego domésticos, en los que ya parecían mujeres completamente normales en serena sintonía con la atmósfera en la que eran retratadas. Escenas con una gran carga erótica, evidenciada por el hecho de que eran colgadas en dormitorios y espacios reservados.  

Tiziano, Venus recreándose en la música, 1550, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado.

Tiziano y Rubens

Una de las fuentes literarias de las que Tiziano se sirvió en Ferrara fue Eikones (Imágenes) de Filóstrato el Viejo (s. II d.C.), en la que este describía hasta sesenta y cuatro pinturas de una galería antigua. El nacido trece siglos después en Pieve di Cadore trasladó al lienzo algunas de esas descripciones, dando pie a logros como la Ofrenda a Venus que pintara en 1518 para una sala del palacio de Alfonso d’Este. Una muestra de su influencia sobre los que le siguieron está en Rubens (1577-1640). Este vería su trabajo en su segunda estancia en Madrid, en 1628-29, y elaboraría a partir de ella El jardín del amor, respetando la composición, pero combinando personajes míticos (Venus y el niño con guirnalda y antorcha simbolizando a Himeneo, dios del matrimonio) y reales (su mujer, Helena Fourment, podría estar tras los rasgos de algunas de las retratadas), así como las poses clásicas con la moda contemporánea.

Las poesías

Otro de los referentes escritos de los que partió Tiziano fueron las Metamorfosis de Ovidio. Narraciones que complementó con su imaginación y en la que se sirvió de la mitología para deleitar al espectador con su sensualidad y demostrar sus habilidades estéticas y comunicadoras.

Venus y Adonis, 1554, es una escena imaginada, sin base literaria, que muestra a la diosa desnuda de espaldas, dejando ver sus nalgas, rasgo carnal de sumo interés y atractivo en la época, y tomando la iniciativa para, infructuosamente, intentar impedir que su amado humano marche a batallar, dejándola sola y triste, temerosa del destino que le espera. Además de belleza, placer y satisfacción, este lienzo también transmite inquietud, sufrimiento y dolor. Un padecimiento mucho más patente en el momento de intimidad en que Veronese (1528-1588) pintaría en 1580 a esta pareja, con un resultado formal menos dinámico y más estatutario, y que llegaría a España gracias a Velázquez (1599-1660), que compró esta tela para la Colección Real en su segundo viaje a Italia (1649-51).

El sevillano fue también el artífice de que Felipe II contara con una segunda versión de Dánae recibiendo la lluvia de oro, firmada por Tiziano en 1560-65, al hacerse con ella en su primera visita a la península itálica en 1629-30. Rezumando erotismo con su desnudo completo, la boca abierta y la posición de la mano, esta imagen destaca por los contrastes entre las dos figuras. Tumbada y sentada, carnal y textil, tranquila y alterada ante la alegórica aparición de Zeus. La versión primera, la encargada por el monarca de la dinastía austríaca, recibida en 1553 y a la que le falta un tercio superior, es la que está hoy en The Wellington Collection (Londres), con un resultado no tan teatral y voluptuoso.

El segundo par de las pasiones está formado por Diana y Acteón y Diana y Calisto, 1556-59, ambas hoy en la National Gallery londinense. Composiciones simétricas, llenas de miradas, del dinamismo y la tensión del momento en que Acteón descubre a la diosa desnuda, provocando así la sentencia de muerte que anuncia la calavera de jabalí que corona la columna a su derecha. O cuando esta señala a la ninfa que ha de ser expulsada de su vista por haberse quedado embarazada de Júpiter (aun habiendo sido resultado de una violación). De fondo, ruinas arquitectónicas actualizando los entornos naturales propuestos por Ovidio y que aquí aparecen dominados por un hipnótico cielo azul que acentúa con su iluminación el dramatismo de las dos escenas.  

