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24 días en Texas

Como si cada uno de ellos fuera una hora de una jornada cualquiera. Un conjunto de anécdotas, momentos como testigo y de vivencias en primera persona que forma una circunferencia como la de un reloj. La hora 25 bien pudiera ser la jornada de mañana o el siguiente viaje, a sabiendas de que aunque haya instantes similares ya no serán iguales que los anteriores.

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01. El 49% de la población de este estado es latina. Si Texas fuera un estado independiente, un país (ya lo fue como república de 1836 a 1845, tras haber sido territorio mexicano y español) sería la décima potencia económica del mundo. ¡Lo que da de sí el petróleo y el gas!

02. Mirar por la ventana de la habitación en Austin y ver cuatro iglesias, tantas como películas porno ofrece en su primera pantalla el pay-per-view del hotel.

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03. Alojarte en un complejo de 1120 habitaciones en el que coincides con una macro reunión de la Iglesia Baptista Americana y una convención de monitores de fitness. Los primeros llenan los ascensores de biblias, los segundos te amedrentan con su presencia en el gimnasio. Yo me siento como en un capítulo de “Hotel”, pero no veo por ningún lado a Connie Selleca ni a James Brolin.

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04. Ni un aparcamiento subterráneo, todos son edificios mastodónticos de varias plantas, incluso en el centro de las ciudades. La armonía y la estética visual en el cuadriculado trazado urbano ni están ni se las espera.

Edificios

05. En la calle 30 grados cargados de humedad, en el interior de cualquier restaurante o comercio, hasta 18 o 19 grados bien secos. Viva el imperio del aire acondicionado.

06. Hoteles de cuatro estrellas en los que todo el material de restauración que se utiliza es desechable: platos, vasos, cubiertos,… Aquí los conceptos de reciclaje y de cambio climático son como el de calor para un esquimal, no los conocen.

07. Frank, mi vecino de mesa en el desayuno me cuenta que fue militar americano en la base naval de Rota. Habla perfectamente castellano porque nació en Puerto Rico, donde vive su hijo. Él, ahora divorciado, reside en Texas después de haberlo hecho en Massachusetts, Washington y Virginia tras volver de España hace siete años.

08. María, la mujer que limpia hoy la habitación me cuenta que es mexicana, de Guanajato, que lleva ya 30 años en Dallas y que sabe que su abuela llegó de España pero que no recuerda la ciudad.

09. Dallas y Fort Worth, 1,2 y 0,75 millones de habitantes y 50 km de distancia entre ellas, las dos ciudades principales del norte del estado. ¿Transporte público entre ellas? Una combinación que exige tren y autobús que solo se produce cada dos horas y que no existe los domingos (a no ser que no haya conseguido informarme bien).

10. Para ir al The Meadows Museum, el que dicen que es como un pequeño Museo del Prado, esperar 20 minutos a que llegue el tranvía, 20 minutos de trayecto y 20 minutos andando para dejar atrás el centro comercial, la autopista y la zona en obras que has de recorrer antes de llegar a su puerta.

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11. Restaurantes en los que hay camareros cuya única función es rellenarte el vaso de agua, si les pides algo con respecto al menú llaman a un “superior” que es el que te atiende. Este segundo se presenta diciéndote su nombre y añadiendo una coletilla que dice algo así como “me voy a encargar de ofrecerte el mejor servicio, cualquier cosa que necesites estoy a tu disposición”. Todo ello con una gran sonrisa profident y una perfecta dicción. Bueno, esto último no siempre.

12. Entre los comensales una familia donde ves que no solo los adultos ocupan el doble que tú, sino que los dos hijos que probablemente no lleguen a los diez años, seguro superan las 181 libras que pesas tú (82 kg). ¿Perdón? ¿Que yo peso 181 libras? Está bascula está mal, fatal.

13. Twin Peaks ya no es solo la famosa serie de David Lynch sobre la búsqueda del asesino de Laura Palmer. A partir de ahora es también en mi memoria una cadena de bares con grandes pantallas en las que se proyecta deporte de manera continua y eres atendido por camareras que parecen salidas de un anuncio de mini-shorts, mini-camisas y productos para tener una piel y un pelo perfecto. Si quieres la versión low cost, entonces vas a Hooters. Eso sí, paga tu consumición antes del fin de turno, ya que si no, la chica se queda sin el 15% de propina que vas a añadir, que es en lo que consiste la mayor parte de su sueldo.

