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El DA2 acoge “El peso de la aberración” de Amparo Sard

Papel perforado, plástico, poliuretano, fibra de vidrio, resina, aluminio, vídeo… El universo que conforman las más de cincuenta piezas de esta exposición -todas ellas de elaboración reciente- que alberga el centro de arte contemporáneo salmantino se alejan de las normas estéticas y de los convencionalismos del gusto para hacernos ir más allá de lo que afirmamos creer y sentir y enfrentarnos al espejo de lo que creemos percibir y pensar.

Plano de supura, instalación site specific, 2021. Fibra de vidrio.

La bienvenida a la muestra es una pieza de grandes dimensiones, Plano de supura, concebida específicamente para el punto de encuentro en que el visitante del Domus Artium 2002 se adentra en sus propuesta. Un muro blanco con una tridimensionalidad resultado de fuerzas que laten al otro lado, pulsiones desconocidas que se revelan a través de hendiduras orgánicas, de vacíos voluptuosos que hacen flotar la imaginación del que encuentra la paz en ellas y que activan la necesidad de buscar símiles a los que agarrarse -como la manualidad de las superficies de cerámica de Miquel Barceló- a aquel a quien inquietan.

En la primera y segunda sala, Amparo Sard (Mallorca, 1976) utiliza el papel como si se tratara de una escultura. No como una superficie que soporta el grafito, el óleo o la acuarela, sino como un medio impoluto que manipula para generar la ilusión de la tridimensionalidad y la figuración. Hendiduras que perfilan y dan volumen a las figuras, pero irrumpiendo también en sus coordenadas, generando huecos que perturban la paz y el dinamismo de su equilibrio narrativo. Imágenes que atraen la mirada paseadora de su espectador y le atrapan en la pregunta sin respuesta de su protagonista hopperiana, o le agitan con la recurrencia de las ¿langostas? en muchas de ellas, despertando en su memoria el recuerdo surrealista de las hormigas de Buñuel y Dalí.

Sin título. Serie Reacciones precarias, 2019. Papel perforado. 32,5 x 46 cm

Pero hay una presencia aún mayor y rotunda en esta exposición. Las manos. Unidas, engarzadas, estrechadas. Transmitiendo paz, como en el pequeño formato en poliuretano de Salvavidas. O dando margen a lo imprevisto, he ahí esos pares de manos siamesas de la serie Help enfrentadas que nos acogen y nos rodean espejo mediante. O generando trascendencia, como con las grandes dimensiones en aluminio de Help, figura amplificada por el gris de la moqueta y las paredes del espacio que las albergan, montaje que amplifica el efecto hipnótico de rodearlas una y otra vez, haciendo de la experiencia estética una elevación pagana.

Salvavidas, 2021. Poliuretano. 30 x 21 x 12 cm y Help, 2020. Aluminio. 140 x 180 x 130 cm

La eclosión de El peso de la aberración llega en la sala central y las antiguas celdas aledañas. La sencillez, cercanía e intimidad ceden su lugar a la oscuridad del negro, la morbosidad del píxel y la carga simbólica del plástico reciclado. Una instalación ad hoc, resuelta como si se tratara de una escenografía solemne, se alza a la manera de un bosque seco, erosionado y arrasado, buscando con desgarro las alturas al tiempo que se ve proyectado hacia las profundidades por la superficie que la refleja. Una sensación de caminar entre lo hediondo y la herrumbre en la que la primera opción es huir y la segunda dejar atrás la experiencia y lo preconcebido, relajarse para dejarse sorprender y darse la opción de superar los límites y sumergirse en lo posible.

