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10 ensayos de 2020

La autobiografía de una gran pintora y de un cineasta, un repaso a las maneras de relacionarse cuando la sociedad te impide ser libre, análisis de un tiempo histórico de lo más convulso, discursos de un Premio Nobel, reflexiones sobre la autenticidad, la dualidad urbanidad/ruralidad de nuestro país y la masculinidad…

“De puertas adentro” de Amalia Avia. La biografía de esta gran mujer de la pintura realista española de la segunda mitad del siglo XX transcurrió entre el Toledo rural y la urbanidad de Madrid. El primero fue el escenario de episodios familiares durante la etapa más oscura de la reciente historia española, la Guerra Civil y la dictadura. La capital es el lugar en el que desplegó su faceta creativa y la convirtió en el hilo conductor de sus relaciones artísticas, profesionales y sociales.

“Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical” de Alex Espinoza. Desde tiempos inmemoriales la mayor parte de la sociedad ha impedido a los homosexuales vivir su sexualidad con la naturalidad y libertad que procede. Sin embargo, no hay obstáculo insalvable y muchos hombres encontraron la manera de vehicular su deseo corporal y la necesidad afectiva a través de esta práctica tan antigua como actual.  

“Pensar el siglo XX” de Tony Judt. Un ensayo en formato entrevista en el que su autor recuerda su trayectoria personal y profesional durante la segunda mitad del siglo, a la par que repasa en un riguroso y referenciado análisis de las causas que motivaron y las consecuencias que provocaron los acontecimientos más importantes de este tiempo tan convulso.

“La maleta de mi padre” de Orhan Pamuk. El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

“El naufragio de las civilizaciones” de Amin Maalouf. Un análisis del estado actual de la humanidad basado en la experiencia personal, profesional e intelectual de su autor. Aunando las vivencias familiares que le llevaron del Líbano a Francia, los acontecimientos de los que ha sido testigo como periodista por todo el mundo árabe, y sus reflexiones como escritor.

“A propósito de nada” de Woody Allen. Tiene razón el neoyorquino cuando dice que lo más interesante de su vida son las personas que han pasado por ella. Pero también es cierto que con la aparición y aportación de todas ellas ha creado un corpus literario y cinematográfica fundamental en nuestro imaginario cultural de las últimas décadas. Un legado que repasa hilvanándolo con su propia versión de determinados episodios personales.

“Lo real y su doble” de Clément Rosset. ¿Cuánta realidad somos capaces de tolerar? ¿Por qué? ¿De qué mecanismos nos valemos para convivir con la ficción que incluimos en nuestras vidas? ¿Qué papel tiene esta ilusión? ¿Cómo se relaciona la verdad en la que habitamos con el espejismo por el que también transitamos?

“La España vacía” de Sergio del Molino. No es solo una descripción de la inmensidad del territorio nacional actualmente despoblado o apenas urbanizado, “Viaje por un país que nunca fue” es también un análisis de los antecedentes de esta situación. De la manera que lo han vivido sus residentes y cómo se les ha tratado desde los centros de poder, y retratado en medios como el cine o la literatura.

“Un hombre de verdad” de Thomas Page McBee. Reflexión sobre qué implica ser un hombre, cómo se ejerce la masculinidad y el modo en que es percibida en nuestro modelo de sociedad. Un ensayo escrito por alguien que no consiguió que su cuerpo fuera fiel a su identidad de género hasta los treinta años y se topa entonces con unos roles, suposiciones y respuestas que no conocía, esperaba o había experimentado antes.

“La caída de Constantinopla 1453” de Steven Runciman. Sobre cómo se fraguó, desarrolló y concluyó la última batalla del imperio bizantino. Los antecedentes políticos, religiosos y militares que tanto desde el lado cristiano como del otomano dieron pie al inicio de una nueva época en el tablero geopolítico de nuestra civilización.

«La maleta de mi padre» de Orhan Pamuk

El día que recibió el Premio Nobel de Literatura, este autor turco dedicó su intervención a contar cómo su padre le transmitió la vivencia de la escritura y el poder de la literatura, haciendo de él el autor que, tras treinta años de carrera y siete títulos publicados, recibía este preciado galardón en 2006. Un discurso que esta publicación complementa con otros dos de ese mismo año en que explica su relación con el proceso de creación y de lectura.

