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“El testamento de María”, la historia tal y como no nos la contaron

Blanca Portillo desborda con su energía en un papel que le hace ser mujer y madre, compañera seguidora e incrédula a partes iguales, una veces narradora de una historia que vivió y otras fiscal de lo que creemos hoy que sucedió.

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Tantas veces se nos ha contado la vida y milagros –nunca hubo una expresión más certera- de Jesucristo que jamás nos hemos planteado cuáles son las fuentes que manejamos y cuán cercanas fueron estas a ese hombre que supuestamente vivió hace dos mil años. En torno a él, además, se disponen una serie de secundarios a los que se hace cargar con unas funciones que les convierte en personajes sin personalidad propia. He ahí su madre, la siempre presente Virgen María, devota, fiel, eternamente servicial, progenitora del hijo de Dios antes que del suyo propio.

Pero, ¿de verdad sucedió así? ¿Solo los no creyentes fueron los únicos incrédulos? ¿Fue Santo Tomás el único que exigió tener una prueba real para confirmar la autenticidad de lo que unos y otros contaban? ¿Y si María, esa que no fue solo la madre de Cristo, sino que es el referente materno de todos los que hemos nacido en Occidente, fuera la primera que no entendiera nada de lo que afirmaba ser su hijo ni lo que decían los demás que era y hacía? Esa es la ficción que el novelista Colm Toibin escribió en 2012 y que a finales del pasado año Agustín Villaronga estrenó  en el Centro Dramático Nacional de Madrid en un monólogo teatral interpretado por Blanca Portillo.

En apenas hora y media de función repasa sus 33 años de convivencia junto al que comenzó siendo su retoño y acabó siendo un cadáver en sus brazos. Una versátil escenografía, una eficaz y tenebrista iluminación –al menos en el montaje del Teatro Lliure de Barcelona- y unos resueltos cambios de vestuario en escena son las herramientas con las que cuenta su protagonista para apoyar su intervención en un único acto. Y prepárense ustedes, no se van a quedar como meros espectadores que chequean lo que les van a contar con lo que hasta creían o sabían. Blanca les agarrará por el estómago y les arrastrará por ese tobogán que ha sido su vida viendo como el que ella sentía propio le decían que era hijo de otro padre, un joven que abandonaba el hogar familiar para formar su propia comunidad, un hombre buscado para multiplicar los panes y los peces y dar la vida a los muertos.

La Portillo es un genio, lo domina todo, la voz, el movimiento, el gesto, el matiz, el detalle. Hace de cada momento algo grande, la verán exponer su cotidianeidad, gritar su angustia, chillar su incomprensión, llorar su dolor, querer a la carne de su carne, preguntar a los que hablan sobre una realidad y un mundo por venir que ella ni ve ni concibe, desear ser alguien cotidiano y anodino y no esa a quien la Historia colocó después en lugares en los que nunca estuvo, liberarse de ataduras y supuestos, enfadarse ante la irracionalidad de los demás,… Un recital de registros a los que el texto da pie con absoluta fluidez y su intérprete encadena sumando facetas, aristas y puntos de vista a un personaje y un trabajo interpretativo que bajo la apariencia de intensidad resulta ser realmente complejo. Un reto que Blanca Portillo resuelve de manera sobresaliente gracias a su excepcional trabajo, perfecta técnica y capacidad escénica derrochando momentos dignos de una dama del teatro como cuando con tan solo una sábana se convierte en una piedad que sufre por la muerte de su hijo. Grande, muy grande Blanca Portillo.

“El testamento de María”, próximas fechas por toda España.

“Estupor y temblores” de Amélie Nothomb

Acidez, ironía y sobriedad en un retrato sin tapujos de la realidad laboral (japonesa)

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Cuando nos acercamos a otra cultura podemos dar múltiples rodeos para explicar el efecto y las situaciones que interactuar con ella nos pueda provocar: la historia, la tradición, la religión,… Amélie Nothomb prescinde de todas ellas, deja a un lado las posibles justificaciones, y cuenta la verdad, lo que como individuo llegado de Bélgica vivió y sintió trabajando en Japón. Ella no pretende resultar moderada y en tiempos en los que se habla de alianza de civilizaciones y multiculturalismo se introduce sin pudor alguno ahí donde pocos se atreven para mostrar lo que no se quiere ver, como el ansia de poder y reconocimiento de las personas que encarnan las distintas culturas puede provocar un choque de trenes que arrase con la integridad física y mental del que juegue fuera de su campo.

Las descripciones y diálogos de esta novela corta cuentan con las palabras justas, no hay necesidad de adjetivos que adornen calificativa o descriptivamente su narración. Lo que es duro, crudo, cruel e inhumano es así, tal cual, en valor absoluto y no hay porqué edulcorarlo ni recrearse en ello. En su escritura la corrección política que nos presiona ambientalmente no tiene nada que hacer ante su estilo decididamente asertivo.  Una sobriedad en la que queda claro que igual que el ser humano puede ser agresivamente voraz, también es cierto que cuenta con un instinto de supervivencia al que si se le une la inteligencia le hará ser ácido, sutil e irónico –así es este relato contado en primera persona- hasta demostrar al atacante que en realidad es un perdedor por no haber vencido a nadie.

A la dureza irracional del entorno Nothomb responde con un sereno humanismo. La lucidez, la compostura y el equilibrio interior frente a la inseguridad, la pérdida de identidad que conllevan los cánones y la necesidad vital de aprobación y reconocimiento.

Valiente por su realismo, descarada por mostrar todo lo necesario sin límite alguno pero sin llegar a la transgresión gratuita, inteligente por la sencillez con que transmite las esencias de situaciones y personas. Así es este “Estupor y temblores” de Amélie Nothomb.