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14. Dormir con tapones donde quiera que lo hagas, siempre hay una autopista cerca con tráfico constante a todas horas.

15. Según Google las librerías más cercanas que tengo en Dallas están ¡a más de 12 km ¡del centro ciudad! A ver a cuál de las dos elijo ir. Me agobio con tantas opciones.

16. Taxistas que te cuentan que nacieron en Ghana, Etiopía o Costa de Marfil. Que se vinieron hace ya 15, 20 o 30 años porque aquí se vive mucho mejor, aquí se sienten libres, aquí tienen de todo, tanto que hasta han conseguido la nacionalidad americana. ¿Por qué vine aquí? Porque ya tenía amigos en esta ciudad.

17. En la mañana de un viernes me dijeron: “¿No conduces? ¿No disparas? ¡Tú no eres un nombre de verdad!”, a lo que solo se me ocurre responder con una sonrisa.

18. Creo que el único personaje que podría considerarse histórico nacido en Texas que me viene a la cabeza es Beyonce. Supongo que esto complementa al párrafo anterior (vuelvo a sonreír mientras reproduzco a la diva en mi cabeza interpretando en directo “Crazy in love”).

19. “I do for all” o “Pride Nation” son los titulares de portada de The Dallas Morning News y USA Today tras reconocer el Tribunal Supremo de este país el 26 de junio que el matrimonio es un derecho al que pueden acceder aquellos que quieren casarse con otra persona del mismo sexo. Al menos sobre el papel, este país da un paso adelante en derechos humanos, en respeto a la dignidad y a la libertad individual de todas las personas.

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20. Merece mucho la pena visitar el centro de escultura Nasher con obras de Picasso, Giacometti, Gauguin, Rodin, Richard Serra, Jaume Plensa, o la fantástica “Rush hour” (1983) de George Segal.

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21. Enchufar la televisión e ir de canal en canal entre informativos que estiran las noticias hasta el inifinito, talk-shows, reality shows y reposiciones de series hasta llegar a uno en que cada día se dedica a emitir una película varias veces. Hoy “El padrino”, mañana “Regreso al futuro” y el 4 de julio “Independence day” con Will Smith salvando a la patria del ataque alienígena.

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22. “Y tú, ¿cómo celebras el 4 de julio?” Respuesta de Matthew, “básicamente lo que hago es reunirme con amigos y estamos de barbacoa hasta la noche en que vamos a algún sitio a ver los fuegos artificiales”.

23. Broadway pilla lejos, pero aún así conozco un musical del que no había oído hablar hasta ahora, “Cinderella” de Rodgers & Hammerstein. Qué bien suena “Ten minutes ago”, los pelos como escarpias y brillo en la mirada.

24. En un trayecto de diez minutos en coche en un pueblo de 30.000 habitantes me cruzo con varios templos baptistas, metodistas y episcopalianos, además de católicos, la Abundant Assembly of God y la iglesia de Cristo, en cuya puerta un gran cartel dice que este mes estamos todos invitados a ir los domingos a las 09:30 a estudiar juntos cómo fue el siglo I de la historia del Cristianismo.

Lo siento, pero es que vuelvo a España, no podrá ser, quizás la próxima vez, ¡Dios dirá! Por cierto, no he visto ningún cowboy ni asistido a ningún rodeo, ¿excusas para volver?

Ocho impresiones de Dallas

Una ciudad solo la conoce verdaderamente el que ha vivido en ella a lo largo de mucho tiempo y la ha visto de día y de noche, en invierno y en verano, en los días anodinos y en los de exaltación. Pero a veces, basta la mirada de uno que está de paso para detectar cuáles son los rasgos que la definen y que forjan su identidad. Quizás acertadas, quizás equivocadas, aquí dejo estas impresiones.
arquitectura

Los iconos. A esta ciudad la pusieron en el mapa las maldades de JR y el asesinato de un presidente de los EE.UU. en sus calles. Al primero lo intentaron revivir con un remake televisivo en el que al villano le dieron el papel de bueno. Al segundo lo han convertido en una leyenda, un mito, y un reclamo turístico con un precio de entrada de 16 dólares para acceder al lugar desde el que se le disparó aquel 22 de noviembre de 1962. Apenas cuatro metros cuadrados en los que tras unas cajas se escondió Lee Harvey Oswald para apoyar su fusil sobre la ventana, y que hoy forman parte del llamado The sixth floor Museum. Al alrededor de ese “national historic landmark” un discurso museográfico a base de fotografías, vídeos y claridad expositiva nos cuenta cómo un hombre de buena familia y matrimonio de alta alcurnia transformó a los EE.UU. con su talante, empatía, inteligencia y frescura en una nación moderna, progresista y líder del mundo occidental, el bueno, el civilizado.

