Tiene una larga trayectoria que le avala. Ha dado muestras más que sobradas de ser, además de un gran guionista y director, un creador en toda regla con un estilo propio. Es el momento de jugar, dejarse llevar y ver qué pasa sin más. Aún así, su inteligencia, instinto y olfato para lo narrativo, lo estético y lo simbólico inundan cada uno de los planos y secuencias de estos treinta minutos.

La pieza teatral que Jean Cocteau escribiera en 1930. Su ya inclusión en La ley del deseo y su vuelta tangencial a ella en Mujeres al borde de un ataque de nervios, además de otras muchas referencias a su propia filmografía. La manera de presentar los cuadros que cuelgan en la casa de esta protagonista evocan La piel que habito. El vestuario de Tilda Swinton está mostrado con la misma publicidad que el de Tacones lejanos. Pero en ese revelarse a sí mismo, Almodóvar se espeja en otros. Los libros y dvd’s que se ordenan sobre una mesa amplían los títulos y autores ya homenajeados en Julieta y Dolor y gloria, la teatralidad del espacio escénico creado para esta ocasión sugiere Dogville (Lars von Trier) y el juego del cine dentro del cine amplía el espectro a nombres como Truffaut, Fellini o Billy Wilder.
Su libre adaptación de La voz humana, del monólogo telefónico de una mujer que le pide cuentas al hombre que la ha dejado, transmite libertad. Como si Pedro hubiera dejado en un segundo plano de su ecuación mental el atenerse a los códigos de un género determinado -ya sea drama, comedia o su habitual melodrama-, así como la disciplina, el rigor y la minuciosidad que exigen la comercialidad y el compromiso artístico de toda película. Pilares que ha sustituido por la experimentación y lo que apunta a ser algo parecido a un ejercicio de investigación.
Una búsqueda cuyo propósito no es el resultado final visto con los ojos de un espectador virgen, sino testarse a sí mismo, indagando en el camino recorrido, volviendo al proceso realizado -tanto en esta ocasión como en anteriores- para descubrir claves hasta ahora desconocidas, no desarrolladas o en las que no había reparado y que, quién sabe, le pueden ayudar a continuar creciendo. Son muchos los planos casi idénticos a los de películas anteriores, pero en esta ocasión como lienzos bocetados, explicitando tanto o más su intención formal y estilística que su propuesta narrativa.
Una finalidad que se hace patente al tener como protagonista a Tilda Swinton. Una profesional de la interpretación que no se define como actriz sino como performer. Un término perfectamente válido para este trabajo en el que hay más que fotogenia y saber actuar ante la cámara, en el que la emoción está claramente por encima de la acción, en el que lo que se transmite prima sobre lo que se relata. Puede ser esta la ruta exploratoria en la que Pedro ha querido profundizar, como una extensión de las manifestaciones plásticas como fotógrafo que ha mostrado en distintos espacios expositivos en los últimos tiempos. Pero no con afán de presentarse como un artista multidisciplinar, sino como con creador con una mirada y una visión muy particular que desea seguir ampliando.