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Una gran “Medea” a pesar de su contención

El texto de Vicente Molina Foix es bueno y Ana Belén está fantástica. Dándole la réplica, una gran Consuelo Trujillo, encabezando el resto del reparto. El saber hacer y la presencia de todos ellos resuelve de manera solvente el reto de darle brillo a una puesta en escena limitada por una dirección que ha optado por limitar los registros vocales y el movimiento sobre las tablas de sus actores. Una función sobre el orgullo, el poder y los vínculos que nos unen, no solo en los buenos momentos, sino aún más, en los malos.

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Esta es la historia de una mujer que es testigo de como Jasón, su marido, la deja de lado para unirse a otra, que no solo es más joven, sino que también le va a permitir sellar una alianza política con la que consolidar su poder. La humillación no es únicamente hacerla sentirse vieja e inútil, sino además, verse abandonada y físicamente desterrada una vez que deje de ser su esposa y él materialice su nuevo matrimonio. Ese vacío personal al que se ve abocada Medea desata en ella unas ansias de venganza sin límite alguno. Ante su destrucción, ella desata su fuerza. A su muerte en vida, responde arrasando la vida ajena.

Con la promesa de semejante tragedia griega como argumento y una actriz tan solvente como Ana Belén, uno espera asistir a una atmósfera revuelta, ruidosa y enmarañada de sensaciones que haga suyos a cuantos estén sentados en el patio de butacas. Sin embargo, con esta Medea lo que se experimenta es una excesiva contención que desde el lado del espectador resulta dura, excesivamente fría. Se escatima todo aquello que podría hacer que lo que se vive sobre las tablas descienda hasta los que están deseosos de verse involucrados en ese mundo de oscuros intereses y motivaciones, de mitologías convertidas en realidades humanas.

Los movimientos en escena son muy medidos, las figuras humanas parecen casi parte de la escenografía, cediendo incluso protagonismo a unas proyecciones sobre símiles marinos y el influjo lunar como intentos de aportar un sentido lírico a lo que está ocurriendo. Quizás funcionaron eficazmente en el teatro romano de Mérida, donde se estrenó este montaje el verano pasado, pero lo que estas aportan en el Teatro Español se hubiera podido conseguir, de igual o incluso más efectiva manera, con una gama de registros y detalles interpretativos de sus actores más amplia. Esta es la constante que se experimenta escuchando a Medea y a todos los que conviven con ella en este pequeño lugar cargado de desaires, ambiciones desmedidas y anhelo de resarcimiento. Entendemos que está pasando y qué se siente por lo que dice el texto, pero no por el lenguaje corporal de los que lo interpretan. Nos llega lo que acontece porque realizamos el ejercicio de procesar las palabras de Vicente Molina Foix, pero no porque José Carlos Plaza nos las transmita con su puesta en escena.

Quizás algo premeditado para poner de relieve la capacidad interpretativa de Ana Belén, que sin apenas moverse y con un reducido registro tonal construye una mujer que es un cúmulo de femineidad y animalidad, inteligencia racional y visceralidad sin parangón. Todo un reto para cualquier compañero que haya de compartir escenario y diálogos con ella, alguien que con solo estar, con su mera presencia física ya emana la historia y personalidad de su personaje. Sin embargo, Consuelo Trujillo demuestra que más allá de esa primera línea de intérpretes mediáticos, también hay actores y actrices dotados de una capacidad asombrosa para arrastrarnos a mundos, escenarios y acontecimientos que de su mano se convierten en verosímiles. Un lugar, como este de Medea, de difícil acceso y a cuyas puertas nos llevan para ver lo que sucede en su interior, pena que aquellos que han dispuesto de su creación escénica no nos dejen entrar en él.

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“Medea”, en el Teatro Español (Madrid).

Olivia, Eugenio y Concha Velasco

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Que una obra cuente en su plantel de actores con Concha Velasco  es un gancho para acercarse al teatro. Tenerla como cabeza de cartel atrae tanto al público como a la crítica, la de Valladolid es un valor seguro de la escena. En el momento actual se junta la expectación por ver a la actriz actuando  de nuevo tras los sobresaltos médicos que la obligaron a interrumpir la gira de “Hécuba”, el desgarrador texto clásico con una impresionante interpretación  por su parte que actuó en Mérida en agosto de 2013 y con el que estuvo en el Teatro Español a principios de este 2014.

En “Olivia y Eugenio” quien quiera hacerlo podrá ver un paralelismo entre el personaje y la actriz. Olivia es una mujer mayo. Concha cumplirá 75 años el próximo día 29. Olivia se enfrenta al dictamen médico de la enfermedad. Concha acaba de superar un linfoma. Olivia pasó por un matrimonio más agrio que dulce. De la vida marital de Concha la prensa rosa nos ha mantenido siempre informados. Oliva luchó por mantenerse a sí misma levantando de la nada una galería de arte. A Concha su pasión por el teatro la ha llevado a la ruina económica y anímica más de una vez, con mucho humor lo contó en 2012 en “Yo lo que quiero es bailar”. Para Olivia su pasión es su hijo. Concha ha dejado claro muchas veces que su prioridad, aún más allá de la interpretación, es su familia.

Cuando comienza la función Concha se disuelve, desaparece, y solo está Olivia. Desde el momento en que se encienden las luces hasta que comienzan los aplausos hora y media después solo hay un personaje al que Concha le cede su cuerpo y lo recrea a través de sus suspiros, de sus movimientos, de los cambios de tono de su habla, que la llevan de la sonrisa a las lágrimas, a momentos ácidos y a pequeñas gotas de humor negro, e iluminando a la platea completa con sus miradas cargadas de amor y devoción por su hijo. Concha es grande, muy grande, convierte el escenario en un corazón gigante que late a la par que ella da riego sanguíneo al de Olivia.

Concha es también generosa, toda su energía va destinada a que las tablas sean un espacio compartido con los demás actores y no el lugar en el que hacerles sombra con su maestría. Con su propia actuación les hace a ellos también protagonistas, se hace secundaria cuando ellos hablan. La vi hacer esto mismo años atrás en “La vida por delante” con el joven Víctor Sevilla, y ahora aquí de nuevo con Hugo Aritzmendiz, el actor que comparte con su personaje el tener síndrome de Down (se alterna con Rodrigo Raimondi en la interpretación de Eugenio). ¿Hay un truco para ello? La única respuesta a la que llego es la de su actitud, sus ganas, su ilusión de hacernos sentir a los que estamos pegados en la butaca.

Tan fantástica resulta Concha que se nos puede olvidar que detrás hay un director que es quien ha establecido las pautas con las que el texto toma vida, y ese responsable es en este caso José Antonio Plaza. Entre ambos dan al texto de Herbert Morote la vida que parece faltarle en algunos momentos por su linealidad. Sin embargo, no hay nada que Concha no consiga transformar en matices y detalles que se transforman en sensaciones plenas e intensas para los que seamos testigos de su arte. Motivo este por el que merece la pena, y mucho, acercarse al Teatro Bellas Artes de Madrid antes del 25 de enero para conocer a “Olivia y Eugenio”.