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Angola: momentos en la carretera

Recorrer un país en coche, viendo cómo cambian los paisajes, parando espontáneamente, observando cómo son sus gentes, sus costumbres, sus lugares, sus calles,… Kilómetros ya hechos desde Lauca, kilómetros por recorrer hasta Porto Amboim en una gran recta que se pierde en el horizonte infinito.

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El firme es inestable, y no hay señalización alguna sobre él, ni línea continua ni discontinua, el único aspecto positivo es que hay poco tráfico, otro coche, un camión o un autobús cada muchos minutos. Y cada otros tantos, pequeños poblados de casas de adobe paralelas a la carretera con gentes sentadas bajo sombrillas vendiendo agua y comestibles a los que paren. También en sus cercanías niños y niñas andando por el arcén en fila de a uno

– En estos poblados que ves junto a la carretera no tienen electricidad ni agua potable. Los que pueden se compran una bomba de gasoil y con eso consiguen tener energía en casa, y el agua se compra, la traen en camiones cisterna y se almacena en grandes depósitos.

– ¿Y de qué se vive aquí?

– Agricultura de subsistencia y caza, poco más. Con la caza algunos consiguen hacer algo de dinero y se compran motos que es el medio más habitual para desplazarse. Para todo lo demás, a la escuela, o a lavar la ropa al río, andando.

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Dejarte llevar por el silencio, por el ruido del aire que entra por las ventanillas, por la música que suena en la emisora de radio que has sintonizado al azar, o el cd que de la misma manera has seleccionado de la guantera. ¿Céline Dion? ¿De verdad? ¿En Angola? Pues sí, nada de las voces melosas en portugués o los ritmos de percusión que habría supuesto iban a sonar unos segundos antes.

– ¿Dónde compraste estos cd’s?

– El año pasado en Dubai, yo no conocía a Céline Dion hasta que la escuché allí por primera vez, aunque aquí la música americana está a la orden del día. Beyonce, Rihanna, están todo el día sonando en la televisión, te los ponen en los sitios de baile, puedes seguirles perfectamente en los periódicos de aquí o verles en las portadas de muchas revistas.

– Vaya, sí que estamos en un mundo global. ¿Fuiste a Dubai?

– Sí, fui allí de vacaciones con mi novia. Para los que tenemos la suerte de poder, nos es más barato viajar y pasar unos días en Dubai o Portugal –los países con los que tenemos vuelos directos- que ir a otros sitios de nuestra nación. También Dubai o Portugal porque el trámite para que nos den visado es mucho más fácil, para otros sitios, te puedes eternizar.

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De repente uno de esos coches se coloca a nuestra altura en el carril paralelo y nos hace una señal. Apagamos la música mientras vemos fugazmente como se divierten los niños que van en la parte de atrás del jeep que ya nos pasa. Se oye un ruido raro. Paramos. Bajamos. Hemos pinchado.

– ¿Y ahora?

– Tranquilo, ¡todo controlado! Cambio la rueda y en quince minutos estamos nuevamente en marcha. Décadas atrás, antes de la guerra, podías ir de un sitio a otro en Angola y en el camino tenías hoteles y estaciones de servicio, sitios donde parar. Ahora amigo, o vas preparado o lo dejas todo en manos de la suerte, ¡y la suerte no siempre está contigo! Y cuando no está de tu lado puedes pasarte horas esperando a que alguien te eche un cable o a que a quien hayas llamado venga a buscarte desde Luanda.

Mientras tanto, salto la cuneta y me adentro en el verde a hacer alguna fotografía en la que se aprecie lo frondoso de la vegetación y lo intenso del color. Sin embargo, es mediodía y además de caer la luz de manera perpendicular, el cielo es una nube plomiza, densa y espesa, producto del calor y la humedad. En ningún momento se puede utilizar el cielo como fondo de la imagen, crea un efecto de intenso contraluz.

– Ten cuidado, puede haber serpientes.

– ¡Joder! ¿Serpientes?

– ¡Esto es África! El clima es cálido, las serpientes están a la orden del día. Aquí la gente no se asusta, sabe cómo hacerles frente. Incluso se las respeta, hay zonas como en las reservas naturales o los poblados mineros donde se multa a quien les haga algo .

