A este famoso autor sueco de novela policíaca le diagnosticaron una fría mañana de enero un cáncer de pulmón. La noticia fue un shock que provocó un rebrote de recuerdos, vivencias y reflexiones que decidió plasmar en este título que, con una prosa tranquila, tiene más de viaje interior al que se nos deja asistir que de memorias compartidas.
Que te indiquen el posible fin de tu vida debe producir tal catarsis que no hay manera de imaginarse o ponerse en el lugar de la persona que recibe semejante noticia. Ni siquiera aquel al que anuncian tal premonición es capaz de proyectarse en esa situación. Debe ser un viaje tan de vértigo como instantáneo a un lugar de nuestro interior al que no sabemos cómo se llega. En una décima de segundo nos vemos violentamente trasladados sin saber cómo hemos recorrido tan profundo y hasta entonces inimaginable camino.
Un punto desde el que sentir la cercanía, tangible y sensorial, de la muerte. Un abismo, una incertidumbre en la que toda reacción y respuesta deben presuponerse lógicas, aunque probablemente varíen en función de un cúmulo de factores que explican la biografía de cada persona: cultura, creencias religiosas, sistema social, estructura familiar, trayectoria sentimental,…
Todas esas, y muchas más, son las variables que conforman el interior de estas Arenas movedizas en las que inicialmente se ve atrapado Henning Mankell y de las que se propone tomar conciencia para desmontar mitos, afrontar el miedo a lo desconocido y descubrir cuánto hay de verdadera realidad en ellas.
Afloran en él aquellas falsas creencias que teníamos de niños, como la de que el fenómeno que da título a este libro suponía el ser engullido y asfixiado por el terreno que podríamos pisar caminando por la jungla africana. Se acentúan aquellas interrogantes utópicas siempre latentes como el de dónde venimos y a dónde vamos y cómo están ligadas las sentencias, que mirando al pasado y al futuro, le dan respuesta a ambas. El hombre apenas lleva unos miles de años sobre la tierra y algunas de nuestras acciones –como los residuos nucleares- hacen pensar que nuestras acciones tendrán posibles consecuencias negativas durante ¡cien mil años! Y sobre todo, se ahonda en la propia conciencia y el concepto de individualidad, en cómo se ha construido a sí mismo como persona y cómo cada uno de nosotros no somos más que un instante en el universo, continuación de aquellos que estuvieron antes que nosotros y predecesores de los que están por venir.
Un total de 67 pequeños capítulos en los que momentos puntuales se trazan con cuestiones que surgen y desaparecen a lo largo de sus más de 370 páginas. Unas veces lógicamente unidas, otras inconexas para cualquier persona que no fuera el propio Mankell. Vagando por Suecia, viajando por toda Europa y residiendo en África –continente en el que tanto tiempo vivió, trabajó y experimentó humanamente-. Y siempre con una aguda percepción y empatía a flor de piel que hicieron que la vida fuera para Henning Mankell –falleció en 2015, apenas año y medio después de la publicación de Arenas movedizas– un sinfín de múltiples momentos, personas y lugares que siempre dejaron una enriquecedora huella en su persona.