Por encima del erotismo o la narración, lo que domina en Perseo y Andrómeda, 1554-56 (The Wallace Collection, Londres) y El rapto de Europa, 1559-62 (Isabella Stewart Gardner Museum, Boston) es el movimiento y la violencia del enfrentamiento. De ahí los escorzos, la angustia que transmiten los rostros humanos y la poderosa agresividad de los seres de otro mundo, la indefensión al estar lejanos de la urbanidad que queda en el fondo y la luz que acentúa el pathos dramático. Como cierre poético de las pasiones, Zeus convertido en toro que mirándonos directamente, transmitiéndonos su capacidad y superioridad desde una imagen extraída de Leucipa y Clitofonte, novela del siglo II del griego Aquiles Tacio.

Los ecos de estas dos mitologías se pueden ver en Velázquez y nuevamente en Veronese. Diego reproduciría El rapto de Europa en el fondo de Las hilanderas, 1655-60. Paolo, por su parte, adaptaría en 1575-80 (Museo de Bellas Artes, Rennes) la lucha de Perseo con el monstruo marino para liberar a Andrómeda a un formato vertical, con un resultado más compacto, dramático y luminoso que el de su antecesor en el tema.

Las pasiones mitológicas

Tras los logros artísticos de Tiziano y su ejemplo con la conversión pictórica de episodios y personajes mitológicos, llegarían muchos más autores que partirían tanto de sus imágenes como de fuentes literarias clásicas (como la Iliada de Homero o la Eneida de Virgilio) a lo largo de sus carreras. Una adaptabilidad y renovación de los mitos con las que acercar al espectador a temas universales como el gozo y el dolor con diferentes enfoques. Desde el realista de José de Ribera (1591-1652), el paisajista de Nicolas Poussin (1594-1655) o la exuberancia corporal de Anton Van Dyck (1599-1640) y Jacques Jordaens (1593-1678).

José de Ribera, Venus y Adonis, 1637, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado. Nicolas Poussin, Paisaje durante una tormenta con Píramo y Tisbe, 1651, óleo sobre lienzo, Städel Museum. Anton Van Dyck, Venus en la fragua de Vulcano, 1630-32, óleo sobre lienzo, Musée du Louvre. Jacques Jordaens, Meleagro y Atalanta, 1621-22 y 1645, óleo sobre lienzo, Museo Nacional del Prado.

Pasiones mitológicas: Tiziano, Veronese, Allori, Rubens, Ribera, Poussin, Van Dyck, Velázquez, Museo del Prado, hasta el 7 de julio de 2021.

«Reencuentro» en el Museo del Prado

La pinacoteca madrileña reabrió sus puertas este sábado dejando claro que la mejor manera de sobreponernos a lo que nos ha pasado los últimos meses es mostrando lo mejor de nosotros mismos. Mirándonos desde diferentes puntos de vista, dejando ver facetas rara vez compartidas y evidenciando relaciones que evidencian que somos un todo interconectado, un hoy creativo resultado de un ayer artístico y un presente innovador que ayudará a dar forma a un futuro aún por concebir.

La puerta de Goya del Museo del Prado resultaba este 6 de junio más solemne que nunca. Tenía algo de alfombra roja, de escalinata grandiosa, de preparación para una experiencia que genera recuerdo. La institución bicentenaria se ha propuesto hacer arte del arte y lanzarnos un mensaje a través de este montaje que reúne una selección de 250 de sus obras maestras. Aunque volvamos a visitarlo con mascarilla, como medio de prevención y de recuerdo de que la amenaza vírica no ha desaparecido, somos también como el ave fénix. Tras la oscuridad, surgimos más fuertes y conscientes, más presentes y capaces.

Como muestra la pieza que nos recibe, la escultura de Leo Leoni de Carlos V, venciendo al furor. Se le ha retirado su armadura y se erige fuerte, vigoroso, hercúleo, clásico y apolíneo, humanidad renacentista, como si fuera él quien también impartiera justicia en la dimensión de lo mitos y hubiera sentenciado a Ixión y Ticio a, respectivamente, girar eternamente una rueda y a ser devorado por los buitres, tal y como lo hacen en los óleos barrocos de José de Ribera que le acompañan.

La escultura de Leo Leoni y los lienzos de José de Ribera.