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Cuando era niño y soñaba con ser pintor, Orhan vio multitud de veces a su padre escribiendo en casa, tantas como las que ojeó los cuadernos manuscritos con que volvía en su equipaje de sus viajes a París. Una maleta que le entregó muchos años después, llena de papeles, de todo lo que había escrito –tanto con ánimo creativo como simplemente expresivo- a lo largo de su vida, dándole la libertad, el poder y el mandato de que decidiera qué hacer con ella y lo que guardaba.

De esta manera, ese objeto adquiría un carácter de herencia y testimonio vital que tras la parálisis inicial que le produjo, le impulsó a realizar un viaje interior en el que después de repasar la figura de su padre, su papel como progenitor y la relación entre ambos, llegó a una conclusión tan sorprendente como sosegante.  Darse cuenta y aceptar que su destino como escritor había sido posible gracias a lo que su mayor había construido previamente y que él había prolongado haciéndolo suyo.

Esto le hizo también darse cuenta de cómo su educación había estado marcada por la oposición, transmitida por su progenitor, entre el legado otomano, considerado como un pasado anticuado, y la adopción de estándares occidentales, vistos como lo moderno, durante la formación de la república de Turquía. Una tensión que –según se deduce de sus palabras- no le generó desequilibrio alguno y que le permitió adentrarse en la forma narrativa occidental por excelencia, la novela. Medio con el que ha dado voz a los personajes –con sus circunstancias, vivencias y valores- que habitan la ciudad en que nació y que protagonizan buena parte de su obra, Estambul, y que desde allí viajan a lo largo y ancho del país o se trasladan a otras partes del mundo.

Un ejercicio de consciencia, resultado también de la constancia con que ha practicado la escritura, su pasión y dedicación, y su manera de ser en la vida. Un trabajo que el autor de El museo de la inocencia practica desde hace más de cuatro décadas en estricta soledad, encerrado en una habitación durante diez horas diarias. En el que tiene en mente tanto a los autores a los que admira, Montaigne o Dostoievski, como a los lectores que se adentran en sus historias y con los que siente conformar una comunidad, independientemente de dónde estén. Que le permite dar forma expresiva a ese mundo aparentemente invisible pero que está ahí fuera y que percibe a través de las emociones y sensaciones que le genera, materializando así realidades que de otra manera no llegaríamos a conocer, perdiendo la ocasión de enriquecernos con lo que nos hacen reflexionar sobre nosotros mismos a partir de ellas.

La maleta de mi padre, Orhan Pamuk, 2007, Literatura Random House.

«Todo esto te daré» de Dolores Redondo

La novela con el galardón más dotado del año. Probablemente también una de las más vendidas y leídas. ¿De las mejores? No. El Premio Planeta 2016 es a la literatura lo que un telefilm al cine. Una manera de pasar el rato con una intriga en la que inicialmente nada ni nadie es lo que parece y cuyo desarrollo consiste en darle la vuelta a cada uno de sus elementos –personajes presentes e historias pasadas- para lograr la cuadratura final de su círculo argumental.

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Del pre Pirineo navarro a la Ribera Sacra, de la mitología euskaldún a la frondosidad del interior gallego, del boca a boca de la trilogía del Baztán a la hiper promoción mediática de la editorial Planeta. Este es el recorrido que ha hecho en pocos años la creatividad literaria de Dolores Redondo y la pauta común que parecen recorrer ambas creaciones una vez que han entrado en el circuito de explotación del grupo Atresmedia (Antena 3, La Sexta, Onda Cero, La Razón,…). Igual que meses atrás vimos en la gran pantalla la adaptación de El guardián invisible, y mientras esperamos a que llegue su continuación –El legado en los huesos-, seguro que acabaremos asistiendo al estreno de Todo esto te daré.

La duda está en si será en formato cinematográfico o como serie de televisión en horario de máxima audiencia. A lo largo de sus muchas páginas es continua la sensación de estar leyendo la adaptación narrativa de un guión en lugar de una novela. Una lectura amena, pero sin profundidad, muy lineal, con personajes excesivamente simplificados, convertidos en tópicos del género del thriller, y una investigación que se desarrolla con un sentido del tiempo un tanto ajeno al que marcan los relojes y los calendarios.

Desde el momento en que a Manuel le comunican la muerte de su esposo a muchos kilómetros de distancia de donde él le suponía, cuanto ocurre es una continua sucesión de hechos adornados con diálogos y descripciones sin más sorpresa que la de ocultar algo que sabemos que tarde o temprano se nos acabará desvelando. Solo queda esperar a leer capítulos después el giro argumental, la pista que hará que ese plano de la realidad hasta entonces silenciado deliberadamente –ya sea por miedo, por lealtad o por implicación criminal-, salga a la luz.

