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Almagro 2022, experiencia metateatral

Es verano y el buen tiempo anima al disfrute al aire libre y a compartir de manera relajada. En la agenda aparecen con letras mayúsculas lugares y ocasiones como Almagro y la 45 edición de su Festival Internacional de Teatro Clásico. Ocasión perfecta para disfrutar de textos de ayer con propuestas de hoy. Hasta que estas optan por entretener en lugar de conectar, agitar y gozar.

Tras las limitaciones generadas primero por la pandemia y después por circunstacias que no vienen al caso, he vuelto a la cita teatral que acoge este Conjunto Histórico-Artístico para asistir a los dos espectáculos que, con buena intención, elegí junto con otros amigos. El criterio para llegar a ellos no fue complejo. Primero las fechas que nos venían bien, después descartar lo que algunos de los asistentes ya habíamos visto en Madrid y, finalmente, optar entre lo que quedaba. Se quedaron fuera el Malvivir, en el que Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón están espléndidas, y Lo fingido verdadero, la sesudez de Lope de Vega sobre el teatro dentro del teatro vista por la Compañía Nacional de Teatro Clásico a las órdenes de Lluís Homar.

Pero como el destino hace de las suyas, acabamos entrando de todas maneras en el teatro dentro del teatro, la noche del pasado viernes, con #Eufrasia, una actriz de comedias. Ilusión total, la representación tenía lugar en el Corral de Comedias, íbamos a sentirnos como verdaderos espectadores del Siglo de Oro. Más cómodos que ellos, estábamos sentados, y contábamos con abanicos que con arte y gracia batíamos para airearnos. Dos horas que comenzaron creyéndonos trasladados a tres siglos y medio atrás para seguir las aventuras y andanzas de una mujer apasionada por la fantasía que se crea y se vive sobre las tablas, actriz primero, empresaria después.

Pero los interludios musicales a ritmo de no sé bien si rap, hip-hop o trap, la percusión con aires de Mayumaná y el planteamiento juguetón de los momentos más intensos, trágicos o inflexivos de su vida, nos llevaron a la conclusión de que el espectáculo al que estábamos asistiendo era una suerte de “supongamos que estamos en otra época”. Cierto es que, una vez aceptado que aquello no iba a ser lo esperado y que, a pesar del texto, los actores estaban más que bien en su quehacer, el rato se hizo llevadero. Y reconocer algo objetivo, al acabar la representación, la mayor parte del público aplaudió entusiasmado, muchos hasta se pusieron en pie.

El elenco y el equipo artístico de #Eufrasia, una actriz de comedias

En cualquier caso, una vez que salimos y nos vimos en la Plaza Mayor de Almagro el buen ánimo se adueñó de nosotros. Verano, sentimiento de hermandad y un lugar de gran belleza plagado de terrazas tranquilas en las que tomarse algo relajadamente. ¿Se puede pedir más? Sí, que el espectáculo se traslade o surja allí. Deseo que se hizo realidad la noche del sábado. Repentinamente aparecieron dos hombres vestidos con equipos de protección individual y una mujer con una pancarta. Sin hacer ruido, sin provocar. Solo estaban y hablaban con quienes se acercaban a ellos. Y no íbamos a ser menos.

Los activistas que reclamaban un cambio estratégico en la dirección del Festival de Almagro

Ni festival. Ni teatro. Ni clásico. Ignacio, dimisión”. Esto es lo que rezaba la tela que mostraban a los allí presentes. Nos contaron que, según ellos, el actual director del Festival ha convertido lo que antes era cita cultural en atracción turística, y que con el mismo presupuesto con que años ha se programaban grandes nombres y montajes de primera, ahora se construye una agenda a partir de compañías más cercanas a la buena voluntad y al amateurismo que a la profesionalidad, el prestigio y el rigor que exigen el legado y la reputación que Ignacio García se encontró cuando se puso al frente de esta cita en 2017.

Habría que indagar para saber si esta es una impresión o un juicio generalizado y preguntar qué tienen que decir, al respecto, la dirección del Festival y las instituciones públicas que conforman su patronato. Pero como no era el momento ni teníamos tiempo para ello, nos fuimos raudos a la Casa Palacio de los Villarreal. Allí nos esperaba Lope de Vega y El perro del hortelano. Sensación de apuesta segura, más aún con un auditorio amplio y abierto, en el que se podían sentir retazos de brisa. Tras escuchar a José Sacristan pedirnos que apagáramos los móviles y que la función iba a comenzar, la compañía Stayin’ alive nos relató que buena parte de sus integrantes se habían quedado en Uruguay por culpa del covid y que ellos iban a hacer lo que buenamente pudieran. Nuevamente metateatro.