Los vídeos coquetean con lo matérico y la abstracción, buscan la inmersión en el sentido del tacto con su atracción irracional tanto por las texturas y la descomposición como por las superficies y la irrupción en ellas de elementos extraños. Abren la puerta a la amenaza de la destrucción, a la preocupación medioambiental, con esa ilógica y sacudida combinación entre el azul del mar y la evocación del chapapote -nuevamente con el título de Salvavidas-, extendida de la pantalla a piezas como Naturaleza muerta o Mar de plástico. Material este que Amparo utiliza con acierto en una amplia serie de creaciones que demuestran como a partir de lo cotidiano y por ello aparentemente banal, reformulando el arte povera, recortándolo para hacer de él fuente de iluminación, así como interviniéndolo para dar testimonio de su imaginario.  

Autorretrato y refiejo, 2021. Plástico reciclado. 36 x 45 cm

El peso de la aberración, Amparo Sard, DA2 Domus Artium 2002 (Salamanca), hasta el 22 de enero de 2002.

«El atrevimiento de mirar» de Antonio Muñoz Molina

Nueve pequeños ensayos escritos entre 1995 y 2011 destinados a introducir otros tantos catálogos de artistas contemporáneos o de grandes de la historia del arte. Textos en los que se combina el conocimiento científico, las impresiones personales y la reflexión intelectual para introducirnos en lo invisible de las imágenes que observamos en las exposiciones que visitamos o en las reproducciones que se encuentran por doquier en nuestro mundo actual. 

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Además de escritor, Muñoz Molina es también periodista e historiador del arte, dedicación y formación que nutren sobremanera su narrativa. Valgan como ejemplo estos trabajos aquí recopilados que en su día realizó para instituciones como el Museo del Prado, el Museo Thyssen o la Fundación Mapfre. En todos ellos nos propone una combinación de experiencia emocional, interpretación icónica y contextualización del estilo de los artistas, tanto en nuestro presente como en el momento de ejecución de sus pinturas y fotografías. Un punto de vista múltiple que le da al discurso que comparte con nosotros un marcado tono humanista.

Pequeñas lecciones magistrales, no necesariamente académicas, sobre el contraste entre la delicadeza de la luz de las pocas obras que se conservan de George de la Tour con el hombre conflictivo con sus vecinos que revela la escasa documentación que se tiene sobre su biografía.  O sobre cómo Edward Hopper no pretendía retratar la soledad (loneliness) de su tiempo, de personas a las que les faltan las demás personas, sino ese estado de ensimismamiento (solitude) en que nos refugiamos para evadirnos de la realidad más inmediata.

También relatos acerca de lo que le sugieren, le sugestionan o le provocan lienzos como Los fusilamientos del 2 de mayo de Goya o el Retrato del Dr. Haustein de Christian Schad. Páginas en las que especula sobre la individualidad de los hombres que vemos retratados, anónimos unos, identificado con nombre y apellido en el caso del segundo. Qué debían pensar, sentir o anhelar en el instante en que son representados. Los primeros en el momento en que la barbarie asesina se lanzaba contra ellos con toda su crudeza. En el caso del hombre judío al que vemos bajo los cánones de la nueva objetividad, transmitiendo una serenidad que se rompería pocos años después con el ascenso del nacionalsocialismo.

O como si fuera un reportero que nos cuenta la vivencia que le ha supuesto visitar el estudio de Juan Genovés o Miguel Macaya. Tiempo físico en el que no solo ha tomado buena nota de cómo son los lugares de trabajo de estos dos artistas, sino que también ha entrado en contacto con la invisibilidad de lo energético, con las atmósferas que allí se respiran. Una dimensión casi espiritual en la que se combinan, sin una ecuación que permita dilucidar cómo, la intuición, la técnica, la biografía personal y la trayectoria profesional.

De ahí que cada artista sea diferente a cualquier otro, que cada uno sea hijo de su tiempo y que sus imágenes nos lleguen, nos digan y nos impacten (o no) de manera diferente. Aunque pocos lo hagan con la genialidad con que lo hacen Picasso o Goya, quizás el creador ante el que Muñoz Molina muestra más admiración en esta publicación.

El atrevimiento de mirar, Antonio Muñoz Molina, 2012, Galaxia Gutenberg.