ventana

La arquitectura. Pero eso fue hace ya más de cincuenta años, cuando la capital financiera del estado de Texas –la política y administrativa es Austin- debía ser poco más que edificios de ladrillos. Hoy su financial district es una colección de rascacielos, los más modernos con exterior de cristal, entre los que han quedado escondidos algunos de los primeros hoteles con solera como el The Adolphus (1912) o el Magnolia (1922).

fachada

El clima. En el interior de ellos, como en cualquier otro edificio, aire seco a temperaturas casi gélidas. Al salir, una bofetada de calor húmedo de mes de junio que te hace sentir como estar continuamente junto a la salida de un potente aire acondicionado. Una tranquilidad que si se rompe serán con rayos, truenos y centellas, desatando una tormenta que podrá caer durante horas, pero cuyo rastro desaparecerá apenas haya cesado.

La soledad. Quizás por eso se ve tan poca gente en el exterior. Aquí los desplazamientos a pie son escasos, del parking al lugar de destino, el restaurante, el centro comercial, y de estos a las cuatro ruedas de vuelta. Los pocos que caminan aparentan no tener hogar al que ir, mayormente son de piel negra y mirada perdida, ropas sucias y conversaciones sin interlocutor. En las plazas del West End cualquier fotógrafo podría aspirar a conseguir miradas como aquellas con las que Dorothea Lange retrató la gran depresión de los años 30.

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Una persona: un coche.  “Yo soy de Etiopía”, me cuenta el taxista mientras avanzamos por una de las autopistas que atraviesa la ciudad con seis carriles por sentido, “vine hace doce años. Tuve suerte, me dieron la green card y me establecí aquí en Dallas. Me gusta vivir en esta ciudad, aquí voy al supermercado y puedo comprar lo que quiero, eso en mi país no pasaba.” Cuando le cuento que en Madrid lo habitual es ir andando a hacer la compra o que es posible ir al trabajo en transporte público pone cara de no dar crédito. “Aquí eso es imposible amigo”, me dice, “aquí la vida no se concibe sin un coche.”

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Nadie en la calle. ¿Será ese el motivo por el que da igual la calle por la que vaya que solo veo a alguna persona aislada aquí o allá? Como figuras descontextualizadas de un óleo de Edward Hopper, traídos desde Nueva York o Massachusetts y puestos a andar en absoluta soledad. Como en la avenida Mockingbird –nombre que me hace recordar que algún día he de leer “Matar a un ruiseñor” de Harper Lee-, calle formada a base de casas unifamiliares de cuidado estilo y exquisito acabado. Es en esta zona, junto con la vecina del campus de la Southern Methodist University, donde la eterna mancha de asfalto se cambia por cuidado césped y árboles de grandes copas y largas ramas bajo los cuales se puede caminar protegiéndose del sol.

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La filantropía. Bien cerca queda el Meadows Museum, una de las mayores colecciones de arte español en suelo americano. Ellos mismos se presentan como un pequeño Museo del Prado, y méritos no le faltan para ello, desde frescos románicos arrancados de capillas de pequeñas iglesias castellanas hasta Jaume Plensa o Miquel Barceló. Todo ello por impulso de un acaudalado millonario que hizo su dinero en el negocio del petróleo y que 50 años atrás situó a Dallas en el mapa mundial de las ciudades con una entidad cultural de primer nivel.

Plensa

El arte que nos cuenta quiénes somos y quiénes fuimos. Para conocer un poco de la creatividad autóctona, el lugar al que acudir es el Dallas Museum of Art. Aunque pequeña, su colección tiene mucho encanto, con piezas a través de las que descubrir cómo ha evolucionado la pintura autóctona desde los deslumbrantes paisajes del siglo XIX al impresionismo femenino de Mary Cassatt o el modernismo de Georgia O’Keefe. También es sitio en el que poder disfrutar un jueves por la tarde, día en el que la hora de cierre es las nueve de la noche, de un concierto de jazz en su cafetería.