Tras un arranque con aires de vodevil la función progresaba de buen ánimo. Generaba atención, sorprendía con las libertades de síntesis de su adaptación y agradaba con la versátil comicidad de sus intérpretes. Hasta que, en un giro inesperado de los acontecimientos, lo teatral derivó en una narrativa de inspiración televisiva y lo que se suponía iba a durar 75 minutos, según la web oficial del Festival, concluyó apenas transcurridos 50. Habíamos recordado qué significa deus ex machina, pero la impresión de coitus interruptus o de ¡campana y se acabó! nos dejó impertérritos. Al igual que en la jornada anterior, espectadores aplaudiendo en pie, pero con el terrible pálpito de que la pareja de uniforme profiláctico podía tener más razón de la que nos gustaría reconocerles.

Los integrantes de Stayin’ alive agradeciendo la recepción del público

Mis amigos se debatían entre el sí y el no, mientras yo recordaba la reciente lectura de Los tres usos del cuchillo, ensayo en el que David Mamet advierte de la divergencia entre el teatro como expresión de la naturaleza y la capacidad creativa del ser humano, y la representación teatral como instrumento con el que anestesiar el espíritu crítico, la capacidad de sentir y la voluntad de indagar que se nos presupone a todo individuo. No es momento de llegar a conclusiones, tampoco de dejarlo pasar sin más, sino de reposarlo y meditarlo tranquilamente. Si los elementos no lo impiden, apuesto a que volveré a Almagro en julio de 2023, cuestión aparte es con qué disposición y expectativas. Hasta entonces, y allá donde esté, ya sea leyéndolo en papel, ya sea viéndolo representado desde un patio de butacas, seguiré disfrutando del teatro. 

Teatro: 10 funciones de 2015

Cantaba La Lupe que en algunos casos el teatro es falsedad bien ensayada. No en todos. En estos que recuerdo de los vistos a lo largo de este año fueron experiencias de un extremado verismo, pequeños mundos que duraron quizás más tiempo que su representación y que hicieron sentir y emocionarse a los que fueron testigos de su acontecer. 

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«La ola» (Centro Dramático Nacional). Texto, dirección y actores perfectamente engranados entre sí en un montaje que demuestra que uniendo buenas piezas, el todo conseguido es aún más que la suma de ellas.

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«Héroes» (La Pensión de las Pulgas). Una obra bien estructurada y  dialogada convertida en una gran representación gracias al versátil y entregado trabajo de sus tres actores.

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«Ivan Off» (La Casa de la Portera). Del drama a la tragedia, intensidad con momentos de hilaridad en un reparto coral con buenos secundarios y un soberbio Raúl Tejón como protagonista.

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«Invernadero» (Teatro de la Abadía). Tras aparentes diálogos recurrentes y situaciones absurdas se esconde la autoridad mal ejercida, el anhelo de poder y la tragedia y el drama de las injusticias a que juntos dan lugar.

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«Confesiones a Alá» (Teatro Lara). Una fantástica María Hervás se deja la piel sobre el escenario contándonos diferentes etapas en la vida de una joven musulmana en una sociedad injusta y discriminatoria.

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«El testamento de María» (Centro Dramático Nacional). Blanca Portillo desborda con su energía en un papel que le hace ser mujer y madre, compañera seguidora e incrédula a partes iguales, una veces narradora de una historia que vivió y otras fiscal de lo que creemos hoy que sucedió.

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«Yernos que aman» (La Pensión de las Pulgas). Un puzle familiar de diez personajes en el que cada uno de ellos cumple con creces su misión en un complejo engranaje en el que todo encaja: el conjunto de historias y sus tiempos, los diálogos, las entradas y salidas de escena, los cambios de ritmo,… Dos horas brillantes que dejan en el cuerpo sensaciones como las que provocan Tennessee Williams o Eugene O’Neill.

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«Tres» (Teatro Lara). Por separado podríamos considerar las interpretaciones del trío protagonista femenino como histriónicas, insulsa en el caso del hombre que las acompaña, y el libreto como una sucesión de gags de programa televisivo de variedades. Sin embargo, el buen trabajo actoral da la vuelta a la tortilla y lo que vemos sobre escena es a tres actrices solventes, un actor resultón y un texto que entretiene y que genera sonrisas de principio a fin.

