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“El hombre del norte”, peplum nórdico

Narración ambientada en la alta edad media relatada con la brutalidad humana y la exacerbación de la naturaleza que suponemos propia de esa época. Emociones primarias a un ritmo trepidante sin trazas de sensiblería alguna. Fotografía seductora, banda sonora omnipresente y efectos especiales azuzadores para envolvernos en una fantasiosa mitología.

El diseño de producción de El hombre del norte debe haber dejado encantados a muchos. A los islandeses por promocionar los paisajes y la geografía de su isla de un modo tan rotundo. A los que han trabajado en ella por haber dispuesto del ingente presupuesto que destila la excelencia técnica de sus escenarios, vestuario y caracterización. Y a su público por combinar en una sola mirada tantos deseos. La espectacularidad de su acción, gracias a sus continuos movimientos de cámara y a un montaje sin descanso. Y la musculatura de sus personajes masculinos, cruce entre el supuesto fenotipo vikingo y el cincelado propio de la exigencia crossfit de nuestros días.

Su argumento está en el catálogo de casi todas las mitologías. Un regicidio y un heredero al trono, dado por muerto, que alimenta su venganza durante años para volver dispuesto a materializar su propósito con el apoyo de las fuerzas del más allá. Un héroe de carne y hueso dotado de una inteligencia aguda y de unas capacidades físicas extraordinarias, consolidadas tras haber superado las pruebas que apariciones de toda condición le han puesto en su camino. Episodios plasmados en la pantalla con una voluntad de originalidad no habitual en las producciones de superhéroes que dominan la cartelera desde hace tiempo. Sin filtro que nos permita establecer símiles con los que sentir que controlamos lo que vemos, ni llevar la fantasía a la mera eclosión estética.

Robert Eggers trabaja la ilusión para hacer de ella una experiencia en sí misma, más onírica que conceptual, no con el objetivo de ofrecer razones, sino de generar atmósfera. Con giros de guión e intensidades enmarcadas en la oscura fotografía de Jarin Balschke y evocadores de las tragedias de Shakespeare, la narración progresa estrechando sus coordenadas hasta convertir su desenlace en una sucesión de retos, enfrentamientos y asaltos que, no por esperados, dejan de ser intrigantes y sorprendentes.  

Alexander Skarsgård cumple su objetivo de hipnotizarnos con su cuerpo, a la par que demuestra con su mirada que es capaz de interpretar. Misión en la que está muy bien acompañado por los siempre eficaces Nicole Kidman, Ethan Hawke y Willem Dafoe. Björk tiene una aparición que bien podría pasar por un descarte de uno de sus videoclips, pero su alineamiento con la visualidad que propone Eggers hace que deseemos que vuelva a la actuación por la puerta grande. Una dimensión en la que ya está instalada Anya Taylor-Joy, que gana enteros a medida que acumula minutos de aparición, hasta hacer que la sencillez de su presencia y la claridad de su rostro resulten casi tan protagonistas como la efigie de Amleth.

Al margen de la gratuidad de sus bienvenidos desnudos, supongo que habrá historiadores que se lleven las manos a la cabeza por el rigor de su ambientación y sus licencias argumentales, y aficionados que buscarán similitudes y diferencias con la archiconocida Juego de tronos. Pero en lo que toca al séptimo arte, El hombre del norte propone una conseguida combinación de espectáculo y entretenimiento a la manera de las grandilocuentes fantasías peplum del cine clásico, sirviéndose para ello muy eficazmente de las capacidades técnicas del virtuosismo visual y sonoro (atención a la partitura musical de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough) más actual.

10 películas de 2018

Cine español, francés, ruso, islandés, polaco, alemán, americano…, cintas con premios y reconocimientos,… éxitos de taquilla unas y desapercibidas otras,… mucho drama y acción, reivindicación política, algo de amor y un poco de comedia,…

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120 pulsaciones por minuto. Autenticidad, emoción y veracidad en cada fotograma hasta conformar una completa visión del activismo de Act Up París en 1990. Desde sus objetivos y manera de funcionar y trabajar hasta las realidades y dramas individuales de las personas que formaban la organización. Un logrado y emocionante retrato de los inicios de la historia de la lucha contra el sida con un mensaje muy bien expuesto que deja claro que la amenaza aún sigue vigente en todos sus frentes.

Call me by your name. El calor del verano, la fuerza del sol, el tacto de la luz, el alivio del agua fresca. La belleza de la Italia de postal, la esencia y la verdad de lo rural, la rotundidad del clasicismo y la perfección de sus formas. El mandato de la piel, la búsqueda de las miradas y el corazón que les sigue. Deseo, sonrisas, ganas, suspiros. La excitación de los sentidos, el poder de los sabores, los olores y el tacto.