La entrada en la galería central es el esplendor de la vida. Al igual que en la Biblia, en ella los primeros humanos son Adán y Eva (representados por Durero, y a quienes más adelante nos volvemos a encontrar de la mano de Tiziano y, siguiendo su modelo, Rubens). Y como todo principio tiene su final, no hay mayor alegoría que la vida de Jesucristo. La anunciación de Fra Angélico a la derecha y a la izquierda El descendimiento de la cruz de Van Der Weyden, dos espectáculos de color y composición acompañados, entre otros, por el Cristo muerto de Messina. Y para que no se nos olvide gracias a quiénes estamos aquí, a los pintores, los autorretratos de Tiziano y Durero junto al trabajo (El cardenal) de otro maestro, Rafael.

Vista de la Galería Central del Museo del Prado con el montaje de «Reencuentro»

Entre periodistas realizando sus piezas, redactores que solicitaban sus impresiones sobre la nueva normalidad a los primeros visitantes, cámaras con trípodes que aprovechaban el espacio que quedaba libre por la reducción de aforo y fotógrafos que buscaban encuadres que después veremos en revistas y periódicos reflejando este día tan especial, los maestros de los Países Bajos -El Bosco, Brueghel y Patinir- captaban, cautivaban e hipnotizaban la atención de los que se introducían en su campo visual con su fineza, sutileza y precisión. Tesoros que siguen en salas laterales como la 9A, escenario del poder ascendente de la pincelada manierista de El Greco. Súmese a la agrupación de seis de sus retratos (incluido El caballero de la mano en el pecho), el encontrarse con Tomas Moro antes de pasar a la sala 8B y allí tener juntos el Agnus Dei de Zurbarán, el San Jerónimo de Georges de la Tour y el David vencedor de Goliat de Caravaggio.

El caballero de la mano en el pecho, San Jerónimo leyendo una carta y David contra Goliat.

De vuelta al núcleo arquitectónico del Palacio de Villanueva y viendo como su Director, Miguel Falomir, iba de aquí para allá con mirada supervisora y el Presidente de su Patronato, Javier Solana, paseaba con actitud meditativa, percibiendo la vibración atmosférica que se creaba entre la exposición y sus observadores, me encontré con el esplendor de la escuela veneciana del s. XVI. La disputa con los doctores de Veronés y El lavatorio de Tintoretto son dos instantes que guardan tras de sí una narración llena de personajes y momentos tan impactantes como los diálogos de esas conversaciones que no escuchamos pero que el lienzo nos transmite. Un festival italiano complementado por Carraci, Guido Reni, Gentileschi y Cavarotti.

¿Qué sentiría Velázquez si entrara en la sala de Las Meninas y la viera convertida en la máxima manifestación de su genio y excelencia? ¿Qué pensaría Felipe IV al ver los trabajos de su pintor de cámara (Las hilanderas, Los borrachos)? ¿Y todos los Austrias allí retratados si pudieran observar cómo les miramos? ¿Y los bufones? ¿Y Pablo de Valladolid? ¿Y su suegro, Francisco Pacheco? Que curioso que el Museo del Prado haya vuelto a abrir sus puertas el mismo día en que en 1599 Diego nacía en Sevilla, y un día después, pero en 1625, tuviera lugar La rendición de Breda, esa magnífica escena repleta de soldados que se puede ver en un espacio contiguo junto al impresionismo de sus vistas de la Villa Medicis. Y por si no bastaba con todo esto, dos lienzos más, epítomes de la carnalidad, La fragua de Vulcano, y la corporeidad, el Cristo crucificado.

Carlos V vuelve a caballo (en la batalla de Mühlberg) de la mano de Tiziano para recordarnos que los Austria fueron emperadores y grandes mecenas. Dinastía a la que debemos otro de los espectáculos de este recorrido y de la autoría de un importante número de obras de valor incalculable de los fondos del Museo del Prado, Peter Paul Rubens. Cada uno de los doce rostros de su apostolado es una efigie en sí mismo, la Lucha de San Jorge con el dragón te transmite la épica, el nervio y la adrenalina del conflicto, el Duque de Lerma tiene una autoridad sin par y el Cardenal Infante Fernando de Austria el temple de los que se saben vencedores. Su Adoración de los Reyes Magos es pura monumentalidad y los hombres y mujeres de sus escenas mitológicas (Diana y Calixto, Perseo y Andrómeda o Las tres gracias) son de lo más exuberante, rotundo y seductor.