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«MBIG» (La Pensión de las Pulgas). Una valiente y creativa puesta al día del “Macbeth” de Shakespeare sin alterar su retrato de las consecuencias de la ambición humana sin límite. Una dinámica puesta en escena valiéndose de la escenografía vintage de la Pensión de las Pulgas. Un gran trabajo de texto y dirección de José Martret con un espléndido Francisco Boira como protagonista y un brillante elenco de secundarios.

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«El público» (Teatro de la Abadía). Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.

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«La ola», todos somos nazis en potencia

Texto, dirección y actores perfectamente engranados entre sí en un montaje que demuestra que uniendo buenas piezas, el todo conseguido es aún más que la suma de ellas.

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«Pasó y puede volver a pasar: es lo fundamental de lo que he de decir«, palabras del escritor italiano y judío Primo Levi que resumen bien lo que es el nazismo. Porque es, sí, en presente. No es un tiempo concreto de nuestra historia con un inicio y un final. No, es una posibilidad de comportamiento del ser humano que se ha dado desde siempre, hace apenas unas décadas con esa denominación, y para el debate quedan las formas parecidas en que pueda haberse producido después (los gulag rusos, los jemeres rojos en Camboya, la limpieza ética de Serbia en Bosnia y el genocidio de Ruanda en los 90, los talibanes en Afganistán, el mal llamado estado islámico actual,…). Pasado, presente y… futuro. ¿Volverá a ocurrir? ¿Puede suceder? Y sobre todo, ¿es posible evitarlo?

Cuestión parecida le planteó un día en clase un alumno a su profesor y este se puso manos a la obra para sin responderle directamente, demostrarle que sí, que cada persona lleva dentro de sí el germen del totalitarismo, de la bipolaridad hombre y animal. Lo que fue un hecho real en EE.UU. en 1967, ya trasladado al cine, toma ahora vida en las tablas del Teatro Valle-Inclán de la mano de ocho actores que transforman el escenario en algo más cercano a una prueba psicosociológico que en un rato de entretenimiento, que también y de alto nivel, para sus espectadores.

Tanto el texto (Ignacio García) como la dirección (Marc Montserrat) avanzan perfectamente coordinados a un ritmo que, sin prisa pero sin pausa, nos cuenta de manera clara todas las fases de este alegórico experimento. De una clase convencional de historia se pasa a las prácticas que su profesor va estableciendo para dominar a sus alumnos. Del control del cuerpo se pasa a rígidos protocolos de comunicación interpersonal para homogeneizar al grupo y hacer creer a sus miembros que son seres diferentes, únicos. Una vez conseguida esta unidad, el líder atomiza al grupo sembrando la desconfianza para evitar que la colectividad crezca al margen de él y fortalecer de esta manera su papel como referente, él es el guía espiritual. La tensión aumenta a medida que se suceden las secuencias, se fuerza cada vez más la situación, los siete adolescentes alinean psicóticamente su comportamiento al tiempo que se alienan del resto de la sociedad al sentirse superiores a ella. Cuando se consume el oxígeno, todo estalla, salta por los aires, y después de casi dos horas y media de representación esta llega a su final con los espectadores aplaudiendo y en pie ante lo que han presenciado.

Si un motivo claro hay del estupor vivido es la extraordinaria sintonía entre las interpretaciones de los ocho actores. Cada uno de ellos muy correcto en su papel, pero formando algo más todos juntos, esa masa que poco a poco va tomando cuerpo y creciendo hasta convertirse en un monstruo, el grupo. Al frente de ellos Xavi Mira como el profesor convencido de estar siendo pedagogo, y detrás de él, a pesar de jugar a ser piezas de un puzle, cada actor hace de su alumno un personaje completo y protagonista por sí mismo con referencias a su vida familiar, sus inquietudes adolescentes o sus expectativas ante la vida. Siete nombres (Javier Ballesteros, David Carrillo, Jimmy Castro, Carolina Herrera, Ignacio Jiménez, Helena Lanza y Alba Rivas) que tienen ya tras de sí una trayectoria, y con lo visto en “La ola” queda claro que también un gran potencial que esperemos siga dando frutos de tan buen resultado como en esta ocasión.

«La ola, hasta el 22 de marzo en el Teatro Valle Inclán (Centro Dramático Nacional)