Un apellido de rancio abolengo con un largo listado de propiedades, una familia unida exclusivamente por las apariencias, un entorno en el que la religión se mezcla con la superstición, investigaciones oficiales rápidamente cerradas, un guardia civil empeñado en llegar más allá, pecados pasados y culpas que siguen presentes pidiendo ser purgadas,… Este es el panorama de clichés que Álvaro le deja en herencia a su viudo. Una sinfonía de desconocimientos y ocultaciones con un pretendido efecto de desconcierto emocional con tanta hondura y verismo como cualquier ficción emitida por nuestras televisiones en horario de sobremesa. De esas que resultan una opción entretenida en las tardes de manta y sofá de otoño e invierno y cuya existencia olvidamos en cuanto llega el buen tiempo.

“Mama Rosa” de Fernando Debesa

Casi cincuenta años de la historia de una familia aristocrática y de la mujer que, siendo una niña, comienza como sirvienta y llega al final de su vida convertida en una madre en la sombra. Cinco actos muy bien estructurados y secuenciados, con múltiples personajes y diálogos vivos y ágiles a través de los cuales conocer cómo se articulaban en Chile las diferencias de clases y las preocupaciones, valores y motivaciones de cada estamento social en la primera mitad del siglo XX.

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En 1906 Chile sufrió uno de los grandes terremotos de su historia, ese acontecimiento es el argumento de la conversación con que arranca esta obra que según cuenta su introducción fue todo un hito en el país sudamericano cuando se estrenó en 1952. En escena aparece Manuela, la matriarca viuda de los Echevarría y encargada tanto de gestionar desde Santiago un importante patrimonio latifundista como de supervisar la correcta educación de sus cuatro jóvenes hijos, dos niños y dos niñas. La manera de ser presentados nos deja claro cuál será el tono de la obra, por un lado costumbrista en su manera de mostrarnos los modos conservadores de esta familia de rancio abolengo, por otro merengue y hasta ñoño con los edulcorados toques emocionales de sus diálogos y gestos en los momentos más sensibles.

El punto más realista, el de los pies en la tierra, lo pone Rosa, la joven introducida por su tía para servir a las dos hijas y que poco a poco se convertirá en su persona de confianza para vivir siempre a su sombra, acompañándolas en momentos que para ella son imposibles por su origen y por su falta de medios. Esta pobre, llegada del mundo rural y de rudo hablar –al igual que todos los sirvientes de la casa-, es el claro contrapunto de la escasa recompensa que tiene mantener las buenas costumbres y ser fiel a los convencionalismos sociales, nada que ganar cuando los cumple y mucho que perder cuando se aleja de ellos. A través de ella somos privilegiados testigos y coprotagonistas de la vida de personas marcadas por el peso de la religión y de la sangre, o que van en contra del dictado familiar, incumpliendo la encomienda de proyectar el apellido familiar hacia el futuro.

Cada acto supone un acertado avance en el tiempo de varios años en el que en el caso de los hijos y de Rosa pasamos de la niñez a la adolescencia, la primera adultez, la madurez y la vida ya consolidada. Estadios en los que cada tensión genera un conflicto cuya resolución hace evolucionar, bien hacia adelante bien estancándolo, a cada personaje. Sus acciones y puntos de vista sobre distintos temas –los candidatos a cónyuge, la amistad con personas del otro sexo, los embarazos fuera del matrimonio, la gestión del dinero,…- confrontados tanto entre ellos como con el parecer de la madre y también ama y señora, nos harán ver cómo evoluciona Chile y que está bien considerado y qué causa escándalo en cada etapa, teniendo siempre de mar de fondo el qué dirán. Mientras tanto, el país se abre al mundo admirando las modas que llegan de París, aprobando leyes que eliminan teóricamente la servidumbre y sentando las bases para la igualdad entre hombres y mujeres, y haciendo que la capital pase de ser una ciudad de palacetes a una urbe de grandes edificios.

Mama Rosa guarda dentro de sí el largo y lento proceso del cambio más o menos natural, quizás traumático en alguno de sus pasajes, pero sin duda alguna inevitable. Una evolución referida no solo al coto de las mentalidades y personas que habitan esta función, sino también a la generalidad de la sociedad que representan.