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Dos horas después de quedar resuelto el incidente me vuelve a llamar la atención algo que ya lo ha hecho previamente, concentraciones de palmeras. Los árboles no son muy habituales en buena parte del recorrido, y cuando las palmeras surgen lo hacen de forma concentrada en torno a lo que desde la ventanilla parecen pequeñas lagunas, ¿serán oasis?

– Aquí hay mucha agua, el suelo es muy rico, muy fértil.

– Sin embargo no hemos visto ningún tipo de plantación en todo el camino.

– Porque no las hay. Cuando comenzó la guerra civil en 1975 la agricultura se abandonó, y después no se ha recuperado. Comenzó entonces el éxodo hacia la capital, de los 24 millones de habitantes seis viven en Luanda. Y somos dos veces y medio España, por lo que podríamos decir que buena parte del país está casi despoblada. Además, los ricos y poderosos viven del petróleo, la tierra no les interesa y no se ha hecho nada por ella desde que se alcanzó la paz en 2002. Si vas a un supermercado verás que la gran mayoría de los productos son importados.

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Al comunicarnos en portuñol, combinando el español y el portugués, no tengo la sensación de encontrarme a 6.000 km de casa, hay en las palabras que compartimos algo de familiaridad, de cercanía. Pero con alegría, quizás sea el clima, quizás sea la viveza de las prendas de colores que visten la gente de color –que aquí son la mayoría, aquí no hay la saudade ibérica que se canta en los fados.

– ¿Del tiempo de los portugueses qué os ha quedado?

– Bueno, el idioma, bastante, ¿no? Eso marca los países con los que nos relacionamos y hacia los que miramos: Portugal, Brasil, Cabo Verde, Mozambique.

– Y hoy, ¿cómo es la relación de vuestro país con Portugal?

– Es buena, los ricos de este país invierten allí su dinero. Se dice que son unos cuantos de aquí los que están comprando todo lo que Portugal está poniendo a la venta como resultado de la crisis económica y financiera. Por otro lado, muchas de las empresas extranjeras que están invirtiendo en Angola son portuguesas y brasileñas, o al menos estas fueron las primeras en hacerlo.

– Volviendo al tema de los idiomas, ¿se conservan los idiomas autóctonos que tuvierais antes de la colonización?

– Sí, en casa con mis padres yo hablo umbundu, que es la lengua de la provincia en la que nací, Huambo. Hay otros como el kimbundu o el kikongo que se habla en el norte en la frontera con el Congo.

– ¿Y escribes umbundu?

– No, lo aprendí oralmente y nunca he llegado a utilizarlo en manera escrita. Ahora el gobierno está intentando potenciar que se conozcan las lenguas autóctonas, pero la gente joven que se interesa por conocer otras lenguas lo hace por el inglés.

– ¿Y cómo aprendiste el español que hablas?

– Con algunos profesores en la universidad, o cubanos que llegaron aquí para colaborar con el gobierno durante la guerra, o angoleños que habían ido hasta allí para formarse. La presencia cubana en la región se nota, recuerda el titular del periódico de días atrás que te llamó la atención.

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En la pasmosa tranquilidad en la que se sucede el paisaje por el que avanzamos, el bullicio, la aglomeración y el caos de Luanda –una ciudad concebida para 800.000 habitantes y en la que viven casi seis millones- parecen algo imposible de concebir. Allí tenemos previsto llegar al final del día, pero eso aún queda lejos.

– Estamos llegando ya a Porto Amboim. Y si te parece vamos a ir a un sitio donde preparan muy bien el pescado y uno de los platos nacionales: carapão con mandioca, patata, banana, frijoles y óleo de palma.

– ¡Me parece perfecto!

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Hay algo que está continuamente en el aire cuando se habla de cualquier aspecto de Angola, que se menciona, pero no se habla de ello. Y eso me llama mucho la atención, por lo que después de mucho darle vueltas sobre cómo hacerlo, me decido a preguntar.

– Oye, se menciona mucho los años de la guerra, pero en ningún momento he visto que se hable expresamente de ello. ¿Qué se dice sobre qué la causó? ¿La excusa o la disculpa ideológica se ha solventado?