Y en otro giro museográfico llega un momento dramático y cargado de tensión. Saturno devorando a su hijo (1636) visto por Rubens y por Goya (1819-1823), contiguos, juntos, acompañándose el uno al otro dando pie a comparaciones, lecturas paralelas y contrastadas sobre variantes de cómo interpretar y resolver un mismo tema, si el primero influyó en el segundo y cómo este se diferencia y qué aporta con respecto a aquel.

Saturno devorando a su hijo, visto por Rubens y por Goya.

Aunque el Museo del Prado sigue prohibiendo tomar fotografías en sus salas, algunos vigilantes hacían la vista gorda, serían los nervios, el revuelo y la ilusión de la reapertura Situación que algunos atrevidos aprovechaban para llevarse en su móvil instantáneas de Van Dyck, Alonso Cano y Murillo o de esa escena por la que confieso tener especial debilidad, El embarco de Santa Paula Romana de Claudio de Lorena. Un escenario de reminiscencias clásicas y un atardecer dorado en el que dan ganas de quedarse a vivir.

La familia de Carlos IV nos da la bienvenida al espacio en el que el protagonista máximo es el de Fuendetodos, Francisco de Goya y Lucientes. Además de disfrutar de su genio histórico (2 y 3 de mayo) y su trabajo al servicio de la Corte (Carlos III), de los aristócratas (Los duques de Osuna y sus hijos) y los intelectuales de su tiempo (Gaspar Melchor de Jovellanos), también podemos ver la que fuera su primera obra documentada (Aníbal vencedor, 1771), sus apuntes sobre Madrid (La ermita de San Isidro el día de fiesta) e, incluso, conocer a los suyos (Una manola: Leocadia Zorrilla).

Gaspar Melchor de Jovellanos, autorretrato de Francisco de Goya y Una manola: Leocadia Zorrilla.

Entrados en el siglo XIX y antes de llegar a la fecha límite de 1881 en que el nacimiento de Pablo Picasso estableció que la Historia del Arte debía seguir siendo contada (con sus excepciones) en el Museo Reina Sofía, se disfruta a lo grande con la pincelada suelta del viejo y los infantes de Mariano Fortuny, los Niños en la playa de Joaquín Sorolla, los fondos de tonalidades ocre de los retratados por Eduardo Rosales y la vista granadina de Martin Rico. Junto a todos ellos, la cuarta mujer de la exposición (tras Clara Peeters y Artemisa Gentileschi y Sofonisba Anguissola, que compartían la sala 9A junto a el Greco), Rosa Bonheur y El Cid, ese león de mirada poderosa que muchos descubrimos en La mirada del otro. Escenarios para la diferencia, la muestra organizada hace tres años con motivo del Word Pride Madrid LGTB y que desde julio pasado cuenta con un lugar en la exposición permanente.

Y cerrando el goce, disfrute, sueño y magnitud de este recorrido de 250 obras, La paz de Antonio Capellani. Mármol de Carrara esculpido neoclásicamente simbolizando el triunfo del bien sobre el mal, la victoria de la luz y la esperanza sobre la discordia y el enfrentamiento. Una interpretación artística materializada en 1811 que también nos puede valer como intención social y propósito político de nuestro tiempo. Que así sea.

Reencuentro, Museo del Prado, hasta el 13 de septiembre.

Angustia, temor y desesperación, la conmoción de “Las Furias. De Tiziano a Ribera”

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Imagina que no estás en el Museo del Prado, sino entrando en una gran sala del palacio de Binche (Bélgica). De frente, varios ventanales por los que te da la luz directamente, y entre ellos, escondidos en el contraluz cuatro lienzos en formato horizontal y con medidas de hasta dos metros y medio de altura a los que has de mirar hacia arriba mostrando con un cruel realismo cuatro torturas mitológicas.

Un hombre al que un águila le devora su hígado (Ticio), otro siempre hambriento buscando alimento (Tántalo), un tercero condenado a portar por siempre una piedra de enorme peso (Sísifo) y un último girando de continuo atado a una rueda (Ixión). Todos ellos habían desafiado a los dioses del Hades latino, y su osadía les salió cara, serían castigados por el resto de los tiempos.