Sin amor. Un hombre y una mujer que ni se quieren ni se respetan. Un padre y una madre que no ejercen. Dos personas que no cumplen los compromisos que asumieron en su pasado. Y entre ellos un niño negado, silenciado y despreciado. Una desoladora cinta sobre la frialdad humana, un sobresaliente retrato de las alienantes consecuencias que pueden tener la negación de las emociones y la incapacidad de sentir.

Yo, Tonya. Entrevistas en escenarios de estampados imposibles a personajes de lo más peculiar, vulgares incluso. Recreaciones que rescatan las hombreras de los 70, los colores estridentes de los 80 y los peinados desfasados de los 90,… Un biopic en forma de reality, con una excepcional dirección, que se debate entre la hipérbole y la acidez para revelar la falsedad y manipulación del sueño americano.

Heartstone, corazones de piedra. Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

Custodia compartida. El hijo menor de edad como campo de batalla del divorcio de sus padres, como objeto sobre el que decide la justicia y queda a merced de sus decisiones. Hora y media de sobriedad y contención, entre el drama y el thriller, con un soberbio manejo del tiempo y una inteligente tensión que nos contagia el continuo estado de alerta en que viven sus protagonistas.

El capitán. Una cinta en un crudo y expresivo blanco y negro que deja a un lado el basado en hechos reales para adentrarse en la interrogante de hasta dónde pueden llevarnos el instinto de supervivencia y la vorágine animal de la guerra. La sobriedad de su fotografía y la dureza de su dirección construyen un relato árido y áspero sobre esa línea roja en que el alma y el corazón del hombre pierden todo rastro y señal de humanidad.

El reino. Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

Cold war. El amor y el desamor en blanco y negro. Estético como una ilustración, irradiando belleza con su expresividad, con sus muchos matices de gris, sus claroscuros y sus zonas de luz brillante y de negra oscuridad. Un mapa de quince años que va desde Polonia hasta Berlín, París y Splitz en un intenso, seductor e impactante recorrido emocional en el que la música aporta la identidad del folklore nacional, la sensualidad del jazz y la locura del rock’n’roll.

Quién te cantará. Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.

“Heartstone, corazones de piedra”

Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

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En los últimos meses hemos visto en la cartelera dos grandes películas –Tierra de Dios y Call me by your name– en las que se retrataba el descubrimiento y la aceptación –con o sin dificultad- de la homosexualidad a través de la primera experiencia de la atracción física y de lo que podría llamarse amor. Partiendo de un propósito similar, Corazones de piedra traza su propio recorrido, y no solo por ser una historia sobre adolescentes que están aprendiendo a conocerse y a hacerlo en una localización tan agreste como es el medio rural islandés.

En esas coordenadas el transcurrir del tiempo no se rige necesariamente por el dictado de un reloj, es la naturaleza quien marca el ritmo con frecuencias como la de las estaciones o la alternancia del día y de la noche. Latitudes en las que la juventud es algo que se vive constantemente a la vista de todo el mundo, no se puede reservar lo que dictan los impulsos y la curiosidad a determinados momentos de la semana o espacios de la ciudad al margen del hogar familiar. La cuidada transmisión de lo que esto es y supone es lo que hace que Heartstone resulte tan sólida y creíble.

Su propósito no es únicamente plantear el posible drama que puede ser la aceptación, tanto personal como social, de la homosexualidad, sino hacernos vivir las mismas etapas por las que han de transitar sus dos jóvenes protagonistas en el descubrimiento y experimentación de su sexualidad hasta dar con las coordenadas que sienten que les definen. La competitividad con los otros chicos, los acercamientos a las chicas, las inseguridades físicas y emocionales por la falta de conocimiento, las diferencias con los más mayores, la puesta en duda de la autoridad de los padres,…  A todo esto es lo que se suma el conflicto de reconocerse o ser tomado como homosexual cuando no hay referentes cercanos y las alusiones al tema en el entorno son siempre despectivas.

Secuencias en las que se van mostrando con sumo tiento los distintos frentes que conforman vidas que para unos son fáciles y llevaderas, para otros confusas y para algunos incluso, extremadamente complicadas. Pasajes en los que la fotografía juega un papel fundamental, tanto estético como narrativo, aunando la belleza panorámica de los espacios abiertos de la isla con los detalles –miradas, el auto descubrimiento corporal o el lenguaje no verbal como forma de comunicación- en los que se refleja la búsqueda y formación de la identidad.

Comportamientos, unas veces siguiendo la intuición y otras cumpliendo lo que el grupo social espera de sus miembros, que se hilvanan en una perfecta simbiosis con las sensaciones y los retos y conflictos que provocan. Una lucha que el guionista y director de Heartstone,  Guðmundur Arnar Guðmundsson, no muestra como exclusiva de la adolescencia, sino como algo que se da por primera vez entonces y que si no se resuelve exitosamente, puede condicionar el resto de la vida.