– Al principio se culpaba a los portugueses, pero una vez se fueron quedó claro que esto era una guerra por el poder entre angoleños. Ni más ni menos. ¿Se solucionó? No lo sé, pero el hastío y la atmósfera de horror vivida por mucha gente no creo que permita que volvamos a vivir un conflicto, ¡al menos no bélico! El problema es la generación que creció durante esos años y que solo ha vivido el miedo y la represión, y que no están formados, ¿qué opciones tienen? Ese es uno de los principales problemas que tiene nuestro país. No paramos de decir que estamos en construcción, y de momento hemos comenzado el proceso, pero esto tendrá que dar un empujón hacia adelante para transformar realmente al país. Y ahí hará falta contar con gente preparada y dispuesta, y la guerra hizo que mucha gente no esté preparada ni en términos de conocimientos ni de actitud para lo que se supone que necesitamos.

– ¿Qué crees que pasará con ellos?

– Confío en que Angola crecerá y eso supondrá mejoras y oportunidades para todos. Pero supongo que mucha gente, aún acabado, seguirán siendo víctimas del conflicto en el que les tocó crecer.

– ¿Qué recuerdo hay de esos 27 años?

– Bueno, se habla de ello porque las huellas del conflicto son evidentes. Los mayores dicen que la nación quedó arrasado y los más jóvenes vemos que este es un país por construir. Ya lo ves, no hay infraestructuras, las carreteras son demenciales, hay zonas en las que las nacionales no están siquiera asfaltadas. En la capital y en las ciudades de la costa prácticamente no se notó, pero en el interior, sobre todo el cuadrante sureste del país cuentan que aquello fue un infierno. De ahí también que Luanda creciera tan salvajemente como lo ha hecho.

Y en esta conversación estamos cuando tras 470 km en casi seis horas llegamos a Porto Amboim y uno de los motivos que nos ha traído hasta aquí, el Océano Atlántico. Ahora vamos a comer, y después nos quedarán otros 260 km para volver a Luanda.

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(Fotografías tomadas en Angola el 27 y 28 de octubre de 2014).

… A Kazajistán

Viajar es de las experiencias sensoriales más enriquecedoras que hay, lo más parecido a un cambio temporal (o incluso un renacer) de vida. La oportunidad de manejarte en nuevos escenarios, y aprender de dichas situaciones o a través de las mismas. También de valorar correctamente las coordenadas de tu vida (hace poco leí algo así de Antonio Muñoz Molina: “… cuanto más viajo al extranjero, más conozco mi país…”).

Karaganda, 17 de noviembre de 2013.

mapa

Todo comienza en el momento en que has de prepararte para el destino al que vas. Kazajistán es el caso. ¿Qué conozco de allí? Nada ¿Qué se dice de tal país? Ni idea ¿Cuáles son los tópicos a los que recurrir? Pues la verdad es que tampoco lo sé. Perdido en el vacío de información. Opciones, empaparme de literatura o esperar al tratamiento de choque, llegar y que sea lo que Dios quiera (expresión vocativa, no se me malinterprete, que no va esto sobre cuestiones religiosas).

Finalmente uno opta por un punto de partida, leer algo para tener unas coordenadas, y dejar el resto al momento de la experiencia. También porque leer mucho sin vivir aquello de lo que te estás documentando se te queda en nada, es obligar a la cabeza a almacenar datos que no sabrá procesar por faltarle la fuerza que le imprimirán las emociones de las vivencias a dicho conocimientos.

Tomada esta decisión comienza el espectáculo. Obtener el visado para lo que tienes que justificar porque vas, hacer el pago del mismo (no, no puede ser por transferencia, quizás tenga que ser en mano en oficina del banco que te dicen y no olvides llevar el justificante del mismo si quieres obtenerlo) y esperar dos, tres días, o quizás solo veinte minutos.  Primera experiencia kazaja: reglas rígidas. Pero también hay que decir lo bueno, si las cumples todo es expeditivo (bajo sus cánones).

Si estás buscando experiencias autóctonas lo propio es que viajes con una aerolínea del país o de un estado vecino como manera de seguir introduciéndote en sus modos y maneras. En mi caso, la combinación conseguida para llegar a Karaganda (mi lugar de destino) fue con Transaero Airlines, ¿el motivo de ser la elegida? Ese, el de ser la que me ofrecía poder llegar hasta aquí.