Sin embargo, no es mitología lo que estás viendo. Es un mensaje claro y alto. Si alguien más vuelve a retar al emperador, acabará condenado, como lo hicieron los cuatro príncipes alemanes que se enfrentaron a Carlos I de España y V de Alemania. Fueron derrotados en la famosa batalla de Muhlberg en 1547, esa que nos dejó el famoso retrato de Carlos V a caballo de la mano de Tiziano. Mitológicamente Carlos V se ve a sí mismo como el todopoderoso Júpiter y a sus contrincantes como a estos cuatro personajes que merecen castigo eterno. Así es como su hermana, María de Hungría, pidió a Tiziano que realizara estas cuatro obras para provocar con sus perspectivas en escorzo, disposiciones posturales retorcidas, rostros con máxima gestualización y cuerpos de rotunda corporalidad un gran impacto psicológico en su espectador, el terror al sufrimiento, el temor a las consecuencias de la no fidelidad al emperador.

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«Sísifo» y «Tizio», ambos por Tiziano, 1548-49, Museo del Prado

Antes que Tiziano

La exaltación del movimiento, la expresividad corporal y la fuerza del cuerpo humano son elementos que el arte ya había sabido expresar desde la antigüedad clásica, he ahí la escultura del “Laocoonte” descubierta a principios del siglo XV. Un hallazgo que sin duda alguna impulsó a Miguel Angel, precisamente él fue el único que compaginó estas características para representar a Ticio por primera vez en el Renacimiento en uno de sus detallados dibujos, hoy presentes en la Real Colección de S.M. Isabel II en Londres. Tiempo después Miguel Angel haría esas figuras realidades casi tridimensionales que nos miran desde la bóveda y el ábside de la Capilla Sixtina.

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Y después

Las furias de Tiziano no sólo impresionaban a aquellos a los que estaba destinado su mensaje alegórico-político, sino que sus sombras y penumbras, el horror y la monstruosidad que se intuye en sus fondos también sobrecogieron por el aspecto creativo y expresivo a los artistas. Las furias comenzaron a ser tema tratado o estilo recogido por los más dotados pintores como los flamencos Rubens y Snyders o sus vecinos holandeses como Cornelis Cort. En sus obras las anatomías de los personajes retratados se hipertrofian y los escorzos se hacen aún más inverosímiles tanto en lienzos como en dibujos o grabados.

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«Prometeo» de Theodoor Rombouts, Royal Museum of Fines Arts of Belgium

El horror se convierte así en belleza, en arte, en estética que seduce por la rotundidad de los sujetos protagonistas, como el Prometeo de Theodor Rombouts o la expresiva intensidad tenebrista de José de Ribera en un Ticio con una desgarradora expresión facial y un Ixión luchando en primer plano apelando a un espectador casi en escena.

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El spagnoletto junto con Caravaggio fue el iniciador del tenebrismo, tendencia que tras ellos ascendió al norte de Italia, hacia Venecia de la mano de otros autores como Battista Langetti o Salvator Rosa. He ahí la carnalidad del Ixión del primero y  “El suplicio de Prometeo” del segundo, conmovedor por su grito apagado, el dolor provocando la contracción de su rostro, de los ojos, de la boca. Con ellos, el horror ha llegado a un punto superior al de la belleza, y el dolor que vemos en el lienzo supone una prueba que hay que resistir porque el destino, Dios, así lo ha querido y lo ha determinado en nuestro camino.

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«Ixión», Giovanni Battista Langetti, Museo de Arte de Ponce y «El suplicio de Prometeo», Salvator Rosa, 1646-48, Galeria Nazionale d´Arte Antica Palazzo Corsini

Una exposición que impresiona, que se vive y conmueve con sus representaciones dramáticas del dolor extremo con un lenguaje clásico que los autores del siglo XVI y XVII supieron hacer suyo. Valga como cierre la sentencia de Albert Camus que finaliza su montaje: “Los mitos están hechos para que la imaginación los anime”.

Las Furias. Alegoría política y desafío artístico” en el Museo del Prado hasta el próximo 4 de mayo.

(imágenes tomadas de museodelprado.es)