Días después, tarjeta de embarque en mano te preparas para subir al avión y llegar hasta tu asiento 24A. El avión no es un parque temático experiencia non-stop, pero ya te avecina algunas cosas: la corpulencia física–ellos- y la presencia elegante –ellas- de los auxiliares de vuelo; la estrechez de los asientos (bueno, esto es norma general en la mayoría de las compañías aéreas); ni una cara sonriente entre el resto del pasaje; no entender nada de la prensa que te dan (todo en caracteres cirílicos); los sabores de la comida (en esto, al igual que en la mayoría de las compañías aéreas, no hace falta más descripción).

Dicho esto, a esperar, a esperar a que pasen varias horas hasta que llegas a destino (previa escala en Moscú, pero no hagamos más largo este viaje-lectura). Ese instante en que sales del avión y entras en la terminal del aeropuerto internacional de Karaganda (aunque a ti te recuerde –bajo tus experiencia como europeo, comencé el viaje en la T4 de Madrid-Barajas- a una estación de autobuses –véase su página web, tiene dos únicas puertas de embarque) es el de la inmersión total. Tu mente pasa de trabajar en automático para activar el modo alerta, todos los sentidos al cien por cien. A la cabeza la vista que todo lo registra, y tras ella el oído pendiente de saber si es capaz de descifrar algo de lo que se escucha a tu alrededor, y no, no es capaz.

Así que como dicen en algún sitio que recuerdo, “allí donde fueres haz lo que vieres”, y por lo tanto a seguir a la gente. Es fácil, un pasillo, unas escaleras de bajada, de repente no puedes seguir por la cola de gente que tienes por delante, levantas los ojos y 15 metros más allá ves un cartel que dice “Passport Control”. Afortunadamente el inglés lo entiendo, así que a esperar.

La fila como tal no existe, es una amalgama de gente que parece respetarse, pero si te fijas bien ves que hay quien se cuela. Lo notas sobre todo al final, cuando por fin te llega el turno y te colocas frente al funcionario que a ti te mira con extrema seriedad y hojea y hojea tu pasaporte porque no encuentra el visado. Mientras se pone a teclear miras hacia la fila y ¡ya no hay casi nadie! ¡Me han pasado todos!

Momento recogida de equipajes, llegas a la cinta y ¡la maleta no está! Como voy a saltos, esto ya lo conté, así que no me voy a repetir (la recuperé dos días después). A la salida de la sala hay un señor que lleva un cartel con mi nombre (estaba organizado) y me mira, nos hemos encontrado, yo a él por mi nombre y él a mí por mi cara de europeo y mirada de buscar quién me está esperando. Amabilidad al reconocernos, sonrisa y apretón de manos, además de ofrecerse a cogerme el equipaje de mano. Yo dije “hello!”, él me replicó, sería algo en ruso o en kazajo, pero… ni idea del qué.

Le sigo hasta el taxi y le sigo a apenas un metro de distancia, no hay luz eléctrica en el exterior de la terminal. Por detrás de nosotros el eco lumínico que llega del edificio y por delante no veo más que al fondo una pequeña luz en un sitio muy concreto, es la señal de taxi sobre el vehículo. Coincide con el dato que me habían dado, hay un 515 que corresponde a la licencia. Hace frío, seguro que estamos en torno a los 0 grados, con lo que se agradece entrar. Son las 06:30 hora local, estoy cansado, hace 16 horas que salí de casa, ganas de sentarme. Lo que no imaginaba es que lo iba a hacer sobre tapicería con diseño de leopardo.

¿Me gusta? Sí. ¿En serio? Noooo, no me gusta estéticamente hombre –que para gustos, colores-, pero sí la vivencia, ¡estoy viviendo la experiencia kazaja!

Carretera a oscuras y rumbo a la ciudad. A 100 km/hora el taxista va llaneando por la llanura, hasta que en un determinado momento baja la velocidad, miro y veo a un par de centenares de metros una garita, una valle y un coche pintado de azul y blanco, es un control policial. No pasa nada, ni paramos del todo, ni de la garita ni del coche sale oficial alguno. Volvemos a la velocidad y en 20 minutos hemos llegado al hotel (él sabía dónde debía llevarme). Ya está hemos llegado, ¡ya estoy en destino!

Ahora ya lo puedo decir, ¡ya estoy en Karaganda! Ya estoy en Kazajistán…

¿Continuará? (El viaje continuó, ¿lo hará el relato en este blog? ¿….?)

(imagen tomada de Google Maps)